¿Cuál es tu mayor miedo? ¿Estar solo? ¿Perder a un ser querido? ¿Las arañas? ¿La oscuridad? Durante años mi mayor miedo me esperaba en el colegio. Tenía nombre y apellidos, la complicidad de los profesores y la capacidad de hacer que me hubiera aprendido todos los recovecos que tenía ese centro escolar. "Nunca había hecho nada" era lo que siempre decían de él pero sus insultos, como conseguía que todo el grupo le apoyara a la hora de burlarse de mi y como era capaz de que cada palabra suya se sintiera como un empujón a un pozo que cada día se volvía más profundo. Ese día era viernes y mi consuelo era saber que faltaban unas horas para no verlo en dos días. Como cada día llegué pronto y me senté lo antes posible en un rincón esperando no ser percibido. Tuve suerte y lo logré. Durante las primeras horas no existía y era la mayor de las felicidades. Llegó el recreo y la estrategia que mejor funcionaba era salir el último porque a veces con la emoción se olvidaba de mi. Hoy volvía a ser de esos días, dos de dos. Merendé rápido y repetí la estrategia del principio de entrar pronto y sentarme en mi rincón. Ese día no parecía existir. Durante la siguiente hora lo miraba como esperando una reacción. Un insulto tal vez. Que me llegara una notita con un dibujo donde tenía cuerpo de cerdo. Que le pidiera a alguien que me insultara. No pasaba nada. Faltaba una hora para salir y vivía entre el terror de no saber que estaba pasando y el alivio de que no estuviera pasando nada. Cuando sonó el timbre de salida como cada día esperé. Cuando todos se habían marchado recogí mis cosas y salí. Caminé despacio, mirando a todos lados. Todos los días pasaba algo hoy no podía ser una excepción. Mi vista alcanzaba ya la salida. La libertad. Dos días libre.
-Te crees gran cosa, ¿eh?
Antes de que pudiera contestar un empujón me derribaba. Ahí estaba y a diferencia de otros días no sonreía. Parecía furioso. Tres personas estaban con él. Empezó a gritar algo. El miedo no me dejaba escuchar nada. Solo podía ver su furia. Creo que estaba temblando. Cuando terminó con su discurso miró a sus acompañantes y me propinó una patada en el estómago. Sentí como la merienda hacía la ruta inversa. Antes de que pudiera hacer nada las otras personas le acompañaron y empezaron a patearme. Me cubrí la cabeza. ¿Qué otra cosa podía hacer? Durante un rato que se sintió eterno desee volver a los insultos o incluso a aquel par de ocasiones donde me escupió en la cara delante de todo el mundo. Me dolían los golpes pero me estaba matando el terror de no poder hacer nada. Las patadas remitieron y él pudo darme una más como dejando claro que todavía tenía cuerda. Se marcharon y se reía. Estuve un tiempo encogido en el suelo. Nadie vino. Cuando me pude levantar comprobé que no me faltaba nada. Caminé un rato hasta que no pude más y lloré en un portal. No podía retrasarme más porque mi abuela se iba a preocupar. Caminé mientras el cuerpo me ardía de dolor. No era justo. No había hecho nada. No lo merecía. Por lo menos tenía dos días libre.