Antes de la humanidad tal y como la conocemos e incluso antes de los panteones existieron los Absolutos. Los primeros dioses que representaban conceptos abstractos como la Diosa de la Vida, la Diosa de la Muerte, el Dios del Caos, el Dios de la Nada o el Dios del Tiempo. Todos ellos crearon y moldearon nuestra realidad desde su propio panteón varias realidades superiores a la nuestra antes de que el tiempo fuera conocido como tal. Para no tener que abandonar sus reinos superiores con asiduidad decidieron crear entidades divinas en la propia Tierra que convivirían al principio de los tiempos con los primeros hombres, las bestias y los extintos seres mágicos. Estos Dioses menores fueron conocidos como Elementales ya que la mayoría de ellos representaban elementos del mundo y convivían con el resto de seres que durante mucho tiempo llegaron a convertirlos en los primeros seres de adoración conocidos. Ese fue el motivo de reunión de tantos Elementales al lugar donde se construyó el primer templo, uno dedicado al Dios del Agua. Ese templo despertó la ira del Dios del Fuego que retó a la deidad acuática a un duelo para demostrar ser más digno del culto de los seres inferiores. Ambos Dioses decidieron que sería un enfrentamiento y que el vencedor decidiría un castigo para el derrotado. Para garantizar que el mundo no sufría las consecuencias de este conflicto la Diosa de la Tierra, la Diosa del Viento, la Diosa del Rayo y el Dios del Trueno además de espectadores canalizaban su poder protegiendo a los seres vivos y el lugar donde se desarrollara el combate.
El momento de la batalla se había alcanzado y los contendientes no se hicieron de rogar. En el mar más cercano empezó a asomar una figura gigantesca. Estaba totalmente cubierta del agua marina. Primero un brazo que se aposentó en tierra como buscando un punto de apoyo para alzar el resto del cuerpo y luego un segundo brazo que terminó de alzar la figura hasta lo que era la cadera de un gigante de centenares de metros. Pero no estaba cubierto de agua, estaba hecho de agua. Era un gigante totalmente acuático. El Dios del Agua había adoptado esta forma pura de agua con forma humana en un tamaño gigante. Tal era la forma acuosa que en su incorporación a tierra el Dios del Agua no se había percatado de que varios seres acuáticos estaban en el interior de su estructura nadando como si fuera el propio mar del que emergió. La deidad introdujo su mano en su cuerpo y devolvió a las criaturas al océano donde estarían más seguras. Tras eso se incorporó orgulloso al lado de su templo esperando a su rival. Un Dios del Fuego que no se hizo de rogar. Una llama asomó en medio de la nada y se hizo cada vez más poderosa tanto en forma como en tamaño. En medio de la llama apareció también un gigante, pero uno que estaba ardiendo. En algunas zonas el calor de las llamas era tal que solo quedaban los huesos rodeados de llamas y en otras todavía quedaba algo de carne que se deshacía poco a poco con el calor. El Dios del Fuego miró con desprecio al resto de los presentes. No mostraba benevolencia con su propia forma física mucho menos con los que consideraba sus rivales. Sin dudarlo un instante el gigante envuelto en llamas lanzó su puño derecho contra la cara de su rival. Alcanzó donde estaría el mentón y litros de agua saltaron por el aire. El Dios del Agua se mantuvo en silencio pero posó su brazo izquierdo sobre el hombro derecho de su rival y donde el agua se juntaba con las llamas las propias llamas cambiaban de calor y aullaban como sufriendo por el contacto. Antes de que pudiera reaccionar al agarre, la deidad del elemento acuoso con su brazo derecho comenzó a golpear a su rival en distintas partes de su gigantesco cuerpo. Con cada golpe las llamas cambiaban de color y perdían intensidad como si el Dios del Fuego estuviera recibiendo heridas en su estructura. Tras varios puñetazos soltó el amarre y con ambos puños asestó un mazazo a la cara del gigante ardiente que se vio lanzado por los aires. El vuelo fue de quilómetros y quilómetros, tantos que perdió de vista a su rival. Cuando cayó pudo ver que estaba cerca de una zona volcánica y esperó a su rival allí. El Dios del Agua no se hizo esperar y llegó hasta el territorio de su rival corriendo en saltos que alcanzaban casi los quinientos metros. Cuando se volvieron a poner frente a frente el elemental de agua emanaba humo de su cuerpo como el sudor de un cuerpo fatigado. Ambas deidades alzaron sus puños pero fue el de agua el que alcanzó de nuevo a su rival que se desplazó hacia atrás hasta caer sobre un volcán en el cual uno de sus puños se sumergió. Parecía que todo el pescado estaba vendido y el Dios del Agua caminó triunfante hasta su enemigo que lo miraba furioso todavía sobre el volcán. El calor de la tierra hacía que el humo que soltaba el Dios del Agua aumentara a cada paso que se acercaba a su rival y lo que debían ser sus pies era un burbujeante mar de agua hirviendo. A cada paso parecía más pequeño y viendo la sonrisa burlona del Dios del Fuego la deidad de todas las superficies acuáticas comprendió que le habían tendido una trampa. Bajos sus pies discurrían ríos de lava de los volcanes que lo estaban debilitando. Se estaba evaporando y allí el Dios del Fuego se sentía como en casa. El Dios del Fuego sacó su mano del interior del volcán con un poco de lava que lanzó sobre su rival. El impacto fue tan doloroso que por primera vez en su existencia el Dios del Agua se encontró con el sentimiento del miedo. La lava caminó por su estructura dejando cicatrices de vacío y vapor en el aire. El Dios del Agua en ese momento intentó escapar pero el Dios del Fuego no estaba dispuesto a permitirlo. Estiró su brazo creando un látigo de fuego con el que rodeó a su rival como una serpiente que intenta estrangular a su presa y lo atrajo hasta si mismo. Donde antes el contacto hacía aullar a las llamas ahora convertía en burbujas y vapor el agua. El gigante ardiente sometió a su enemigo y empujó su cuerpo contra el suelo. Ambos tumbados sobre el suelo con el Dios del Agua resistiéndose al contacto con la tierra que escondía bajo su superficie una estructura de arterias de lava que lo evaporarían si pasara cerca demasiado tiempo. El Dios del Fuego puso su mano sobre la cabeza enemiga y empezó a empujar todavía más a su rival que no paraba de evaporarse y perder tamaño a cada instante. Se escuchó un último aullido del Dios del Agua y este se evaporó. El Dios del Fuego había vencido.
La celebración no duró mucho para el Dios del Fuego que volvió caminando al punto de inicio de la batalla. Al llegar allí contempló con disgusto el templo dedicado al que fue su enemigo. Decidió que ese templo merecía el mismo destino que la deidad a la que estaba dedicada y cubrió con sus llamas toda la estructura de piedra. Eran unas llamas distintas, no intentaban quemar las rocas. Las evaporaba hasta el punto de convertirlas en arena. No se conformó con el templo y mientras todos los seres vivos huían ante la proliferación de las llamas el Dios del Fuego que se extendían quilómetros a la redonda secando la tierra hasta convertirla en arena. No contento con ello el Dios del Fuego extendió sus llamas al cielo donde evaporó las nubes y calentó el aire hasta que el lugar donde había estado el templo solo quedara arena y calor. Tras terminar su obra el Dios del Fuego se marchó de nuevo a su reino a la espera de ver como reaccionaría el Dios del Agua cuando viera lo que hizo y convencido que esa muestra de poder atraería a fieles a sus filas.
Meses más tarde el Dios del Agua reapareció en el lugar donde tiempo atrás estuvo su templo y contempló la obra del Dios del Fuego. Un territorio inerte. Un océano de arena. La deidad intentó devolver la vida a la zona con su agua pero el calor del aire evaporaba cualquier agua antes de asentarse. En ese momento el Dios del Agua lloró toda la noche. Ese agua ya sea por la tristeza que cargaba o por el poder que le había sido imbuido se asentó y hasta surgió algo de vida a su alrededor, creando así las primeras dunas del primer desierto de nuestro mundo. Recibió el nombre de Desierto del Fuego en una lengua que hace siglos dejó de existir y todavía más tiempo que no se usa ese nombre. Un desierto que nació de la rabia de un dios y la pena de otro.
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