Es viernes. En unas horas la gente de bien despertará para empezar su sábado. Yo no soy una de esas personas.Estoy solo, triste y borracho. Estoy en la mesa de la cocina haciendo el mayor de mis esfuerzos para mantener la mirada en el teléfono. Miro su número de teléfono. Llevamos tres semanas sin saber nada del uno del otro. De manera oficial claro. A estas horas debería estar en la cama. Quiero llamarla. Miro como como los hielos de mi copa apenas existen. Me paso la mano por mis ojos cansados. Respiro hondo. Me quito los pantalones. Pulso la marcación automática. Primer tono. Segundo tono. Tercer tono. Cuarto tono, espera; se corta a la mitad.
-¿Diga? ¿Quién es?
-Sé que no es la mejor hor...
-¡No! ¡No, no, no, no! ¿Estás de coña Rober?
-Mira, necesito un momento. Solo será un momento y se acabó.-Noto un suspiro largo que me indica que me va a escuchar. Durante un momento tengo ganas de acabar la copa pero decido tomar aliento y aclarar las ideas y lo más calmado posible le digo.-Ya no sé cuantas veces hemos estado en esta noche, en este momento. ¿Cuántas veces nos hemos ido para siempre el uno de la vida del otro? ¿Cinco? ¿Seis? ¿Importa? ¿La verdad? Estoy cansado. Estoy cansado de tener que llamarte de madrugada, de que discutamos, de que nos ocultemos cosas, de beber demasiado para olvidarte, de vivir en esta guerra eterna... Joder, esto no tendría que ser así. Sé que me quieres, lo sé maldita sea. Y yo adoro ver tu silueta a través de la mampara cuando te duchas, como hueles por las mañanas, tu sonrisa tras cada beso y podría seguir así toda la noche. Pero el tema no es ese. Te llamo porque estoy en casa de un amigo solo y no puedo parar de pensar en como construimos un hogar, un sitio donde siempre podíamos volver el uno al otro. Eso tiene que significar algo. En este punto tenemos claro que no vamos a cambiar pero tenemos que aceptarnos. Tengo una copa delante y solo quiero salir de aquí corriendo, llegar a junto tuya y ver como me abres la puerta con tu cara de enfado por mantenerte despierta a estas horas y besarte. Sé que parezco idiota siempre chocando con la misma piedra pero ahora mismo quiero romperme la cabeza si es necesario. Me gustaría verte ahora mismo y matarnos como solo nosotros sabemos. ¿Qué me dices?
-Mira Rober... Date una ducha, no quiero que huelas a alcohol, idiota.
-Dame media hora.
Cuelgo. Otra vez ella. De nuevo, por enésima ocasión. Es probable que todo vuelva a fracasar, me da igual. Abro la ducha y mientras el agua se calienta pienso en todos los errores que hemos cometido en el pasado. Siento que podemos ser mejores y me lo creo. Entro en la ducha y tarareo la canción que me recuerda a ella. El agua todavía no está caliente pero lo estará. Yo no sé si estoy listo para volver a verla pero lo tendré que estar.
miércoles, 29 de julio de 2020
viernes, 12 de junio de 2020
La llamada
Todo lo que me ha importado lo he roto o me ha hecho daño. Ese pensamiento me encadena a la apatía cada mañana y me mantiene en vela cada noche solitaria. Y ya ni escribo si no he vaciado varias copas anteriormente o si la resaca me obliga a vomitar palabras. Y miro la pantalla y las horas siguen pasando. ¿Qué ha sido esta vez? ¿Has roto algo o te han hecho daño? Y solo pienso en escribir para que esos pensamientos se escapen en medio de la escritura. Suena el teléfono. Es un error del pasado, uno que cometí yo.
-¿Rober? ?Estás ahí?
-Sí, dime.
-Solo quería saber si estás bien.
-Estoy como la última vez que hablamos, igual de borracho, igual de imbécil e igual de perdido. No ha cambiado nada.
-No tienes que ser así conmigo, nosotros antes...
-Antes. Del nosotros solo queda el otros, porque eso es lo que somos, otros, extraños el uno para el otro. No voy a discutir por teléfono.
-No te he llamado para eso, lo sabes.
-Lo sé, pero sigo igual de imbécil y discutiremos. Lo siento, tengo que colgar, cuídate.
Antes de que pueda decir nada cuelgo y me alejo del teléfono. Asomo la mirada por la ventana. Por lo menos he sido sincero, casi del todo. Porque es cierto que estoy borracho y que soy un imbécil pero creo que cada día estoy mas perdido. Quizás debería salir a que me de el aire. No lloro, ya no. Pienso en ella, en que tenía buenas intenciones depositadas en un mal lugar. Pienso en mis malas decisiones del pasado. Pienso que quizás debía escucharla. Miro al teléfono. Dudo. Rescato una cerveza de la nevera y me tumbo en la cama. Como puede llegar a doler la vida.
-¿Rober? ?Estás ahí?
-Sí, dime.
-Solo quería saber si estás bien.
-Estoy como la última vez que hablamos, igual de borracho, igual de imbécil e igual de perdido. No ha cambiado nada.
-No tienes que ser así conmigo, nosotros antes...
-Antes. Del nosotros solo queda el otros, porque eso es lo que somos, otros, extraños el uno para el otro. No voy a discutir por teléfono.
-No te he llamado para eso, lo sabes.
-Lo sé, pero sigo igual de imbécil y discutiremos. Lo siento, tengo que colgar, cuídate.
Antes de que pueda decir nada cuelgo y me alejo del teléfono. Asomo la mirada por la ventana. Por lo menos he sido sincero, casi del todo. Porque es cierto que estoy borracho y que soy un imbécil pero creo que cada día estoy mas perdido. Quizás debería salir a que me de el aire. No lloro, ya no. Pienso en ella, en que tenía buenas intenciones depositadas en un mal lugar. Pienso en mis malas decisiones del pasado. Pienso que quizás debía escucharla. Miro al teléfono. Dudo. Rescato una cerveza de la nevera y me tumbo en la cama. Como puede llegar a doler la vida.
sábado, 16 de febrero de 2019
La jaula
Mírate. ¿Qué han pasado? ¿Diez, once años? Y ahí sigues, dentro. No, no estás preso. No, nunca tuviste un ala rota. Nadie ha escondido la llave. Mírate, cobarde. ¿No te duele mirarte? Ella hace mucho que abrió la puerta. Ya no quedan barrotes que te retengan. ¿Cuánto tiempo llevas ahí dentro? ¿Diez, once años? En silencio, observando, deseando. ¿Acaso no tienes amor propio? Ella se fue hace ya mucho tiempo, seguro que ni te recuerda. Y a ti todavía te da vergüenza decir su nombre. No es vergüenza, es miedo. Te da miedo. No olvidas, peor, la recuerdas cada día. Recuerdas la primera vez que te habló, cada una de sus palabras. Recuerdas tu deseo al verla. Su mirada, sus ojos verdes. Su sonrisa. Y todavía sigues ahí, recordando. ¿No te duele? Seguro que si escucha tu nombre no sabría decir quién eres. ¿Y la recuerdas? ¿Y te quedas ahí dentro? Recuerdas al contacto de su piel, como te ponía la piel de gallina. Porque eso es lo que eres, un gallina, un cobarde, un inútil. ¿Diez, once años? Mírate, seguro que ni te sostienes la mirada en el espejo. La recuerdas cada día y para ella no existes. Recuerdas la primera vez que te dijo "te quiero" y como te dejó sin aliento. ¿La quieres? Si ni siquiera tienes amor propio, ¿tienes el valor de querer a alguien? ¿Diez, once años? Todavía conservas esos zapatos que te recuerdan a ella y para ella no existes. Recuerdas el beso que nunca le diste y las palabras que no fuiste capaz de pronunciar. Porque sabias que era ELLA. ¿Cuánto tiempo vas a seguir ahí dentro? ¿Cuándo te vas a permitir salir? Para ella no existes. Para ella no eres nadie. Lo sabes y te niegas a creerlo. ¿No decías que si escribías sobre ella se pasaba? Y ahí sigues, dentro. No tienes un ala rota. No hay ninguna puerta cerrada. No hay barrotes. No existe ninguna jaula.
martes, 11 de octubre de 2016
Cuando la conocí.
En casa es muy difícil conocer gente, podría decirse que este es el principal lema social de cualquier borracho. En casa podemos beber más cómodo, más barato y sin la posibilidad de que te partan la cara pero la magia de la calle y especialmente de los bares es algo inexplicable para el no entendido en despertarse con dolor de cabeza y medio estómago en la taza de wáter. Por ese motivo me metí en el coche de una Bea con una resaca todavía más fuerte que la mía para viajar a otra ciudad a celebrar San Juan. La idea me ilusionaba y el medio centenar de cervezas que metí en el maletero no hacían más que aupar mi espíritu festivo. Si dijera que el viaje fue tranquilo mentiría, pero aquella mujer sabía conseguir que mi estómago se encogiera con cada giro brusco por la autopista.
El calor y los volantazos consiguieron que me empezase a preocupar por el elixir dorado que llevabamos y en un par de ocasiones tuvimos que parar para probar que la mercancía todavía seguía en buen estado y de paso adormecer ligeramente el dolor de cabeza fruto de los excesos de la noche anterior. A pesar del zumbido en la cabeza, podía visualizar la noche con claridad: tumbado en la arena bebiendo y dejando que la vida se ahogue con el paso de las horas y la bebida.
-Rober, ¿y las mujeres? ¿Estás con alguna?- Mi cara debió explicar la realidad de mi actual soledad porque al instante añadió. -¿Qué fue de aquella mujer casada con la que te fuiste aquella vez?
-Un juego, un mal chiste. No creo que llegásemos a interesarnos, pero me divertía. Una vez subí a verla con el bañador puesto porque me dijo que tenía jacuzzi en su casa y tengo que reconocer que me apetecía bañarme allí más que meterla en la cama... Al final, ni lo uno ni lo otro. Me contó que su marido al final no se iba, supongo que se arrepentía de toda la mierda que echó sobre su relación o que definitivamente yo no soy tan buen querido como ella pensó.
-Esta noche habrá otras, no te agobies por eso. Siempre que paseo por Coruña pienso que si no viviese con Marcos el cabrón se estaría follando a todas esas guarras que hay por la noche.
-Si alguna vez dudas de su fidelidad siempre le puedes dar uno de estos viajecitos en coche, seguro que comprende que es mejor no joder contigo.
Y llegamos. Para alguien que no sea de Vigo o de A Coruña es imposible entender la rivalidad entre ambas ciudades y como cada una de ellas la vive a su manera. Para mi era una ciudad enemiga y al mismo con unos cuantos encantos dignos de disfrutar. San Juan era uno de ellos y valía la pena aparcar por una noche todo signo de enemistad por tener en ese ámbito una noche tranquila. Cuando llegamos al piso de Marcos y Bea tuvimos que recibir alguna que otra broma de gustos dispares por venir de la ciudad enemiga. Al ver toda la bebida que portábamos, los ataques se transformaron en alabanzas y supimos que era el momento de ir a la playa y empezar a beber.
Llegados a este punto tengo que confesaros que sí existía una mujer en mi vida, no estaba en mi vida pero si en mi cabeza. Entró y se fue tan rápido que no pude asimilar el desahucio que causó en mi. Pasé desde el más profundo deseo físico a la estúpida idea de que si pudiese volver a los tiempos del instituto forraría todas mis carpetas con corazones con su nombre. Era irracional, era imposible y al mismo tiempo real. Tan real que todavía hoy puedo recordar su mirada en el momento en el que me la presentaron, las ganas que tuve de decirle que a partir de ese día todo lo que escribiese la tendría a ella como protagonista o el cosquilleo en la nuca que tuve al escuchar de sus labios mi nombre. Y aquella noche, en aquella maldita ciudad estaba ella, tan imposible de encontrar entre la multitud que ni solo la idea de pensar que la vería hacía sonar carcajadas de burla en mi cabeza.
-Tío, ¿vamos a dar una vuelta?- Desperté de mi ensoñaciones al sentir la mano de Dani en mi hombro.
-Eh, si claro, por qué no.
Apenas quedaban unas diez cervezas y necesitaba moverme un poco para no quedar dormido en la arena y despertarme al día siguiente entre los restos de la fiesta en la playa. Caminamos conversando mientras apurábamos un par de cervezas y no paraba de darle vueltas en mi cabeza a la idea de que Lara estaba en la misma playa que yo, en cualquier lugar pasándoselo bien ignorando que nos podríamos encontrar el uno a un paso del otro o que todavía pienso en ella. No paraba de pensar en ella hasta que un ruido frenó la maquinaria de mi cabeza y la conversación, cuando me giré a ver el origen creí tener visiones, allí estaba ella. No podía ser, pero así era. Si la vida te da limones dicen que habrá que hacer limonada y si te da a la chica pues tendrás que no acojonarte y ahí que me acerqué. Estaba con una amiga bebiendo y no me vio hasta que estuve bastante cerca de ellas.
Cuando me reconoció me saludó con afecto y me invitó a sentarme con ella y su amiga, Dani, sintiendo que sobraba; se marchó por donde habíamos venido. Al principio éramos los tres los que hablábamos amistosamente, pero llegados a un punto mi mente desconectó y contemplaba ensimismado cada uno de sus gestos, como decía cada palabra, su sonrisa, cada movimiento. Sentí la misma fascinación que debieron sentir los primeros hombres mientras contemplaban los rayos atravesar el cielo. Joder, me habría quedado en aquella playa toda mi vida. Y sentía su mirada y en aquel momento no pude desearla más. Me volvía loco la idea de besarla y todo mi cuerpo me pedía que diera el paso.
Y ahí sucedió la magia. Cuando dos personas se conocen existen varios momentos claves que definen todo lo que va a pasar entre ambos cuando suceden. Aquella noche en aquella playa fue uno de ellos. Cuando me invitó a seguir la noche con ella y su amiga me acobardé, me sentí abrumado por todo lo que empezaba a significar aquella mujer para mi cuando apenas la conocía. La llamada de un amigo al teléfono fue suficiente excusa para poder escapar por la puerta de atrás derrotado. Se bajó el telón, el truco no había funcionado por el miedo escénico y la historia no se llegó a escribir. Ahora con la perspectiva de los años y de la bebida siempre me puedo convencer de que no era para tanto, que la nostalgia me hace exagerar, que habríamos sido otro tren descarrilando. No lo sé. Cuando pienso en aquella noche, en lo que significó para mi no me siento orgulloso. Y cada vez que la vida me lleva a beber en la playa no puedo dejar de pensar en su sonrisa y en lo estúpido que debí parecer allí boquiabierto disfrutándola.
Asique si la vida te da a la chica, no te acojones.
El calor y los volantazos consiguieron que me empezase a preocupar por el elixir dorado que llevabamos y en un par de ocasiones tuvimos que parar para probar que la mercancía todavía seguía en buen estado y de paso adormecer ligeramente el dolor de cabeza fruto de los excesos de la noche anterior. A pesar del zumbido en la cabeza, podía visualizar la noche con claridad: tumbado en la arena bebiendo y dejando que la vida se ahogue con el paso de las horas y la bebida.
-Rober, ¿y las mujeres? ¿Estás con alguna?- Mi cara debió explicar la realidad de mi actual soledad porque al instante añadió. -¿Qué fue de aquella mujer casada con la que te fuiste aquella vez?
-Un juego, un mal chiste. No creo que llegásemos a interesarnos, pero me divertía. Una vez subí a verla con el bañador puesto porque me dijo que tenía jacuzzi en su casa y tengo que reconocer que me apetecía bañarme allí más que meterla en la cama... Al final, ni lo uno ni lo otro. Me contó que su marido al final no se iba, supongo que se arrepentía de toda la mierda que echó sobre su relación o que definitivamente yo no soy tan buen querido como ella pensó.
-Esta noche habrá otras, no te agobies por eso. Siempre que paseo por Coruña pienso que si no viviese con Marcos el cabrón se estaría follando a todas esas guarras que hay por la noche.
-Si alguna vez dudas de su fidelidad siempre le puedes dar uno de estos viajecitos en coche, seguro que comprende que es mejor no joder contigo.
Y llegamos. Para alguien que no sea de Vigo o de A Coruña es imposible entender la rivalidad entre ambas ciudades y como cada una de ellas la vive a su manera. Para mi era una ciudad enemiga y al mismo con unos cuantos encantos dignos de disfrutar. San Juan era uno de ellos y valía la pena aparcar por una noche todo signo de enemistad por tener en ese ámbito una noche tranquila. Cuando llegamos al piso de Marcos y Bea tuvimos que recibir alguna que otra broma de gustos dispares por venir de la ciudad enemiga. Al ver toda la bebida que portábamos, los ataques se transformaron en alabanzas y supimos que era el momento de ir a la playa y empezar a beber.
Llegados a este punto tengo que confesaros que sí existía una mujer en mi vida, no estaba en mi vida pero si en mi cabeza. Entró y se fue tan rápido que no pude asimilar el desahucio que causó en mi. Pasé desde el más profundo deseo físico a la estúpida idea de que si pudiese volver a los tiempos del instituto forraría todas mis carpetas con corazones con su nombre. Era irracional, era imposible y al mismo tiempo real. Tan real que todavía hoy puedo recordar su mirada en el momento en el que me la presentaron, las ganas que tuve de decirle que a partir de ese día todo lo que escribiese la tendría a ella como protagonista o el cosquilleo en la nuca que tuve al escuchar de sus labios mi nombre. Y aquella noche, en aquella maldita ciudad estaba ella, tan imposible de encontrar entre la multitud que ni solo la idea de pensar que la vería hacía sonar carcajadas de burla en mi cabeza.
-Tío, ¿vamos a dar una vuelta?- Desperté de mi ensoñaciones al sentir la mano de Dani en mi hombro.
-Eh, si claro, por qué no.
Apenas quedaban unas diez cervezas y necesitaba moverme un poco para no quedar dormido en la arena y despertarme al día siguiente entre los restos de la fiesta en la playa. Caminamos conversando mientras apurábamos un par de cervezas y no paraba de darle vueltas en mi cabeza a la idea de que Lara estaba en la misma playa que yo, en cualquier lugar pasándoselo bien ignorando que nos podríamos encontrar el uno a un paso del otro o que todavía pienso en ella. No paraba de pensar en ella hasta que un ruido frenó la maquinaria de mi cabeza y la conversación, cuando me giré a ver el origen creí tener visiones, allí estaba ella. No podía ser, pero así era. Si la vida te da limones dicen que habrá que hacer limonada y si te da a la chica pues tendrás que no acojonarte y ahí que me acerqué. Estaba con una amiga bebiendo y no me vio hasta que estuve bastante cerca de ellas.
Cuando me reconoció me saludó con afecto y me invitó a sentarme con ella y su amiga, Dani, sintiendo que sobraba; se marchó por donde habíamos venido. Al principio éramos los tres los que hablábamos amistosamente, pero llegados a un punto mi mente desconectó y contemplaba ensimismado cada uno de sus gestos, como decía cada palabra, su sonrisa, cada movimiento. Sentí la misma fascinación que debieron sentir los primeros hombres mientras contemplaban los rayos atravesar el cielo. Joder, me habría quedado en aquella playa toda mi vida. Y sentía su mirada y en aquel momento no pude desearla más. Me volvía loco la idea de besarla y todo mi cuerpo me pedía que diera el paso.
Y ahí sucedió la magia. Cuando dos personas se conocen existen varios momentos claves que definen todo lo que va a pasar entre ambos cuando suceden. Aquella noche en aquella playa fue uno de ellos. Cuando me invitó a seguir la noche con ella y su amiga me acobardé, me sentí abrumado por todo lo que empezaba a significar aquella mujer para mi cuando apenas la conocía. La llamada de un amigo al teléfono fue suficiente excusa para poder escapar por la puerta de atrás derrotado. Se bajó el telón, el truco no había funcionado por el miedo escénico y la historia no se llegó a escribir. Ahora con la perspectiva de los años y de la bebida siempre me puedo convencer de que no era para tanto, que la nostalgia me hace exagerar, que habríamos sido otro tren descarrilando. No lo sé. Cuando pienso en aquella noche, en lo que significó para mi no me siento orgulloso. Y cada vez que la vida me lleva a beber en la playa no puedo dejar de pensar en su sonrisa y en lo estúpido que debí parecer allí boquiabierto disfrutándola.
Asique si la vida te da a la chica, no te acojones.
miércoles, 2 de abril de 2014
Capítulo 1. El hombre sin corazón.
Empezó a tener bastante sed. Sentado en el banco de la estación de trenes, los nervios convirtieron su cabeza en una montaña rusa emocional donde a cada instante sentía la imperiosa necesidad de algo nuevo: si no estaba sediento, notaba que le faltaba el aire o que su estómago estaba sin reservas de comida. Pero lo peor era el vacío del pecho, ese hueco que incluso habiendo menguado se notaba gigante. Miró el orificio ahora tapado por la ropa y se encontró en aquel día en el que su pecho se abrió en canal dejando una nada que no sabría si alguna vez se iría. Cerró los ojos y dejó que el dolor del recuerdo se fuera poco a poco. El ruido le alertó de que el tren se acercaba y se resguardó de una repentina ráfaga de viento antes de poder divisarlo. Lo vió venir, y en ese momento, tan inoportuno como un beso; le invadió la sensación de que estaba cometiendo un error. El pánico se apoderó de él y sintió con más fuerza que nunca cómo la inexistencia que tenía en su pecho le dolía con más intensidad. Intentó escapar pero recordó la promesa que se hizo. Cuando el tren abrió sus puertas ya no albergó ninguna duda de que estaba haciendo lo correcto. Se sentó al lado de un señor y volvió a sentirse sediento pero tranquilo. El hombré le habló.-¿A dónde vas?
-Hasta el final.
-Hasta el final.
miércoles, 8 de enero de 2014
Capítulo 0. El perdedor.
Era martes y sabía lo que aquello significaba. Miró el reloj, las seis de la mañana era una buena hora para empezar el día o para que terminara de una vez el lunes. Estaba un poco mareado y a los pies de la cama pudo ver un libro inconcluso, sus pantalones y tal cantidad de cervezas que se sorprendió a sí mismo de no haber terminado vomitando en algún momento de la noche. ¿Cuántas horas llevaba despierto?Tenía los
ojos rojos, se fijó en el terrible aspecto
de su cara pero especialmente en el de sus dos ojos. La bebida y las lágrimas
los habían llevado a un estado de extrema irritación, la falta de sueño
era la guinda a ese cocktail. Prefirió mear en la ducha para no fallar y se duchó. Abrió otra lata de cerveza para acompañar la manzana del desayuno. Tenía el ordenador encendido pero sabía que no le iba a interesar nada de lo que el aparato le pudiera ofrecer, no quería enfrentarse a lo que se pudiera encontrar en el teléfono y ya le habían dejado las cartas en algún rincón de la casa antes de volver a dejarlo solo. El mundo le había abandonado. "Ríe, y el mundo entero reirá contigo. Llora, y llorarás solo"; y nunca se había sentido tan solo como en ese momento. Recogió las latas, no quiso contarlas por pura vergüenza y se volvió a tumbar en la cama; las posibilidades de dormirse se desvanecían a medida que los primeros haces de luz le golpeaban la piel obligándole a abandonar la idea de dejarse vencer por el peso de sus párpados. En su escritorio estaba el billete de tren con salida para dentro de dos días, el motivo perfecto para escapar de la mierda que le ahogaba desde hacía una semana. En aquel momento, se prometió que durante la próxima semana no volvería a perder la sonrisa. Así comenzó todo...
viernes, 27 de septiembre de 2013
Despedida
Llegará el día en el que sabré que estás con otro y me rompa. Ese día elegiré que pongas cristales en mi desayuno a digerir todo esto. Y retiro todo lo que se refiera a "nosotros", porque no hay nada más triste que autoengañarse. Ahora que te vas, veo como desvaneces entre mis dedos como la arena y terminas hundiéndote en una duna de desconocidos sin que yo pueda hacer nada para impedirlo. No puedo hacer otra cosa que reprocharme todos los errores que contigo no he cometido.
Te deseo, pero eso no es suficiente. Demasiados recuerdos se agolpan en mis ojos, sabemos que es mucho tiempo como para que no duela pero he decidido cerrar la puerta entre nosotros, no soy capaz de pedirte que la dejes así aunque crea que es lo correcto. Me voy con muchas cicatrices que espero llegar a recordar con una sonrisa y que el tiempo con mucha calma terminará borrando. Porque esto es un adiós, la despedida que ambos apostábamos durante años que no llegaría. Me despido sin grandes alardes, sin haber sido capaz de robar ese beso que nos debemos el uno al otro. Y sin olvidar la promesa, pero tu espalda ya no será el folio en blanco donde te escribiré nuestra historia, no sabes cuanto lo lamento. Echaré mucho de menos lo que más te agradezco que hayas compartido conmigo en todo este trayecto, las sonrisas. Ojalá ambos seamos muy felices.
Te deseo, pero eso no es suficiente. Demasiados recuerdos se agolpan en mis ojos, sabemos que es mucho tiempo como para que no duela pero he decidido cerrar la puerta entre nosotros, no soy capaz de pedirte que la dejes así aunque crea que es lo correcto. Me voy con muchas cicatrices que espero llegar a recordar con una sonrisa y que el tiempo con mucha calma terminará borrando. Porque esto es un adiós, la despedida que ambos apostábamos durante años que no llegaría. Me despido sin grandes alardes, sin haber sido capaz de robar ese beso que nos debemos el uno al otro. Y sin olvidar la promesa, pero tu espalda ya no será el folio en blanco donde te escribiré nuestra historia, no sabes cuanto lo lamento. Echaré mucho de menos lo que más te agradezco que hayas compartido conmigo en todo este trayecto, las sonrisas. Ojalá ambos seamos muy felices.
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