Empezó a tener bastante sed. Sentado en el banco de la estación de trenes, los nervios convirtieron su cabeza en una montaña rusa emocional donde a cada instante sentía la imperiosa necesidad de algo nuevo: si no estaba sediento, notaba que le faltaba el aire o que su estómago estaba sin reservas de comida. Pero lo peor era el vacío del pecho, ese hueco que incluso habiendo menguado se notaba gigante. Miró el orificio ahora tapado por la ropa y se encontró en aquel día en el que su pecho se abrió en canal dejando una nada que no sabría si alguna vez se iría. Cerró los ojos y dejó que el dolor del recuerdo se fuera poco a poco. El ruido le alertó de que el tren se acercaba y se resguardó de una repentina ráfaga de viento antes de poder divisarlo. Lo vió venir, y en ese momento, tan inoportuno como un beso; le invadió la sensación de que estaba cometiendo un error. El pánico se apoderó de él y sintió con más fuerza que nunca cómo la inexistencia que tenía en su pecho le dolía con más intensidad. Intentó escapar pero recordó la promesa que se hizo. Cuando el tren abrió sus puertas ya no albergó ninguna duda de que estaba haciendo lo correcto. Se sentó al lado de un señor y volvió a sentirse sediento pero tranquilo. El hombré le habló.-¿A dónde vas?
-Hasta el final.