sábado, 14 de mayo de 2022

Perdido en mitad de

     Como si se tratase de un experimento, viví diez días con un amor de verano. El como nos conocimos y como acabamos viviendo juntos en otra ciudad es otra historia en si misma. Al séptimo día descansamos de flotar en las nubes de la ilusión. Estaba con mi cabeza en su regazo tumbado en el sofá mientras me acariciaba el pelo. Escuchaba atento sus relatos sobre relaciones pasadas. Había dado un salto no muy largo entre su anterior y conocerme a mi. En mi cabeza ese era el significado de amor de verano, una burbuja donde disfrutas la vida ignorando la fecha de caducidad de todos esos momentos. Se vive distinto y yo escuchaba a Raquel queriendo bañarme en toda su vida como si ese nosotros fuera para siempre. Era evidente al escuchar su relato que sus sentimientos por esa última persona que había formado parte de su vida se negaban a dejar de doler. Yo también tenía un pasado. Vivía sin pensar en lo que dejábamos detrás, deseando que nos definiera nuestro presente. Sonó su teléfono y en cuanto vio quien llamaba su cara cambió. Se fue a otra habitación y estuvo hablando unos cinco minutos. Cuando volvió la tranquilidad que se respiraba antes de la llamada se había esfumado. Me dijo que era su ex, que se había enterado que estaba viviendo conmigo y quería hablar con ella. Me pidió un par de horas, le dije que volvería dentro de cuatro y llamó a unas amigas suyas para que me hicieran compañía. Durante un segundo me nubló el ánimo la idea de que esos momentos fueran los últimos con ella y antes de irme la besé como si fuera la primera vez. En cuanto me despedí me sentí un poco estúpido.

Me llevaron a hacer un tour por la ciudad. Me enseñaron sus sitios favoritos mientras me contaban un montón de anécdotas de cada uno de los lugares. Algunas de esas historias tenían a Raquel como protagonista en facetas de ella que yo todavía no había tenido el placer de disfrutar. Me sacó una sonrisa todo lo que me faltaba por conocer de ella. Me preguntaron como estaba siendo el cambio de ciudad. La realidad es que era temporal, en unos días tenía que volver a mi casa y el tiempo decidiría mi futura localización. Estaba disfrutando de estos días pero cuando el anochecer empieza a llegar más temprano volvían mis responsabilidades. Me contaron un poco su vida y yo la mía por encima. Exprimimos el tiempo hasta que mi promesa de cuatro horas se convirtieron en cinco para cuando volví. Me había llevado unas llaves y cuando entré en el piso estaban los dos sentados en el sofá. Cada uno en un lado, no había nada más que aire entre ellos y la distancia se sentía gigante. Él con la cara entre sus manos sollozando y ella con los brazos cruzados. Saludé y me fui a la cocina. Pensé que con las horas que eran le apetecería cenar. Todavía estaba con los preparativos cuando escuché como se despedían y cerraba la puerta. Entró en la cocina y me abrazó por detrás. Me besó en la mejilla y algo dentro de mi se sintió aliviado.


-¿Qué haces?

-Pensé que tendrías hambre. Yo después del tour que me acaban de dar tus amigas me muero de hambre.

-¿Qué tal con ellas?

-Bien, me han contado unas historias sobre ti muy interesantes. No sabía que hacías esas cosas dentro de una catedral.

-¡Las voy a matar! Seguro que te lo has pasado genial con lo chismoso que eres.

-Que puedo decir... No todo van a ser tus historias donde poco menos te tenemos que santificar.

-Gracias.-Sonrió y me volvió a abrazar por detrás.-De verdad, gracias.

-Sabes que no soy tan buen cocinero como para que te alegre tanto que haga la cena.

-No te hagas el tonto.

-Entonces, ¿por qué estás agradecida?

-Por no hacerme preguntas y por no montar un numerito cuando llegaste y seguía aquí. No debió ser plato de buen gusto.

-No digas tonterías, si tienes que arreglar cosas lo entiendo. Yo quiero disfrutar esto ahora pero entiendo que tenemos otras cosas que arreglar. Además el plato de buen gusto va a ser este que estoy haciendo.


Me besó y se fue de la cocina tras darme un cachete en el culo. Cenamos. Fue agradable, la comida estaba mejor de lo esperado y el ambiente era bastante festivo. Volvimos al sofá con la excusa de ver la televisión pero me quiso contar su tarde. Él quería arreglar las cosas. Ella le quería pero no creía que debieran estar juntos. Mientras hablaba buscaba agarrarme de la mano en muchas ocasiones, la acariciaba y parecía relajarla. Contó que él repetía que no podía entender como después de años nunca hubieran vivido juntos y que hubiera metido a un desconocido a vivir con ella. Cuando terminó me abrazó y me susurró al oído que no había nada de lo que preocuparse. La besé en la frente y la llevé a la habitación.

Una hora más tarde era yo el que la abrazaba por detrás mientras dormía plácidamente. Decidí retrasar un día más mi retorno a casa. Era el plazo máximo que me podía permitir. Sentía que se me escapaba el tiempo con ella entre los dedos y necesitaba un reloj de arena más grande. Se movió en sueños como si estuviera reaccionando a mi compromiso de quedarme con ella más tiempo. La besé en el cuello esperando que estuviera despierta. No hubo respuesta. Supuse que la felicidad tendría que ser algo parecido a eso, poder disfrutar de muchos momentos sin que el ayer o el mañana te acosen. Si mi amor de verano era un experimento, los resultados obtenidos estaban sintiéndose maravillosos.

sábado, 30 de abril de 2022

¿Algo más que un año?

     Aprendí con Ángela que no existe el destino pero sentir que haces lo correcto es muy importante. El año que viví con ella resignificó mi percepción sobre esa eterna tristeza que visto como abrigo en invierno. Llegó a mi vida hundido y me fui de la suya roto sabiendo que hasta que llegue el fin del mundo el mundo no se termina. La quise como solo puede amar alguien que había renunciado a amarse a sí mismo. Viajamos por tantas etapas que apenas pudimos pararnos a disfrutar. Y en cada uno de esos momentos: malas decisiones. En medio de todos esos intentos desesperados de encontrar un camino, una tarde donde la poca ilusión que se me escapaba entre los dedos se hizo pedazos. Era un fin de semana caluroso de octubre y estábamos en esa fase donde fingíamos ser amigos. Ella ya estaba con otra persona y era la primera vez que quedábamos a solas tras la tarde donde nos dimos nuestro último beso. Me avisó que estaba sola en casa y si me apetecía pasarme a visitarla. María y Marcos no estaba involucrados y me sorprendí aceptando el plan. Caminé dando un rodeo camino de su casa, tenía tantas ganas de verla como dudas. Yo todavía estaba muy enganchado a ella. Era un inadaptado de esa amistad que decíamos tener. Me presenté en su puerta y las manos me temblaban, me desestabilizaban muchos pensamientos con todas las posibilidades negativas que me podría encontrar al otro lado. ¿Me había propuesto quedar para discutir? ¿Quiere echarme de su vida definitivamente? ¿Ha pasado algo malo? Mi cabeza estaba tan enferma que solo me golpeaba con todos esos pensamientos negativos que desaparecieron en cuanto Ángela abrió la puerta y me recibió con un abrazo y un beso en la mejilla que se sintió como estar viviendo en unos meses en el pasado. Me invitó a sentarme en el sofá y pude darme cuenta que iba con una camiseta de tirantes, unos pantalones cortos de deportes y descalza. Le sentaba bien, siempre me gustó su naturalidad frente a la rectitud que mostraba cuando estaba fuera de su zona de confort y su ropa en ese momento reflejaba toda esa parte de su personalidad que me gustaba. Me senté y me ofreció de beber a lo que rechacé a sus varios intentos de insistir.


-¿Seguro que no quieres nada? Yo voy a pillar un vaso de agua frío porque este calor no es normal.

-Seguro. No te preocupes por mi, estoy bien. ¿Vamos a salir?

-No. -Mientras se iba para la cocina.-Me apetecía volver a estar los dos solos un rato como en los viejos tiempos.

-Pensé que también vendrían María y Marcos.

-Creo que nos tenemos que poner al día y me pareció buen momento. María me dijo que a la noche me llamaría para ir por ahí los cuatro. ¿De verdad que no quieres nada?

-De verdad.

-Pues he estado pensando que tú y yo nos entendemos muy bien. -Volvió de la cocina con dos vasos de agua, los puso sobre la mesa que tenía delante mía y se sentó en el brazo del sillón donde estaba sentado y me acarició el pelo. -Es cierto que no funcionó, pero sabíamos pasarlo bien, ¿no crees?

-¿Estás segura de lo que estás diciendo?

-¿Te parece mal? -Se deslizó desde el brazo del sillón hasta mi regazo mientras pasaba su brazo por mi nuca. -Sé que lo estás deseando.

-Ahora mismo estás con un chico y sabes lo que opino sobre eso.

-A veces me olvido de lo aburrido que puedes ser. ¿Qué pasa con él?

-A mi él me da igual pero me preocupa que tipo de persona me convierte si sabiendo que hay otra persona hiciese algo contigo.

-Eres imposible Rober. Quieres estar conmigo pero tiene que ser bajo tus estúpidas normas.

-Son estúpidas y quizás yo sea todavía más imbécil pero ahora mismo es lo único que me permite ahora mismo dormir, no ser un capullo. Si sabes que todavía quiero estar contigo y como soy, ¿por qué piensas que quería hacer las cosas así contigo? Estaba acojonado por vernos de nuevo solos, porque me fueras a decir que ya no te importo y quieres que sea tu amante. Joder Ángela, ¿es un examen? ¿Necesitas saber si estaría dispuesto a renunciar en lo que creo por ti? No puedo, no tengo claro si a ti tampoco te gustaría que lo hiciera o en el tipo de persona que me convertiría pero no puedo. -Cogí el vaso de agua y lo bebí de un solo trago. Sentí la ironía de que tras haberlo rechazado hubiera necesitado beberlo. -Creo que va a ser mejor que me vaya. -Le puse una mano en la pierna para indicarle que se levantara pero ella puso su mano sobre la mía y me miró indicando que no se iba a mover. -Por favor.

-Te estás equivocando. No es un examen ni nada de eso que estás pensando. Solo pensé que podría ser divertido, me gustas y te echo de menos. Nos hemos alejado y me gustaría tenerte en mi vida.

-No me he ido de tu vida pero necesito irme de aquí. Si la situación cambia siempre me puedes buscar pero yo así y en este momento no puedo. Me gustaría poder decirte que sí y romperte la ropa a mordiscos pero solo quiero irme.

-Rober... No puedes ser así.

-Sabes que me gustaría que las cosas fueran de otra manera.


Me levanté y encaré la puerta sin mirarla. Me temblaban las manos y no se si de pena o de rabia. En cuanto estuve fuera del edificio caminé durante diez minutos buscando un rincón tranquilo. Todos mis miedos, todos mis pensamientos, todas esas cosas que me aterraban durante el camino de ida se derramaron por mi cara. Intenté gritar pero no tenía voz. Que estúpido había sido. Miré al cielo y el sol pegaba tan duro como mis pensamientos, tenía la espalda encharcada por culpa de ambos. Sabía que en unas horas Marcos me llamaría para salir, era sábado. Llegué a mi casa e intenté empezar a escribir sobre lo sucedido pero me quedé encerrado en una primera frase "Ya no te puedo querer". Por la noche María me contó que Ángela la había llamado llorando para contarle lo sucedido. Ese no fue el día que decidí salir corriendo de la vida de Ángela pero fue el día que supe que tenía que hacerlo. Me costó un par de meses y lágrimas suficientes como para cinco rupturas. No estaba bien y la culpa era solo mía. ¿Había hecho lo correcto? Yo no me quería. Ahora lo pienso y siento que no me podría querer si hubiese hecho otra cosa. Vivía con tanto miedo a equivocarme que hacer lo correcto me destruía. 

domingo, 17 de abril de 2022

El enemigo que eliges

     Me gusta vivir en los extremos y cuando tenía 20 años mis extremos eran la completa soledad o estar rodeado de mucha gente. Juntarse con Carlos, Fran y Berto era el primer paso a terminar en uno de esos dos extremos. A Carlos lo conocía desde hacía tanto tiempo que aceptaba sus aires de líder autoimpuesto y su ego, Fran era la balanza del grupo y paraba cualquier malentendido con una broma que relajaba el ambiente y Berto era tan buenazo que era imposible que alguien alguna vez se pudiera enfadar con él. Los sábados nos juntábamos a ver el fútbol con una copa en la mano antes de salir por la noche y ese plan tan simple era un buen refugio a una vida compleja. Aquel día habían propuesto quedar antes de tiempo y recuerdo salir de casa pensando que tendría que volver a cambiarme para salir porque tenía un aspecto horrible. Cuando vi a Fran en la puerta de mi casa dentro del coche no entendí nada. Un sencillo "sube, que tenemos que pillar a los otros dos" fue la respuesta a mi pregunta sobre el lugar al que íbamos. Me senté de copiloto teniendo claro que era un plan de Carlos, cambiar los planes sin avisar era lo suyo. Con los cuatro en el coche Carlos nos comentó que nos íbamos a una fiesta fuera de la ciudad y que iba a estar muy bien, pensé que podría haberme cambiado antes de salir de casa pero antes de que pudiese decir nada arrancamos.


Llegamos y aquel lugar estaba lleno de gente. Bares a rebosar y gente por las calles con actitud festiva. Es lo que hoy necesito pensé y miré como Carlos ya empezaba a dirigirnos como si fuese nuestro capitán y nosotros unos inocentes grumetes. Imaginé que había quedado con alguien y que por eso tenía tan decidido ir a un local en concreto pero no me importaba, necesitaba una cerveza. Llegamos al local y me pedí una cerveza mientras ellos pedían otros tipos de bebidas. Estaban poniendo buena música y con bailar me pasa como con escribir: le pongo muchas ganas pero no sé me da especialmente bien. Pero allí estaba a media tarde con mi cerveza e improvisando unos pasos mientras mis amigos me miraban desde la barra. El local estaba bastante lleno asique nadie me haría caso y era lo que necesitaba. Fran se me acercó y me indicó a un grupo de chicas que acababan de entrar, una de ellas le gustaba a Carlos. Eran unos cuantos años mayores que nosotros y pretendían que fuera yo a hablar con ellas, hice como que no escuchaba nada. Seguí a lo mío, a mi bola. Y me tocaron el hombro, ya estaba pensando en mandar a paseo a Carlos cuando veo que es una de las chicas del grupo que me había comentado Fran. Debí mostrarme sorprendido porque se rio de mi reacción al verla.


-Le gustas a mi amiga. -Me indicó con la mirada a la chica que le gustaba a Carlos que me miraba de reojo, rondaría los treinta pero me saludó con la mano con la timidez propia de una adolescente. Como no respondía al no entender muy bien la situación la chica insistió. -Le pareces bastante mono y le gustaría que le hablaras.

-No te creo.

-¿Por qué? Le gusta tu camiseta de Nirvana y le pareces mono, acércate y te la presento.-Nos acercamos y la chica en cuestión estaba bastante roja. Me estaba pareciendo una broma.-Ella es Laura, ¿cómo dijiste que te llamas?

-Rober, un placer Laura.

-Me gusta tu camiseta, ¿llevas mucho por aquí?

-Llegué hace un rato con mis amigos. ¿Te apetece bailar?

-Rober, tío. -Era Carlos, no sé que narices le había pasado pero parecía molesto.-Nos tenemos que ir.

-¿Estás de coña? No llevamos ni una hora aquí y ahora mismo estoy ocupado.

-Vamos a otro lado que en este no hay nada de ambiente, estos ya están fuera.

-Laura, ha sido un auténtico placer, me llevan a otro lado, si nos vemos te debo un baile y una cerveza.

-Nos vemos luego.-Salió hasta la puerta para ver la dirección que tomábamos y sus amigas me gritaban por detrás que me quedara con ellas. Yo sabía que si de Carlos dependía no la volvería a ver, su puesto de líder no podía quedar en entredicho.-Luego nosotras también iremos a otro lado.


Estaba un poco molesto por la situación. No creo que Carlos tuviera algo en contra mía. A decir verdad la batalla estaba en su propia cabeza contra si mismo pero me estaba afectando y aunque no quería discutir recuerdo salir del sitio con los puños apretados como si fuese a pelearme. Berto me dio unas palmaditas en la espalda, sabía que era mejor dejarlo pasar y en cuanto entramos en el siguiente lugar mis ánimos estaban algo más tranquilos. Tras media hora más o menos Laura y su grupo de amigas entró por la puerta. No hizo falta que me acercara que ella misma tomó esa iniciativa con una sonrisa en la cara. Me gustaba mucho esa actitud. Tenía una cerveza en la mano, una chica hermosa delante y la sensación de que el mundo iba a ser mío.


-Oye, no sé cuanto tiempo nos vamos a quedar aquí pero me gustaría que tuvieras mi número para otro día.-Pidió un papel y un bolígrafo en la barra del bar.-Por si vuelven a interrumpirnos...

-Rober, nos vamos para casa.-Escuché a Carlos detrás mía y pude ver como Berto y Fran salían por la puerta. Me puso la mano en el hombro y tiró un poco de mi como intentando sacarme a rastras.-Perdona, se viene conmigo.


No pude pillar su número. Me despedí con la mano mientras maldecía mi suerte. Al salir del coche Fran tuvo que intervenir porque Carlos y yo discutimos. Estaba cansado de que quisiera ser siempre el centro de atención. Me llamó niñato caprichoso. Durante el viaje de vuelta la tensión era evidente. Solo quería volver a mi otro modo: al de absoluta soledad. Bajé del coche sabiendo que había perdido un amigo y una oportunidad. Aprendí que ninguno de los dos iba a volver.

domingo, 3 de abril de 2022

Los que (no) se quieren

         Bea es el tipo de piedra que saqué de mi camino y directamente estampé en mis dientes, no me cansaba de cometer errores con ella. Y en eso estaba. No había pasado ni un mes desde aquella noche en la que fui rechazado por ella y ya volvíamos a estar sumergidos en una infinita conversación. Jugábamos con el amor como si no nos importara, como si fuera una broma privada de la que nunca hablásemos. Y cada día los límites entre nosotros parecían mas confusos. Apenas intercambiamos tres frases de lo ocurrido aquella noche donde todo parecía que iba a cambiar y el único cambio que se había producido era una mayor cercanía. No nos importaba lo que había pasado. En muchas ocasiones eso me quería hacer creer. Cada paseo por la playa, cada conversación hasta horas intempestivas, cada abrazo en el que nos refugiábamos se sentía como un martillazo contra mi entereza. El muro de mi cordura empezaba a tener muchas grietas y poco a poco el aire empezó a escaparse. Me sentía sin aliento y sin fuerzas para aguantar en una posición donde la incertidumbre compartía cama con la felicidad que me producía el tiempo con ella. Y solo era cuestión de tiempo que algo de mi se terminara por derrumbar. Bea tenía otros planes y un día en mi casa mientras estaba tumbada en mi sofá esperando a que terminara de arreglarme la barba decidió activar el despertador que nos sacó de la fantasía onírica que estaba siendo nuestra relación.


-¿Qué estamos haciendo?

-Vamos a ir al cine y luego a cenar, ¿te apetece hacer otra cosa?

-No me refiero a eso, me refiero a nosotros, ¿qué estamos haciendo? No hemos vuelto a hablar sobre lo de aquel día y no creo que sea sano que hablemos y nos veamos tanto. Somos una "pareja" que ni se besa ni se desea...

-¿Quieres que nos besemos? Estaría encantado de hacerlo y si hablas de deseo creo que hablas de nosotros para referirte a ti misma.

-¿Y qué estás haciendo Rober? ¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué acompañas a alguien que se fue sin darte explicaciones y no es capaz de quererte?

-Creo que el amor es la única forma de altruismo que existe. Y si quieres saber por qué no me he ido, no lo sé. A veces confío en que te das cuenta de lo que tienes delante de tus narices y otras veces simplemente es mi propio miedo a reconocer que toda esta inversión, que toda esta apuesta ha terminado y que tengo que irme. Me haces feliz pero también vivo cada día contigo como si fuera el último, como si me fueras a dar una patada y olvidarme. Que no soy una persona, soy un empleado que nunca cumple tus expectativas y mi corazón tiene demasiadas facturas que pagar.

-Sabes que no es tan fácil. Tú eres muy importante para mi...

-Pero no soy una persona a la que besarías ni desearías. Ya has dejado claro ese punto.

-Nunca quise hacerte daño, solo que contigo siento que puedo ser yo misma y soy feliz.

-Entonces, ¿qué estas haciendo tú conmigo? Y aunque sea la primera vez que lo digo en alto no creas que no me lo he preguntado.

-Rober... -Tomó aliento y me miró como si estuviera sacándose las palabras de las entrañas con sus manos. -No quiero perderte y no quiero vivirte de esa manera. Es injusto y es egoísta, lo sé. Sé que no te he ayudado. Y quizás no debimos volver a hablar tras lo de aquella noche. -Todavía estaba con media cara sin terminar de perfilar la barba pero mi rictus serio debió borrar lo ridículo de la situación. -¿No crees?

-Creo que pudimos tomar muchas otras decisiones. Y quizás es el momento de que me vaya. Siento mucho todo esto. Creo que necesito espacio y entre nosotros es lo único que no existe.


Me lavé la cara, me puse una chaqueta y salí por la puerta. No fui capaz de verla pero pude escuchar que estaba llorando. En cuanto salí del edificio yo también estaba llorando. Caminé durante tres horas hasta el lugar más alejado de la ciudad, sentía que si estaba cerca de ella nunca podría escapar. Que volvería a golpearme con la misma piedra. Cuando volví ella no estaba, lo único que quedaba de ella era el olor de su perfume. No me atreví a abrir las ventanas para que su olor se fuera, quizás ese era el castigo que me merecía. 

sábado, 15 de enero de 2022

Sin descanso en el pecho

     No quiero echarle la culpa a la vida a esta tristeza que arrastro por imbécil. Durante los últimos seis meses cada decisión que tomaba parecía estar equivocada y cada error cargaba una mochila que de unas semanas para aquí me obligaba a encorvar la espalda. En medio de esto conocí a Bea. Bea era el tipo de persona que supe desde el primer momento que me iba a volver loco en buen sentido de la palabra. Hablar con ella me hacía perder la noción del espacio y el tiempo y cada comentario ingenioso suyo me convertía en una especie de pelotillero que se descacharra con las bromas de su jefe. No paraba de tararear su nombre como si fuese una mala canción que no eres capaz de quitarte de encima. Me encontré bailando en la línea entre el deseo y la obsesión. Nuestros encuentros eran tan sorpresivos como fugaces y quizás ese era parte del encanto o del motivo de mi enganche y en más de alguna mañana aburrida de trabajo me encontré fantaseando con la posibilidad de que mis planes de tarde se cruzaran con los suyos y nos viésemos. Nunca llegó a pasar. Y un día uno de los dos se armó de valor y le propuso al otro un encuentro tête à tête, no fui yo. La idea fue ir a ver una exposición en un museo local y ver su amor por el arte no hizo más que elevar el concepto que tenía de ella. Era encantadora, alegre e ingeniosa a un punto casi insultante. Empezaba a preocuparme la borrachera de emociones a la que me estaba sometiendo con ella, era nuestro primer encuentro en estas condiciones y me estaba volviendo adicto. Salimos del museo y tras conocernos un poco más con una copa la acompañé un rato en su camino a casa.


-¿Sabes? Me lo he pasado muy bien. -Dijo cambiando de tema con una sonrisa de oreja a oreja. Noté como mi cara se sonrojó y como las palabras se me atragantaron. -Estaba un poco preocupada porque no fuera bien la cosa o que hubiera silencios incómodos, pero no. Contigo siento que no hay nunca incomodidad.

-Para mi también ha sido una gran tarde. -Escupí casi tartamudeando. -Ha sido un plan bastante distinto a lo que estoy acostumbrado y me gustaría repetirlo.

-Sí, estaría bien.

-Creo que esto va a sonar precipitado pero me gustaría que fuera mañana y pasado y al día siguiente. La verdad es que no quiero despedirme de ti en un buen rato. Me apetece seguir escuchando tu voz, notar mi cara roja por tu presencia y que la tarde de hoy no se acabe. Tengo la sensación de que no me podría aburrir de ti ni aunque me empachara todos los días y no decírtelo creo que es irresponsable. No sé que puedo aportar a tu vida o a la de nadie pero como me miras me cambia el día y no sé me gustaría creer que al revés es lo mismo que escuchar esto te está dando calor en el pecho.

-Rober... Lo siento. No creo que eso que describes esté pasando. No por mi parte. Y no sé muy bien que decirte. Creo que mejor que me vaya sola el resto del camino.


Me echó una última mirada de lástima antes de irse sin decir nada más. Yo me quedé congelado en el espacio y en el tiempo mirando como se iba hasta que giró a la derecha en una calle y ya se fue de mi rango de visión. Me senté en el borde de la acera y metí la cara entre mis piernas. No fui capaz de llorar, quizás no tenía motivos. El frío de la noche me arañaba la espalda y yo estaba encogido como un niño tiritando en su cama. Perdí la noción del tiempo que estuve ahí con esa mala canción envenenándome la punta de la lengua, incapaz de decir su nombre. Estaba siendo un otoño frío pero seco y mi calor en el pecho se había convertido en lluvia.

jueves, 14 de octubre de 2021

La noche

     Nunca creí en las segundas oportunidades hasta que la vida me dio a mi una. Durante meses Lara y yo nos habíamos tratado como desconocidos. Rara era la ocasión en la que uno de nosotros intentaba ponerse en contacto con el otro y cuando eso llegaba a suceder era el otro el que con una excusa o simplemente ignorando el acercamiento cortaba las alas a un reencuentro. Puede que ambos evitáramos empañar el recuerdo de aquella noche en la playa o que nuestro momento se había esfumado. No la había olvidado pero me negaba a creer que después de aquella noche valiera la pena tener una continuación. En la vida hasta las cosas buenas se acaban y si tengo que esperar a empezar pasar página que sea con una cerveza en la mano. Llevaba una hora solo en el bar pensando en llamar a alguien cuando me llegó un mensaje de Lara "¿Estás en el bar?", decidí llamarla y decirle que viniera. Cuando llegó me transportó a hace unos meses cuando gran parte de mi vida giraba en torno a esos pequeños encuentros que teníamos.


-Pensé que me seguirías ignorando.

-No te he ignorado en ningún momento Lara, ¿la verdad? No tenía claro si tú me querías volver a ver. No te culparía de ser el caso y tampoco quería que la lástima te arrastrase a volver a vernos.

-Eres bobo y para eso no hay cura. Hace bastante tiempo que dejamos atrás esa fase de tener que demostrar que queremos ver al otro, deberías haberme llamado si de verdad querías verme. ¿Es que ahora te has vuelto inseguro?

-Sabes que no es eso, pero no me apetece obligar a nadie estar en mi vida. Y es más fácil echarte que ver como te vas. 

-Por esa tontería te va a tocar invitarme a la próxima ronda y cuando acabemos me vas a llevar a bailar. No me importa que quieras estar un tiempo a tu bola, hasta prefiero que me dejes mi espacio; pero eres idiota si de verdad crees que me estás obligando a estar aquí contigo.


Bebimos entre risas dos rondas más antes de tener que cumplir mi promesa de "llevarla a bailar". Volvíamos a tener la misma química, la misma sensación de alegría tonta que me embriagaba cuando estaba a su lado. Bailamos a nuestra bola lanzándonos miradas y tras terminarme la cerveza de un trago me acerqué y la rodee con mi brazo por la cintura. Me miró y siguió bailando pegada a mi. Continuamos durante tres canciones seguidas hasta que ella se apartó sin decirme nada y siguió a su rollo. Me iba a ir a pillar otra ronda para los dos pero me agarró del brazo, me giré y me agarró del pelo arrastrándome hacia abajo para besarme. Me pilló de sorpresa y tardé dos segundos en reaccionar. No tengo claro cuanto duró el beso pero si aquella noche en la playa fue magia, esta noche fue fuego. Puso su mano en mi cuello y me llevo contra una pared y no podíamos separar nuestros labios. Cuando por fin paramos, yo respiraba entrecortado y me ardía todo el cuerpo. Me agarro de la muñeca y me sacó fuera del local. Me dijo que me acompañaba a casa. Por el camino me hablaba de su trabajo, que estaba ilusionada y que quizás se iba a ir de viaje en unos meses. Yo la escuchaba y me costaba creer que pudiera estar tan tranquila después de lo que acababa de pasar. Llegamos a mi portal.


-Bueno, ha sido una buena noche.

-¿Quieres subir a tomar una última?

-Estoy cansada y la verdad...- Se acercó, me agarró por fuera del pantalón y me soltó un breve beso en la boca. -Creo que es mejor que nos vayamos a dormir con el recuerdo de esta noche.

-Lara...

-No te hagas el remolón y llámame.


Se fue sin decir nada más y sin mirar atrás. Subí a mi casa. Me di una ducha y me metí en cama. Que la llamara dice. No podía pensar en cada una de las facetas de Lara: la divertida, la que hacía que me sintiera como un adolescente, la que me aportaba tranquilidad con solo su presencia y ahora esta versión que dejó cada fibra de mi cuerpo deseándola. ¿La volví a llamar? Por supuesto. Pero nunca volvió a aceptar que nos viésemos. En ocasiones nos ponemos al día con nuestras vidas como si fuésemos dos viejos amigos, como si nada de esto hubiese pasado. Es imposible saber que habría pasado con nosotros de haber hecho las cosas de otra forma pero ha sido más difícil de lo que pensaba ver como se fue.

sábado, 5 de junio de 2021

Dos borrachos

     Estar con Lucas suponía dos cosas: beber y debatir sobre lo cotidiano hasta tener el corazón un poco más triste que cuando nos tomamos la primera copa. Esa noche no iba a ser distinta. La vida no nos estaba dando cuartel y no estábamos sabiendo jugar nuestras cartas. Esto se podría apreciar en el ritmo en el que se vaciaban las latas de cerveza y en que la pesadez que iba por dentro nos producía una incapacidad para que el debate se calentara. Las conversaciones se sucedían y con ellas llegó la melancolía. Esa melancolía que se produce cuando estás en territorio amigo y la bebida llega tanto al pecho como a la cabeza. Él llevaba un tiempo queriendo sacar un tema y rodeándolo con otros banales y yo tampoco sentí la necesidad de presionarlo. Su locura, sus tiempos. Cuando por fin se sintió capaz de ir a por el tema que le corroía no supe predecir que era un viaje para ambos.


-Tío, ¿cuándo crees que dejamos de odiar?

-No puedes pasar de hablar de fútbol a hacerme esta pregunta cabrón.

-A ver gilipollas.

-Vale, déjame aclarar los pensamientos. -Con solo tres palabras supe que la pregunta era importante para él y di un largo trago para ordenar todo lo que se me vino a la cabeza cuando hizo la pregunta. Era un tema sobre el que había pensado y que apareciera en mi vida en este momento parecía una mala casualidad.- No sé cuando dejamos de odiar pero, y déjame terminar; para mi tiene tres etapas. Sé que va a sonar a una de mis turras pero creo en las tres etapas. Recuerdo estar emponzoñado por el odio y vivir por y para él. Me consumía, me dolía cada día pero no era capaz de dejarlo ir. Odiar era lo único que daba sentido a que cada mañana me levantara de cama. Sé que suena patético y ahora lo pienso y lo es, pero cuando estás metido en ese pozo tiene sentido. Odiar de verdad a veces significa perder incluso el recuerdo de los motivos que te llevaron a ese punto y es en ese momento cuando no eres capaz de funcionar sin ese sentimiento amargando cada una de tus acciones de tu día a día. Pero el tiempo pasa y ese odio deja de tener sentido y da paso a la vergüenza. Si el odio duele la vergüenza pesa. Te obliga a cada día llevar el recuerdo de todos esos actos que hiciste en el pasado y te hace ver lo estúpido que has sido durante tanto tiempo. Es necesaria pero es desagradable, como tener todo el rato la ropa mojada. Si durante un tiempo no eres capaz de mirar atrás y ver que eras imbécil has hecho algo mal. Quizás es porque yo siempre he sido bastante sinvergüenza pero no dura tanto y menos mal, si lo paso mal en verano todo sudado imagíname con esa ropa metafórica eternamente mojada... Pero bueno, todo pasa. Y llega el perdón. El perdón es agradable, como un primer trago rodeado de amigos. No sé si todo el perdón se centra en el dolor inicial o también en perdonarte a ti mismo o un poco de todo. Es una reconciliación contigo y con el mundo y te diré que solo le falta sexo de reconciliación para ser perfecto. Te aligera y te reconforta. El día que te puedes perdonar es un día para recordar. Lo siento tío, me he liado con la respuesta pero lo dicho, no sé si dejamos en algún momento de odiar pero para mi tiene esas etapas.

-Deberías dejar de hacer el idiota con tu vida y escribir.

-Debería abrirme otra cerveza y ponerte otra a ti en la mano antes de que sigas diciendo tonterías.

-Eres un cobarde.

-Ahora mismo te odio por ello pero que sepas que algún día nos perdonaré.


Se rio como solo un buen amigo se ríe cuando tu broma es terrible. Aceptó la cerveza que le puse en la mano y continuamos bebiendo. Aquella noche nos quedamos bebiendo hasta casi el amanecer. Fue divertido. No creo que se pueda rescatar alguna conversación más de esa noche pero sí que mi pequeño discurso pareció reparar algo en Lucas. También algo en mi. No escribí pero tardé mucho tiempo en volver a odiar.