domingo, 1 de diciembre de 2024

Tres maneras de no decir adiós

 "Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito,
porque me destrozaría saber que a pesar de eso no me has buscado."

Mario Benedetti.


                        Te vi hasta en tres ocasiones sonriendo. El cuando no creo que sea importante. Despertó en mi dos rutas de pensamiento. La primera fue alegrarme por tener la oportunidad de volver a verte sonreír ya que no quería que mi última imagen de ti fuera una despedida entre lágrimas. Y la otra fue la de estar triste sabiendo que no volveré a participar en que se te dibuje una. No me viste aunque pasaste tan cerca que con apenas un ligero movimiento nos habríamos tocado, quizás iniciado un abrazo como en el pasado. Y me sentí turista en tu vida. Tan ajeno a ella que me hice pequeño para no romper el momento y la sonrisa. Me convertí en una sombra. Para no ser visto. Para no molestar. No tuve intención de ser visto. Creo que si lo hiciera me convertiría en una mancha de ponzoña en el cristalino océano de tu día a día. No deseo romper nada más por muy cruel que sea saber que como en la canción "Ya no te hago falta". Alejé de mi mente cualquier idea de ponerme en contacto contigo. He vivido muchas noches entre lágrimas excepto esas cuatro donde aprendí que a veces para amar uno se tiene que apartar.



Te vi una noche triste. Casi al punto del llanto. Pasaste tan cerca que por un momento pensé que era yo la causa. Pero tal era la pena que ni te percataste de mi presencia. No me hizo falta empequeñecerme porque todo pasó en un suspiro y tan pronto te tenía al alcance de la mano y al momento te perdías entre las personas. Me escribieron que te vieron triste al rato y si tenía algo que ver. "Ojalá" fue mi primer pensamiento porque eso habría significado que la vida nos volvía a cruzar. Confirmé que aunque te vi no interactuamos. Que tuve ganas de preguntarte que necesitabas. Si te apetecía que nos fuésemos y cenásemos algo rico mientras veíamos alguna de las películas que nos gustaban. Sabía que en otro tiempo eso te habría ayudado a desconectar y te habría hecho reír. Quizás con eso bastaba. Pero yo ya no formaba parte del plan, era un evento de otro tiempo y para otro Rober. Éramos dos personas distintas cruzando nuevos ríos. La idea de que seamos desconocidos me revolvió el estómago. Por primera vez me cuestioné esto. ¿En que momento renunciar a las risas era el camino correcto? Me recordé que tengo que respetar tu decisión y que amar puede ser convertirse en un desconocido.




No te puedes imaginar lo orgulloso que estaba. El mismo día que lo supe fue a la librería con cara de haberme la lotería. Me alegraba tanto por ti que no podía esperar a contemplar el fruto de tu esfuerzo. En cuanto lo vi me temblaron un poco las manos. Viví ese momento como tenerte enfrente. Pillé el libro y casi sin mirarlo estaba pidiendo que me lo pusieran para regalo. Al llegar a casa el papel se rasgó como en mis navidades cuando era un niño. No pude sino devorarlo. Esa tarde fuimos el libro y yo. Cada vez que mis ojos pasaban por algo que me recordara al proceso de crearlo me detenía y disfrutaba del recuerdo que evocaba. Cada minuto de lectura era un momento más de orgullo. Y con la finalización del mismo llegó el bajón. Todos esos recuerdos me sobrepasaron. Era sábado de noche y todo se revolvía en mi interior. Había borrado tu número de la agenda de mi teléfono y no tenía forma de ponerme en contacto contigo. Era un acto demasiado egoísta. No debía. Sabía que no debía. Me ardía la cabeza de pensamientos contradictorios. Y me acordé que tenía tu contacto anotado en una libreta que uso como agenda. Me lancé sobre el cajón como un animal salvaje sobre su presa. Me comía la ansiedad. Sabía que no estaba bien y busqué en las páginas tu nombre. Ahí estaba como aparición divina. Como agua en el desierto. Dudé un instante. Este era el momento de parar o ya no habría vuelta atrás. Marqué el número en mi teléfono y esperé.


-Sé que esto no está bien y quiero disculparme. - Me sujeté la cabeza como si necesitase apretarla para que no se desmoronase. - No sé ni por donde empezar pero necesito que me escuches. Ojalá esto esté funcionando para ti porque para mi no lo está haciendo. Creo que te di la última pieza buena de mi como recuerdo cuando te fuiste y desde entonces lo que ha quedado de mi es una mierda. Lo estoy haciendo todo mal y he echado de mi vida a las pocas personas que le importaba. Les hago daño y los echo. Lo siento. Hoy leí tu libro y sentí la necesidad... La necesidad... De decirte lo orgulloso que estoy de que lo hayan publicado. Soy imbécil, no creo que necesites esto ahora mismo. De verdad lo siento. Me gustaría saber si estás bien porque ahora mismo siento que te has convertido en otra persona y yo sigo en el mismo lugar y momento en el que me dejaste. Alejado de ti y alejándome de todo. Sin saber quien soy como agua sin recipiente saltando de un lugar a otro intentando obtener una forma que me sostenga. La verdad es que aunque extrañe un montón de cosas creo que saber que estás bien sería suficiente. Sé que es tarde para muchas cosas pero me mataría saber que espero a que sea demasiado tarde. Me habría encantado sentir como me abrazas esta noche. Te quiero.


Apoyé mi cara sobre la pantalla del teléfono mientras me rompía del todo a llorar. La pantalla estaba oscura y en ella se empezaban a dibujar un texto de tristeza con las lágrimas que se derramaban. No pulsé el botón de llamar y quizás eso era lo correcto. Tras unos minutos con mi cabeza apoyada contra el teléfono como queriendo transmitir todo lo que se quedó sin decir a través del pensamiento me incorporé con la agenda en la mano. Arranqué la página con su número de teléfono y la trocee para tirarla a la papelera. Fui al baño y me lavé la cara. Me puse el pijama y me metí en la cama. Fue un proceso semi automático como si todo lo vivido hace unos minutos activara todo esto. Me metí en la cama y extrañé la forma en que frotabas tus piernas con las mías antes de irte a dormir y el último abrazo que me dabas por detrás por las noches. Todavía seguía hablando contigo en mi voz interna. Todavía era muy pronto para poner a prueba la fuerza de mi lealtad. Todavía me falta aprender que amar también puede ser soltar.

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