Ha pasado mucho tiempo, pero ahora lo recuerdo con más claridad que nunca. Tengo cinco años y estoy en la cocina de una casa típica del rural gallego. A mi lado, mi bisabuela; ambos tenemos masa de pan bajo nuestras manos, la amasamos sobre una gran cantidad de harina esparcida en la mesa. Enrollamos la masa como si fuera un spaguetti gigante, ella me ayuda y noto el tacto de sus frías manos. Unas manos que muestran el paso del tiempo más claro que cualquier calendario, marcas del trabajo en una casa de campo durante años y un cierto olor a ese jabón marrón claro que tiene al lado del fregadero, jabón de lagarto. La piel no es tersa como la de mis jóvenes manos y tiene durezas en las palmas de lavar a mano y de cavar la tierra. Me mira con cariño y un poco de comprensión ante mi poco manejo de la masa de pan. Con sus manos sobre las mias me indica como preparar mejor la masa de pan; su mirada transmite ternura a pesar de que sus ojos están casi apagados fruto del cansancio de tantos años y vivencias a sus espaldas. Ella le da forma de bollo y yo una especie de cruz que no paro de repetir que es una espada de pan. Metemos nuestras creaciones en el viejo horno de leña y esperamos. Al final estaba un poco tostado, pero sabía bien.
No recuerdo su nombre, pero recuerdo como siempre venía tranquila a junto mia antes de irme a mi casa y me daba a escondidas dinero, ¡mil pesetas!. Era nuestro secreto y yo era muy feliz de tener un secreto con ella y del dinero que me había dado que nunca dije a nadie de donde provenía. Recuerdo la cama donde dormía, tan blanda que siempre le decía que era como recostarse en las nubes, por la ventana de su cuarto podía salir directamente al exterior de la casa y esconderme en la caseta de la perra. Recuerdo que desayunaba leche a la que le añadía cola-cao y trozos de pan, yo nunca quise probarlo a pesar de que siempre me ofrecía. Era buena persona, mejor de lo que yo nunca seré. Un día no se acordaba de mi y de mi nombre, ese día me sentí muy desdichado y lloré como una magdalena al llegar a casa, ¿no se acordaba de cuándo hacíamos pan juntos? ¿No se acordaba de nuestro secreto? ¿De que su cama era una nube y su ventana mi lugar para escapar favorito? Ahora ya no está, hace mucho tiempo que pasó eso, años; no sabría decir cuantos. No sabría decir su nombre, como era o cuando nos dejó; pero todavía no he podido olvidar como hacíamos pan juntos.
Interesante recuerdo de la infancia, bastante emotivo al final... si continúas así podrás contar quizás cuando fue que descubriste que eras homosexual.
ResponderEliminarEn el bar conocí a la mujer más hermosa que había visto jamás, claro, estaba un poco pasado de copas, y ella se acercó a mi con un trago como obsequio, pero aún así, todo de ella me cautivó, su voz, su cuerpo, su pelo, su actitud, hablamos de la vida y la dicha, de la muerte y la agonía, me dijo su nombre, POLE, le sentaba perfectamente, era la primera que me causaba tal grado de intriga, ¿de que lugar puede salir semejante diosa? Me invitó a su departamento, sentí las miradas de los presentes quemándome, incluso unas risas bajas, envidiosos de mi claramente, en sus sueños podrían caminar con tal reina.
ResponderEliminarLlegamos a su lugar, y me ofreció otra copa, la acepté gustoso, hablamos un poco más, nos besamos, besé sus pechos, su cintura, y caí desmayado, ¿la bebida? Siempre consideré que mi resistencia al alcohol era algo de lo cuál estar orgulloso. Al recuperar la conciencia me vi de manos y pies atados a la cama, boca arriba, y allí estaba ella, sentí un terror incapaz de describir con palabras, mis ojos llenos de lagrimas parecían contentar a la persona frente a mi, yacía solo y sin esperanzas, como un sentenciado a muerte camino a su ejecución.
Busqué con mi mirada sus ojos, tratando de encontrar el último rastro de piedad en su corazón, solo me entrego un sonrisa amable, que caló en mis huesos como el frío más terrible, y con una voz grave que solo aumentó mi miedo dijo, "Te mentí...me llamo...
...
...
...
FAIL"
Nunca más volví a ser el mismo.