Esta historia habla de la crueldad del azar y de como tendemos a destinificarlo, narra como en el dolor puedes encontrar una victoria y de como las buenas palabras e intenciones pueden no ser suficientes. El año que aprendí que las desgracias o los buenos momentos no esperan por nadie.
La noche que conocí a Ángela no tenía nada en particular, otra noche cualquiera en mi océano depresivo tras la era de Paula. Lo mio con Paula estaba dando sus coletazos finales y lo que parecía un imperio de placer y diversión se tornaba decadente y frustrante. Paula y yo llevábamos casi un año intercambiando copas y favores sexuales sin ningún tipo de lazo mayor que los momentos de magia creados tras cada copa. Lo que sea que tuviera con Paula estaba condenado al fracaso, todo el mundo que lo conocía lo sabía y yo era reacio a salir de esa espiral asentimental donde me creía ajeno al dolor de la vida. Aplastado por mis pensamientos como si formaran un sandwich con dos camas de faquir sobre mi cerebro conocí a Ángela. Ángela no parecía aportar nada nuevo al mundo femenino, un cuerpo sencillo y bonito y unos bonitos ojos verdes a destacar. Mi primera impresión fue que esa mojigata acabaría aplastada el día que se enfrentara a la vida real, pero no me importó demasiado, yo tenía suficientes problemas, esa noche había quedado por enésima vez con Paula y la cantidad de alcohol en mi cuerpo empezaba a descolocar mis ideas. Esa noche Paula y yo acabamos en la cama.
Al cabo de dos meses y tras finalizar sin ningún tipo de facilidad mi relación con Paula empecé a conocer a Ángela y congeniamos. María me la había presentado y los tres empezamos a quedar muchas veces para salir. Yo estaba intentando salir de la mierda en la que Paula me había metido la cara y Ángela, María y Marcos me apoyaron en esos momentos de tregua de mujeres. Yo pensaba que era feliz, cada uno de los cuatro teníamos nuestra forma de ver las cosas y a la par nos complementábamos y disfrutábamos de nuestras reuniones, cuatro personas jóvenes disfrutando de sus puntos en común y coleccionando momentos. Lo que comenzó como una alianza extraña se tornó en amistad y cada uno de los cuatro empezamos a intimar por separado con el resto de los componentes. En Marcos encontré un fiel confidente, un amigo donde mis pensamientos no sólo se veían reflejados, además su visión del mundo complementaba la mía. María era a la que conocía desde hace más tiempo y nuestra relación era genial, siempre el uno para el otro. Y por último estaba Ángela, una relación fría que poco a poco se afianzó y que me hizo encontrar una buena amiga en esa chica que califiqué en mojigata, en ese momento era una mujer comprometida, simpatica, un poco callada pero atenta y cariñosa. Había encontrado unos buenos compañeros, no se podría pedir nada en una vida que empezaba a tomar un rumbo tranquilo tras el vendaval que había dejado en mis emociones Paula con su ida.
Con el paso del tiempo el grupo se solidificaba más, en cada reencuentro las anécdotas y la confianza parecían aumentar, María parecía la líder y Marcos y yo le dábamos el toque cómico al grupo y Ángela siempre estaba ahí, no podría decir para qué exactamente, pero ella estaba. Era verano y disfrutábamos de unas merecidas vacaciones, me encontraba viviendo el presente, la buena vida pero algo empezó a ir mal. Mi menté se rompió, algo dentro de mi empezó a negarse a funcionar bien y poco a poco sentía que mis ánimos se hundían más y más cayendo en un pozo que no parecía tener fondo. Estaba hundido, había perdido el interés y las fuerzas para levantarme cada mañana pero por algún motivo lo seguía haciendo. Nunca he sido una persona con una visión del mundo demasiado optimista pero esto sobrepasaba los límites, había perdido las ganas de todo, cualquier cosa me disgustaba, el mero hecho de respirar suponía una agonía, el aire de mi mundo se había tornado en ceniza. Obviamente todos se percataron y preocuparon por mi, todos intentaron arreglar ese problema que había dentro de mi y por primera vez me topé con algo de lo que no podría salir yo solo y tuve pánico.
Mi caída en picado se juntó con unas fechas donde Marcos y María estuvieron fuera durante unas semanas por diversos motivos. Ángela y yo solos quedamos bastantes días. Por la tarde para merendar, por la noche para ir a un concierto o pasarlo bien juntos. La amistad se hacía cada vez más fuerte y las confidencias llegaron, cada uno descubrimos un mundo del otro que pocas personas habían entrado y más que nunca me sentí unido a ella durante esos momentos, enjaulando cada palabra en un rincón de mi memoria, fotografiando cada gesto de su cara y escribiendo en una hoja invisible cada sentimiento que me transmitía. Simplemente conectamos. Veía en ella una gran amiga, una persona que me transmitía la tranquilidad y las fuerzas que necesitaba para afrontar cada noche frente a mis pensamientos. Eran buenos días, mis altibajos emocionales no mejoraban pero cuando estaba con Ángela, Marcos o María parecía redimir este estado anímico tan insano. Todo se torció, un día Ángela me confesó que se sentía atraída por mi, ¿qué podía hacer yo? Si tan siquiera me había planteado nada de ella, yo no soy nada más que un hombre y uno cuyas esperanzas en la vida y la gente se estaban borrando como un mensaje escrito en la arena de la playa. En ese momento me bloqueé, no sabía por donde salir, el tema me atormentaba de una manera enfermiza. ¿Cómo podía gustarle yo después de saber lo que sabe de mi? ¿Qué siento por ella? Es mi amiga, es mi amiga, ¿es mi amiga? No tenía ni idea de como comportarme, la naturalidad se esfumaba por momentos con ella y nuestros amigos lo empezaban a notar. Pero todo cambiaba cuando ella y yo estábamos a solas, volvíamos a ser los mismos, como si esas palabras no hubieran existido, como si ese momento hubiera sido un extraño sueño demasiado real y confuso.
Se estaba terminando el verano, habían pasado unas semanas desde el extraño momento y de las confusas palabras de Ángela, aquella noche los cuatro salíamos con un amigo mio que se ofreció a llevar el coche. Salimos y bebimos los cinco, María llevaba mucho tiempo sin beber y el efecto del alcohol rapidamente apareció en ella, Marcos acostumbrado como yo tardó un poco pero terminó con una borrachera considerable, el conductor iba demasiado perjudicado, Ángela que apenas bebía iba muy borracha y yo parecía inmune a la bebida, notaba cierta alegría y calor producto de la bebida pero nada más. Estábamos bebiendo sentados sobre un jardín con la playa detrás y las estrellas como techo. María se fue a saludar a unos conocidos, Marcos y mi amigo se pusieron a charlar y yo me quedé a solas con Ángela, se abrazó a mi. Yo no sabía qué quería de ella, pero estaba seguro de que esta no era la forma. Sus acercamientos no pasaron desapercibidos para nadie que entre risitas se alejaban dejándome en una situación de mayor incomodidad. ¿Qué podía hacer? Era mi amiga y así no se hacían las cosas con una amiga. Tuve que escapar, tuve que dejarla ahí. Seguimos la noche en otro lado, cada uno en su mundo, Marcos, mi amigo y yo hicimos un poco el idiota, María encontró a un chico con el que pasar el rato y Ángela había encontrado dos compañeros de besos para esa noche. La situación era deprimente, intenté pasar por alto la situación, pero no había pasado ni una hora desde que ella besaba mi cuello y ahora ahí estaba... Bienvenido al mundo pensé para mis adentros. Me sentí insignificante, quería enfadarme, ¿enfadarme por qué? Yo escapé, yo la tenía y por una estúpida moralidad me largué, me estaba bien. ¡Qué me jodan a mi y a mi moral! Después de eso todo se enrareció.
Aquella tarde había quedado con María para tomar algo, habían pasado unos días desde aquella noche y a pesar de que Ángela y yo habíamos hecho las paces y parecía que volvíamos a estar donde antes, ella continuaba elegantemente intentando traspasar la frontera de la amistad, yo estaba genial con ella pero mis dudas no se habían esfumado y mis dudas se habían transformado en serios problemas para dormir. María con su infinita paciencia me escuchaba y me aconsejaba de la mejor forma posible, Marcos había tenido que irse unos días por motivos de estudios y pasábamos ella y yo mucho tiempo juntos. Sabía que algo había entre Ángela y yo, solamente un idiota no sería capaz de apreciarlo, ¿sería suficiente como para no romper la amistad que teníamos? Eso me estaba matando, ¿sentía lo necesario? María se fue para su casa después de que la acompañara un buen trecho y de camino a la mia me topé con Ángela, antes de que comenzáramos a hablar comenzó a llover. ¿Cómo podía llover de esa forma en pleno agosto? Eran las nueve de la noche, yo iba en pantalón pirata y camiseta de Nirvana y me encontraba en medio de lo que parecía el segundo diluvio universal a media hora andando de mi casa. Decidimos resguardanos en un pequeño portal cercano a su casa. Estábamos empapados y se abrazó a mi para que no le cogiera el frio.
-Lo siento.
-¿Qué?
-Siento lo de la otra noche, sé lo mucho que te ha molestado.
-Ya lo hemos hablado, no pasa nada...
-Si que pasa, la fastidié.
-No hay nada que fastidias, no seas boba.-Acaricié su espalda y pelo con mis manos con ternura y delicadeza.-Eres como una niñita pequeña.
-Rober, estoy segura de que habría salido bien.
-¿Lo qué?
-Ya sabes, ¿acaso no notas la tensión que hay ahora mismo?
-¿Qué quieres que te diga?
-Si la hay o no.
-Ángela, no es tan fácil como eso...
-¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Por qué te cuesta tanto lanzarte?
-Eso me lo pregunto yo demasiadas veces, pero quizás haya algún motivo.
-¿Pero no sientes como este momento...?
-Créeme que si, pero...
-¿Acaso no te gusto?
-Si no lo hicieras esta conversación habría terminado hace mucho tiempo.
-¿Y por qué no me besas?
-¿Y si todo se jode?
-¿Prefieres vivir con la duda?
-Prefiero vivir tranquilo, a día de hoy no es nada fácil para mi.
-Yo estoy segura.-Ángela acercó su cara a la mia, su boca a mi boca. Podíamos alimentarnos del aliento del otro. Nuestras miradas se enfrentaban.-¿Qué vas a hacer?
-No estoy seguro de si... Ya te dije que el problema no está en ti, soy yo... Yo no soy lo que necesitas, estoy jodido, tengo mucha mierda dentro, te voy a hacer daño... Te...-En ese momento me besó, no pude evitarlo, estaba demasiado abstraído por mi cháchara. El beso era bueno, llevaba cociéndose durante demasiado tiempo y supo a gloria. Nuestros cuerpos húmedos estaban demasiado juntos en aquel espacio tan reducido como deseando fundirse y terminar siendo solo uno comenzando por los labios. Estuvimos un rato así, nos separamos y pude ver su sonrisa de felicidad, en ese momento confié en que todo iba a ir bien, en ese momento me vi capaz de todo, en ese momento me maldije por toda mi incertidumbre.-Gracias por sacarme de dudas.
Muy buena la historia. Te señalé la crítica con respecto a los nombres y aquel fallo de redacción. Los ambientes son realistas, y aunque me costó creer en el último escenario (el de la lluvia) le dio un tono de romanticismo puro. Espero la segunda.
ResponderEliminarExcelente historia, es inevitable no narrar la típica lluvia para un primer beso, es el romanticismo personificado. Yo también espero la segunda parte.
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