Léelo en alto cuando sientas que el silencio te ahoga:
Yo ya me he despedido con un beso robado de ti mientras duermes, creo que así será más sencillo. Se acaban los "buenos días" y sufrir juntos los piés fríos, eres la primera vez a la hora de que mi cuerpo no sea un remanso cálido por las noches, espero que con este hasta luego no sea la última.
Durante los primeros días hablaré de ti, mostraré las marcas que me has dejado y que nunca se borrarán y aunque luego no estés en mi boca tienes que saber que en mis recuerdos has robado para ti situaciones que muy difícilmente se me escapen. Te hablo todavía con tu dulzura acariciando mi ser y sin que tu fragancia haya abandonado nuestras sábanas y muchas de mis prendas pero siento que eres como esa moneda que te encuentras en el preciso momento en el lugar menos indicado, no puedo describir lo mucho que has valido.
Me voy, volveré. Quizás no cuando me necesites, volveré cuando sea necesario. Me voy antes de que te vayas y antes de que nos cansemos el uno del otro. Antes que la monotonía nos intoxique. Nos toca descansar el uno del otro. Estoy seguro que no es lo más justo, pero si lo correcto.
Esta última noche me voy descalzo para tenerte presente, para poder decirte "buenos días".
domingo, 6 de enero de 2013
viernes, 4 de enero de 2013
Estamos muertos hasta que se demuestre lo contrario
Estamos muertos. Emanando un calor que no es nuestro, que no nos corresponde. Porque nos hemos convertido en tumbas que se desplazan, que han perdido todo lo que un día nos convirtió en personas. Hemos abandonado la individualidad y el pensamiento propio, deciden por nosotros a la hora de hablar, pensar e incluso sobre nuestra ropa. Si alguna vez el ser humano sintió empatía por sus semejantes a día de hoy es un borroso recuerdo de lo que parece un mito; a pesar de que día a día se ven gestos que hacen que se piense que hay esperanza para el ser humano no son más que anécdoticos y llegan a parecer más un defecto del individuo en si en lugar de un comportamiento natural como debiera ser.
Estamos muertos. Por todas las veces que decidimos no cometer un error porque es un error. Porque somos presos de los actos que no cometimos y de las palabras que nunca diremos. Porque nunca los sentimientos han importado tan poco y nunca nos hemos engañado diciendo que valen tanto. Porque nada nos conmueve de verdad, ya nada realmente nos enfurece ni hay una pena que dure cien años.
Estamos muertos. Porque nos despertamos con la idea del "yo especial" y nuestro único motivo para serlo es decir que lo somos. Leemos sin comprender, caminamos sin avanzar y vivimos sin aprender. No tenemos ideales.
Estamos muertos. Y somos felices con ello. Somos infelices con nosotros mismos. Ya no sabemos reir ni llorar. Hemos olvidado como se ama y ni el odio es capaz de dominar un corazón que ya no late.
Estamos muertos. Yo sigo con mi lápida a cuestas, ingénuo pensando que algún día de nosotros, los muertos; nacerá algo. Descansemos en paz.
Estamos muertos. Por todas las veces que decidimos no cometer un error porque es un error. Porque somos presos de los actos que no cometimos y de las palabras que nunca diremos. Porque nunca los sentimientos han importado tan poco y nunca nos hemos engañado diciendo que valen tanto. Porque nada nos conmueve de verdad, ya nada realmente nos enfurece ni hay una pena que dure cien años.
Estamos muertos. Porque nos despertamos con la idea del "yo especial" y nuestro único motivo para serlo es decir que lo somos. Leemos sin comprender, caminamos sin avanzar y vivimos sin aprender. No tenemos ideales.
Estamos muertos. Y somos felices con ello. Somos infelices con nosotros mismos. Ya no sabemos reir ni llorar. Hemos olvidado como se ama y ni el odio es capaz de dominar un corazón que ya no late.
Estamos muertos. Yo sigo con mi lápida a cuestas, ingénuo pensando que algún día de nosotros, los muertos; nacerá algo. Descansemos en paz.
martes, 1 de enero de 2013
Aire
Aquella mañana se despertó con el puro convencimiento de que estaba enamorado de Claudia, enamorado. No ilusionado, enamorado; con la única idea de unir sus pecas escribiendo una historia juntos. No eran mariposas lo de su interior, era la imperiosa necesidad de ella. Con los pulsos del deseo marcando el ritmo, salió de su casa. No era un secreto que Claudia sentía predilección por él y ya lo dejó claro en alguna cena entre amigos donde un par de copas hicieron que aquella cosita de niña tuviera instintos de mujer.
Pisó el portal de ella y la hizo bajar, pudo escuchar el ritmo alegre de sus pasos por las escaleras y agachó la cabeza buscando las palabras, con ambas manos en los bolsillos como si el amor se escondiera bajo las llaves. Tenía el pelo revuelto, poco pelo le quedaba desde su último corte de pelo pero Claudia solo cuidaba y lucía su sonrisa y en esta ocasión no fue diferente. Sacó las manos de los bolsillos y en el momento del saludo treparon hasta sus mejillas, ella entendió todo. Frío. Algo estaba pasando, las manos estaban pero no tocaban, los cuerpos se juntaban pero no se calentaban. Por más que lo intentara el contacto no llegaba a producirse, no sentía su calidez y solo los alientos danzaban entre ellos mientras ellos luchaban contra una barrera invisible que convertía las voces en secretos. Los ojos de Claudia mostraban tristeza e incredulidad, él se negaba a rendirse. Nunca una caricia valió tan poco.
Se sentaron en las escaleras uno al lado del otro, en silencio contemplando sus pies. No entendían nada, él intentó acariciar a escondidas la mano que tenía apoyada en el suelo, intentando engañar a esta nueva ley, no sintió nada. Él sabía que las palabras no significaban nada y tuvo que tragarse todo su pesar para intentar que aquella dulce chiquilla no derramara sus lágrimas sobre un regazo en el que no se podía posar.
Aquella mañana él se despertó sabiendo que estaba enamorado de Claudia. Aquella mañana el mundo amaneció sin saber que aquel era el primer último amor.
Pisó el portal de ella y la hizo bajar, pudo escuchar el ritmo alegre de sus pasos por las escaleras y agachó la cabeza buscando las palabras, con ambas manos en los bolsillos como si el amor se escondiera bajo las llaves. Tenía el pelo revuelto, poco pelo le quedaba desde su último corte de pelo pero Claudia solo cuidaba y lucía su sonrisa y en esta ocasión no fue diferente. Sacó las manos de los bolsillos y en el momento del saludo treparon hasta sus mejillas, ella entendió todo. Frío. Algo estaba pasando, las manos estaban pero no tocaban, los cuerpos se juntaban pero no se calentaban. Por más que lo intentara el contacto no llegaba a producirse, no sentía su calidez y solo los alientos danzaban entre ellos mientras ellos luchaban contra una barrera invisible que convertía las voces en secretos. Los ojos de Claudia mostraban tristeza e incredulidad, él se negaba a rendirse. Nunca una caricia valió tan poco.
Se sentaron en las escaleras uno al lado del otro, en silencio contemplando sus pies. No entendían nada, él intentó acariciar a escondidas la mano que tenía apoyada en el suelo, intentando engañar a esta nueva ley, no sintió nada. Él sabía que las palabras no significaban nada y tuvo que tragarse todo su pesar para intentar que aquella dulce chiquilla no derramara sus lágrimas sobre un regazo en el que no se podía posar.
Aquella mañana él se despertó sabiendo que estaba enamorado de Claudia. Aquella mañana el mundo amaneció sin saber que aquel era el primer último amor.
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