Era un lunes de febrero. Desperté sabiendo que día era pero viviendo en un lunes de febrero de hace unos años. Ese día me rompieron el corazón. Recuerdo ese día perfectamente y lo revivo. Como el beso cuando nos saludamos se sintió raro, quizás algo frío. La forma en la que me miraba mientras me explicaba que llevaba un tiempo que no sentía lo mismo de antes. Recuerdo que pensé en qué momento se dio cuenta de eso, de qué pudo pasar. Recuerdo como me abrazó, que no pude decir nada. Que estuvimos abrazados hasta que perdimos la noción del tiempo. Pasé esa noche y las tres siguientes sin dormir. ¿Dónde lo rompí? ¿Dónde estuvo mi error? Reviví ese día. Viajé a otros momentos donde todo se pudo torcer. ¿Si hubiera hecho eso? ¿Si no hubiera hecho aquello? Recorrí cada uno de los puntos clave del pasado. La cabeza me iba a estallar con tantas noches en vela. Todos estos viajes me estaban desgastando. Era viernes y todos esos momentos revividos no habían cambiado mi vida.
Llegó el lunes siguiente. Cargaba con el peso de la culpa. Decidí no volver a viajar al pasado, me estaba causando dolor. Pensé que el futuro sería una forma de que este "poder" diera mejores frutos. Viví cientos de vidas. Todos esos "y si..." que podrían pasar. Surcaba por ellos saltando de uno a otro en cuanto me encontraba un escollo que arruinaba mi futuro. En cada futuro un error. Si no tengo esto, no puedo alcanzar aquello en ese momento. Ya es tarde para plantearse esa vida. Esa vida no es realista con tu momento actual. ¿De verdad quieres eso? Me descubrí descartando uno a uno cada uno de esos futuros. El miedo me invadió, ¿no tengo futuro?
Viajar en el tiempo me había atado a dos malos compañeros de vida: la culpa y el miedo. Gasté dos semanas de mi vida para ser preso de algo que no puedo cambiar y de algo que todavía no he podido vivir. El lunes siguiente dejé de viajar. Quizás por eso no viajemos en el tiempo, dos semanas de vida parece un precio muy grande para no ganar nada.
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