No se puede olvidar lo que nunca sucedió. No se pueden curar las heridas que nunca se han producido. Siento como un viejo y bajo las escaleras saltando como un niño. Conocer a Sheila no fue buscado pero de una forma un poco extraña sí deseado. Deseado como el naufrago que desea que lo encuentren y lo rescaten. Todavía me estaba reconstruyendo tras la bola de demolición que fue para mi vida alejarme de Bea y sobrevivía ahogando cada noche las penas. Mucha gente se pregunta a donde va todo ese amor que no nos damos y yo me preguntaba donde estaba metiendo toda esa tristeza que estaba enterrando. La respuesta vino pronto en forma de malestar que subía desde mis piernas a mi estómago y que me obligó a cambiar un poco mi estilo de vida. Empecé a hacer deporte. Así es como conocí a Sheila. Un día que salí a correr coincidí con ella y sentí que la novedad de la circunstancia hacía que me apeteciera darme una oportunidad. Sheila vivía la vida como una jugadora de póker novata: all in o ni empezaba la partida. Sentía que no existían los grises en su mundo. O era como una segunda piel o se escondía mejor que Carmen Sandiego. Quedamos varias veces y nos tratábamos como viejos conocidos. Ambos escapábamos de la tristeza del desamor y esa historia en común nos hacía tratarnos como si ya nos conociéramos. Ya era otoño y estábamos degustando una tarta que había hecho. Yo estaba un poco nervioso porque nuestros últimos encuentros giraban en torno a su pasado y como no se permitía avanzar. Yo nunca he metido prisa a nadie pero la realidad es que veía como avanzábamos en dirección contraria a la del tiempo.
-Está deliciosa, hay que reconocerte que tienes mucha maña para la repostería.
-Gracias, a ti no se te da bien porque eres un caos, no te gusta seguir la receta, te crees más listo que la receta.
-¿Y si resulto ser más inteligente que el inventor de la receta? ¿Y si mi versión es mejor? No creo que lo que dicte el pasado me impida crear algo mejor.
-¿Es una indirecta?
-¿Qué?
-¿Crees que no lo noto? Sé como me miras y todo el tiempo que llevamos quedando. Lo siento, pero no puedo darte eso que quieres...
-Perdona, ¿qué es lo que crees que quiero?
-No nos hagamos los tontos Rober, te apetece que pase página, que solo tenga ojos para ti. No estoy ahí y no sé cuando podré estar.
-No sé donde estás y disculpa si en algún momento has sentido algún tipo de presión por mi parte. No es intencionada, simplemente creo que mi interés es evidente. Estamos compartiendo mucho y bueno eres una persona fabulosa. Tan apetecible como todos los postres y todos los momentos que hemos compartido juntos. Si te soy sincero... Yo también me siento un tanto perdido. Creo que tu corazón es un laberinto y me has metido ahí dentro para proteger que nadie entre ni salga. Soy el Minotauro del laberinto de Creta y creo que también voy a tomar el papel de Teseo cancelando mi papel de guardián.
-¿Qué significa eso? ¿Quieres que no nos volvamos a ver?
-Necesito que te aclares, que seas capaz de decirme como encajo en tu vida.
-Eres importante para mi pero no me puedes pedir esto.
-No es justo pero sí necesario.
Me levanté, me acerqué a ella y le besé en la mejilla como despedida. Le dije que llamaría el fin de semana que viene y que no estaba enfadado. Quizás fuera lo inesperado de la conversación o lo delicado de mi salud pero en cuanto atravesé la puerta un sudor frío me inundó de la nuca a los talones. Pasé dos noches sin ser capaz de dormir. Al tercero salí a correr por la misma ruta donde la vi por primera vez y no estaba. Hacía frío y quise pensar que ese era el motivo por el que no coincidimos. Durante la semana me impacientaba mirando el teléfono esperando encontrarme una llamada perdida o un mensaje, no pasó. Llegó el viernes y esperé a salir del trabajo para escribirle. Era un mensaje interesándome por ella y ofreciendo vernos. Pasaron las horas y no hubo respuesta. Llegó el sábado y supe que no la obtendría. Durante un momento me planteé buscarla en su casa pero sentí que eso sería de desquiciado. Durante los primeros diez días miraba el teléfono compulsivamente esperando encontrarme una señal de vida. Las dos semanas que le siguieron empecé a dudar de la realidad, como si esa persona y yo siempre hubiésemos sido dos desconocidos. ¿Podría ser que todo ese tiempo juntos era una fantasía? ¿Esa persona había desaparecido o siempre ha sido un fantasma? El dolor de un golpe que nunca se había dado. Tardé un mes en que llegaran las las primeras lágrimas que me acompañaron como una nana antes de ir a dormir durante un buen tiempo. ¿Por qué me sentía así? No había pasado nada entre nosotros y sentía el dolor de haber perdido una vida juntos. ¿Le habría pasado algo? Dos meses más tardes la vi por la calle, noté que durante un instante me reconoció y siguió como si nada. En ese instante lo entendí, no se había esfumado de mi vida era yo el que me había convertido un fantasma en la suya. Había sido enterrado y olvidado, puedo descansar en paz.
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