Mariña era una niña de nueve años. Como muchas niñas de su edad iba al colegio. Soñaba con crecer y convertirse en profesora, futbolista y veterinaria. Le gustaba leer, jugar al fútbol en el recreo y los domingos ir con su padre a dar un paseo con el abuelo. Era una niña feliz que disfrutaba de cuidar a las personas que quería como si de un jardín se tratara. Como cada mañana de colegio Mariña recogió su almuerzo en la mesa de la cocina y la metió en la mochila antes de despedirse de su madre e ir directa hacia la parada del autobús escolar. Allí ya le esperaban algunos de sus amigos y alumnos de otros cursos. Ya en el recreo ese día se acercó su amigo Marcos a hablar con ella. Le contó que estaba triste porque se había enfadado con su hermano. Mariña le escuchó atentamente y le dio un abrazo al terminar. Marcos se sintió mucho mejor y Mariña se alegró de ayudar a su amigo. Volvieron a clase juntos y ese día transcurrió con perfecta normalidad.
Al día siguiente como cada día Mariña terminó su ritual matutino de antes de ir a clase recogiendo el almuerzo de la mesa de la cocina. Pero algo extraño sucedía, al contrario que el día anterior; no la alcanzó el almuerzo hasta que se puso de puntillas. Le pareció raro a la niña pero no le quiso dar mayor importancia y fue al colegio. En el autobús escolar se sentó con su amiga Laura. Laura con los ojos llorosos le contó que su abuela estaba enferma y que tenía miedo que no volviera del hospital. Mariña intentó animar a su amiga contándole que su abuelo a veces también enferma pero va al hospital y se acaba encontrando mejor. Las amigas se dan un abrazo y se prometen meter muchos goles en el partido de fútbol del recreo. Mariña metió un gol y Laura dos. Laura parecía más animada. Y el resto del día transcurrió con perfecta normalidad.
Al día siguiente Mariña cuando fue a recoger el almuerzo de la cocina ni de puntillas la podía coger. Tras pegar unos saltos la pudo pillar y guardar en su mochila. Las clases de ese día terminaron y ese día Mariña tenía clase de natación. En natación se dio cuenta de que su compañera Uxía se negaba a meterse en la piscina. Tanto la profesora como Mariña se acercaron y hablaron con ella. La animaron a unirse al resto del grupo y al final el grupo entero se divirtió un montón. Uxía agradeció a Mariña y a la profesora que la agradecieran. Y el resto del día transcurrió con perfecta normalidad.
Al día siguiente Mariña llegó al momento de la recogida del almuerzo un poco desanimada. Al llegar a la mesa ni los saltos le sirvieron para alcanzar el almuerzo y necesitó mover una silla y subirse a ella. Su madre se fijó en la escena y se preocupó un poco. En cuanto Mariña se dirigió hacia la escuela su madre cogió el teléfono y llamó a los padres y madres de los amigos de su hija. Cuando volvió del colegio, Mariña se encontró a su madre esperándola con un buen grupo de sus amigos y sus amigas. Todos habían notado que estaba un poco cansada de tanto preocuparse por los demás que no estaba teniendo tiempo para ella y estaban allí para demostrarle que se preocupan por su felicidad. Todos se abrazaron y Mariña notó como eso que le estaba haciendo pequeñita desaparecía. Entendió que cuidar a los demás y preocuparse por ellos está bien, pero que también tiene que dejar hueco para cuidarse a si misma. Su madre le indicó que había dejado la merienda para todos en la mesa de la cocina. Mariña pudo cogerla sin problemas.
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