lunes, 6 de octubre de 2025

Epistolar

                             Era la boda de unos amigos, tenía mis mejores galas y estaba bailando con la madre de mi amigo. Aquella mujer que tenía delante me conocía desde antes de que salieran en mi cara los primeros pelillos que tuve la poca vergüenza de llamar bigote. Irradiaba felicidad por su hijo y su nueva "hija". Mientras bailábamos me corregía para que no la pisara. No me consideraba mal bailarín pero en ese momento era como si mi objetivo fuera pisar a mi compañera de baile. En otro lado de la pista mi amigo y su esposa se besaban por enésima vez a petición popular.


-Parece que por fin lo hemos conseguido, ¿no crees Rober? - La madre de mi amigo parecía muy orgullosa de la vida que estaba alcanzando su hijo. - Ahora la pregunta más importante, ¿cuándo te buscarás alguien para ti? 
-¿Para mi? De eso no hay Marta.
-Te conozco desde que mi hijo y tú os hicisteis amigos en el equipo de fútbol, te vi crecer y convertirte en un buen hombre. No te hagas de menos y prueba a presentarte a alguna de las amigas de mi nuera.
-No creo que eso funcione.
-Ya sabes lo que dicen de las bodas, que de una sale otra. Mira en la mesa de las amigas de la universidad está esa chica que lleva el vestido rojo. La conocí cuando ayudamos a Laura a elegir el vestido de novia y me pareció un encanto. Justo el tipo de chica que endulzaría esa agriedad que a veces tienes con la vida. Deberías presentarte como el que ayudó al novio a elegir el traje así ya tenéis algo en común. - Me soltó y dejó de bailar. Me miraba con los brazos en jaras y tenía claro que no le podía decir que no. - Anda vete ya.


Me apreté la corbata intentando cortar el flujo de mis nervios con un torniquete de elegancia. Aquella chica estaba sentada junto a otra excompañera de la universidad de la novia. Pelo ondulado castaño, ojos que cuanto más me acercaba más captaban mi atención y vestido rojo que le sentaba muy bien. Como si todo siguiera un plan de la madre de mi amigo cuando estaba a escasos metros la chica que estaba con ella se levantó y se cruzó conmigo directa a la pista de baile. Aclaré mi voz antes de acabar de acercarme del todo. Me presenté y le pregunté si me podía sentar. Aceptó. Comenzamos hablando de como conocimos a los protagonistas del día, pasamos a presentarnos más en profundidad y continuamos con una corriente de temas que nos llevaron a las aguas internacionales de una buena conversación en la que no ves fin da igual la dirección en la que mires. Reímos, compartimos confesiones y me acabó sacando ella a un baile donde tuve miedo a que mis piernas se convirtieran en espaguetis. Vimos desde la mesa como la novia le entregaba el ramo a una prima suya que se casaba el próximo verano. Compartimos un trozo de la segunda ronda de tarta nupcial. Y conversamos hasta que la gente se empezó a retirar. En ese momento a tono de broma le dije que le enviaría una carta, se acercó a un camarero y volvió con una servilleta y un bolígrafo donde anotó su dirección. Que esperaría mi correspondencia, que era una promesa. Se marchó dirección el autobús que habían puesto los novios y yo me quedé mirando como se alejaba atesorando aquella servilleta. Me fui a despedir de los novios y de los pocos conocidos que me quedaban en la boda y esperé al siguiente autobús abrazado por la calidez de la noche veraniega. En cuanto llegué a casa dejé la servilleta sobre unos folios de mi escritorio. Mañana le escribiría pero ahora me tocaba dormir.




Mi primera carta terminó siendo cuatro folios donde recordaba los momentos que para mi fueron más memorables de la boda, le contaba algunas cosas sobre mi y le hacía unas cuantas preguntas para conocerla. Intenté priorizar una lectura ligera frente a ser demasiado ingenioso y parecer pretencioso. La metí en el buzón nervioso. Aquella mujer vivía apenas a unos veinte minutos de mi casa pero mi promesa era escribir esa carta. No tuve que esperar ni una semana para recibir su respuesta. Todo lo que me había atraído durante su conversación se veía reflejado en la carta. Hablaba de ella, de su trabajo y también de la conversación que tuvimos durante la boda. Tuve una regresión a la adolescencia y cada palabra de esa carta marcaba una sonrisa todavía mayor en mi cara. La leí unas tres veces antes ponerme con la respuesta. Le escribí sobre mi día a día, contesté las preguntas de su carta y le hablé de lo mucho que me había gustado la película que me recomendó en su carta y añadí una recomendación esperando que le gustara. Su respuesta otra vez no se hizo esperar, otra carta que necesité leer en más de una ocasión de lo mucho que la disfrutaba. Y al final de la misma me indicaba su número de teléfono acompañado de un escríbeme. Tuve que leer esa última palabra hasta unas veinte ocasiones hasta verme con la capacidad de creerme que de verdad quería que le escribiera. Y lo hice. No tardé mucho en recibir respuesta y en volverme a ver presa de la corriente de la conversación otra vez. Mensajes y mensajes que nos disparábamos. Llegaron las llamadas hasta que nos venciera el sueño. Y al final llegó la propuesta, esta vez por su parte. Salía de trabajar a las siete de la tarde y pillaba un tren que la dejaba a medio camino entre su casa y la mía. Podría ir a la estación y me llevaría a un sitio para tomar algo y hablar. Le propuse que para hacerlo más emocionante iría un día sin avisar. Me confirmó que su hora de llegada eran las siete y veinticinco. Me puse a escribir una carta para recibirla. Era viernes, el lunes me presentaría en la estación.

Cuando llegó el lunes por la tarde yo tenía todo preparado. Salí con tiempo de casa y caminé con calma hasta la estación. Al llegar allí y con la carta en la mano me empezaron a asaltar los nervios. Miré a mi alrededor y solo estaba el hombre de la taquilla de venta de billetes. Delante mía empecé a notar un muro de piedra que yo mismo estaba construyendo. La carta de mi mano derecha se empezó a sentir ridícula. Me cuestionaba mi presencia. Quizás era demasiado pronto. Es posible que me propusiera vernos por compromiso o todavía peor para terminar mis intentos de conocerla. El aire se empezó a sentir pesado. Miré la hora en el teléfono y faltaban unos tres minutos para que llegara el tren. El miedo se apoderó de mi. Dejé la carta en la papelera al lado de la taquilla de venta y salí pitando. Llegué a casa lleno de vergüenza. Al poco tiempo me escribió comentándome su día. Fingí que no había pasado nada y hablamos como en anteriores días. Al día siguiente volví por la estación con otra carta escrita. El resultado fue el mismo que el del día anterior: carta desperdiciada y yo escapando con el rabo entre las piernas. Y al día siguiente y el siguiente y el siguiente. Entré en un bucle en el que cada día llegaba a la estación y terminaba retirándome antes de tiempo. Tenía que convivir con el sentimiento de fracaso mientras fingía en nuestras conversaciones que todavía estaba pendiente que fuera a buscarla un día al azar.




No recuerdo cuantos intentos llevaba ya. Quizás unos diez o doce. Otro día caminando hasta la estación de tren con una carta escrita el día anterior por la noche. Llegué y la estampa era similar a la de anteriores ocasiones. Me encontraba allí solo con el hombre de la taquilla. Faltaban cinco minutos para que el tren llegase y los nervios de las ocasiones anteriores aparecieron. Por dentro me fustigaba por volver otro día más al punto de renuncia. Pero le alivio de poder huir y quedarme en la zona de confort de las conversaciones telefónicas parecía un bálsamo reparador. Como un jugador de baloncesto iba camino de encestar otra carta en la papelera.


-Disculpa joven. - Aquella voz detuvo por completo mis actos. Miré a mi alrededor y era el hombre de la taquilla. Con su mano me indicaba que me acercara. - ¿Me podrías ayudar con una cosa?
-Eeeh, sí claro. Tengo un poco de prisa pero dígame.
-No te preocupes que es algo rápido. Aquí además de billetes de tren vendo productos de papelería y también libros. - Me enseñó unos cuantos ejemplares de varios libros todos edición de bolsillo. - Estoy pensando cuales exponer que puedan gustar a la gente. ¿Tú que opinas?
-Pues... Déjeme ver un momento. -Puso los libros sobre el mostrador. Había algunos interesantes y otros típicos como libros de recetas o de viajes. Pensé durante un buen rato sobre los que podrían tener más tirón. - Estos dos creo que pueden resultar atractivos para gente que lea en el tren y luego si en las estaciones y aeropuerto siempre hay libros de recetas y de lugares típicos de la ciudad es porque tienen su mercado. 
-Muchas gracias mmm, disculpa, ¿cómo te llamabas?
-Rober, me llamo Rober.
-Yo me llamo Vicente, un placer y muchas gracias por tu ayuda. De unos años para aquí estoy un poco desconectado del mundo. Mi esposa falleció y la felicidad que tenía en la vida se fue con ella. Una mujer maravillosa. Le encantaba este sitio, decía que cada viaje es una oportunidad y que de aquí salían un montón de oportunidades. Que solo hacía falta saber cual coger. Disculpa, estoy aburriéndote con mis historias de viejo chocho.
-No hombre, es normal que quiera hablar de una persona que aprecia tanto. Seguro que era una persona fabulosa.


Antes de que pudiera añadir algo el ruido del tren llegando a la estación me congeló. Me abordaron las ganas de escapar. Pero y si me vio desde el tren. No entendería que me fuera. Tenía que quedarme sí o sí. Continué diciéndole cosas a Vicente intentando que no se me notaran los nervios. Miraba de reojo las puertas del tren. Cual aparición divina bajó del tren. Salió tras varias personas y me buscó por la estación. Se le iluminó la cara al verme y caminó hacia mi. Me abrazó en forma de saludo y yo estaba mudo. Antes de que pudiera decir nada comenzó ella.


-¿Esa es una de las cartas que me has escrito todos estos días? Ya tenía ganas de que me entregaras tú una. Gracias Vicente por retenerlo. - Yo intenté balbucear algo pero me interrumpió. - Llevo años cogiendo este tren, nos conocemos muy bien Vicente y yo y desde el primer día que esperaba verte en la estación él hizo la relación de que esperara encontrarte y tú marchándote antes de tiempo. Me dio cada una de tus cartas esperando que fuera la última que me diera él. ¿Qué te pasaba Rober? ¿No querías verme?
-Me daba miedo no estar a la altura de las expectativas. Por carta o por teléfono hay una especie de "distancia" que me protege. Soy elocuente y divertido. Me daba miedo llegar aquí y ser solo yo o aun peor, la persona que miro en el espejo.
-Me hiciste esperar, te toca pagar la primera ronda. - Pasó su brazo por dentro del mío para engancharse y con un ligero tirón dirección a la salida. - Hasta mañana Vicente.


Me llevó al local que me había prometido. Allí tomamos algo juntos mientras hablamos, en alguna ocasión su mano se posaba sobre el reverso de la mía y hasta en dos ocasiones yo tuve tal atrevimiento. Me divertí como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Me dijo que la última película que le recomendé estaba esperando para que la viéramos juntos. Leyó mi carta en alto mientras me sonrojaba y al mismo tiempo ella dibujaba una sonrisa en su cara. Tenía razón la mujer de Vicente sobre las oportunidades y yo tuve suerte de que la mía me buscó a mi.