sábado, 30 de abril de 2022

¿Algo más que un año?

     Aprendí con Ángela que no existe el destino pero sentir que haces lo correcto es muy importante. El año que viví con ella resignificó mi percepción sobre esa eterna tristeza que visto como abrigo en invierno. Llegó a mi vida hundido y me fui de la suya roto sabiendo que hasta que llegue el fin del mundo el mundo no se termina. La quise como solo puede amar alguien que había renunciado a amarse a sí mismo. Viajamos por tantas etapas que apenas pudimos pararnos a disfrutar. Y en cada uno de esos momentos: malas decisiones. En medio de todos esos intentos desesperados de encontrar un camino, una tarde donde la poca ilusión que se me escapaba entre los dedos se hizo pedazos. Era un fin de semana caluroso de octubre y estábamos en esa fase donde fingíamos ser amigos. Ella ya estaba con otra persona y era la primera vez que quedábamos a solas tras la tarde donde nos dimos nuestro último beso. Me avisó que estaba sola en casa y si me apetecía pasarme a visitarla. María y Marcos no estaba involucrados y me sorprendí aceptando el plan. Caminé dando un rodeo camino de su casa, tenía tantas ganas de verla como dudas. Yo todavía estaba muy enganchado a ella. Era un inadaptado de esa amistad que decíamos tener. Me presenté en su puerta y las manos me temblaban, me desestabilizaban muchos pensamientos con todas las posibilidades negativas que me podría encontrar al otro lado. ¿Me había propuesto quedar para discutir? ¿Quiere echarme de su vida definitivamente? ¿Ha pasado algo malo? Mi cabeza estaba tan enferma que solo me golpeaba con todos esos pensamientos negativos que desaparecieron en cuanto Ángela abrió la puerta y me recibió con un abrazo y un beso en la mejilla que se sintió como estar viviendo en unos meses en el pasado. Me invitó a sentarme en el sofá y pude darme cuenta que iba con una camiseta de tirantes, unos pantalones cortos de deportes y descalza. Le sentaba bien, siempre me gustó su naturalidad frente a la rectitud que mostraba cuando estaba fuera de su zona de confort y su ropa en ese momento reflejaba toda esa parte de su personalidad que me gustaba. Me senté y me ofreció de beber a lo que rechacé a sus varios intentos de insistir.


-¿Seguro que no quieres nada? Yo voy a pillar un vaso de agua frío porque este calor no es normal.

-Seguro. No te preocupes por mi, estoy bien. ¿Vamos a salir?

-No. -Mientras se iba para la cocina.-Me apetecía volver a estar los dos solos un rato como en los viejos tiempos.

-Pensé que también vendrían María y Marcos.

-Creo que nos tenemos que poner al día y me pareció buen momento. María me dijo que a la noche me llamaría para ir por ahí los cuatro. ¿De verdad que no quieres nada?

-De verdad.

-Pues he estado pensando que tú y yo nos entendemos muy bien. -Volvió de la cocina con dos vasos de agua, los puso sobre la mesa que tenía delante mía y se sentó en el brazo del sillón donde estaba sentado y me acarició el pelo. -Es cierto que no funcionó, pero sabíamos pasarlo bien, ¿no crees?

-¿Estás segura de lo que estás diciendo?

-¿Te parece mal? -Se deslizó desde el brazo del sillón hasta mi regazo mientras pasaba su brazo por mi nuca. -Sé que lo estás deseando.

-Ahora mismo estás con un chico y sabes lo que opino sobre eso.

-A veces me olvido de lo aburrido que puedes ser. ¿Qué pasa con él?

-A mi él me da igual pero me preocupa que tipo de persona me convierte si sabiendo que hay otra persona hiciese algo contigo.

-Eres imposible Rober. Quieres estar conmigo pero tiene que ser bajo tus estúpidas normas.

-Son estúpidas y quizás yo sea todavía más imbécil pero ahora mismo es lo único que me permite ahora mismo dormir, no ser un capullo. Si sabes que todavía quiero estar contigo y como soy, ¿por qué piensas que quería hacer las cosas así contigo? Estaba acojonado por vernos de nuevo solos, porque me fueras a decir que ya no te importo y quieres que sea tu amante. Joder Ángela, ¿es un examen? ¿Necesitas saber si estaría dispuesto a renunciar en lo que creo por ti? No puedo, no tengo claro si a ti tampoco te gustaría que lo hiciera o en el tipo de persona que me convertiría pero no puedo. -Cogí el vaso de agua y lo bebí de un solo trago. Sentí la ironía de que tras haberlo rechazado hubiera necesitado beberlo. -Creo que va a ser mejor que me vaya. -Le puse una mano en la pierna para indicarle que se levantara pero ella puso su mano sobre la mía y me miró indicando que no se iba a mover. -Por favor.

-Te estás equivocando. No es un examen ni nada de eso que estás pensando. Solo pensé que podría ser divertido, me gustas y te echo de menos. Nos hemos alejado y me gustaría tenerte en mi vida.

-No me he ido de tu vida pero necesito irme de aquí. Si la situación cambia siempre me puedes buscar pero yo así y en este momento no puedo. Me gustaría poder decirte que sí y romperte la ropa a mordiscos pero solo quiero irme.

-Rober... No puedes ser así.

-Sabes que me gustaría que las cosas fueran de otra manera.


Me levanté y encaré la puerta sin mirarla. Me temblaban las manos y no se si de pena o de rabia. En cuanto estuve fuera del edificio caminé durante diez minutos buscando un rincón tranquilo. Todos mis miedos, todos mis pensamientos, todas esas cosas que me aterraban durante el camino de ida se derramaron por mi cara. Intenté gritar pero no tenía voz. Que estúpido había sido. Miré al cielo y el sol pegaba tan duro como mis pensamientos, tenía la espalda encharcada por culpa de ambos. Sabía que en unas horas Marcos me llamaría para salir, era sábado. Llegué a mi casa e intenté empezar a escribir sobre lo sucedido pero me quedé encerrado en una primera frase "Ya no te puedo querer". Por la noche María me contó que Ángela la había llamado llorando para contarle lo sucedido. Ese no fue el día que decidí salir corriendo de la vida de Ángela pero fue el día que supe que tenía que hacerlo. Me costó un par de meses y lágrimas suficientes como para cinco rupturas. No estaba bien y la culpa era solo mía. ¿Había hecho lo correcto? Yo no me quería. Ahora lo pienso y siento que no me podría querer si hubiese hecho otra cosa. Vivía con tanto miedo a equivocarme que hacer lo correcto me destruía. 

domingo, 17 de abril de 2022

El enemigo que eliges

     Me gusta vivir en los extremos y cuando tenía 20 años mis extremos eran la completa soledad o estar rodeado de mucha gente. Juntarse con Carlos, Fran y Berto era el primer paso a terminar en uno de esos dos extremos. A Carlos lo conocía desde hacía tanto tiempo que aceptaba sus aires de líder autoimpuesto y su ego, Fran era la balanza del grupo y paraba cualquier malentendido con una broma que relajaba el ambiente y Berto era tan buenazo que era imposible que alguien alguna vez se pudiera enfadar con él. Los sábados nos juntábamos a ver el fútbol con una copa en la mano antes de salir por la noche y ese plan tan simple era un buen refugio a una vida compleja. Aquel día habían propuesto quedar antes de tiempo y recuerdo salir de casa pensando que tendría que volver a cambiarme para salir porque tenía un aspecto horrible. Cuando vi a Fran en la puerta de mi casa dentro del coche no entendí nada. Un sencillo "sube, que tenemos que pillar a los otros dos" fue la respuesta a mi pregunta sobre el lugar al que íbamos. Me senté de copiloto teniendo claro que era un plan de Carlos, cambiar los planes sin avisar era lo suyo. Con los cuatro en el coche Carlos nos comentó que nos íbamos a una fiesta fuera de la ciudad y que iba a estar muy bien, pensé que podría haberme cambiado antes de salir de casa pero antes de que pudiese decir nada arrancamos.


Llegamos y aquel lugar estaba lleno de gente. Bares a rebosar y gente por las calles con actitud festiva. Es lo que hoy necesito pensé y miré como Carlos ya empezaba a dirigirnos como si fuese nuestro capitán y nosotros unos inocentes grumetes. Imaginé que había quedado con alguien y que por eso tenía tan decidido ir a un local en concreto pero no me importaba, necesitaba una cerveza. Llegamos al local y me pedí una cerveza mientras ellos pedían otros tipos de bebidas. Estaban poniendo buena música y con bailar me pasa como con escribir: le pongo muchas ganas pero no sé me da especialmente bien. Pero allí estaba a media tarde con mi cerveza e improvisando unos pasos mientras mis amigos me miraban desde la barra. El local estaba bastante lleno asique nadie me haría caso y era lo que necesitaba. Fran se me acercó y me indicó a un grupo de chicas que acababan de entrar, una de ellas le gustaba a Carlos. Eran unos cuantos años mayores que nosotros y pretendían que fuera yo a hablar con ellas, hice como que no escuchaba nada. Seguí a lo mío, a mi bola. Y me tocaron el hombro, ya estaba pensando en mandar a paseo a Carlos cuando veo que es una de las chicas del grupo que me había comentado Fran. Debí mostrarme sorprendido porque se rio de mi reacción al verla.


-Le gustas a mi amiga. -Me indicó con la mirada a la chica que le gustaba a Carlos que me miraba de reojo, rondaría los treinta pero me saludó con la mano con la timidez propia de una adolescente. Como no respondía al no entender muy bien la situación la chica insistió. -Le pareces bastante mono y le gustaría que le hablaras.

-No te creo.

-¿Por qué? Le gusta tu camiseta de Nirvana y le pareces mono, acércate y te la presento.-Nos acercamos y la chica en cuestión estaba bastante roja. Me estaba pareciendo una broma.-Ella es Laura, ¿cómo dijiste que te llamas?

-Rober, un placer Laura.

-Me gusta tu camiseta, ¿llevas mucho por aquí?

-Llegué hace un rato con mis amigos. ¿Te apetece bailar?

-Rober, tío. -Era Carlos, no sé que narices le había pasado pero parecía molesto.-Nos tenemos que ir.

-¿Estás de coña? No llevamos ni una hora aquí y ahora mismo estoy ocupado.

-Vamos a otro lado que en este no hay nada de ambiente, estos ya están fuera.

-Laura, ha sido un auténtico placer, me llevan a otro lado, si nos vemos te debo un baile y una cerveza.

-Nos vemos luego.-Salió hasta la puerta para ver la dirección que tomábamos y sus amigas me gritaban por detrás que me quedara con ellas. Yo sabía que si de Carlos dependía no la volvería a ver, su puesto de líder no podía quedar en entredicho.-Luego nosotras también iremos a otro lado.


Estaba un poco molesto por la situación. No creo que Carlos tuviera algo en contra mía. A decir verdad la batalla estaba en su propia cabeza contra si mismo pero me estaba afectando y aunque no quería discutir recuerdo salir del sitio con los puños apretados como si fuese a pelearme. Berto me dio unas palmaditas en la espalda, sabía que era mejor dejarlo pasar y en cuanto entramos en el siguiente lugar mis ánimos estaban algo más tranquilos. Tras media hora más o menos Laura y su grupo de amigas entró por la puerta. No hizo falta que me acercara que ella misma tomó esa iniciativa con una sonrisa en la cara. Me gustaba mucho esa actitud. Tenía una cerveza en la mano, una chica hermosa delante y la sensación de que el mundo iba a ser mío.


-Oye, no sé cuanto tiempo nos vamos a quedar aquí pero me gustaría que tuvieras mi número para otro día.-Pidió un papel y un bolígrafo en la barra del bar.-Por si vuelven a interrumpirnos...

-Rober, nos vamos para casa.-Escuché a Carlos detrás mía y pude ver como Berto y Fran salían por la puerta. Me puso la mano en el hombro y tiró un poco de mi como intentando sacarme a rastras.-Perdona, se viene conmigo.


No pude pillar su número. Me despedí con la mano mientras maldecía mi suerte. Al salir del coche Fran tuvo que intervenir porque Carlos y yo discutimos. Estaba cansado de que quisiera ser siempre el centro de atención. Me llamó niñato caprichoso. Durante el viaje de vuelta la tensión era evidente. Solo quería volver a mi otro modo: al de absoluta soledad. Bajé del coche sabiendo que había perdido un amigo y una oportunidad. Aprendí que ninguno de los dos iba a volver.

domingo, 3 de abril de 2022

Los que (no) se quieren

         Bea es el tipo de piedra que saqué de mi camino y directamente estampé en mis dientes, no me cansaba de cometer errores con ella. Y en eso estaba. No había pasado ni un mes desde aquella noche en la que fui rechazado por ella y ya volvíamos a estar sumergidos en una infinita conversación. Jugábamos con el amor como si no nos importara, como si fuera una broma privada de la que nunca hablásemos. Y cada día los límites entre nosotros parecían mas confusos. Apenas intercambiamos tres frases de lo ocurrido aquella noche donde todo parecía que iba a cambiar y el único cambio que se había producido era una mayor cercanía. No nos importaba lo que había pasado. En muchas ocasiones eso me quería hacer creer. Cada paseo por la playa, cada conversación hasta horas intempestivas, cada abrazo en el que nos refugiábamos se sentía como un martillazo contra mi entereza. El muro de mi cordura empezaba a tener muchas grietas y poco a poco el aire empezó a escaparse. Me sentía sin aliento y sin fuerzas para aguantar en una posición donde la incertidumbre compartía cama con la felicidad que me producía el tiempo con ella. Y solo era cuestión de tiempo que algo de mi se terminara por derrumbar. Bea tenía otros planes y un día en mi casa mientras estaba tumbada en mi sofá esperando a que terminara de arreglarme la barba decidió activar el despertador que nos sacó de la fantasía onírica que estaba siendo nuestra relación.


-¿Qué estamos haciendo?

-Vamos a ir al cine y luego a cenar, ¿te apetece hacer otra cosa?

-No me refiero a eso, me refiero a nosotros, ¿qué estamos haciendo? No hemos vuelto a hablar sobre lo de aquel día y no creo que sea sano que hablemos y nos veamos tanto. Somos una "pareja" que ni se besa ni se desea...

-¿Quieres que nos besemos? Estaría encantado de hacerlo y si hablas de deseo creo que hablas de nosotros para referirte a ti misma.

-¿Y qué estás haciendo Rober? ¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué acompañas a alguien que se fue sin darte explicaciones y no es capaz de quererte?

-Creo que el amor es la única forma de altruismo que existe. Y si quieres saber por qué no me he ido, no lo sé. A veces confío en que te das cuenta de lo que tienes delante de tus narices y otras veces simplemente es mi propio miedo a reconocer que toda esta inversión, que toda esta apuesta ha terminado y que tengo que irme. Me haces feliz pero también vivo cada día contigo como si fuera el último, como si me fueras a dar una patada y olvidarme. Que no soy una persona, soy un empleado que nunca cumple tus expectativas y mi corazón tiene demasiadas facturas que pagar.

-Sabes que no es tan fácil. Tú eres muy importante para mi...

-Pero no soy una persona a la que besarías ni desearías. Ya has dejado claro ese punto.

-Nunca quise hacerte daño, solo que contigo siento que puedo ser yo misma y soy feliz.

-Entonces, ¿qué estas haciendo tú conmigo? Y aunque sea la primera vez que lo digo en alto no creas que no me lo he preguntado.

-Rober... -Tomó aliento y me miró como si estuviera sacándose las palabras de las entrañas con sus manos. -No quiero perderte y no quiero vivirte de esa manera. Es injusto y es egoísta, lo sé. Sé que no te he ayudado. Y quizás no debimos volver a hablar tras lo de aquella noche. -Todavía estaba con media cara sin terminar de perfilar la barba pero mi rictus serio debió borrar lo ridículo de la situación. -¿No crees?

-Creo que pudimos tomar muchas otras decisiones. Y quizás es el momento de que me vaya. Siento mucho todo esto. Creo que necesito espacio y entre nosotros es lo único que no existe.


Me lavé la cara, me puse una chaqueta y salí por la puerta. No fui capaz de verla pero pude escuchar que estaba llorando. En cuanto salí del edificio yo también estaba llorando. Caminé durante tres horas hasta el lugar más alejado de la ciudad, sentía que si estaba cerca de ella nunca podría escapar. Que volvería a golpearme con la misma piedra. Cuando volví ella no estaba, lo único que quedaba de ella era el olor de su perfume. No me atreví a abrir las ventanas para que su olor se fuera, quizás ese era el castigo que me merecía.