domingo, 18 de marzo de 2012

Nos odio

¿Qué hora es? ¿Ya es de día? Maldito dolor de cabeza, ¿estoy en casa? Parece que si. Me muevo intentando reconocer mi cuarto, ¿y esto? ¿Qué hice yo ayer para estar acompañado? Paseo lentamente mi mano por la cama y compruebo que es una mujer y el perfume me lo confirma. Vaya Roberto, eres un buen cabrón. La has vuelto a liar otra noche y otra noche no sabes por qué estás donde estás y con quién estás. Está demasiado oscuro para intentar reconocerla y quizás a plena luz del día tampoco podría hacerlo, no sería la primera vez que aparezco en un lugar desconocido con amoríos cuyo nombre desconozco. Estaba en un buen lío y con un dolor de cabeza importante. Otra noche de excesos que me tocaba enmendar al día siguiente. Me incorporo con delicadeza probando hasta que punto la resaca afectaba a mis reflejos y salí de mi cuarto con cautela de no despertar a mi invitada. Al entrar en el baño y encender la luz me di cuenta de que estaba desnudo. Tuve fiesta por la noche, por lo menos eso lo podía confirmar. En mi mala cara se podía ver como esbocé una sonrisa. Me senté en el baño y me puse a mear mientras intentaba descubrir quien era la chica. Recordaba haber salido con Marcos a tomar unas cañas tranquilamente, recuerdo haber entrado al bar de siempre y decidir comprarnos una botella de ron. A partir de ahí se empiezan a complicar los recuerdos, Marcos hablándome de su novia y yo como si fuese un entendido en mujeres aconsejándolo. Tras eso la oscuridad. Fui a la cocina y me puse a beber de la botella de agua, estaba deshidratado logicamente. Eran las cuatro de la tarde, sea quien fuera la persona que estaba en mi cuarto tendría que irse dentro de dos horas como mucho, antes de que llegue mi madre a casa. Comí un minicroisant que había en la cocina y volví a dar otro trago a la botella de agua.

De camino a mi cuarto pensé en mil formas de despertar a la desconocida sin molestarla demasiado, aunque no creo que haya forma cómoda de echar a alguien de quien no te acuerdas su nombre de tu casa. Abrí la puerta de mi cuarto y miré en el suelo mis gallumbos, me los puse y con la luz del resto de la casa pude empezar a percibir rasgos de la joven que permanecía en mi cama. Lo primero que pude ver es en el suelo parte de su ropa: un vestido negro que parecía ser bastante ceñido, unas medias oscuras y unas bailarinas negras, no vi por ninguna parte su ropa interior, quizás no usaba, punto a su favor pensé. Alcé un poco más la vista y pude ver su cuerpo desnudo en mi cama, las sábanas tapaban algunas partes y se encontraba de espaldas pero con la poca luz que llegaba desde el pasillo pude ver su larga melena oscura que descendía por su espalda y que moría en el intento de alcanzar una delgada cintura. Su piel era clara, no más que mi blanco de teta de monja pero lo suficiente como para saber que tampoco le pegaba demasiado el sol a esa bonita figura. Las sábanas dejaban entrever unas piernas interesantes y la curiosidad por un instante casi me hace perder los papeles y lanzarme sobre ese regalo que me habían dejado los Dioses en mi cama. Era el momento de hacer algo. Me metí entre las sábanas y me acerqué lentamente a ella... ¿EVA? ¡Mierda! No podía ser Eva, ¿de todas las mujeres del mundo por qué tuve que meter a Eva en mi cama? Ahora estaba jodido por segunda vez en muy poco tiempo, no sólo tenía que sacar a Eva de mi cama, además tenía que despertar a Eva y descubrir qué había pasado. Antes de hacer nada eché una última mirada al cuerpo de Eva y me maravillé en la pequeña joyita que tenía delante y que pocas veces se mostraba bajo los focos para brillar pero no dejaba de ser Eva. Le toqué suavemente el hombro mientras la llamaba con voz temerosa por su nombre, se despertó y parecía tener resaca también, le ofrecí agua y mientras me miraba un poco alucinada dió un trago.

-Buenos días Evita.
-No fue un sueño, tú y yo.
-Supongo...
-Madre mia, madre mia...

-Me pasó lo mismo al despertarme si te sirve de consuelo.
-Pero, ¿cómo?
-Yo lo último de lo que me acuerdo es de empezar a beber ron con un amigo.
-¿Dónde está mi ropa?-Le señalé el suelo y tapada con mi sábana la recogió toda.-¿Qué hiciste con mi ropa interior?
-¿Usas ropa interior? Por un momento me ilusioné que le dabas libertad a toda tu sexualidad. Estará por alguna parte del cuarto o de la casa, ¿quieres que te traiga algo mientras la buscas?
-No me traigas nada, ¿qué vamos a hacer?
-Por mi parte podríamos hacer lo que creo que ninguno de los dos recordamos y luego olvidar todo, ¿qué te parece?
-Eres un guarro.
-Aquí ambos somos unos cochinillos Evita.-Ella seguía buscando su ropa por el suelo de mi cuarto y decidí encenderle la luz para hacerle la búsqueda más llevadera.-Para mi esto tampoco es agradable, no te creas. Intento llevarlo con buen humor pero somos dos causas perdidas que se juntaron en un movimiento bastante extraño del alcohol y el azar. Estoy de mierda hasta encima y sólo quiero que por lo menos no nos gritemos y hagamos más daño a nuestras cabezas resacosas.
-No encuentro el resto de mi ropa pero creo que me voy a ir.
-¿Así? ¿Sin hacerte una foto de recuerdo ni nada?
-No me hace gracia.
-A mi tampoco, ¿qué clase de borrachera pudimos tener ayer?
-¿Me estás llamando fea?
-Ni mucho menos, todo lo contrario tal vez. Me enamoré de tu desnudo hasta el momento que tuve que volver a la realidad y despertarte pero no puedo comprender como ambos pudimos acabar aquí. La belleza no tiene nada que ver en esto.
-Eres un adulador de mierda.
-Si quisiera adularte no habría hecho falta la bebida para esto y no querrías irte, en cambio esto de ahora está mal.
-Ahora estoy segura de que me voy a ir.
-¿No quieres nada?
-Date la vuelta que me voy a vestir.
-¿Sin ropa interior?
-¡No mires!-Me giré sin ninguna intención de mirar como se cambiaba, durante la conversación su gloriosa imagen había perdido fuerza en mi interior y no quería que se estropeara del todo, permanecí de espaldas.-Ya estoy.
-Te acompaño hasta la puerta, te acompañaría hasta casa a pesar de la tesitura pero ya ves como estoy.
-No hace falta, es un detalle pero ahora mismo verte es lo que menos necesito.
-Lo tomaré como un cumplido.-La acompañé hasta la puerta de mi casa.-Me gustaría decir que ha sido un placer, pero ni me acuerdo y no creo que en tu versión lo sea, te prometo discreción.
-Eso espero, adios Rober.
-Que tengas un buen viaje Eva.

Cerré la puerta y entré en la cocina a por otra botella de agua. Di un largo trago. Evita, Evita. Mujer peligrosa. Detrás de esa timidez casi semejante al odio hay un poco de fuego esperando a salir a flote con la bebida. Esto había sido solamente una noche, lo tenía claro. Yo estaba en mi mundo de autodestrucción y Eva, Eva ahora mismo se odiaría a si misma por acabar conmigo en la cama y me odiaría a mi sabe Dios por qué. Eran las cinco de la tarde de un domingo cualquiera, un domingo que habría sido cualquiera si Eva no se hubiese despertado con su magnífico desnudo de marfil en mi cama, con su cuerpo perfectamente colocado entre mis sábanas dispuesta a ser adorada como un ídolo de una cultura ya extinta. Entré en mi cuarto, me senté en mi silla y encendí el ordenador, miré mi cuaderno de notas y algo raro había. Lo abrí y me encontre la ropa interior de Eva, debajo de la misma y con mi letra de borracho ponía: Para el Rober del futuro, no me odies.

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