Soy rematadamente idiota. Cualquiera que lea esto lo pensará y hasta yo mismo lo pienso. No sé cuanto tiempo pasó entre el día que escapé de Bea y el día que volvía a pasear con ella enganchada a mi brazo. Era evidente que algo se había roto pero como en el Kintsugi usábamos oro a la hora de recomponernos. Todo se volvía a ver más hermoso que la vez anterior. Las conversaciones nos llevaban a la deriva por el mar del tiempo. La complicidad se había disparado de la misma manera que nuestros encuentros. Habiendo renunciado al amor juntos nos quedaba tanto cariño para rellenar cien amistades. La transición no había sido fácil pero no podía parar de reír a su lado. Si estábamos locos, esta era una de las mejores locuras. Buenos tiempos que dirían algunos y mientras lo pensaba como si hubiese convocado al mismísimo Diablo las cosas cambiaron. Era una noche y la acompañaba a que pillara su tren. La noche había sido muy divertida e incluso nos habíamos hecho una foto juntos fabulosa. Salimos camino de la estación con el tiempo tan justo que éramos nosotros los que le pisábamos los talones. Mientras que esperábamos a que un semáforo se pusiera en verde noté como su mano apretaba el brazo al que se enganchaba como intentando reclamar mi atención. La miré y me miraba con expresión dubitativa, como si algo la estuviera carcomiendo por dentro.
-¿Te pasa algo?-Le pregunté un poco extrañado al verla tan callada y seria.-¿Está todo bien?
-Pueeeees en realidad... No sé, creo que no debería.
-Bea, creo que puedes contarme lo que sea.
-Llevo toda la noche, bueno en realidad un tiempo pensando algo pero no debería decirlo.
-De verdad que no te preocupes.-Le acaricié la mano con la que se sujetaba a mi brazo.-Tienes toda mi atención.
-La verdad es que llevo pensando toda la noche que estás muy guapo, bueno, lo he pensado siempre pero no sé cuando empecé a verlo de otra forma. Como que estaría bien que nos diésemos un beso, ¿no crees? Pero también se como lo has pasado, que lo pasaste mal y siento que es muy injusto que yo ahora esté así. Que no quiero hacerte daño pero que cuando estoy contigo hay cosas que siento que no encuentro en otro lado.-Me miró a los ojos y pude sentir la tristeza que le producía cargar con todo eso en su mirada.-Ahora mismo me debes odiar.
-¿Odiarte por qué? Si tuviera que odiar a algo es a la situación o a los momentos. Ambos sabemos el ejercicio de contención que he tenido que realizar. Me siento idiota.-Ya estábamos caminando pero me paré para abrazarla y le di un beso en la cabeza.-No sé ni que decir. He puesto tantas cerraduras a esos pensamientos...
-Lo siento.
Llegamos a la estación más acurrucados de lo que iniciamos el trayecto, me acariciaba el dorso de la mano. Su tren había salido y tuvimos que esperar sentados. Volaban sobre nuestras cabezas muchas emociones. Yo tenía miedo. ¿Era un paso atrás? ¿Me seguía sintiendo atraído después de varias decepciones? ¿Qué supondría darnos un beso? Me gustaba pero, ¿eso era suficiente para romper con todo? Cada vez encontrábamos más pegados. El deseo era evidente y nos estaba magnetizando. ¿Desear a alguien es más fuerte que querer a alguien? ¿Se puede querer sin amar? ¿Se puede desear sin amar? Me estaba volviendo loco, por dentro tormenta y por fuera me derretía ante su cada vez más evidente intento de besarme.
-¿Qué piensas? ¿Me odias?
-No te odio Bea, sigo pensando que eres una persona maravillosa y eso es lo que hace más difícil mi posición. Me preguntabas si quiero besarte y pocas veces he tenido tan claro un sí como ese pero, y el pero es importante; no sé si es lo correcto. No sé que supondría.
-Yo tampoco lo sé, me da pánico hacerte daño. Otra vez.
-Si hay algo que me ha tranquilizado desde el principio es saber que no me quieres hacer daño, el cariño de tus actos, la tranquilidad de que me cuides como te cuidas a ti misma.-Pasé mi mano por su mejilla.-Sí creo que estaría genial besarnos.
No sé cuanto tiempo duró todo. Pero durante un tiempo solo estábamos nosotros. Llegó el siguiente tren y nos despedimos. Fue un abrazo largo, como si nos agradeciésemos algo, quizás era eso. Volví con cara de tonto a casa, la felicidad supongo. Todos esos pensamientos se escondían, esperando otro momento para atacar. Hoy no podían hacerme daño. Todavía lo estaba procesando pero el miedo dio paso a la felicidad.