viernes, 20 de diciembre de 2024

Dioses. Jardín.

                             Si los dioses en general son seres caprichosos, los Absolutos lo son todavía más. En su panteón apenas interactuaban entre ellos ya que preferían centrar su control sobre sus dominios. Otra cosa muy distinta era cuando uno de ellos hacía acto de presencia en los reinos terrenales que las posibilidades de que uno o varios se acabasen juntando. En el principio de los tiempos estaba le Diose del Amor rodeade de sus fieles. Humanos y entidades mágicas de todo tipo se congregaban alrededor de le Absoluto. Su aspecto original neutro mutaba a los ojos de quien le viera. Para uno de los hombres era su hija, para la mujer que tenía sentada cerca se presentaba como su amado, un centauro que disfrutaba del ambiente presenciaba a su mejor amigo y compañero de armas y un grupo de hadas que revoloteaban por la zona al niño del pueblo que les llevaba de comer cada mañana. Le Diose disfrutaba de compartir amor con otros seres vivos. Su presencia en el plano terrenal venía acompañada de mucha felicidad. Pero no todos querían la felicidad de los seres vivos y a una distancia desde la que no pudieran verle el Dios del Dolor contemplaba con asco a su compañere.

El Dios del Dolor tenía un plan y caminó por la pradera donde se encontraba Le Diose del Amor. Cuando los seres que rodeaban a la entidad se fijaron en el otro Absoluto, este inclinó su cabeza como pidiendo permiso para acercarse. A pesar de su aspecto oscuro y atormentado, ninguno de los presentes tuvo inconveniente mientras esto no espantara a la otra deidad y el Dolor personificado caminó entre ellos tocando con un leve gesto sus pechos en lo que parecía un gesto de gratitud. Cuando alcanzó al Amor sonrió con frialdad y volvió a inclinar la cabeza como símbolo de respeto. Tenía un regalo para el Amor. Le Diose sabía que El Dios del Dolor veía su aspecto neutro verdadero, que en el dolor no existe ni un ápice de amor. Desconfiaba de él pero no quería ser desagradecide con una ofrenda de otro Absoluto. El Dios del Dolor alzó sus brazos y los mortales allí reunidos empezaron a llevarse las manos al pecho. Un dolor agonizante les alcanzó allí donde habían sido tocados por el Dios. Poco a poco empezaron a caer y retorcerse sobre el suelo. Incluso los seres alados yacían sufriendo un enorme dolor. Le Diose estaba confundide, ¿qué estaba pasando? El Dios del Dolor estaba preparando su regalo. Se escuchaban los gritos agonizantes de los mortales a su alrededor y casi en perfecta sincronía sus pechos estallaron desde el interior como si un ariete hubiese derribado las paredes de carne. Del orificio empezó a asomar el corazón todavía palpitante de cada una de las víctimas elevadas por un tallo verde oscuro y espinoso que elevaba el órgano sobre el cuerpo de los seres ya fallecidos. De la misma herida también brotaron raíces que también llenas de espinas buscaban tierra. Cuando los corazones alcanzaron sobre el tallo una altura de más o menos un metro y como si fuera un capullo se abrieron dejando paso a una flor negra. Le Diose miraba horririzade toda la escena, aquellos humanos y aquellos seres mágicos no merecían una muerte así. El Dios del Dolor alcanzó una de las rosas y rompió el tallo. Olió el aroma que brotaba de ellas mientras disfrutaba del dolor que le producían las espinas al clavarse en sus dedos. Sin mirar atrás a la otra deidad que tenía a sus espaldas arrojó la flor a sus pies y se marchó otra vez caminando. Le Diose del Amor estaba totalmente afligide y sufriendo la mayor de las tristezas que es aquella que no dejan que salgan lágrimas. Durante muchos años en ese territorio crecieron esas flores negras fruto del encuentro del amor y del dolor. Aquel lugar se convirtió durante incontables eras en un lugar de encuentro para aquellos que sufrían por amor. Los primeros humanos le llamaron el Jardín del Desamor.

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