lunes, 23 de mayo de 2022

Vivir en el cielo

    Ni los locos quieren vivir saltando al vacío y Lara me invitaba a vivir así cada vez que nos encontrábamos en la vida. Yo iba a su encuentro sin paracaídas y puedo decir que era feliz tomando esa decisión. Me llevaba a viajar a un espacio donde todo era novedoso y al mismo tiempo todo me fascinaba. Era verano y todo el tiempo se nos quedaba corto. Me había dicho de escaparnos a las afueras que había un concierto. Ella llevaba de fumar y yo de beber. Era la primera vez que hacíamos un plan así y me encontré a mi mismo dándole más vueltas de las necesarias a algo tan trivial como la ropa que ponerme o si decirle que la pasaba a recoger o nos encontráramos en la estación de autobuses. Cuando llegó caminando a pequeños saltos no pude hacer otra cosa que sonreír. Estaba totalmente atrapado por ella y su carácter. Se colgó de mi cuello y contagiado por su entusiasmo la levanté abrazándola por la cintura. Con la perspectiva que te da el tiempo o el poder de la nostalgia puedo decir que esos pequeños momentos con ella me hacían realmente feliz. Me enseñó lo que había pillado para fumar y yo fui a por la bolsa donde una botella de licor café nos esperaba dentro de una bolsa de hielos. Durante el trayecto en autobús permanecimos extrañamente callados pero su mano estaba posada sobre la mía y con su pulgar acariciaba el reverso de mi mano. Al llegar a nuestra parada la pillé de la mano y salimos juntos. Ya a la intemperie atesoré su mano entre las mías y besé sus dedos. Como el niño que tira de su madre para que le lleve a la juguetería me llevó de la mano hasta el concierto que era en un descampado al lado de una iglesia. 

Nos sentamos en el suelo al fondo de todo a beber la botella. Sabíamos que no podríamos hacer nada hasta deshacernos de la molesta carga de la botella con los hielos. El calor de la noche de verano y las ganas de poder acercarnos más al escenario hicieron que durase menos de lo normal. En menos de una hora estábamos en medio de toda la gente bailando. Yo intentaba seguir el ritmo de la música mientras que ella parecía moverse balanceada por el sonido. Bailaba con los ojos cerrados y yo no podía quitar mis ojos de ella. Me había dicho mientras bebíamos que era muy probable que se fuera a otro país para la primavera del año siguiente y que quería disfrutar este año que le queda. No quería interrumpirla. La música paró y ella miró para el escenario un poco decepcionada. Me propuso ir detrás de la iglesia que había un muro de piedra donde podríamos ponernos. Nos tumbamos de tal forma que mi cabeza estaba sobre su hombro y su cabeza sobre el mío. Ya traía liado todo y encendió uno para cada uno. Mirábamos un cielo nocturno y despejado. De vez en cuando tras una calada tosía, no estaba acostumbrado y ella se reía de mi para luego acariciarme la mejilla con la mano que tenía libre.


-Te voy a echar mucho de menos. Lo sabes, ¿no?
-Antes cuando bailabas no me acercaba porque no quería romper ese momento. Porque podría ser la última vez que te viera así, que estuviéramos como estamos ahora y no quería romperlo. Me gustaría decirte que sé que me vas a extrañar pero preferiría que no hubiese esa opción.
-Me están ofreciendo una oportunidad única.
-Disculpa si se me malinterpretó, no te estoy diciendo que te quedes. Sé lo importante que es esto para ti y no me perdonaría arrebatártela. Soy un desastre pero no un cabrón.
-Lo sé, eres un bobo pero no me harías daño. En un año estaremos viendo la misma noche estrellada pero a un océano de distancia. ¿No te apetecería que lo viésemos juntos en la distancia?
-Creo que viviría en este cielo si me lo pidieras y me acompañaras.
-Eres un exagerado y estás un poco colocado, borracho o ambas cosas.
-Lo estoy y sigo con mi oferta pero antes de que me la rechaces acepto yo la tuya. En un año tú al otro lado del charco y yo aquí.
-Es un trato.
-Es una promesa.
-El licor café estaba muy fuerte porque me está apeteciendo besarte.
-No le eches la culpa a la bebida de lo que te pasa por tener mal gusto.- Se levantó y se giró sobre mi y sobre el muro me besó simulando de manera rudimentaria el beso de la primera película de Spiderman.
-A ver si así te callas un poco. Que todavía queda tooooodo un año y estás aquí con la nostalgia de la última noche.
-Tienes razón, la nostalgia es uno de mis pecados. Me has pillado. Parece que va a empezar otra banda, ¿te apetece ir o prefieres seguir viendo como me atraganto con el humo?


Volvimos a estar entre el público. Ella bailaba y yo intenté durante un tiempo seguirle el ritmo pero desistí y me fui al fondo a fumar. Al rato vino y se encendió uno. Estuvimos apoyados uno al otro hasta que terminamos de fumar. Estuvimos hablando un par de horas más hasta que solo quedaban las personas que estaban recogiendo lo del escenario. Decidimos volver andando. Fue un trayecto divertido donde intercalamos bromas con momentos de ir de la mano. La dejé en su portal donde nos volvimos a besar durante un rato. Cuando estaba a medio camino entre su casa y la mía pensé "un año, un maldito año". Se presentaron ante mi un montón de planes que quería compartir con ella. Un montón de lugares que visitar. Un montón de primeros momentos que disfrutar con ella. Y sus besos. ¡Qué locura! Llegué a mi portal y decidí sentarme a mirar el cielo un rato antes de entrar. ¿Vivir en el cielo? Me sentí un poco idiota. Entré en el edificio sabiendo que no era idiota sino que me estaba enamorando. Todos esos planes sabiendo que el amor es lo único que no se planea.

sábado, 14 de mayo de 2022

Perdido en mitad de

     Como si se tratase de un experimento, viví diez días con un amor de verano. El como nos conocimos y como acabamos viviendo juntos en otra ciudad es otra historia en si misma. Al séptimo día descansamos de flotar en las nubes de la ilusión. Estaba con mi cabeza en su regazo tumbado en el sofá mientras me acariciaba el pelo. Escuchaba atento sus relatos sobre relaciones pasadas. Había dado un salto no muy largo entre su anterior y conocerme a mi. En mi cabeza ese era el significado de amor de verano, una burbuja donde disfrutas la vida ignorando la fecha de caducidad de todos esos momentos. Se vive distinto y yo escuchaba a Raquel queriendo bañarme en toda su vida como si ese nosotros fuera para siempre. Era evidente al escuchar su relato que sus sentimientos por esa última persona que había formado parte de su vida se negaban a dejar de doler. Yo también tenía un pasado. Vivía sin pensar en lo que dejábamos detrás, deseando que nos definiera nuestro presente. Sonó su teléfono y en cuanto vio quien llamaba su cara cambió. Se fue a otra habitación y estuvo hablando unos cinco minutos. Cuando volvió la tranquilidad que se respiraba antes de la llamada se había esfumado. Me dijo que era su ex, que se había enterado que estaba viviendo conmigo y quería hablar con ella. Me pidió un par de horas, le dije que volvería dentro de cuatro y llamó a unas amigas suyas para que me hicieran compañía. Durante un segundo me nubló el ánimo la idea de que esos momentos fueran los últimos con ella y antes de irme la besé como si fuera la primera vez. En cuanto me despedí me sentí un poco estúpido.

Me llevaron a hacer un tour por la ciudad. Me enseñaron sus sitios favoritos mientras me contaban un montón de anécdotas de cada uno de los lugares. Algunas de esas historias tenían a Raquel como protagonista en facetas de ella que yo todavía no había tenido el placer de disfrutar. Me sacó una sonrisa todo lo que me faltaba por conocer de ella. Me preguntaron como estaba siendo el cambio de ciudad. La realidad es que era temporal, en unos días tenía que volver a mi casa y el tiempo decidiría mi futura localización. Estaba disfrutando de estos días pero cuando el anochecer empieza a llegar más temprano volvían mis responsabilidades. Me contaron un poco su vida y yo la mía por encima. Exprimimos el tiempo hasta que mi promesa de cuatro horas se convirtieron en cinco para cuando volví. Me había llevado unas llaves y cuando entré en el piso estaban los dos sentados en el sofá. Cada uno en un lado, no había nada más que aire entre ellos y la distancia se sentía gigante. Él con la cara entre sus manos sollozando y ella con los brazos cruzados. Saludé y me fui a la cocina. Pensé que con las horas que eran le apetecería cenar. Todavía estaba con los preparativos cuando escuché como se despedían y cerraba la puerta. Entró en la cocina y me abrazó por detrás. Me besó en la mejilla y algo dentro de mi se sintió aliviado.


-¿Qué haces?

-Pensé que tendrías hambre. Yo después del tour que me acaban de dar tus amigas me muero de hambre.

-¿Qué tal con ellas?

-Bien, me han contado unas historias sobre ti muy interesantes. No sabía que hacías esas cosas dentro de una catedral.

-¡Las voy a matar! Seguro que te lo has pasado genial con lo chismoso que eres.

-Que puedo decir... No todo van a ser tus historias donde poco menos te tenemos que santificar.

-Gracias.-Sonrió y me volvió a abrazar por detrás.-De verdad, gracias.

-Sabes que no soy tan buen cocinero como para que te alegre tanto que haga la cena.

-No te hagas el tonto.

-Entonces, ¿por qué estás agradecida?

-Por no hacerme preguntas y por no montar un numerito cuando llegaste y seguía aquí. No debió ser plato de buen gusto.

-No digas tonterías, si tienes que arreglar cosas lo entiendo. Yo quiero disfrutar esto ahora pero entiendo que tenemos otras cosas que arreglar. Además el plato de buen gusto va a ser este que estoy haciendo.


Me besó y se fue de la cocina tras darme un cachete en el culo. Cenamos. Fue agradable, la comida estaba mejor de lo esperado y el ambiente era bastante festivo. Volvimos al sofá con la excusa de ver la televisión pero me quiso contar su tarde. Él quería arreglar las cosas. Ella le quería pero no creía que debieran estar juntos. Mientras hablaba buscaba agarrarme de la mano en muchas ocasiones, la acariciaba y parecía relajarla. Contó que él repetía que no podía entender como después de años nunca hubieran vivido juntos y que hubiera metido a un desconocido a vivir con ella. Cuando terminó me abrazó y me susurró al oído que no había nada de lo que preocuparse. La besé en la frente y la llevé a la habitación.

Una hora más tarde era yo el que la abrazaba por detrás mientras dormía plácidamente. Decidí retrasar un día más mi retorno a casa. Era el plazo máximo que me podía permitir. Sentía que se me escapaba el tiempo con ella entre los dedos y necesitaba un reloj de arena más grande. Se movió en sueños como si estuviera reaccionando a mi compromiso de quedarme con ella más tiempo. La besé en el cuello esperando que estuviera despierta. No hubo respuesta. Supuse que la felicidad tendría que ser algo parecido a eso, poder disfrutar de muchos momentos sin que el ayer o el mañana te acosen. Si mi amor de verano era un experimento, los resultados obtenidos estaban sintiéndose maravillosos.

sábado, 30 de abril de 2022

¿Algo más que un año?

     Aprendí con Ángela que no existe el destino pero sentir que haces lo correcto es muy importante. El año que viví con ella resignificó mi percepción sobre esa eterna tristeza que visto como abrigo en invierno. Llegó a mi vida hundido y me fui de la suya roto sabiendo que hasta que llegue el fin del mundo el mundo no se termina. La quise como solo puede amar alguien que había renunciado a amarse a sí mismo. Viajamos por tantas etapas que apenas pudimos pararnos a disfrutar. Y en cada uno de esos momentos: malas decisiones. En medio de todos esos intentos desesperados de encontrar un camino, una tarde donde la poca ilusión que se me escapaba entre los dedos se hizo pedazos. Era un fin de semana caluroso de octubre y estábamos en esa fase donde fingíamos ser amigos. Ella ya estaba con otra persona y era la primera vez que quedábamos a solas tras la tarde donde nos dimos nuestro último beso. Me avisó que estaba sola en casa y si me apetecía pasarme a visitarla. María y Marcos no estaba involucrados y me sorprendí aceptando el plan. Caminé dando un rodeo camino de su casa, tenía tantas ganas de verla como dudas. Yo todavía estaba muy enganchado a ella. Era un inadaptado de esa amistad que decíamos tener. Me presenté en su puerta y las manos me temblaban, me desestabilizaban muchos pensamientos con todas las posibilidades negativas que me podría encontrar al otro lado. ¿Me había propuesto quedar para discutir? ¿Quiere echarme de su vida definitivamente? ¿Ha pasado algo malo? Mi cabeza estaba tan enferma que solo me golpeaba con todos esos pensamientos negativos que desaparecieron en cuanto Ángela abrió la puerta y me recibió con un abrazo y un beso en la mejilla que se sintió como estar viviendo en unos meses en el pasado. Me invitó a sentarme en el sofá y pude darme cuenta que iba con una camiseta de tirantes, unos pantalones cortos de deportes y descalza. Le sentaba bien, siempre me gustó su naturalidad frente a la rectitud que mostraba cuando estaba fuera de su zona de confort y su ropa en ese momento reflejaba toda esa parte de su personalidad que me gustaba. Me senté y me ofreció de beber a lo que rechacé a sus varios intentos de insistir.


-¿Seguro que no quieres nada? Yo voy a pillar un vaso de agua frío porque este calor no es normal.

-Seguro. No te preocupes por mi, estoy bien. ¿Vamos a salir?

-No. -Mientras se iba para la cocina.-Me apetecía volver a estar los dos solos un rato como en los viejos tiempos.

-Pensé que también vendrían María y Marcos.

-Creo que nos tenemos que poner al día y me pareció buen momento. María me dijo que a la noche me llamaría para ir por ahí los cuatro. ¿De verdad que no quieres nada?

-De verdad.

-Pues he estado pensando que tú y yo nos entendemos muy bien. -Volvió de la cocina con dos vasos de agua, los puso sobre la mesa que tenía delante mía y se sentó en el brazo del sillón donde estaba sentado y me acarició el pelo. -Es cierto que no funcionó, pero sabíamos pasarlo bien, ¿no crees?

-¿Estás segura de lo que estás diciendo?

-¿Te parece mal? -Se deslizó desde el brazo del sillón hasta mi regazo mientras pasaba su brazo por mi nuca. -Sé que lo estás deseando.

-Ahora mismo estás con un chico y sabes lo que opino sobre eso.

-A veces me olvido de lo aburrido que puedes ser. ¿Qué pasa con él?

-A mi él me da igual pero me preocupa que tipo de persona me convierte si sabiendo que hay otra persona hiciese algo contigo.

-Eres imposible Rober. Quieres estar conmigo pero tiene que ser bajo tus estúpidas normas.

-Son estúpidas y quizás yo sea todavía más imbécil pero ahora mismo es lo único que me permite ahora mismo dormir, no ser un capullo. Si sabes que todavía quiero estar contigo y como soy, ¿por qué piensas que quería hacer las cosas así contigo? Estaba acojonado por vernos de nuevo solos, porque me fueras a decir que ya no te importo y quieres que sea tu amante. Joder Ángela, ¿es un examen? ¿Necesitas saber si estaría dispuesto a renunciar en lo que creo por ti? No puedo, no tengo claro si a ti tampoco te gustaría que lo hiciera o en el tipo de persona que me convertiría pero no puedo. -Cogí el vaso de agua y lo bebí de un solo trago. Sentí la ironía de que tras haberlo rechazado hubiera necesitado beberlo. -Creo que va a ser mejor que me vaya. -Le puse una mano en la pierna para indicarle que se levantara pero ella puso su mano sobre la mía y me miró indicando que no se iba a mover. -Por favor.

-Te estás equivocando. No es un examen ni nada de eso que estás pensando. Solo pensé que podría ser divertido, me gustas y te echo de menos. Nos hemos alejado y me gustaría tenerte en mi vida.

-No me he ido de tu vida pero necesito irme de aquí. Si la situación cambia siempre me puedes buscar pero yo así y en este momento no puedo. Me gustaría poder decirte que sí y romperte la ropa a mordiscos pero solo quiero irme.

-Rober... No puedes ser así.

-Sabes que me gustaría que las cosas fueran de otra manera.


Me levanté y encaré la puerta sin mirarla. Me temblaban las manos y no se si de pena o de rabia. En cuanto estuve fuera del edificio caminé durante diez minutos buscando un rincón tranquilo. Todos mis miedos, todos mis pensamientos, todas esas cosas que me aterraban durante el camino de ida se derramaron por mi cara. Intenté gritar pero no tenía voz. Que estúpido había sido. Miré al cielo y el sol pegaba tan duro como mis pensamientos, tenía la espalda encharcada por culpa de ambos. Sabía que en unas horas Marcos me llamaría para salir, era sábado. Llegué a mi casa e intenté empezar a escribir sobre lo sucedido pero me quedé encerrado en una primera frase "Ya no te puedo querer". Por la noche María me contó que Ángela la había llamado llorando para contarle lo sucedido. Ese no fue el día que decidí salir corriendo de la vida de Ángela pero fue el día que supe que tenía que hacerlo. Me costó un par de meses y lágrimas suficientes como para cinco rupturas. No estaba bien y la culpa era solo mía. ¿Había hecho lo correcto? Yo no me quería. Ahora lo pienso y siento que no me podría querer si hubiese hecho otra cosa. Vivía con tanto miedo a equivocarme que hacer lo correcto me destruía. 

domingo, 17 de abril de 2022

El enemigo que eliges

     Me gusta vivir en los extremos y cuando tenía 20 años mis extremos eran la completa soledad o estar rodeado de mucha gente. Juntarse con Carlos, Fran y Berto era el primer paso a terminar en uno de esos dos extremos. A Carlos lo conocía desde hacía tanto tiempo que aceptaba sus aires de líder autoimpuesto y su ego, Fran era la balanza del grupo y paraba cualquier malentendido con una broma que relajaba el ambiente y Berto era tan buenazo que era imposible que alguien alguna vez se pudiera enfadar con él. Los sábados nos juntábamos a ver el fútbol con una copa en la mano antes de salir por la noche y ese plan tan simple era un buen refugio a una vida compleja. Aquel día habían propuesto quedar antes de tiempo y recuerdo salir de casa pensando que tendría que volver a cambiarme para salir porque tenía un aspecto horrible. Cuando vi a Fran en la puerta de mi casa dentro del coche no entendí nada. Un sencillo "sube, que tenemos que pillar a los otros dos" fue la respuesta a mi pregunta sobre el lugar al que íbamos. Me senté de copiloto teniendo claro que era un plan de Carlos, cambiar los planes sin avisar era lo suyo. Con los cuatro en el coche Carlos nos comentó que nos íbamos a una fiesta fuera de la ciudad y que iba a estar muy bien, pensé que podría haberme cambiado antes de salir de casa pero antes de que pudiese decir nada arrancamos.


Llegamos y aquel lugar estaba lleno de gente. Bares a rebosar y gente por las calles con actitud festiva. Es lo que hoy necesito pensé y miré como Carlos ya empezaba a dirigirnos como si fuese nuestro capitán y nosotros unos inocentes grumetes. Imaginé que había quedado con alguien y que por eso tenía tan decidido ir a un local en concreto pero no me importaba, necesitaba una cerveza. Llegamos al local y me pedí una cerveza mientras ellos pedían otros tipos de bebidas. Estaban poniendo buena música y con bailar me pasa como con escribir: le pongo muchas ganas pero no sé me da especialmente bien. Pero allí estaba a media tarde con mi cerveza e improvisando unos pasos mientras mis amigos me miraban desde la barra. El local estaba bastante lleno asique nadie me haría caso y era lo que necesitaba. Fran se me acercó y me indicó a un grupo de chicas que acababan de entrar, una de ellas le gustaba a Carlos. Eran unos cuantos años mayores que nosotros y pretendían que fuera yo a hablar con ellas, hice como que no escuchaba nada. Seguí a lo mío, a mi bola. Y me tocaron el hombro, ya estaba pensando en mandar a paseo a Carlos cuando veo que es una de las chicas del grupo que me había comentado Fran. Debí mostrarme sorprendido porque se rio de mi reacción al verla.


-Le gustas a mi amiga. -Me indicó con la mirada a la chica que le gustaba a Carlos que me miraba de reojo, rondaría los treinta pero me saludó con la mano con la timidez propia de una adolescente. Como no respondía al no entender muy bien la situación la chica insistió. -Le pareces bastante mono y le gustaría que le hablaras.

-No te creo.

-¿Por qué? Le gusta tu camiseta de Nirvana y le pareces mono, acércate y te la presento.-Nos acercamos y la chica en cuestión estaba bastante roja. Me estaba pareciendo una broma.-Ella es Laura, ¿cómo dijiste que te llamas?

-Rober, un placer Laura.

-Me gusta tu camiseta, ¿llevas mucho por aquí?

-Llegué hace un rato con mis amigos. ¿Te apetece bailar?

-Rober, tío. -Era Carlos, no sé que narices le había pasado pero parecía molesto.-Nos tenemos que ir.

-¿Estás de coña? No llevamos ni una hora aquí y ahora mismo estoy ocupado.

-Vamos a otro lado que en este no hay nada de ambiente, estos ya están fuera.

-Laura, ha sido un auténtico placer, me llevan a otro lado, si nos vemos te debo un baile y una cerveza.

-Nos vemos luego.-Salió hasta la puerta para ver la dirección que tomábamos y sus amigas me gritaban por detrás que me quedara con ellas. Yo sabía que si de Carlos dependía no la volvería a ver, su puesto de líder no podía quedar en entredicho.-Luego nosotras también iremos a otro lado.


Estaba un poco molesto por la situación. No creo que Carlos tuviera algo en contra mía. A decir verdad la batalla estaba en su propia cabeza contra si mismo pero me estaba afectando y aunque no quería discutir recuerdo salir del sitio con los puños apretados como si fuese a pelearme. Berto me dio unas palmaditas en la espalda, sabía que era mejor dejarlo pasar y en cuanto entramos en el siguiente lugar mis ánimos estaban algo más tranquilos. Tras media hora más o menos Laura y su grupo de amigas entró por la puerta. No hizo falta que me acercara que ella misma tomó esa iniciativa con una sonrisa en la cara. Me gustaba mucho esa actitud. Tenía una cerveza en la mano, una chica hermosa delante y la sensación de que el mundo iba a ser mío.


-Oye, no sé cuanto tiempo nos vamos a quedar aquí pero me gustaría que tuvieras mi número para otro día.-Pidió un papel y un bolígrafo en la barra del bar.-Por si vuelven a interrumpirnos...

-Rober, nos vamos para casa.-Escuché a Carlos detrás mía y pude ver como Berto y Fran salían por la puerta. Me puso la mano en el hombro y tiró un poco de mi como intentando sacarme a rastras.-Perdona, se viene conmigo.


No pude pillar su número. Me despedí con la mano mientras maldecía mi suerte. Al salir del coche Fran tuvo que intervenir porque Carlos y yo discutimos. Estaba cansado de que quisiera ser siempre el centro de atención. Me llamó niñato caprichoso. Durante el viaje de vuelta la tensión era evidente. Solo quería volver a mi otro modo: al de absoluta soledad. Bajé del coche sabiendo que había perdido un amigo y una oportunidad. Aprendí que ninguno de los dos iba a volver.

domingo, 3 de abril de 2022

Los que (no) se quieren

         Bea es el tipo de piedra que saqué de mi camino y directamente estampé en mis dientes, no me cansaba de cometer errores con ella. Y en eso estaba. No había pasado ni un mes desde aquella noche en la que fui rechazado por ella y ya volvíamos a estar sumergidos en una infinita conversación. Jugábamos con el amor como si no nos importara, como si fuera una broma privada de la que nunca hablásemos. Y cada día los límites entre nosotros parecían mas confusos. Apenas intercambiamos tres frases de lo ocurrido aquella noche donde todo parecía que iba a cambiar y el único cambio que se había producido era una mayor cercanía. No nos importaba lo que había pasado. En muchas ocasiones eso me quería hacer creer. Cada paseo por la playa, cada conversación hasta horas intempestivas, cada abrazo en el que nos refugiábamos se sentía como un martillazo contra mi entereza. El muro de mi cordura empezaba a tener muchas grietas y poco a poco el aire empezó a escaparse. Me sentía sin aliento y sin fuerzas para aguantar en una posición donde la incertidumbre compartía cama con la felicidad que me producía el tiempo con ella. Y solo era cuestión de tiempo que algo de mi se terminara por derrumbar. Bea tenía otros planes y un día en mi casa mientras estaba tumbada en mi sofá esperando a que terminara de arreglarme la barba decidió activar el despertador que nos sacó de la fantasía onírica que estaba siendo nuestra relación.


-¿Qué estamos haciendo?

-Vamos a ir al cine y luego a cenar, ¿te apetece hacer otra cosa?

-No me refiero a eso, me refiero a nosotros, ¿qué estamos haciendo? No hemos vuelto a hablar sobre lo de aquel día y no creo que sea sano que hablemos y nos veamos tanto. Somos una "pareja" que ni se besa ni se desea...

-¿Quieres que nos besemos? Estaría encantado de hacerlo y si hablas de deseo creo que hablas de nosotros para referirte a ti misma.

-¿Y qué estás haciendo Rober? ¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué acompañas a alguien que se fue sin darte explicaciones y no es capaz de quererte?

-Creo que el amor es la única forma de altruismo que existe. Y si quieres saber por qué no me he ido, no lo sé. A veces confío en que te das cuenta de lo que tienes delante de tus narices y otras veces simplemente es mi propio miedo a reconocer que toda esta inversión, que toda esta apuesta ha terminado y que tengo que irme. Me haces feliz pero también vivo cada día contigo como si fuera el último, como si me fueras a dar una patada y olvidarme. Que no soy una persona, soy un empleado que nunca cumple tus expectativas y mi corazón tiene demasiadas facturas que pagar.

-Sabes que no es tan fácil. Tú eres muy importante para mi...

-Pero no soy una persona a la que besarías ni desearías. Ya has dejado claro ese punto.

-Nunca quise hacerte daño, solo que contigo siento que puedo ser yo misma y soy feliz.

-Entonces, ¿qué estas haciendo tú conmigo? Y aunque sea la primera vez que lo digo en alto no creas que no me lo he preguntado.

-Rober... -Tomó aliento y me miró como si estuviera sacándose las palabras de las entrañas con sus manos. -No quiero perderte y no quiero vivirte de esa manera. Es injusto y es egoísta, lo sé. Sé que no te he ayudado. Y quizás no debimos volver a hablar tras lo de aquella noche. -Todavía estaba con media cara sin terminar de perfilar la barba pero mi rictus serio debió borrar lo ridículo de la situación. -¿No crees?

-Creo que pudimos tomar muchas otras decisiones. Y quizás es el momento de que me vaya. Siento mucho todo esto. Creo que necesito espacio y entre nosotros es lo único que no existe.


Me lavé la cara, me puse una chaqueta y salí por la puerta. No fui capaz de verla pero pude escuchar que estaba llorando. En cuanto salí del edificio yo también estaba llorando. Caminé durante tres horas hasta el lugar más alejado de la ciudad, sentía que si estaba cerca de ella nunca podría escapar. Que volvería a golpearme con la misma piedra. Cuando volví ella no estaba, lo único que quedaba de ella era el olor de su perfume. No me atreví a abrir las ventanas para que su olor se fuera, quizás ese era el castigo que me merecía. 

sábado, 15 de enero de 2022

Sin descanso en el pecho

     No quiero echarle la culpa a la vida a esta tristeza que arrastro por imbécil. Durante los últimos seis meses cada decisión que tomaba parecía estar equivocada y cada error cargaba una mochila que de unas semanas para aquí me obligaba a encorvar la espalda. En medio de esto conocí a Bea. Bea era el tipo de persona que supe desde el primer momento que me iba a volver loco en buen sentido de la palabra. Hablar con ella me hacía perder la noción del espacio y el tiempo y cada comentario ingenioso suyo me convertía en una especie de pelotillero que se descacharra con las bromas de su jefe. No paraba de tararear su nombre como si fuese una mala canción que no eres capaz de quitarte de encima. Me encontré bailando en la línea entre el deseo y la obsesión. Nuestros encuentros eran tan sorpresivos como fugaces y quizás ese era parte del encanto o del motivo de mi enganche y en más de alguna mañana aburrida de trabajo me encontré fantaseando con la posibilidad de que mis planes de tarde se cruzaran con los suyos y nos viésemos. Nunca llegó a pasar. Y un día uno de los dos se armó de valor y le propuso al otro un encuentro tête à tête, no fui yo. La idea fue ir a ver una exposición en un museo local y ver su amor por el arte no hizo más que elevar el concepto que tenía de ella. Era encantadora, alegre e ingeniosa a un punto casi insultante. Empezaba a preocuparme la borrachera de emociones a la que me estaba sometiendo con ella, era nuestro primer encuentro en estas condiciones y me estaba volviendo adicto. Salimos del museo y tras conocernos un poco más con una copa la acompañé un rato en su camino a casa.


-¿Sabes? Me lo he pasado muy bien. -Dijo cambiando de tema con una sonrisa de oreja a oreja. Noté como mi cara se sonrojó y como las palabras se me atragantaron. -Estaba un poco preocupada porque no fuera bien la cosa o que hubiera silencios incómodos, pero no. Contigo siento que no hay nunca incomodidad.

-Para mi también ha sido una gran tarde. -Escupí casi tartamudeando. -Ha sido un plan bastante distinto a lo que estoy acostumbrado y me gustaría repetirlo.

-Sí, estaría bien.

-Creo que esto va a sonar precipitado pero me gustaría que fuera mañana y pasado y al día siguiente. La verdad es que no quiero despedirme de ti en un buen rato. Me apetece seguir escuchando tu voz, notar mi cara roja por tu presencia y que la tarde de hoy no se acabe. Tengo la sensación de que no me podría aburrir de ti ni aunque me empachara todos los días y no decírtelo creo que es irresponsable. No sé que puedo aportar a tu vida o a la de nadie pero como me miras me cambia el día y no sé me gustaría creer que al revés es lo mismo que escuchar esto te está dando calor en el pecho.

-Rober... Lo siento. No creo que eso que describes esté pasando. No por mi parte. Y no sé muy bien que decirte. Creo que mejor que me vaya sola el resto del camino.


Me echó una última mirada de lástima antes de irse sin decir nada más. Yo me quedé congelado en el espacio y en el tiempo mirando como se iba hasta que giró a la derecha en una calle y ya se fue de mi rango de visión. Me senté en el borde de la acera y metí la cara entre mis piernas. No fui capaz de llorar, quizás no tenía motivos. El frío de la noche me arañaba la espalda y yo estaba encogido como un niño tiritando en su cama. Perdí la noción del tiempo que estuve ahí con esa mala canción envenenándome la punta de la lengua, incapaz de decir su nombre. Estaba siendo un otoño frío pero seco y mi calor en el pecho se había convertido en lluvia.