domingo, 17 de abril de 2022

El enemigo que eliges

     Me gusta vivir en los extremos y cuando tenía 20 años mis extremos eran la completa soledad o estar rodeado de mucha gente. Juntarse con Carlos, Fran y Berto era el primer paso a terminar en uno de esos dos extremos. A Carlos lo conocía desde hacía tanto tiempo que aceptaba sus aires de líder autoimpuesto y su ego, Fran era la balanza del grupo y paraba cualquier malentendido con una broma que relajaba el ambiente y Berto era tan buenazo que era imposible que alguien alguna vez se pudiera enfadar con él. Los sábados nos juntábamos a ver el fútbol con una copa en la mano antes de salir por la noche y ese plan tan simple era un buen refugio a una vida compleja. Aquel día habían propuesto quedar antes de tiempo y recuerdo salir de casa pensando que tendría que volver a cambiarme para salir porque tenía un aspecto horrible. Cuando vi a Fran en la puerta de mi casa dentro del coche no entendí nada. Un sencillo "sube, que tenemos que pillar a los otros dos" fue la respuesta a mi pregunta sobre el lugar al que íbamos. Me senté de copiloto teniendo claro que era un plan de Carlos, cambiar los planes sin avisar era lo suyo. Con los cuatro en el coche Carlos nos comentó que nos íbamos a una fiesta fuera de la ciudad y que iba a estar muy bien, pensé que podría haberme cambiado antes de salir de casa pero antes de que pudiese decir nada arrancamos.


Llegamos y aquel lugar estaba lleno de gente. Bares a rebosar y gente por las calles con actitud festiva. Es lo que hoy necesito pensé y miré como Carlos ya empezaba a dirigirnos como si fuese nuestro capitán y nosotros unos inocentes grumetes. Imaginé que había quedado con alguien y que por eso tenía tan decidido ir a un local en concreto pero no me importaba, necesitaba una cerveza. Llegamos al local y me pedí una cerveza mientras ellos pedían otros tipos de bebidas. Estaban poniendo buena música y con bailar me pasa como con escribir: le pongo muchas ganas pero no sé me da especialmente bien. Pero allí estaba a media tarde con mi cerveza e improvisando unos pasos mientras mis amigos me miraban desde la barra. El local estaba bastante lleno asique nadie me haría caso y era lo que necesitaba. Fran se me acercó y me indicó a un grupo de chicas que acababan de entrar, una de ellas le gustaba a Carlos. Eran unos cuantos años mayores que nosotros y pretendían que fuera yo a hablar con ellas, hice como que no escuchaba nada. Seguí a lo mío, a mi bola. Y me tocaron el hombro, ya estaba pensando en mandar a paseo a Carlos cuando veo que es una de las chicas del grupo que me había comentado Fran. Debí mostrarme sorprendido porque se rio de mi reacción al verla.


-Le gustas a mi amiga. -Me indicó con la mirada a la chica que le gustaba a Carlos que me miraba de reojo, rondaría los treinta pero me saludó con la mano con la timidez propia de una adolescente. Como no respondía al no entender muy bien la situación la chica insistió. -Le pareces bastante mono y le gustaría que le hablaras.

-No te creo.

-¿Por qué? Le gusta tu camiseta de Nirvana y le pareces mono, acércate y te la presento.-Nos acercamos y la chica en cuestión estaba bastante roja. Me estaba pareciendo una broma.-Ella es Laura, ¿cómo dijiste que te llamas?

-Rober, un placer Laura.

-Me gusta tu camiseta, ¿llevas mucho por aquí?

-Llegué hace un rato con mis amigos. ¿Te apetece bailar?

-Rober, tío. -Era Carlos, no sé que narices le había pasado pero parecía molesto.-Nos tenemos que ir.

-¿Estás de coña? No llevamos ni una hora aquí y ahora mismo estoy ocupado.

-Vamos a otro lado que en este no hay nada de ambiente, estos ya están fuera.

-Laura, ha sido un auténtico placer, me llevan a otro lado, si nos vemos te debo un baile y una cerveza.

-Nos vemos luego.-Salió hasta la puerta para ver la dirección que tomábamos y sus amigas me gritaban por detrás que me quedara con ellas. Yo sabía que si de Carlos dependía no la volvería a ver, su puesto de líder no podía quedar en entredicho.-Luego nosotras también iremos a otro lado.


Estaba un poco molesto por la situación. No creo que Carlos tuviera algo en contra mía. A decir verdad la batalla estaba en su propia cabeza contra si mismo pero me estaba afectando y aunque no quería discutir recuerdo salir del sitio con los puños apretados como si fuese a pelearme. Berto me dio unas palmaditas en la espalda, sabía que era mejor dejarlo pasar y en cuanto entramos en el siguiente lugar mis ánimos estaban algo más tranquilos. Tras media hora más o menos Laura y su grupo de amigas entró por la puerta. No hizo falta que me acercara que ella misma tomó esa iniciativa con una sonrisa en la cara. Me gustaba mucho esa actitud. Tenía una cerveza en la mano, una chica hermosa delante y la sensación de que el mundo iba a ser mío.


-Oye, no sé cuanto tiempo nos vamos a quedar aquí pero me gustaría que tuvieras mi número para otro día.-Pidió un papel y un bolígrafo en la barra del bar.-Por si vuelven a interrumpirnos...

-Rober, nos vamos para casa.-Escuché a Carlos detrás mía y pude ver como Berto y Fran salían por la puerta. Me puso la mano en el hombro y tiró un poco de mi como intentando sacarme a rastras.-Perdona, se viene conmigo.


No pude pillar su número. Me despedí con la mano mientras maldecía mi suerte. Al salir del coche Fran tuvo que intervenir porque Carlos y yo discutimos. Estaba cansado de que quisiera ser siempre el centro de atención. Me llamó niñato caprichoso. Durante el viaje de vuelta la tensión era evidente. Solo quería volver a mi otro modo: al de absoluta soledad. Bajé del coche sabiendo que había perdido un amigo y una oportunidad. Aprendí que ninguno de los dos iba a volver.

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