Aquel lugar había sido una posada en el pasado aprovechando que tenía un pozo de agua a su lado. Ubicaron la edificación intentando aprovechar al máximo el acuífero tanto para beber como para los servicios del local. Pero ese tiempo había pasado. El ronin lo sabía y por eso decidió pasar aquella noche de verano en aquel lugar. La guerra había llegado a esas tierras y muchos edificios fueron abandonados. Esta era un lugar de reposo de una sola noche para el espadachín, por la mañana tendría que continuar su viaje hacia el territorio donde los vasallos de su antiguo señor habían formado la resistencia. Llevaba dos espadas en la zona izquierda de su cadera. La que le otorgaron cuando se le nombró guardián de aquella familia noble y la de su fallecido señor. Sus ropajes estaban impolutos y su pelo recogido como le habían enseñado. Toda una vida dedicada a la espada y al honor. Una vida que ahora se veía manchada por el asesinato de su señor a manos del autoproclamado señor de estas tierras. Aquel hombre atacó por la noche y a traición. Asesinó delante de todos los miembros del castillo. El ronin pudo recuperar el arma de aquel al que servía y salvar su vida a duras penas. Tuvo que rebanar a decenas de hombres para ello. Y aún así no fue suficiente. Su idea era reunirse con la resistencia, comprobar cuales eran sus intenciones y unirse a ellos en caso de que aquello tuviese posibilidades de restaurar su honor. Tenía que devolver la paz al espíritu de la familia que gobernaba estas tierras. Encendió varias velas en el cuarto en el que se hospedaba para meditar antes de dormir. Algo inquietó sus pensamientos. Algo parecía moverse entre las sombras. El instinto hizo que moviera su mano derecha a la empuñadura de su katana pero antes de alcanzarla dos sombras con forma humana asomaron. La primera desde atrás amenazando rebanar su cuello con un kunai y la segunda por delante desde abajo apuntando con una espada al corazón del guerrero. Aquello que le había alertado asomó como una tercera persona cubierta a excepción de los ojos en ropas negras.
-¿Eres Hiro?
-¿Quién lo pregunta?
-Nuestro señor tiene una oferta para ti. - Con un movimiento de su mano los dos asesinos que tenían apresado al ronin desaparecieron entre las sombras. - Sabe al lugar que te diriges y cree tus habilidades serían más útiles a su lado.
-¿Acaso cree vuestro señor que no conozco el honor? ¿Cómo puede pretender que sirva a la persona que asesinó a aquel que me hizo quien soy? ¿Cómo puede creer que no es un insulto para mi aliarme con aquel que asesina niños a sangre fría?
-Tenemos el lugar rodeado. Somos los mismos asesinos que hicimos caer a tu señor. Si no te unes a nosotros no nos sirves para na...
Antes de que pudiera terminar la frase. Hiro se desplazó con la velocidad del rayo y apareció a las espaldas de su enemigo con la espada desenvainada. La cabeza del asesino se desplomó y una línea de sangre se dibujó en la pared. El ronin respiró hondo y percibió que con él se encontraban catorce asesinos más en la habitación. Ocultos en las sombras. Con su mano izquierda retiró la espada que había pertenecido a su señor. Y se sumergió en un estado de concentración cercano al trance. Las katanas y él se unieron en uno.
Durante cinco largos minutos se podían escuchar choques de metal y gritos de dolor desde fuera de la posada. Tras ese tiempo el ronin asomó por su puerta. Cubierto de la sangre de sus enemigos y en menor medida también de la suya. Un puñal clavado en el hombro izquierdo, tres tajos paralelos en el pecho y otro corte en su muslo derecho eran la factura del combate. A sus espaldas quince asesinos de élite muertos. Hiro limpió las espadas antes de volver a envainarlas. Recogió algunas prendas que quedaban en la posada e improvisó unos vendajes con ellas tras lavarse con la agua del pozo. Buscó el cuarto de las escobas y encontró una pala.
Para cuando amaneció el ronin ya había terminado de cavar y cubrir las quince tumbas de los asesinos. Sus ropas se había secado durante aquella calurosa noche de verano. Los vendajes no se habían manchado demasiado lo que era una buena señal y más cuando se pasó toda la noche haciendo esfuerzos. A pesar de no pegar ojo Hiro estaba de buen humor. Cuando empezó a meditar se cuestionaba si unirse a los rebeldes era el camino correcto. Tras el encuentro con los asesinos tenía su respuesta. Tenía varias horas de camino por delante. Tenía un objetivo. Tocaba la empuñadura de la katana de su señor mientras caminaba. Le susurraba que pronto podrían descansar en paz. Que esa era la senda del honor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario