No hay nada más espeso que la sangre. Así terminaba la última carta del padre de María. Habían pasado tres meses de esa carta. Tres meses en los que María había dejado atrás su vida para emprender la búsqueda de su padre en otra ciudad. Cada semana le llegaba al menos una carta y cuando pasaron dos semanas sin recibir una no dudó ni un instante en seguir los pasos de su padre en su búsqueda. Ser hija de Ignacio Lacasta tiene como "premio" un espíritu aventurero innato. Durante años, María siguió los pasos de su padre por medio mundo, pero dos años atrás y tras cumplir los treinta decidió volver a la casa de su infancia a decidir cuál sería su camino. En ese tiempo la comunicación epistolar con su padre fue su mejor compañía. Cada día le escribía una o dos páginas esperando que le llegase una carta de su padre con una dirección para poder enviarle su misiva con la respuesta. Su padre estaba siguiendo unos textos antiguos sobre una orden religiosa seguidora de un dios pagano y ligada a ciertos enclaves en territorios europeos con ciertas conductas cercanas a ser una secta. Durante su investigación las cartas de su padre se habían vuelto cada vez más caóticas y pesimistas. Y en las cinco últimas se podía apreciar una cierta paranoia alrededor de la idea de que le estaban siguiendo. Le había indicado la forma de encontrarlo. Lo podría buscar en la ciudad donde le enviara la última carta, cada noche va a la biblioteca a leer una hora antes de que cierre y guarda al lado de la biblia su libreta personal de anotaciones. Con esos dos datos un mes después de las últimas noticias de su padre estaba llegando a la ciudad desde la que le escribió por última vez. A los pocos días encontró un trabajo en un bar como camarera y una semana más tarde comenzó su búsqueda ya instalada en su nueva ciudad.
Cuando sonó el despertador quiso aplazarlo pero se tuvo que recordar lo que estaba en juego. Había estado doblando turnos en el bar para poder enganchar varios días libres y todo el cansancio se acumulaba como una picazón detrás de los ojos. Se pegó una ducha rápida y salió camino de la iglesia del Padre Mateo. Tras explorar durante las primeras semanas tanto por la mañana como por la tarde las bibliotecas de la ciudad María no había encontrado ni una sola pista de su padre. Aprovechó las enseñanzas de su padre sobre conseguir información para a través de los clientes del bar ver si alguien podría reconocer a su padre. Varios días de trabajo de investigación sonsacando información dieron sus frutos de la manera menos esperada. Su jefe había visto a su padre en las fechas que ella lo sitúa en la ciudad, había sido cliente de uno de sus locales y además le informó que la ciudad tiene una biblioteca extra situada en la iglesia. María agradeció casi en lágrimas toda esa información que daba un punto nuevo de esperanza a su búsqueda. Su jefe tenía cierta "fama" en la ciudad, pero para ella solo había sido una bendición.
La iglesia todavía no había abierto y pudo ver como un grupo bastante numeroso de personas se despedía del párroco muy agradecida y tras lo cual al religioso se le cambiaba el semblante y se metía veloz dentro. María decidió entrar y al ver la señal que indicaba la biblioteca bajó directa a ver si podía encontrar una pista o reunirse con su padre mientras iba a recoger su libreta personal de anotaciones. Buscar una biblia en la biblioteca de una iglesia le pareció lo contrario a buscar una aguja en un pajar. Esta idea le sacó la primera sonrisa en mucho tiempo. La esperanza de que pudiera encontrar a su padre le había mejorado un poco el humor. Estantería por estantería fue buscando por temática hasta dar con la de textos religiosos. La biblia, la biblia... ¡Eureka! La sacó de donde estaba colocada y se cayó con ella un cuaderno un tanto gastado al suelo. María se quedó congelada. Por la forma en la que estaba colocada a presión al lado de la biblia solo podía ser el cuaderno de su padre. Lo recogió, se sentó en la mesa más cercana para verlo con calma y al abrirlo en la primera página pudo encontrar una frase que indicaba que "Este cuaderno pertenece a Ignacio Lacasta". En ese momento empezó a temblar de felicidad. Al fin una prueba física de que su padre estaba ahí. Se llevó las manos a la cara para que aunque estuviera sola nadie la pudiera ver llorar. Sin poder recomponerse sintió una mano en su hombro bastante firme y antes de que pudiese girarse la interrumpieron.
-¿Te puedo ayudar hija mía?
-Dis, disculpe... ¿Es usted el Padre Mateo? Perdone, no es nada. Es solo que...
-No se preocupe, sí soy el Padre Mateo, aunque usted puede llamarme Mateo a secas. Esta es la casa del Señor y aquí esas emociones que sienten no son mal vistas pero también es deber de un Padre reconfortar a sus hijos, ¿no cree? -El Padre Mateo le ofrece un pañuelo de tela.
-Sí, sí. Muchas gracias padre, es usted muy amable. Es que esta lectura me hace muy feliz.
-La entiendo, muchas hora he pasado aquí viajando con todas las obras que nos han proporcionado todos estos grandes autores. Pero si me permite una aclaración, no hace falta que me trate de usted. Solo soy un simple servidor, no necesito tales tratos. Si no necesita nada más voy a retirarme con una lectura también. Por lo que respecta al pañuelo, puede quedárselo, es una pertenencia de otra vida que ya era hora que encontrase otro dueño.
María miró al trozo de tela y pudo ver un bordado rojo burdeos con las iniciales M. L. en una tipografía bastante elegante. Se lo guardó agradecida después de limpiarse las lágrimas comenzó la lectura del cuaderno. En ella iba relatando el viaje desde Somalia hasta la ciudad donde se encontraba siguiendo las pistas de un antiguo culto a una especie entidad relacionada con las pesadillas y el miedo. Los primeros textos datan del siglo séptimo donde soldados del ejercito etíope del rey Askum localizaron y masacraron enclaves religiosos que rendían culto a un entidad maligna. Con la llegada de los portugueses en el siglo quince se pueden encontrar referencias tanto al culto como a este dios pagano en distintos territorios portugueses hasta llegar a zonas de la actual Extremadura y Galicia. En esta última, es donde se encontraba el investigador en las últimas fechas anotadas. Detectaba que la creencia en las "meigas" y en ciertos "seres paranormales" habrían dado lugar a que se asentaran grupos de culto a esta entidad. Argagax era conocido por propagar el terror allá donde sus fieles lo reclamaran y de destruir las mentes de sus enemigos en la noche antes de esclavizarlos en su reino de pesadilla hasta el fin de los tiempos. María tragó saliva ante la descripción de los horrores que describían los textos sobre este ser. No era creyente pero la posibilidad de que un monstruo como ese existiera la hizo estremecerse. Antes de que pudiera continuar con la lectura un par de libros cayeron de la estantería. Se levantó a colocarlos en su lugar pero varios más procedieron a precipitarse dándole uno de ellos en la frente a María. Antes de que pudiera reaccionar más y más libros saltaban de las estanterías como endemoniados.
-¡Debe de ser un terremoto! -Sintió otra vez la misma mano pero esta vez como la sujetaba de su mano.- Subamos para que no se nos caiga la iglesia encima.
María se resistió un segundo al poderoso tirón del Padre Mateo para poder alcanzar el cuaderno de su padre. Ni que se la tragase la tierra misma impediría que se fuera con la único que tenía para encontrar a su padre. Subieron intentando a hablarse a gritos pero el ruido de los libros cayendo era ensordecedor y apenas se podían escuchar. Al llegar a la planta principal la iglesia estaba impoluta, parecía imposible que estuviera así después de la sacudida que había recibido la planta inferior. Al ver por las ventanas se dieron cuenta que ya había pasado el atardecer. Ambos se habían perdido en la lectura casi diez horas en la biblioteca. Había cuatro personas sentadas en los bancos de la iglesia y el padre se acercó mientras les preguntaba si habían notado la sacudida. Pero no contestaban. Ya a la altura de ellos, el padre con toda su envergadura empezó a temblar y a retroceder lentamente. María no entendía nada. Cuando esas cuatro personas se giraron tenían toda la cara llena de arañazos que les habían dejado surcos en la piel y en el lugar donde deberían estar los ojos solo había un pozo rojo. El padre se puso en medio de María y estas personas que se levantaron y avanzaban con una sonrisa malvada a ellos dos. Juntó las manos para rezar escondida detrás del cura. Pensó que era el fin.