Bea es el tipo de piedra que saqué de mi camino y directamente estampé en mis dientes, no me cansaba de cometer errores con ella. Y en eso estaba. No había pasado ni un mes desde aquella noche en la que fui rechazado por ella y ya volvíamos a estar sumergidos en una infinita conversación. Jugábamos con el amor como si no nos importara, como si fuera una broma privada de la que nunca hablásemos. Y cada día los límites entre nosotros parecían mas confusos. Apenas intercambiamos tres frases de lo ocurrido aquella noche donde todo parecía que iba a cambiar y el único cambio que se había producido era una mayor cercanía. No nos importaba lo que había pasado. En muchas ocasiones eso me quería hacer creer. Cada paseo por la playa, cada conversación hasta horas intempestivas, cada abrazo en el que nos refugiábamos se sentía como un martillazo contra mi entereza. El muro de mi cordura empezaba a tener muchas grietas y poco a poco el aire empezó a escaparse. Me sentía sin aliento y sin fuerzas para aguantar en una posición donde la incertidumbre compartía cama con la felicidad que me producía el tiempo con ella. Y solo era cuestión de tiempo que algo de mi se terminara por derrumbar. Bea tenía otros planes y un día en mi casa mientras estaba tumbada en mi sofá esperando a que terminara de arreglarme la barba decidió activar el despertador que nos sacó de la fantasía onírica que estaba siendo nuestra relación.
-¿Qué estamos haciendo?
-Vamos a ir al cine y luego a cenar, ¿te apetece hacer otra cosa?
-No me refiero a eso, me refiero a nosotros, ¿qué estamos haciendo? No hemos vuelto a hablar sobre lo de aquel día y no creo que sea sano que hablemos y nos veamos tanto. Somos una "pareja" que ni se besa ni se desea...
-¿Quieres que nos besemos? Estaría encantado de hacerlo y si hablas de deseo creo que hablas de nosotros para referirte a ti misma.
-¿Y qué estás haciendo Rober? ¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué acompañas a alguien que se fue sin darte explicaciones y no es capaz de quererte?
-Creo que el amor es la única forma de altruismo que existe. Y si quieres saber por qué no me he ido, no lo sé. A veces confío en que te das cuenta de lo que tienes delante de tus narices y otras veces simplemente es mi propio miedo a reconocer que toda esta inversión, que toda esta apuesta ha terminado y que tengo que irme. Me haces feliz pero también vivo cada día contigo como si fuera el último, como si me fueras a dar una patada y olvidarme. Que no soy una persona, soy un empleado que nunca cumple tus expectativas y mi corazón tiene demasiadas facturas que pagar.
-Sabes que no es tan fácil. Tú eres muy importante para mi...
-Pero no soy una persona a la que besarías ni desearías. Ya has dejado claro ese punto.
-Nunca quise hacerte daño, solo que contigo siento que puedo ser yo misma y soy feliz.
-Entonces, ¿qué estas haciendo tú conmigo? Y aunque sea la primera vez que lo digo en alto no creas que no me lo he preguntado.
-Rober... -Tomó aliento y me miró como si estuviera sacándose las palabras de las entrañas con sus manos. -No quiero perderte y no quiero vivirte de esa manera. Es injusto y es egoísta, lo sé. Sé que no te he ayudado. Y quizás no debimos volver a hablar tras lo de aquella noche. -Todavía estaba con media cara sin terminar de perfilar la barba pero mi rictus serio debió borrar lo ridículo de la situación. -¿No crees?
-Creo que pudimos tomar muchas otras decisiones. Y quizás es el momento de que me vaya. Siento mucho todo esto. Creo que necesito espacio y entre nosotros es lo único que no existe.
Me lavé la cara, me puse una chaqueta y salí por la puerta. No fui capaz de verla pero pude escuchar que estaba llorando. En cuanto salí del edificio yo también estaba llorando. Caminé durante tres horas hasta el lugar más alejado de la ciudad, sentía que si estaba cerca de ella nunca podría escapar. Que volvería a golpearme con la misma piedra. Cuando volví ella no estaba, lo único que quedaba de ella era el olor de su perfume. No me atreví a abrir las ventanas para que su olor se fuera, quizás ese era el castigo que me merecía.
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