Todo lo que me ha importado lo he roto o me ha hecho daño. Ese pensamiento me encadena a la apatía cada mañana y me mantiene en vela cada noche solitaria. Y ya ni escribo si no he vaciado varias copas anteriormente o si la resaca me obliga a vomitar palabras. Y miro la pantalla y las horas siguen pasando. ¿Qué ha sido esta vez? ¿Has roto algo o te han hecho daño? Y solo pienso en escribir para que esos pensamientos se escapen en medio de la escritura. Suena el teléfono. Es un error del pasado, uno que cometí yo.
-¿Rober? ?Estás ahí?
-Sí, dime.
-Solo quería saber si estás bien.
-Estoy como la última vez que hablamos, igual de borracho, igual de imbécil e igual de perdido. No ha cambiado nada.
-No tienes que ser así conmigo, nosotros antes...
-Antes. Del nosotros solo queda el otros, porque eso es lo que somos, otros, extraños el uno para el otro. No voy a discutir por teléfono.
-No te he llamado para eso, lo sabes.
-Lo sé, pero sigo igual de imbécil y discutiremos. Lo siento, tengo que colgar, cuídate.
Antes de que pueda decir nada cuelgo y me alejo del teléfono. Asomo la mirada por la ventana. Por lo menos he sido sincero, casi del todo. Porque es cierto que estoy borracho y que soy un imbécil pero creo que cada día estoy mas perdido. Quizás debería salir a que me de el aire. No lloro, ya no. Pienso en ella, en que tenía buenas intenciones depositadas en un mal lugar. Pienso en mis malas decisiones del pasado. Pienso que quizás debía escucharla. Miro al teléfono. Dudo. Rescato una cerveza de la nevera y me tumbo en la cama. Como puede llegar a doler la vida.