Aprendí con Ángela que no existe el destino pero sentir que haces lo correcto es muy importante. El año que viví con ella resignificó mi percepción sobre esa eterna tristeza que visto como abrigo en invierno. Llegó a mi vida hundido y me fui de la suya roto sabiendo que hasta que llegue el fin del mundo el mundo no se termina. La quise como solo puede amar alguien que había renunciado a amarse a sí mismo. Viajamos por tantas etapas que apenas pudimos pararnos a disfrutar. Y en cada uno de esos momentos: malas decisiones. En medio de todos esos intentos desesperados de encontrar un camino, una tarde donde la poca ilusión que se me escapaba entre los dedos se hizo pedazos. Era un fin de semana caluroso de octubre y estábamos en esa fase donde fingíamos ser amigos. Ella ya estaba con otra persona y era la primera vez que quedábamos a solas tras la tarde donde nos dimos nuestro último beso. Me avisó que estaba sola en casa y si me apetecía pasarme a visitarla. María y Marcos no estaba involucrados y me sorprendí aceptando el plan. Caminé dando un rodeo camino de su casa, tenía tantas ganas de verla como dudas. Yo todavía estaba muy enganchado a ella. Era un inadaptado de esa amistad que decíamos tener. Me presenté en su puerta y las manos me temblaban, me desestabilizaban muchos pensamientos con todas las posibilidades negativas que me podría encontrar al otro lado. ¿Me había propuesto quedar para discutir? ¿Quiere echarme de su vida definitivamente? ¿Ha pasado algo malo? Mi cabeza estaba tan enferma que solo me golpeaba con todos esos pensamientos negativos que desaparecieron en cuanto Ángela abrió la puerta y me recibió con un abrazo y un beso en la mejilla que se sintió como estar viviendo en unos meses en el pasado. Me invitó a sentarme en el sofá y pude darme cuenta que iba con una camiseta de tirantes, unos pantalones cortos de deportes y descalza. Le sentaba bien, siempre me gustó su naturalidad frente a la rectitud que mostraba cuando estaba fuera de su zona de confort y su ropa en ese momento reflejaba toda esa parte de su personalidad que me gustaba. Me senté y me ofreció de beber a lo que rechacé a sus varios intentos de insistir.
-¿Seguro que no quieres nada? Yo voy a pillar un vaso de agua frío porque este calor no es normal.
-Seguro. No te preocupes por mi, estoy bien. ¿Vamos a salir?
-No. -Mientras se iba para la cocina.-Me apetecía volver a estar los dos solos un rato como en los viejos tiempos.
-Pensé que también vendrían María y Marcos.
-Creo que nos tenemos que poner al día y me pareció buen momento. María me dijo que a la noche me llamaría para ir por ahí los cuatro. ¿De verdad que no quieres nada?
-De verdad.
-Pues he estado pensando que tú y yo nos entendemos muy bien. -Volvió de la cocina con dos vasos de agua, los puso sobre la mesa que tenía delante mía y se sentó en el brazo del sillón donde estaba sentado y me acarició el pelo. -Es cierto que no funcionó, pero sabíamos pasarlo bien, ¿no crees?
-¿Estás segura de lo que estás diciendo?
-¿Te parece mal? -Se deslizó desde el brazo del sillón hasta mi regazo mientras pasaba su brazo por mi nuca. -Sé que lo estás deseando.
-Ahora mismo estás con un chico y sabes lo que opino sobre eso.
-A veces me olvido de lo aburrido que puedes ser. ¿Qué pasa con él?
-A mi él me da igual pero me preocupa que tipo de persona me convierte si sabiendo que hay otra persona hiciese algo contigo.
-Eres imposible Rober. Quieres estar conmigo pero tiene que ser bajo tus estúpidas normas.
-Son estúpidas y quizás yo sea todavía más imbécil pero ahora mismo es lo único que me permite ahora mismo dormir, no ser un capullo. Si sabes que todavía quiero estar contigo y como soy, ¿por qué piensas que quería hacer las cosas así contigo? Estaba acojonado por vernos de nuevo solos, porque me fueras a decir que ya no te importo y quieres que sea tu amante. Joder Ángela, ¿es un examen? ¿Necesitas saber si estaría dispuesto a renunciar en lo que creo por ti? No puedo, no tengo claro si a ti tampoco te gustaría que lo hiciera o en el tipo de persona que me convertiría pero no puedo. -Cogí el vaso de agua y lo bebí de un solo trago. Sentí la ironía de que tras haberlo rechazado hubiera necesitado beberlo. -Creo que va a ser mejor que me vaya. -Le puse una mano en la pierna para indicarle que se levantara pero ella puso su mano sobre la mía y me miró indicando que no se iba a mover. -Por favor.
-Te estás equivocando. No es un examen ni nada de eso que estás pensando. Solo pensé que podría ser divertido, me gustas y te echo de menos. Nos hemos alejado y me gustaría tenerte en mi vida.
-No me he ido de tu vida pero necesito irme de aquí. Si la situación cambia siempre me puedes buscar pero yo así y en este momento no puedo. Me gustaría poder decirte que sí y romperte la ropa a mordiscos pero solo quiero irme.
-Rober... No puedes ser así.
-Sabes que me gustaría que las cosas fueran de otra manera.
Me levanté y encaré la puerta sin mirarla. Me temblaban las manos y no se si de pena o de rabia. En cuanto estuve fuera del edificio caminé durante diez minutos buscando un rincón tranquilo. Todos mis miedos, todos mis pensamientos, todas esas cosas que me aterraban durante el camino de ida se derramaron por mi cara. Intenté gritar pero no tenía voz. Que estúpido había sido. Miré al cielo y el sol pegaba tan duro como mis pensamientos, tenía la espalda encharcada por culpa de ambos. Sabía que en unas horas Marcos me llamaría para salir, era sábado. Llegué a mi casa e intenté empezar a escribir sobre lo sucedido pero me quedé encerrado en una primera frase "Ya no te puedo querer". Por la noche María me contó que Ángela la había llamado llorando para contarle lo sucedido. Ese no fue el día que decidí salir corriendo de la vida de Ángela pero fue el día que supe que tenía que hacerlo. Me costó un par de meses y lágrimas suficientes como para cinco rupturas. No estaba bien y la culpa era solo mía. ¿Había hecho lo correcto? Yo no me quería. Ahora lo pienso y siento que no me podría querer si hubiese hecho otra cosa. Vivía con tanto miedo a equivocarme que hacer lo correcto me destruía.