domingo, 29 de julio de 2012

Yo tan frío y tú tan al sur

La niebla en las ventanas me llama,
la niebla borra mis palabras,

todos los mensajes de amor que alguna vez quise que vieras
ya se van.
Me cubro con una manta que un día fue tu cuerpo,
si soy demasiado frío, lo siento.
El cielo ya no será para nosotros azul,
yo tan frío y tú tan al sur.

domingo, 15 de julio de 2012

Felicidad

Hace no tanto hubo un hombre que fue capaz de recopilar las mayores riquezas del mundo. Desde animales exóticos y únicos hasta piedras preciosas de colores imposibles. Este hombre era una persona cuya fortuna era incalculable, mansiones gigantes alrededor de todo el mundo, grandes embarcaciones capaces de surcar todos los mares, oro con el que se podría crear un castillo; todo lo que la imaginación pudiera concivir estaba al alcance de tan poderoso personaje. Pero a pesar de lo que cualquiera podría imaginar, nuestro protagonista no era ni mucho menos feliz, ninguna de sus bestias conseguía arrancarle una sonrisa, ni un viaje por los cielos en alguno de sus globos era capaz de levantarle el ánimo y su capital se amontonaba sin mostrar ni un resquicio de felicidad. Aquel hombre era terriblemente desdichado.

Una vez a la semana, el adinerado iba a visitar a su anciana madre que vivía en el piso en el que el hombre se crió. Y cada semana a la entrada del edificio de la madre, el rico se encontraba a un vagabundo que con una guitarra que apenas era capaz de mantenerse entera, pero eso no impedía que el vagabundo se sacara un poco de dinero y estuviera feliz a pesar de su precaria situación. El hombre no podría comprender como aquella guitarra era capaz de hacer feliz al vagabundo y se acercó.

-Oiga, ¿su guitarra le hace feliz?
-Claro buen hombre. La música alegra todos los días de mi vida y me consigue el poco dinero con el que me alimento.
-Me gustaría comprársela.
-Lo siento, no está en venta.
-Le daré lo que quiera por ella.

Y entonces el vagabundo le contó como le gustaría tener su propio restaurante en el que poder dar de comer a la gente y que así nadie pasara hambre. El rico le pareció un precio justo por una guitarra que daba la felicidad y pagó la compra del restaurante y todas las obras que requerían la restauración del mismo a cambio de la guitarra. Durante un tiempo, el hombre aprendió a tocar la guitarra y comprendió como la música podía alegrar a una persona, pero con el paso del tiempo los efectos de euforia del instrumento y su sonido empezaron a menguar hasta por fin desaparecer. El hombre rico decepcionado fue hasta el restaurante del vagabundo y al llegar allí se encontró con el hombre todavía más feliz que cuando tocaba en la calla su guitarra y supo que de alguna forma la felicidad se había trasladado hasta el restaurante. El rico convencido de que el restaurante le haría feliz, volvió a entablar conversación con el vagabundo.

-Al final el restaurante ha quedado genial.
-La verdad es que si, se lo tengo que agradecer. El sueño de mi vida hecho realidad.
-Me gustaría comprarlo.
-Es el sueño de mi vida, no lo puedo vender.
-Le daré lo que quiera por ella.

El vagabundo conocedor de lo que era capaz el hombre rico volvió a narrarle otro de sus sueños al adinerado. En su sueño vivía en una casa alejado de la civilización con todas las necesidades cubiertas y con caballos por los que poder cabalgar por los bosques. El hombre rico estuvo de acuerdo en el trato y dispuso de una parte de su fortuna para que el vagabundo pudiera comprar todo lo necesario para ver su sueño hecho realidad. El rico empezó a trabajar en el restaurante que había comprado y al principio la ilusión se adueñó del rico. Pero otra vez con el tiempo la felicidad se difuminó hasta convertirse en nada. El rico no lo podía entender y se fue a la casa donde actualmente vivía el vagabundo. Cuando llegó, el vagabundo era feliz montando a caballo, la ilusión de su vida hecha realidad; el rico se acercó.

-Buenas, no lo comprendo.
-¿Qué le pasa amigo? ¿Qué es lo que no comprende?
-Le compré su guitarra y no fui feliz como usted, compré luego el restaurante que tanto le alegraba y mi felicidad duró un suspiro, ¿qué es lo que pasa?
-Creo que usted se equivoca buen hombre, en la vida no se puede tener lo que uno quiere, se debe querer lo que uno tiene. Así seguro que será feliz.

El hombre rico por fin pudo entender el origen de su problema y pudo resolverlo. Agradeció mil veces la ayuda del vagabundo y pudo encontrar entre todas sus riquezas aquello que le hizo feliz para siempre.

Carta de despedida para Marta o Ana

Buenas noches:

Estoy seguro que leerás esto alguna noche en la que me extrañes o en la que pienses que mis pensamientos ya no tienen todos tus nombres. Se escucha el ruido de fuegos de artificiales, pero no hay nada que celebrar, definitivamente desearía que la pólvora se mojase como se ahogaron todas nuestras ilusiones y nuestro reino de fantasía.

Me gusta acompañar mis despedidas con unas cuantas cervezas que me traen el sueño que de otra forma no podría conciliar, pero has sido especial en muchas cosas y en esta también. Esta despedida será de más de una noche de no encontrar la postura en la cama donde la culpa y el remordimiento me abrazarán hasta que me cueste respirar
. Me cuesta mucho olvidar, lo sabes; y me produce mucho más trabajo el pensar que la culpa puede ser mia. Ahora me puedo imaginar tus palabras tatuándose en mi cabeza, regañándome por esa manía tan mia de no dejar de pensar en todo, de castigarme por todo... Quizás esa parte de mi tiene la culpa y también creo que fue la causante de que pudieramos edificar una historia tan maravillosa durante tanto tiempo. Me encantó acumular momentos a tu lado.

Nos va a tocar ser felices por separado, ya no habrá más besos en la espalda, no habrá sorpresas mañaneras ni tampoco alegrías nocturnas. Mis último adios te lo dejo en la nevera, enfriándose con nuestros sentimientos; al lado de las fresas con nata que tanto te gustaba compartir conmigo. Me tocará curar esta soledad sin ti.

jueves, 28 de junio de 2012

Tetas de colegiala

Lamerse las heridas ya no servía para aliviar aquel terrible dolor, la cerveza no era capaz de ahogar aquel lastre que llevaba conmigo el suficiente tiempo como para que sus marcas internas fueran visibles, los recuerdos se agolpaban por las noches en mis sueños. Aquellos recuerdos maravillosos reptaban del submundo del subconsciente para aparecer en forma de pesadilla. De la posible gloria alcanzada en el pasado solamente quedaban cenizas que me amargaban el sentido del gusto. Aquel éxito pasado me había vuelto arrogante, me vi como un faraón cuando en ningún momento dejé de ser un esclavo que azuzado por el látigo del capataz se arrastraba en pos del beneficio de un ser más grande que yo. Mis quince minutos de gloria me habían dejado un poco de dinero del que apenas me quedaba para subsistir unas semanas, algunos conocidos en el mundillo y un terrible dolor en las manos de intentar aferrarme a un escalón muy por encima del mio.

Tuve que dejar de enviar mis escritos por medio de cartas a mi editor para ahorrar y me pasé al correo electrónico, algo a lo que siempre me había negado. Incluso probé enviando algunas cosas a otras editoriales y siempre con respuesta negativa. Estaba empezando a notar la presión económica y mis escritos no conseguían emocionar a nadie. Algunas de las mujeres que habían venido a mi apartamento durante la época de presentación de mi primer y único libro ya no contestaban a mis llamadas. El autor de "Cerveza en los muslos" se había esfumado del mundo de la creación por la puerta de atrás y sin hacer ruido. Miraba cada día mis antiguos escritos, releí mi novela hasta seis veces y dedicaba a mis escritos la mayor parte de mi tiempo para seguir recibiendo respuestas negativas. No me iba a rendir. Probé con la poesía, respuestas negativas. Probé con el ensayo y el teatro para seguir recibiendo respuestas negativas. Mi editos en cada respuesta encontraba diferentes para rechazarme, sugerencias para inspirarme y me explicaba lo duro del mundo editorial en estos tiempos. Los duros tiempos habían llegado para mi, me alimentaba de cerveza barata y chocolate. Durante la mayor parte de la creación de "Cerveza en los muslos" me había alimentado de chocolate y creó esa superstición en mi, el poder del dulce se esfumó.

Me llegó un mensaje de mi editor, una compañía preguntó por mi para hacer un guión, leyeron mi novela y creían que era el perfil de escritor que necesitaban para su película. Durante un momento pensé que la suerte me comenzaba a sonreir. Continué leyendo y pude observar que era una empresa de cine para adultos y que estaban interesados en que hiciera el guión para una película erótica en un internado de mujeres. Tuve que leer esta parte varias veces con incredulidad, ¿estaban en serio? Llamé por teléfono a mi editor para confirmar la oferta y me dijo que estaban totalmente en serio y que si aceptaba la propuesta llamara al número de teléfono de la carta para concertar una entrevista, firmar el contrato y recibir el primer pago. Pagaban bien pero no me apetecía acabar haciendo diálogos infantiles para justificar escenas sexuales entre una alumna y su profesor. ¿Profe, como he suspendido puedo hacer recuperación oral? ¿Profe, lleva el borrador en el bolsillo o se alegra de verme? Necesitaba dinero y llamé. Me dieron una dirección a las afueras de la ciudad y la hora de la reunión bien temprano por la mañana.

Cuando llegué al despacho del dueño de la cinematográfica, me quedé sorprendido al ver a un chaval de apenas treinta años dirigiendo ( por lo que pude ver en internet ) la cinematográfica más potente de cine para adultos del pais. A su lado había un hombre calvo, obeso, con gafas de sol y una barba espesa como la que yo siempre me quise dejar y nunca pude debido al vello de púber que siempre tuve. Desde el primer momento hablaron de lo contentos que estaban de poder contar conmigo para el proyecto más importante que iban a emprender. Querían conseguir una película en la que iban a reunir al mejor elenco de estrellas y la mejor dirección para crear una película biográfica para adultos. Se disculpaban por haberme dado datos incorrectos en la carta, pero el tema de las filtraciones de ideas estaba a la orden del día. El proyecto parecía más grande que una simple película para pajilleros, cuando les pregunté el personaje al cual iban a pasar a la pantalla mi sorpresa no pudo ser mayor. ¿A mi? No, no puede ser. Tampoco me podía creer el sueldo que ofrecían. Acepté, el plan era hacer ocho escenas que repartiría como yo quisiera entre momentos de mi vida, que yo debería crear la ambientación y la conversación hasta el momento sexual o hasta donde viera conveniente. Debía entregar todo en menos de dos meses e ir informando semanalmente de mis avances y en el contrato se incluía que debía de estar durante las grabaciones y selección de actores para que opinara en todo momento. Mi novela había impresionado a aquel directivo que apenas tendría dos o tres años más que yo.

Me puse con la primera escena, quise relatar una escena de mi instituto tras un breve resumen de mi infancia, apenas empezara con el diálogo sobre mi primera relación sexual en los baños de mi instituto cuando llamaron a la puerta. Si algo extraño podía suceder era la aparición de Natalia, en cuanto empezaron a irme mal las cosas cogió todo lo que pudo y se fue del piso dejando una nota y algunas de sus prendas en el armario.
-¿Interrumpo algo?
-Estaba con un proyecto...
-¿Tú? El otro día estuve con algunos de tus amigos de la editorial hablando y algunos dicen que estás acabado.
-Pues entonces deja a este acabado y lárgate.
-Vine a ver qué tal estás.-Colocó su cuerpo entre la puerta y el marco para que no lo cerrara.-¿Estás bien?
-Estoy con un proyecto trabajando.
-¿Te impide eso tomar algo con una vieja "amiga"?
-Pasa.
-Esto está hecho un desastre.-Entró evitando pisar cualquier cosa que dejara por el suelo, envoltorios de chocolate, latas de cerveza, ropa usada; aquello convertía el suelo de mi apartamento en un divertido juego para evitar toda la porquería. Finalmente se sentó en mi silla delante de mi portátil.-¿Este es el famoso proyecto? ¿Puedo ver de que trata?
-Mejor no, todavía no...
-Esto parece tratar sobre ti... Esta chica del instituto que nombras, ¿no fue tu primera novia?
-Si, deja eso mejor.
-¿La de las tetas de colegiala?
-¿Puedes dejarlo?
-No está mal, pero le falta chispa, ¿tienes algo de beber?
-Cerveza, ya traigo dos de la nevera.
-Perfecto.

Nos sentamos como en los viejos tiempos a leer mis escritos y ella se reía de mis errores mientras yo le recordaba lo mucho que le gustaban esos errores cuando se los escribía a ella. Acabamos en la cama, ella encima mia como en los viejos tiempos, yo con la película y la escena en la mente, borracho, subí mis manos por su cintura y apreté ambos pechos. "Estos son unos buenos pechos de colegiala".

lunes, 21 de mayo de 2012

Heridas de guerra

Si alguna vez existió vida inteligente, se había transformado en un hombre. Aquella certeza me enfermó aquella noche entre las sábanas de mi cama; necesité cubrirme lo máximo posible para que la oscuridad no se burlara de aquella masa de carne despreciable que es encontraba en sus garras. El optimismo con el que me despertara aquel día estaba tan lejano que me hizo sentir más viejo en aquel momento. Me encogí en la cama sintiendo el dolor de mi ojo que ya estaría bastante hinchado y de mi tronco allí donde se empezarían a acumular los moratones causados por las patadas. Nunca había errado tanto a la hora de llevar a los extremos mi verdad, nunca había salido tan mal parado por el mismo motivo. Busqué una posición donde la multitud de golpes no me molestaran y borré todo pensamiento de mi mente para poder acostarme después de un día horrible.

Cuando me desperté, nada había cambiado. Me palpé la cara con cuidado para comprobar muy a mi pesar que me dolía al contacto y que parecía bastante inflamada. Me dolía todo el cuerpo. Me incorporé y fui directamente al baño, para mi alegría no meaba sangre; me miré al espejo y mi cara daba asco. Mi excasa visión por el ojo izquierdo ya me lo indicaba, tenía el ojo bastante hinchado y apenas era capaz de abrirlo, tenía restos de sangre bajo la nariz y en los labios que también se mostraban con una inflamación importante por el lado izquierdo que había dejado de ser mi lado bueno. Me quité la sangre con un poco de agua y cogí ropa para ducharme, cuando me quité la camiseta con la que dormí pude ver varios moratones por mi torso, marcas evidentes de las patadas que me habían dado. Aquella vez, la ducha no la sentí reparadora, mientras el agua caliente me golpeaba recordé lo acontecido durante la formación de mis heridas de guerra. Estaba bebiendo y aquel tipo hizo algo, no estoy seguro de lo qué, recuerdo gritarle y como me empujó mientras me indicaba que nos fueramos a terminar eso a la salida. Yo estaba solo y él con unos amigos, no se metieron. Me lancé a él y lo derribé, ya sobre él comencé a golpearle pero se cubría y mis golpes no parecían hacerle nada. Me ardían los puños, podía haber seguido toda la noche. Escuché que me llamaban, había quedado con Miranda; la busqué con la mirada y sentí el golpe en la cara. A partir de ahí todo se vuelve lejano. Me golpea más veces en la cara y noto el calor de la sangre, se levanta y escupo sangre, me patea el estómago y escucho a sus amigos decirle que pare mientras yo me quedo con la cara en el suelo. No encuentro a Miranda.

Al salir de la ducha me vuelvo a mirar en el espejo y por suerte no me falta ningún diente. Apenas tenía para comer, sería un golpe duro para mi cartera tener que invertir en mi dentadura, aunque perder los dientes podría ser parte de la solución a mis problemas para alimentarme. Me vestí de una forma sencilla y miré el teléfono, Miranda no había dado señales de vida. ¿Debería llamarla? Lo mejor será que me acerque a su casa. Me puse la capucha de la sudadera para evitar que se viera mi rostro y salí a la calle. El sol pegaba casi tan duro como a mi el día anterior y era un poco estúpido llevar la capucha, pero mejor eso a las miradas de los conocidos que a saber que rumores correrían sobre mi aspecto o le llegarían a mi pobre madre que ya tenía suficientes problemas como para añadirle un hijo descarriado con problemas para no meterse donde no le llaman. Cuando llegué al portal de Miranda, la puerta estaba abierta, ¡por fin algo de suerte! No quería que el primer intercambio de palabras fuera indirecto, tenía que tenerla cara a cara. Subí por las escaleras hasta el cuarto piso donde vivía y llamé al timbre. Eran las cuatro de la tarde de un domingo y se escuchaba a través de la puerta la música que se suele poner cuando está leyendo. Me abrió la puerta.

-Tienes un aspecto de mierda.
-Me esperaba otro tipo de recibimiento o por lo menos que me preguntaras qué me ha pasado, qué tal estoy... No sé, algo así.
-¿Qué te ha pasado? ¿Qué tal estás? Pobrecito, ¿necesitas algo?-El tono de voz burlón me asqueó pero no iba a caer en su trampa y me mantuve en silencio esperando.-¿Para qué viniste?
-Ayer habíamos quedado y obviamente la jodí, venía a disculparme.
-No tienes que hacer nada, puedes irte tranquilo.
-¿Puedo pasar?
-Estaba leyendo, estoy seguro que has reconocido la música.
-Sigur Rós, me pegaste ese grupo para leer, ¿hablamos?
-Déjame pensar.-Desde que me abrió la puerta, no había bajado la barrera con la que protegía la puerta, su cuerpo formaba una muralla física y psicológica que me intentaba impedir a toda costa no que yo entrara, el hecho de perdonarme todas las estupideces. Su cuerpo se relajó y por fin dijo.-Pasa idiota, un día de estos perderás del todo mi generosidad.
-Gracias, ¿tienes una cerveza?-Mientras me dirigía a la nevera me fijé en como iba, aquella camiseta de tirantes que mostraba el suficiente canalillo como para volverme loco el único ojo que tenía en buen estado, esos pantaloncitos cortos vaqueros que daban a conocer el inicio de aquellas nalgas que en el pasado me había pasado horas mordiendo, iba descalza y con el pelo recogido en una cola de caballo, sin maquillaje, se tumbó en el sofá con las piernas estiradas y no pude recordar el tiempo que había pasado desde que la viera tan hermosa, estaba radiante.-Necesito una.
-Creo que quedan unas pocas desde tu última visita, traeme otra para mi.
-Vale faraona.-Tomé los dos botellines y el abridor y me senté en el sofá y ella colocó sus piernas en mi regazo como antes, como si nada hubiera cambiado. La miré a los ojos mientras le entregaba la cerveza y me pagó la bebida con una sonrisita pícara.-Siento lo de ayer.
-Un idiota nunca dejará de ser un idiota.
-Aquel tipo... No sabes... Me sacó de mis casillas, no me acuerdo exactamente de lo que pasó pero...
-Lo que pasó es que te dejó la cara hecha un cromo, Rober, ya no eres un crío, no puedes ir por ahí repartiendo golpes como si fueras un justiciero, no puedes ir por ahí pensando que vas a vivir de cuatro poemas que te publicaron hace cuánto, ¿un año? No puedes seguir así, vas a tocar fondo y yo no quiero estar cuando el momento llegue.
-Estoy atravesando un mal momento, lo sé, pero joder, nosotros somos buenos juntos, los mejores.
-Y yo estaré cuando quieras, pero no me pidas que bucee contigo en ese océano de mierda.

Seguimos hablando y bebiendo, las palabras se tornaron en nostalgia y buenos recuerdos y acabaron convertidas en dolor en forma de discusión. La bebida y los sentimientos nos llevaron a la cama. Aquella cama gigante que durante un tiempo fue nuestro reino era un terrible desierto de recuerdos moribundos. Cuando me quitó la camiseta pude ver como acaribiaba los moratones con delicadeza y besaba suavemente uno a uno. Me puse sobre ella y me pasó la mano con suavidad por el ojo hinchado, lo cerré y apartó la mano con miedo de hacerme daño. La besé y mis manos volvieron a cabalgar por aquellos muslos. Notaba su calor y su humedad, giramos por la cama y terminó encima mia, una gota de sudor bajaba entre sus pechos y me acerqué con la lengua fuera como un sediento a recogerla, pero ella me empujó contra el colchón y volvimos a ser uno.

Nos dimos la espalda y nos echamos a dormir. Cuando me desperté, miré el reloj y era la una de la mañana, debía irme. Miranda estaba a mi lado dormida, desnuda. Miranda todavía me quería, no podía hacerle eso. Me vestí con mucho cuidado de no despertarla, recogí las cervezas que habíamos estado bebiendo y le escribí una nota de despedida, algo sencilla. Miranda no se merecía todo el daño que le estaba causando, ahora estaba seguro. Me volví a mi casa con la capucha puesta, esta vez no eran las marcas de los golpes de la noche anterior lo que quería ocultar.

lunes, 23 de abril de 2012

Se terminó el odio

El tópico del hombre que no se entiende con las mujeres es una situación que siempre me fue familiar, no en el ámbito de llegar a no entenderlas en absoluto, pero había llegado a la conclusión de estar preparado para lo inesperado y lo peor con ellas; con todo eso, llegaban a sorprenderme en numerosas ocasiones. Esa locura que caracteriza a las mujeres y en especial a las que me rodeaban se convinaba con una extraña fuerza que conseguía que mujeres con grado de locura mayor a la normal vinieran a mi o yo acabara en dirección a ellas. Mi destino se perfilaba como vigilante en un manicomio para mujeres.

Mientras añoraba un pasado que intentaba olvidar me dedicaba a meditar sobre mi error más reciente, aquella conversación que había terminado en bofetón con Eva. Mi comportamiento había sido extraño esa noche, de cara a la galería podría decir que era fruto de la bebida, pero en mi interior me autoflagelaba por haber sido tan estúpido aquella noche con ella. Si ese era mi verdadero yo, estaba claro que era comprensible que pasara las noches desde hacía bastante tiempo en absoluta soledad. Tras los acontecimientos con Eva, mi visión sobre mi mismo había cambiado a peor. No podía pensar en lo merecida había sido la marca rojiza en mi mejilla que lucí tras hablar con ella y que de una manera un tanto precaria intenté disimular. Desde entonces habíamos coincidido en un par de ocasiones pero aquella joven que había pasado una noche en mi cama no era capaz de dirigirme ni una mísera mirada, sus motivos tenía. Pero era muy difícil que dejáramos de coincidir: amigos en común y lugares de reunión similares lo impedían cada fin de semana.

Era sábado y no dudaba de que esta noche Eva volvería a estar presente una vez más y que por octava vez pasaría ante mi intentando que mi presencia fuera tan importante para ella como el desgaste del suelo que pisa. Quedé con unos amigos para cenar fuera de casa, unas cervezas y algo insano que aportara fuerzas para salir aquella noche. Volví a mi casa y en la ducha encontré las fuerzas que la bebida y aquella hamburguesa no me pudieron dar. Era complicado querer salir en aquellos días donde la monotonía había enfermado incluso a un sentimiento tan cambiante como el odio. Pero una ducha lo cambiaba todo. En una ducha era capaz de cantar con alegría a pesar de tener mierda hasta el cuello, en la ducha los aromas de geles y champús me embotaban los sentidos más que cualquier licor, el calor del agua por mi cuerpo relaja los músculos y me hacía sentir indestructible.

Cuando salí de casa, decidí que necesitaba un buen trago y apresuré a mis compañeros de nocturnidad para llegar al local, al de siempre, donde nos conocían y sabían que pediríamos. Empecé con cerveza, un clásico, la marca de ella se mostraba bajo mi pecho en forma de pecaminosa barriga. Eran muchas de las marcas de una vida con muchos pequeños excesos y pocas compensaciones. Mientras mis amigos cacareaban en corro yo bebía ligeramente apartado mientras escuchaba lo que me contaba el camarero sobre el partido de aquella tarde, yo asentía a todos sus comentarios; mis ganas de recordar el nefasto resultado de nuestro equipo eran nulas. Pedí más cerveza y me autodeterminé a que aquella noche no le sería infiel a la bebida espumosa. Me encontré pensando en Eva, quería verla, quería que me mirara con sus grandes y curiosos ojos marrones y se abrió la puerta en ese preciso instante. Por ella entró Marta, una antigua amiga con la que intercambié copas y noches antes de que el infierno llegara, me vió y se acercó sonriente. Y comenzó la típica charla de falsa nostalgia entre ambos. Marta había cambiado para bien y a ella no parecía desagradarle lo que el tiempo me había hecho. Era divertido el juego de la amnesia temporal y transitoria sobre el haber tenido sexo, pero seguí el camino que ella me marcaba y del que parecía disfrutar cada vez más con el paso del tiempo. En medio de ese juego a Marta se le escapó una invitación a enseñarme no sé que asunto en su casa que me iba a gustar, creo que un libro del que la había hablado o algo así, acepté. Había bebido y me sentía impetuoso. Vi entrar a Eva, me disculpé con mi acompañante y me acerqué a la recién llegada.
-Puedo... Mejor dicho, ¿podemos hablar?
-No tengo nada que decirte.
-Pero a mi me gustaría disculparme. Fui un idiota, de alguna forma herí tus sentimientos y espero que a pesar de llegar tarde pueda enmendar mi error.
-La verdad es que no sé que decir.
-Podrías empezar aceptando quedar un día para demostrarte que mis disculpas son sinceras y...
-¿Y?
-Pues... Había pensado que... Bueno, que podríamos conocernos, ¿no?
-De momento acepto las disculpas.
-Es un paso, gracias de veras.
-¡Rober! ¿Te queda mucho?-Desde la barra Marta me llamaba y tanto Eva como yo nos giramos para verla.-Ya pagué, cuando quieras...
-Eva, esto... Es Marta una vieja amiga y...
-Ya veo que estás ocupado, no te molesto más.

Tras esas palabras Eva se incorporó a su grupo de amigas que la estaban esperando. Marta se me enganchó al brazo y noté que el alcohol le había afectado más a ella que a mi. Antes de salir por la puerta pude mirar por última vez aquella noche a Eva, ella también me miraba, fría, con un gesto más recto que cuando me había golpeado. Aquella vez el golpe lo había sufrido ella, en el orgullo. Me sentí podrido por dentro. No estaba haciendo nada malo, pero dentro de mi se forjó un sentimiendo oscuro que me produjo unas ligeras nauseas. Llegué a casa de Marta y tras ver el libro me despedí de ella con unos cuantos besos por los viejos tiempos, me invitó a quedarme pero le indiqué que no estaba bien y ella comprensiva me dejó ir. ¿Por qué dejé escapar a una mujer como Marta? En el camino a casa me encontré a Eva, ¿qué podía decirle? Lo que estaba claro es que tenía que decirle algo.

-Lo he vuelto a hacer, perdón.
-No has hecho nada.
-No hace falta que mientas.
-¿Qué te pasa en la cabeza?
-Si lo supiera serías la primera en enterarte. Es este odio que llevo dentro, esta negrura que me consume y hace que las buenas personas que me rodean acaben jodidas. Por eso bebo, no soluciona nada, pero por lo menos me deja lo suficientemente idiotizado como para no crear problemas a mi alrededor.
-¿Te das cuenta de lo que haces?
-En la mayoría de los casos.
-Tienes que parar.
-Si pudiera no estaría tan solo.
-Me tengo que ir, estoy cansada.
-¿Sigue en pie lo de ir a tomar algo juntos?
-Llámame cuando los problemas se vayan.
-Lo haré.

Nunca la llamé. Nos volvimos a encontrar varios fines de semana e intercambiamos palabras, estuvo bien. Pero aquella noche decidí que Eva ya había visto demasiado de mi mierda y me fui a casa sabiendo que no la llamaría, que aquella chica no se merecía vivir un infierno como el mio, que no volvería a las garras del monstruo. En casa me abrí una lata de cerveza y miré con cierto aire de añoranza la ropa interior que se había olvidado en mi casa y que no había devuelto. Eva, yo habría sido tu fruta prohibida. Esa noche dormí bien, por una noche el odio había desaparecido.

jueves, 29 de marzo de 2012

Nos odio de cualquier forma

¿Qué había pasado aquella noche entre Eva y yo? De aquel encuentro nocturno me quedaba la anotación que borracho había escrito y la mitad de la ropa interior que me había dejado dentro de mi cuaderno de anotaciones. En un acto extraño y que quise considerar de buena fe, le había devuelto el sujetador que había dejado como pago por mis servicios, el culotte me impedí entregarlo. Era la única prueba física y real que me recordara lo que sucediera en mi cuarto aquella noche de la que no me acuerdo de nada y que Eva dice tampoco recordar. Apenas hablé con ella desde entonces, no es que quisiera, pero me habría gustado estar seguro que decía la verdad. Mi relación con Eva no llegaba a ser ni amistosa, no me atraía más allá de aquel cuerpo desnudo devolviéndole la vista a un hombre resacoso; pero tenía el presentimiento de la frialdad con la que nos tratábamos el uno al otro ocultaba algo más que diferencias personales. Que aquella mujer y yo no teníamos una relación precisamente de amigos lo tenía claro, nos habíamos acostado juntos y al día siguiente nuestro lado más racional repudiaba los hechos, ¿por qué habríamos acabado en la cama entonces? ¿Qué empuja a dos personas de distintos mundos a unirlos?

Era sábado y esa noche con toda seguridad me la encontraría por la noche. Sentí ganas de quedarme en casa y recibí un mensaje al teléfono de Bruno para salir, acepté. Cenaríamos en mi casa viendo fútbol, no era un partido que me llamara la atención pero era difícil que alguno lograra cautivarme a no ser que fuera de alguno de los equipos a los que sigo. Me toqué la cara y noté como rascaba, debía afeitarme y me puse a ello antes de que vinieran mis amigos. Mis ganas por salir no eran altas, las de afeitarme menores, pero la primera cerveza tras eliminar el bello de mi cara hizo que mis papilas gustativas le pidieran una oportunidad para salir al resto del cuerpo. Mi cuerpo, mi cuerpo volvía a empezar a perder la forma humana que había recuperado y que la dejadez de la vida monótona estaba matando. Empezaba a no sentirme bien con todo esto, conmigo mismo, con la rutina de emborracharse día si y otro también, de la gente, de echarla de menos. No recuerdo cuanto tiempo había pasado desde que nos dijimos el último adiós, pero ninguna de las mujeres que llegó tras su marcha fue capaz de conseguir que le diera la bienvenida. Todavía pienso en ella, todavía veo posibilidades en el infinito y árido desierto que quedó entre nosotros. Decidí que necesitaba otra cerveza y llegaron las visitas, mientras me habría una litrona les recibí y les dije que se fueran sentando.

Aquellas reuniones no tenían nada de especial, mofarse de futbolistas y sus errores, bromas de los unos a los otros y comida basura mezclada con bebidas no menos insanas. Esa sencillez era la clave del éxito. No había ningún tipo de formalidad y no la necesitábamos en absoluto. Unas pizzas, unas cervezas y algunos refrescos con un partido en abierto era la combinación perfecta. Durante el partido, durante esos momentos de charla distendida, se lograba mi absoluta desconexión del mundo y sus avatares. En esas cenas solían empezar las buenas noches, las que al sábado siguiente recordaríamos en la siguiente cena.

Cuando terminamos de cenar, se retiraron cada uno a su casa para cambiarse y yo entré en mi cuarto a escoger ropa. Era una tarea sencilla, aunque en muchas ocasiones me frustraba por intentar crear algo nuevo con mi ropa vieja. Unos vaqueros y una camiseta valdrían. Me echo colonia y cuando miro la hora vuelvo a llegar tarde. Bajo las escaleras y ya me están esperando con cara de pocos amigos, siempre tarde. Vamos caminando y saco de la cazadora mi cartera para ver cuanto dinero tengo, poco pero suficiente. Había bebido dos cervezas y una litrona antes de salir de casa, lo necesario para encender el pequeño motor en mi cabeza. Llegamos al bar y allí estaban más de nuestros amigos, mientras saludaba a todos, me acerqué a la barra y le pedí un whisky al camarero. Beber día si y otro también, ¿en eso se había convertido mi vida? Hablaba de mi día a día con la gente y pude percibir como entraba Eva con una amiga, un bonito vestido apretado, sin demasiado escote pero que dejaba ver unas bonitas piernas, seguí a lo mio y me pedí la segunda copa. Eva era mona, una belleza que no pretendía alcanzar la exuberancia de prostituta que muchas mujeres de mi generación lucen. Se acercó a mi y con una mirada me indicó que quería hablar en privado, me aparté del grupo de gente y vi como su amiga estaba con un chico. Salimos fuera.

-Ya te he dicho que no tengo tu ropa interior.
-No es eso imbécil.
-¿Has venido a darme otra sesión de insultos?
-No me has dado opción a otra cosa por el momento, ¿me dejas hablar?-Con un gesto indiqué que permanecería callado.-Gracias. Vine porque en realidad me acuerdo más o menos de lo de aquella noche, ¿tú no?
-Ojalá pudiera, ¿estuve bien?
-¿Qué más da eso? ¿No te das cuenta de lo insultante que es que no te acuerdes de nada?
-Yo... En realidad no sé que decir... Lo siento. Yo en tu lugar no querría acordarme.
-No sabes lo estúpida que me siento ahora.-En su expresión había un gesto triste, de indignación.-No sabes.
-Perdona, en realidad no es tu culpa, no eres tú. Es esta mierda que tengo dentro, esta vida de joderme lentamente y hacer lo mismo con quien me de algo. Tarde o temprano le pasa a todos, apenas te conozco y ya te lo hice, lo siento. Esta historia no es nueva para mi.

-Mira, no sé ni porque quise hablar de esto.
-Di lo que tengas que decir, no importa.
-Mejor me voy.
-Espera...-La tomé del brazo y la giré. Sin tiempo para que reaccionara puse uno de mis brazos alrededor de su cintura y la besé, con calma, tomándome mi tiempo, sin sentido pero bien.
-¿Qué cojones haces?-Me aparta de un empujón y me golpea con su mano la mejilla izquierda que me arde. ¿Qué demonios estaba haciendo?-¿Qué te has pensado que soy? ¿Pensabas en emborracharte y acostarte conmigo sin acordarte? ¡Una mierda para ti!
-¿A qué viene esto? En serio, ¿qué pasa por tu cabeza? ¿Para qué me sacas aquí fuera?
-¿Quién te crees que eres? ¡Eres un mierda!

Se va. En aquel momento pensé que Eva era como todas, otra más que no se merece mi semen. Borré eso de mi mente antes de parecer un despechado, disimulé la marca de la mejilla pellizcándome la otra para que parecieran ambas rojizas y entré en el bar. Pedí otra copa, la última de la noche. Me volví pronto caminando solo a casa, aquella noche no entendí nada. No entendí mi comportamiento, ni el suyo y no entendí como el azar había llegado a llevarme tras esa situación. Me senté en mi escritorio, vi su ropa interior colgada, la guardé en un cajón y arranqué la página donde me había escrito la noche que Eva había estado en mi cuarto para tirarla a la basura. No había nada con esa mujer, era yo. El problema estaba en mi, aquella nota tenía sentido, mi odio tenía un destinatario que era yo. Me fui a la cama, otra vez volví a acordarme de como se marchó hace meses de mi vida, esta vez de forma diferente, aquel odio venía de ese día, de ese momento. Pensé: "nos odio, no a ti Eva, no a tus golpes y tus desprecios; a las dos personas que parecemos cuando nos juntamos y me traen un pasado donde no debí nunca estar".