El trabajo de oficina. Qué decir. Hacen de la rutina la mayor de sus virtudes y al mismo tiempo el más grande de sus defectos. Lo reconozco, odiaba ese trabajo pero pagaba las facturas y trabajar de lunes a viernes con dos días de descanso se siente un regalo de los Dioses. Los lunes siempre los mismos comentarios y los viernes el tiempo se congela. Horario partido durante la mayor parte del año y horario de verano cuando llega el calor. Tan predecible como las personas que nos encontrábamos allí. Todavía no había llegado el calor en forma de horario pero ya era uno de esos jueves donde el sudor que recorría mi espalda y el tiempo congelándose se volvían una combinación letal. Me agobiaba mirar mi reflejo sudoroso y aburrido en la pantalla del ordenador. Tenía que escribir unos documentos para un cliente que había llamado en dos ocasiones a lo largo de esta interminable mañana. Ya no podía más, tras mirar en el reloj que me quedaban dos horas para poder irme a comer a mi casa me dirigí al baño anhelante de poder tomarme un respiro. Caminé lo más rápido que pude intentando evitar conversaciones. Entré en el bañó, se encendió la luz de manera automática y me puse delante del lavabo. Me empapé la cara y la nuca. Durante un segundo sentí alivio. Me miré en el espejo. Tenía un aspecto terrible. En el espejo se reflejaba lo que parecía una especie de botón rojo como los de las películas. Me detuve a mirarlo y no se reflejaba, asomaba del espejo. Miré a todos los lados intentando ver si había algo más en la habitación distinto. Nada. Solo un botón en el espejo. Dudé un instante y lo pulsé.
El baño se quedó completamente a oscuras. Maldita luz automática pensé y moví los brazos para que el detector de movimiento encendiese las luces de nuevo. Nada. Volví a mirar al botón y ya no estaba. Parecía que estaba en algún especie de pasillo y que a lo lejos se veía la luz. No entendía nada. Volví a agitar los brazos y siguió sin cambiar nada. Grité para ver si alguien me estaba gastando una broma. Pero no me salió voz. Volví a gritar y no tenía voz. Me di por vencido y avancé hasta la luz. Cuanto más me acercaba más se veía como una especie de salida. Asomé la cara y estaba en una cueva "como Platón" pensé y durante un segundo esta pequeña gracia me hizo olvidarme de mi situación. Miré en todas las direcciones antes de salir del todo. Solo había un páramo de tierra seca. Salí de la cueva y tras dar un pasos adelante vi una figura a lo lejos de una persona que parecía saludarme. Me resultó conocida. Y avancé con cautela hasta que lo reconocí. Era mi abuelo. No podía ser... El había... Había... Hace ya unos cuantos años. Parecía feliz como antes de la cama del hospital. Me saludaba como cuando era un crío y lo iba a visitar como antes de la silla de ruedas. Me miraba con esa alegría y esa inocencia que compartíamos como antes de la enfermedad. No me lo podía creer. Corrí hacia él. Llegué a donde estaba y solo me sonrió como si no hicieran falta las palabras. Quise preguntarle que estaba pasando pero no tenía palabras. Parecía altísimo. Hacía tanto tiempo que no lo contemplaba así. Miré mis manos y eran las de un niño. Me acaricié la cara y no había barba. Volvía a tener diez años pero ahí delante estaba mi abuelo. Lo abracé. Me volvió a acariciar la cabeza como él hacía. Lo apreté lo máximo que pude contra mi, como si sintiera que me lo fueran a arrebatar. Intentaba gritarle tantas cosas pero no tenía voz. Empecé a llorar mientras el también me abrazaba. Le apreté tanto que tuve que cerré los ojos que ya estaban hasta arriba de lágrimas. Apreté. No se escuchaba nada. No veía nada.
Noté un toque en el hombro. Me sobresalté. Me preguntaron si estaba bien. Miré para atrás y estaba un compañero de oficina. Le dije que estaba bien. Me contestó que le sorprendió verme a oscuras en el baño solo y se preocupó. Me miré en el espejo y volvía a tener mi aspecto. Y al contestar a mi compañero volvía a tener voz. No entendía que había pasado. Me dijo que si no pasaba nada que me se iba a su puesto que tenía que terminar algo antes de tener una llamada con un superior. Noté que me miraba mucho para el calzado. Miré mis pies y tenía el calzado y los pantalones sucios. Como si hubiese corrido por tierra seca llenos de polvo. Me asusté un poco. ¿Había pasado de verdad? Miré el reloj, todavía faltaban dos horas para poder irme a casa. Me volví a lavar la cara pero no pasó nada. Toqué el espejo donde antes estaba el botón pero siguió sin pasar nada. Decidí volver a mi escritorio. Estaba tan asustado de lo que me acababa de pensar que en cuanto me senté solo pude pensar bendita rutina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario