No sé como llegó a mis oídos la historia de la playa pero recuerdo que en cuanto supe de la misma congelé toda mi vida para descubrir lo si lo que se decía era cierto. Tras pasar un día observando la naturaleza mágica de lo que sucedía y sucede allí tomé la resolución de pedir poder trabajar desde casa y buscar una vivienda lo más cerca posible de la misma. Lo primero llevó más tiempo de lo deseado pero se hizo realidad y lo segundo se produjo con más sencillez de la esperado. La situación mágica de aquella playa hacía que muy pocas personas quisieran vivir en sus cercanías. De aquello había pasado casi dos años en los cuales cada día intentaba pasar el mayor tiempo que mis tareas me dejaban observando tan maravillosos eventos.
Hoy es uno de esos días donde puedo pasar todo el día allí. Y es importante resaltar que el día. Porque si algo he aprendido de mi estancia en ese lugar es que la magia aparece y desaparece con los rayos del Sol. Madrugar no me costó nada sabiendo que sería otro día en la playa. Llegué antes de que amaneciera y clavé mi silla justo en el límite donde empieza la misma, saqué el libro que me traje para amenizar la espera y esperé. No tuve que esperar mucho, porque no habían pasado ni cinco minutos y una pareja estaba preparada para recibir el amanecer. Tendrían unos veintidós años e intercalaban sonrisas cómplices con algún piquito. Durante toda la espera se sostenían el uno al otro por la mano sentados. Aquella era la viva imagen del amor. Los amantes solían ser madrugadores. Tantas ganas de llegar a la playa que aparecían antes de los primeros rayos de Sol. Cuando empezó a amanecer ambos se incorporaron sin soltarse el uno al otro. Se miraron a los ojos y asintieron cómplices. No pude ni ver ni escuchar nada pero en ese gesto se intuía un mensaje intercambiado que decía que lo iban a conseguir. Y con el ímpetu de la juventud avanzaron agarrados corriendo. Al poner el primer pie sobre la arena de la playa, la naturaleza de los jóvenes cambió totalmente. Donde antes había carne, huesos y sangre ahora solo había arena. Aquellos dos hombres de arena avanzaban corriendo en dirección al mar. A uno de ellos se le había deshecho el brazo que tenía libre en la carrera y al otro una de sus piernas desapareció fusionándose con la propia playa a escasos metros del mar. Y con todo, alcanzaron el agua salada. Al llegar se fundieron en un abrazo y un último beso. El agua marina brilló y de los amantes de arena solo quedaba el recuerdo de haberlos visto sonreír mientras desaparecían.
Me alegré por la victoria de ambos. Aunque no tenía claro si llamar victoria a desaparecer en el océano. ¿Qué significaba todo aquello? Cada día la visitaba y cada día me lo preguntaba. Al hablar con algunas de las personas que residían en los alrededores las respuestas eran dispares. Muchos decían que la playa era una prueba del tipo de persona que eras. Convertirte en arena era sucumbir al peso de tus pecados y llegar al mar era alcanzar la libertad. Otros hablaban de una historia sobre magia oscura y una posible puerta al infierno. Si te desmoronabas era que tus pecados eran enormes y si alcanzabas el mar tendrías la posibilidad de un juicio por tu alma. Mucha era la rumorología alrededor de los sucesos mágicos de la playa pero no había una respuesta correcta ya que ninguna de las personas que vi avanzar por la arena en los casi dos últimos años ha regresado para contar la experiencia. Todos estos pensamientos se acumulaban como las hojas a los pies de los árboles en otoño cuando apareció un hombre adulto. No sabía decir si estaba más cerca de la treintena o de los cuarenta. Estaba en forma y estaba haciendo unos estiramientos antes de enfrentarse a la playa. En cuanto dio los primeros pasos su cuerpo arenoso se sumergió hasta la cintura como si hubiera entrado en una piscina. Toda la confianza durante la preparación se desvaneció en cuanto la mitad de su cuerpo formó parte de la propia playa. Intentó alcanzar el mar pero como si estuviese metido en un lodazal casi no se podría avanzar. Desesperado empezó a mover las arenas intentando recomponerse. Solo hay un puzle más difícil de montar que un cuerpo hecho de arena que se deshace y es un corazón roto pensé. Era una broma interna acuñada tras muchos visionados de personas que se quedaban por el camino al mar. Poco a poco el hombre desaparecía. Perdía sus formas como el chocolate con el calor hasta que solo quedó playa.
A pesar de que se produjeron dos intentos tempraneros no fue hasta media tarde que llegó la tercera persona hasta la playa. Era una mujer que no llegaría a los treinta años. Lloraba desconsolada mirando el mar. Tenía cara de no haber dormido por lo menos en un par de días y temblaba no sé si de tristeza o de rabia. Durante un momento pensé en levantarme y pararla. Decirle que volviera a su casa. Antes de que tomase una decisión la mujer avanzaba firme por la arena. Aunque su cuerpo era completamente de arena no se deshacía al avanzar. Solo sus lágrimas, ahora de arena; se derramaban. Todavía lloraba pero su cuerpo permanecía inmaculado. Cuando alcanzó el mar los espasmos que tenía durante todo el proceso desaparecieron. Alzó sus brazos como agradeciendo a una entidad mayor. El brillo se volvió a producir. Y tras tanta lágrima derramada, calma. Ya no quedaba nada de aquella mujer o de sus lágrimas. Deseé que fueran ciertas las historias sobre alcanzar la libertad al fundirte con el mar. Que aquella mujer obtuviera la paz que la había traído hasta la playa.
Antes de que se fuera el Sol terminé mi libro. No parecía que se fuera producir ningún intento más hoy. La playa me tenía fascinado. Había visto en todo este tiempo más de mil intentos y cada uno de ellos me parecía especial. Durante todo este tiempo pude contemplar personas de todo tipo, parejas que lo lograban, parejas que se dividían por el camino, parejas que no llegaban a ninguna parte y hasta recuerdo lo que parecía una familia que se fue en el brillo marítimo. Me preguntaba si algún día me atrevería a comprobar que estaba sucediendo en aquel lugar en mis propias carnes. Muchas veces sentía que la propia playa me llamaba. Su magia me sedujo desde el primer momento. ¿Qué tengo que perder? Era una idea loca. Todavía faltaba una hora para que se despidiera el sol y con ello la magia de la playa. Sin pensarlo dos veces saqué un boli y escribí unas palabras en la primera página del libro en forma de despedida en donde se suelen dedicar. Lo puse sobre la silla y tras comprobar que no había nadie en los alrededores me quité toda la ropa. No sé que pasaría en la travesía hasta el mar pero no quería llevar encima nada que me pesara. Ya sin nada respiré hondo y di el primer pasó. La sensación fue como cuando te tropiezas con la alfombra y no te terminas por caer. En el proceso mis dos pies había desaparecido en la playa. Me asusté, no había dado este paso para quedarme a mitad de camino. Desaparecer en la arena me aterraba. Y sin dudarlo un solo instante continué mi marcha al océano. Cada paso que daba me hundía cada vez más como si estuviera avanzando por el mismo mar. Apenas quedaban unos metros y la arena me llegaba hasta las axilas. Podría parecer un nadador intentando alcanzar la orilla. Me negaba a rendirme. Todo este tiempo. Todo este camino. Y ya tenía mi destino casi al alcance de mi arenosa mano. Podría ver como la arena era más oscura por la humedad. Tenía la arena al cuello pero hacía movimientos con el mismo que parecían pequeños saltos. Podía sentir la brisa marina. La tenía tan cerca que cada vez que golpeaba sentía granos de arena de mi cara desprenderse. Me faltarían tres saltos como ese y ya estaría. Con el primero el cuello y el mentón desaparecieron. Puedo hacerlo. Segundo salto y esta vez es mi boca la que se convierte en parte de la playa. Ya no podré decirme palabras de aliento. Aúno todas mis fuerzas. Lo voy a conseguir. Tercer salto. No puedo ver nada. ¿He desaparecido en la playa? No puede ser. Estaba tan cerca. Tan cerca que lo rozaba. Tan cerca. Tan tan tan cerca. ¿Es eso el brillo?