Hay tres cosas muy jodidas de conseguir en esta vida: un buen grupo de gente de la que rodearte, una buena motivación en la vida y la más difícil y más importante a la hora de salvarte de los fracasos en las dos anteriores, un buen bar al que ir. Yo en ese momento estaba disfrutando de un bar, de mi bar. El dueño ya me conocía y ya sabía que ponerme dependiendo de las horas o de si estaba solo o acompañado, esa es la definición de un buen bar. Un jueves a las doce era hora de una cerveza y allí me encontraba yo, con el bar casi vacío con una cerveza en mi mano, intercambiando críticas muy sobadas sobre política con el dueño mientras él esperaba que los estudiantes empezaran a venir.
Con el sonido de la puerta las miradas de los dos gatos del local se tornó y pude ver como entraba un antiguo compañero de clase acompañado de una chica a la que no conocía. Álvaro, un tipo que por haberse sentado a mi lado durante tres años se consideró mi amigo a pesar de lanzarme toneladas de mierda en cuanto tenía oportunidad para como él decía "encajar". Al ver su cara supe que venía a verme y si no fuera por la acompañante y por llevar pocas cervezas encima la única respuesta que habría obtenido sería un dedo bien levantado indicando por donde se podía ir.
-¡Joder tio! Cuanto tiempo, ¿no? Estaba en el piso con unos amigos escuchando música y Lara comentó algo sobre un chaval de nuestra ciudad que estaba ganando cierta familla con un blog y resulta que eras tú. Nada, le dije que te conocía y bueno, yo supuse que estarías aquí y ella quiso conocerte.
-¿Te gusta lo que escribo?
-No está mal.
-A mi no me gusta y por las nulas respuestas que he recibido en el mundo no virtual creo que fuera de mi blog no gusto demasiado tampoco. De todas formas, gracias; una fan siempre es bien recibida.
-¿Es verdad que eres amigo de Álvaro?
-Nos sentamos juntos un par de años. Pero las historias mejor sentados y con una cerveza, la mia se está acabando.
Lara resultó una chica de lo más interesante, una cara inocente con un cuerpo bastante desarrollado la convertían en una damita bastante vistosa y comprendí al poco de hablar con ella por qué el capullo de Álvaro recorrería media ciudad para alardear de conocerme un jueves por la noche. Después de cuatro cervezas ella y yo estábamos sumergidos en una conversación en la que cualquier estupidez era transcendental y en la que pude levantar el dedo que Álvaro llevaba tanto tiempo pidiendo. Se fue y nos dejó solos, bañándonos en nuestra propia salsa de cerveza. El bar estaba bastante lleno y yo empezaba a notar que el tiempo y la bebida empezaba a castigarnos a ambos, le propuse ir como tortolitos de la mano al baño y aceptó, nos metimos con disimulo y ya dentro comenzamos a besarnos. La pasión apenas se podía contener en ese cuarto tan pequeño y que además de un poco borracho estuviera con una de las peores épocas de ausencia de mujeres de mi vida hizo el resto. Con la poca fuerza de mis brazos la levanté sobre el lavadero de manos y le quité violentamente toda la ropa de cintura para abajo, la besé mientras notaba como mi pelo le hacía cosquillas en los muslos, la deboré mientras colocaba una pierna sobre mi hombro y no paré mientras mi apretaba contra ella. Parecía un borracho pegado al grifo y no paraba, ella me soltó y supe que llegaba mi momento. Se hizo de rogar mientras se volvía a colocar la ropa y yo empecé por bajarme un poco el pantalón. Me miró pícara y supe que era mi momento. Me besó en la mejilla.
-Ha sido un placer Rober, le pediré tu número a Álvaro.
Me dejó en un cuarto de baño con menos carne por fuera que amor propio perdido. Vovlí a la barra y me tomé una última cerveza, las anteriores estaban demasiado calientes. Nunca me llamó.
martes, 2 de abril de 2013
domingo, 6 de enero de 2013
Volver
Léelo en alto cuando sientas que el silencio te ahoga:
Yo ya me he despedido con un beso robado de ti mientras duermes, creo que así será más sencillo. Se acaban los "buenos días" y sufrir juntos los piés fríos, eres la primera vez a la hora de que mi cuerpo no sea un remanso cálido por las noches, espero que con este hasta luego no sea la última.
Durante los primeros días hablaré de ti, mostraré las marcas que me has dejado y que nunca se borrarán y aunque luego no estés en mi boca tienes que saber que en mis recuerdos has robado para ti situaciones que muy difícilmente se me escapen. Te hablo todavía con tu dulzura acariciando mi ser y sin que tu fragancia haya abandonado nuestras sábanas y muchas de mis prendas pero siento que eres como esa moneda que te encuentras en el preciso momento en el lugar menos indicado, no puedo describir lo mucho que has valido.
Me voy, volveré. Quizás no cuando me necesites, volveré cuando sea necesario. Me voy antes de que te vayas y antes de que nos cansemos el uno del otro. Antes que la monotonía nos intoxique. Nos toca descansar el uno del otro. Estoy seguro que no es lo más justo, pero si lo correcto.
Esta última noche me voy descalzo para tenerte presente, para poder decirte "buenos días".
Yo ya me he despedido con un beso robado de ti mientras duermes, creo que así será más sencillo. Se acaban los "buenos días" y sufrir juntos los piés fríos, eres la primera vez a la hora de que mi cuerpo no sea un remanso cálido por las noches, espero que con este hasta luego no sea la última.
Durante los primeros días hablaré de ti, mostraré las marcas que me has dejado y que nunca se borrarán y aunque luego no estés en mi boca tienes que saber que en mis recuerdos has robado para ti situaciones que muy difícilmente se me escapen. Te hablo todavía con tu dulzura acariciando mi ser y sin que tu fragancia haya abandonado nuestras sábanas y muchas de mis prendas pero siento que eres como esa moneda que te encuentras en el preciso momento en el lugar menos indicado, no puedo describir lo mucho que has valido.
Me voy, volveré. Quizás no cuando me necesites, volveré cuando sea necesario. Me voy antes de que te vayas y antes de que nos cansemos el uno del otro. Antes que la monotonía nos intoxique. Nos toca descansar el uno del otro. Estoy seguro que no es lo más justo, pero si lo correcto.
Esta última noche me voy descalzo para tenerte presente, para poder decirte "buenos días".
viernes, 4 de enero de 2013
Estamos muertos hasta que se demuestre lo contrario
Estamos muertos. Emanando un calor que no es nuestro, que no nos corresponde. Porque nos hemos convertido en tumbas que se desplazan, que han perdido todo lo que un día nos convirtió en personas. Hemos abandonado la individualidad y el pensamiento propio, deciden por nosotros a la hora de hablar, pensar e incluso sobre nuestra ropa. Si alguna vez el ser humano sintió empatía por sus semejantes a día de hoy es un borroso recuerdo de lo que parece un mito; a pesar de que día a día se ven gestos que hacen que se piense que hay esperanza para el ser humano no son más que anécdoticos y llegan a parecer más un defecto del individuo en si en lugar de un comportamiento natural como debiera ser.
Estamos muertos. Por todas las veces que decidimos no cometer un error porque es un error. Porque somos presos de los actos que no cometimos y de las palabras que nunca diremos. Porque nunca los sentimientos han importado tan poco y nunca nos hemos engañado diciendo que valen tanto. Porque nada nos conmueve de verdad, ya nada realmente nos enfurece ni hay una pena que dure cien años.
Estamos muertos. Porque nos despertamos con la idea del "yo especial" y nuestro único motivo para serlo es decir que lo somos. Leemos sin comprender, caminamos sin avanzar y vivimos sin aprender. No tenemos ideales.
Estamos muertos. Y somos felices con ello. Somos infelices con nosotros mismos. Ya no sabemos reir ni llorar. Hemos olvidado como se ama y ni el odio es capaz de dominar un corazón que ya no late.
Estamos muertos. Yo sigo con mi lápida a cuestas, ingénuo pensando que algún día de nosotros, los muertos; nacerá algo. Descansemos en paz.
Estamos muertos. Por todas las veces que decidimos no cometer un error porque es un error. Porque somos presos de los actos que no cometimos y de las palabras que nunca diremos. Porque nunca los sentimientos han importado tan poco y nunca nos hemos engañado diciendo que valen tanto. Porque nada nos conmueve de verdad, ya nada realmente nos enfurece ni hay una pena que dure cien años.
Estamos muertos. Porque nos despertamos con la idea del "yo especial" y nuestro único motivo para serlo es decir que lo somos. Leemos sin comprender, caminamos sin avanzar y vivimos sin aprender. No tenemos ideales.
Estamos muertos. Y somos felices con ello. Somos infelices con nosotros mismos. Ya no sabemos reir ni llorar. Hemos olvidado como se ama y ni el odio es capaz de dominar un corazón que ya no late.
Estamos muertos. Yo sigo con mi lápida a cuestas, ingénuo pensando que algún día de nosotros, los muertos; nacerá algo. Descansemos en paz.
martes, 1 de enero de 2013
Aire
Aquella mañana se despertó con el puro convencimiento de que estaba enamorado de Claudia, enamorado. No ilusionado, enamorado; con la única idea de unir sus pecas escribiendo una historia juntos. No eran mariposas lo de su interior, era la imperiosa necesidad de ella. Con los pulsos del deseo marcando el ritmo, salió de su casa. No era un secreto que Claudia sentía predilección por él y ya lo dejó claro en alguna cena entre amigos donde un par de copas hicieron que aquella cosita de niña tuviera instintos de mujer.
Pisó el portal de ella y la hizo bajar, pudo escuchar el ritmo alegre de sus pasos por las escaleras y agachó la cabeza buscando las palabras, con ambas manos en los bolsillos como si el amor se escondiera bajo las llaves. Tenía el pelo revuelto, poco pelo le quedaba desde su último corte de pelo pero Claudia solo cuidaba y lucía su sonrisa y en esta ocasión no fue diferente. Sacó las manos de los bolsillos y en el momento del saludo treparon hasta sus mejillas, ella entendió todo. Frío. Algo estaba pasando, las manos estaban pero no tocaban, los cuerpos se juntaban pero no se calentaban. Por más que lo intentara el contacto no llegaba a producirse, no sentía su calidez y solo los alientos danzaban entre ellos mientras ellos luchaban contra una barrera invisible que convertía las voces en secretos. Los ojos de Claudia mostraban tristeza e incredulidad, él se negaba a rendirse. Nunca una caricia valió tan poco.
Se sentaron en las escaleras uno al lado del otro, en silencio contemplando sus pies. No entendían nada, él intentó acariciar a escondidas la mano que tenía apoyada en el suelo, intentando engañar a esta nueva ley, no sintió nada. Él sabía que las palabras no significaban nada y tuvo que tragarse todo su pesar para intentar que aquella dulce chiquilla no derramara sus lágrimas sobre un regazo en el que no se podía posar.
Aquella mañana él se despertó sabiendo que estaba enamorado de Claudia. Aquella mañana el mundo amaneció sin saber que aquel era el primer último amor.
Pisó el portal de ella y la hizo bajar, pudo escuchar el ritmo alegre de sus pasos por las escaleras y agachó la cabeza buscando las palabras, con ambas manos en los bolsillos como si el amor se escondiera bajo las llaves. Tenía el pelo revuelto, poco pelo le quedaba desde su último corte de pelo pero Claudia solo cuidaba y lucía su sonrisa y en esta ocasión no fue diferente. Sacó las manos de los bolsillos y en el momento del saludo treparon hasta sus mejillas, ella entendió todo. Frío. Algo estaba pasando, las manos estaban pero no tocaban, los cuerpos se juntaban pero no se calentaban. Por más que lo intentara el contacto no llegaba a producirse, no sentía su calidez y solo los alientos danzaban entre ellos mientras ellos luchaban contra una barrera invisible que convertía las voces en secretos. Los ojos de Claudia mostraban tristeza e incredulidad, él se negaba a rendirse. Nunca una caricia valió tan poco.
Se sentaron en las escaleras uno al lado del otro, en silencio contemplando sus pies. No entendían nada, él intentó acariciar a escondidas la mano que tenía apoyada en el suelo, intentando engañar a esta nueva ley, no sintió nada. Él sabía que las palabras no significaban nada y tuvo que tragarse todo su pesar para intentar que aquella dulce chiquilla no derramara sus lágrimas sobre un regazo en el que no se podía posar.
Aquella mañana él se despertó sabiendo que estaba enamorado de Claudia. Aquella mañana el mundo amaneció sin saber que aquel era el primer último amor.
lunes, 26 de noviembre de 2012
El viaje a un "te quiero".
Ya era hora que alguien tan estúpido como yo se dedicara a dar consejos y sobretodo a desmitificar muchas cosas que se piensan sobre el cortejo y este extraño mundo en el que cualquier persona que haya leído este blog alguna vez ha estado metido. Es muy complicado generalizar en algo que al final acaba siendo diferente cada vez y para cada persona, pero tras haber vivido, escuchado e incluso leído a otras personas como documentación para este texto me veo capacitado para dar lo que yo creo que es una muy pequeña guía sobre las cómunes situaciones y dudas que alguien se puede encontrar desde el momento que ve a una persona y llama su atención hasta el hipotético caso de acabar siendo unos viejecitos sentados en su porche uno al lado del otro viendo el otoño de Louisiana.
-La elección: Antes de empezar a ir detrás de una persona debemos plantearnos qué es lo que queremos. Es bastante importante saber eso e intentar aferrarnos a lo que queremos lo más estrictamente posible. Para este punto son importantes varias cosas, saber que podemos dar para saber que podemos recibir. Claro que podemos ser muy exigentes y querer una persona con una personalidad deslumbrante, un físico esculpido por los dioses e incluso unos bienes materiales dignos de Carlos Slim; el desear forma parte de nosotros, pero tenemos que ser conscientes de que si exigimos mucho podemos a fracasar incluso antes de comenzar. Por otro lado el listón no debería ser tampoco bajo, un listón bajo siempre es peor que uno un poco alto. Y tras esto decir que las exigencias a pesar de ser obligatorias no deben de ser inmodificables, las personas evolucionan y con ellas sus gustos, siempre hay que estar abierto a la evolución y más cuando se habla de algo tan carente de lógica como el mundo sentimental. No dejes de ser fiel a ti mismo.
-Actitud y aptitudes: El primer encuentro se resume en estas dos palabras. Las aptitudes es el punto más complicado de manejar, ya que depende más de los gustos y exigencias de la otra persona que de uno mismo. La apariencia física, la forma de vestir, la forma de gesticular o de interactuar con la persona son las claves durante los cinco primeros minutos de conexión con la persona a la que quieras acercarte y podrías estar en tu esplendor físico y con tus mejores galas y fracasar, en este caso yo creo que deberíamos mantener una estabilidad. Intentar mostrarnos siempre con la misma intensidad, creciendo y disminuyendo en ocasiones mas bien contadas. Con relación a la actitud, ahí está un punto muy importante donde entra en juego nuestro estado de ánimo y nuestra capacidad de ser receptivos a lo que pueda venir en todo momento. A todo el mundo le va a llegar ese momento, pero si no estás predispuesto a que empiece está claro que lo único que tendrás es una bola de lamentaciones que aumentará sus dimensiones y sus efectos negativos con el tiempo. Hay que ser receptivos, nuestros gustos evolucionan y un "no" hoy no tiene que ser un "vaya cagada más grande" mañana. Cinco minutos suelen bastar para crear una impresión bastante clara de que va a suceder en un periodo corto de tiempo con esa persona, pero creo que la gran mayoría de las personas se merecen más de cinco minutos.
-El día a día: Después de conocer o de haber empezado a flirtear con la otra persona es importante ser uno mismo a no ser que quieras actuar o ser otra persona lo que podría llegar a ser el resto de tu vida. Si le gusta lo que hay será una buena noticia, por el contrario si en el proceso de conocer a la persona encontraís diferencias irreconciliables lo mejor es que los caminos se dividan, una retirada a tiempo permitirá quedarse con lo bueno cuando el tiempo haya pasado. Con el día a día vendrán las diferencias, las que se pueden definir como nimieces, las tolerables, las molestas y las imposibles de soportar; ahí entra nuestro amor propio en juego para ver si seguimos dándole la espalda a una espada que se sigue afilando cerca de nuestra espalda o somos capaces de frenar un problema que con el tiempo no se desvanece. Y un flirteo o una relación no deja de ser una senda que nosotros mismos podemos manejar lo complicada que se puede poner.
-El "te quiero": Se ha repetido hasta la saciedad de que son las dos palabras más prostituidas de la historia y realmente se quedan corto. Llegar a ese momento tiene que ser algo natural, espontaneo, que no se busca y que la fuerza del momento nos invite a definir lo indefinible con el peor sistema que hay, las palabras. Uno de los mayores errores que se puede cometer es precipitarse al decir "te quiero", desde el primero hasta el último, incluso hasta el último "te odio" debería salir desde lo más profundo de la incoherencia, debería ser la sangre que brota de la herida de los sentimientos y ya sea por querer conseguir beneficios con esa persona o por un acto social de quedar bien nos apresuramos a describir algo que todavía no sabemos ni que es. El día que lo sepamos y las palabras broten llegará no hagamos un invernadero de sentimientos. Y lo más importante, nunca es tarde para un "te quiero".
-Vivir: Y al final esto es lo más importante. Si la relación va bien, disfrútala y si va mal o no tienes ninguna, vive. Vive tu vida, no te lamentes de tus errores y no te alimentes de los fracasos ajenos, sé feliz por lo que eres. Ese es el camino más díficil que se puede emprender, el de llegar a decirse "me quiero".
Ahora es cuando vienen las críticas de todo tipo, pero esto no pretende enseñar a nadie. Con esto muestro mi experiencia ( cosa que creo que es la cosa más negativa en este tipo de situaciones ) y lo que he observado durante mi corta vida. Pretende entretener y sacar alguna sonrisa si acaso e intentar que los cinco minutos que has perdido hayan servido de algo.
-La elección: Antes de empezar a ir detrás de una persona debemos plantearnos qué es lo que queremos. Es bastante importante saber eso e intentar aferrarnos a lo que queremos lo más estrictamente posible. Para este punto son importantes varias cosas, saber que podemos dar para saber que podemos recibir. Claro que podemos ser muy exigentes y querer una persona con una personalidad deslumbrante, un físico esculpido por los dioses e incluso unos bienes materiales dignos de Carlos Slim; el desear forma parte de nosotros, pero tenemos que ser conscientes de que si exigimos mucho podemos a fracasar incluso antes de comenzar. Por otro lado el listón no debería ser tampoco bajo, un listón bajo siempre es peor que uno un poco alto. Y tras esto decir que las exigencias a pesar de ser obligatorias no deben de ser inmodificables, las personas evolucionan y con ellas sus gustos, siempre hay que estar abierto a la evolución y más cuando se habla de algo tan carente de lógica como el mundo sentimental. No dejes de ser fiel a ti mismo.
-Actitud y aptitudes: El primer encuentro se resume en estas dos palabras. Las aptitudes es el punto más complicado de manejar, ya que depende más de los gustos y exigencias de la otra persona que de uno mismo. La apariencia física, la forma de vestir, la forma de gesticular o de interactuar con la persona son las claves durante los cinco primeros minutos de conexión con la persona a la que quieras acercarte y podrías estar en tu esplendor físico y con tus mejores galas y fracasar, en este caso yo creo que deberíamos mantener una estabilidad. Intentar mostrarnos siempre con la misma intensidad, creciendo y disminuyendo en ocasiones mas bien contadas. Con relación a la actitud, ahí está un punto muy importante donde entra en juego nuestro estado de ánimo y nuestra capacidad de ser receptivos a lo que pueda venir en todo momento. A todo el mundo le va a llegar ese momento, pero si no estás predispuesto a que empiece está claro que lo único que tendrás es una bola de lamentaciones que aumentará sus dimensiones y sus efectos negativos con el tiempo. Hay que ser receptivos, nuestros gustos evolucionan y un "no" hoy no tiene que ser un "vaya cagada más grande" mañana. Cinco minutos suelen bastar para crear una impresión bastante clara de que va a suceder en un periodo corto de tiempo con esa persona, pero creo que la gran mayoría de las personas se merecen más de cinco minutos.
-El día a día: Después de conocer o de haber empezado a flirtear con la otra persona es importante ser uno mismo a no ser que quieras actuar o ser otra persona lo que podría llegar a ser el resto de tu vida. Si le gusta lo que hay será una buena noticia, por el contrario si en el proceso de conocer a la persona encontraís diferencias irreconciliables lo mejor es que los caminos se dividan, una retirada a tiempo permitirá quedarse con lo bueno cuando el tiempo haya pasado. Con el día a día vendrán las diferencias, las que se pueden definir como nimieces, las tolerables, las molestas y las imposibles de soportar; ahí entra nuestro amor propio en juego para ver si seguimos dándole la espalda a una espada que se sigue afilando cerca de nuestra espalda o somos capaces de frenar un problema que con el tiempo no se desvanece. Y un flirteo o una relación no deja de ser una senda que nosotros mismos podemos manejar lo complicada que se puede poner.
-El "te quiero": Se ha repetido hasta la saciedad de que son las dos palabras más prostituidas de la historia y realmente se quedan corto. Llegar a ese momento tiene que ser algo natural, espontaneo, que no se busca y que la fuerza del momento nos invite a definir lo indefinible con el peor sistema que hay, las palabras. Uno de los mayores errores que se puede cometer es precipitarse al decir "te quiero", desde el primero hasta el último, incluso hasta el último "te odio" debería salir desde lo más profundo de la incoherencia, debería ser la sangre que brota de la herida de los sentimientos y ya sea por querer conseguir beneficios con esa persona o por un acto social de quedar bien nos apresuramos a describir algo que todavía no sabemos ni que es. El día que lo sepamos y las palabras broten llegará no hagamos un invernadero de sentimientos. Y lo más importante, nunca es tarde para un "te quiero".
-Vivir: Y al final esto es lo más importante. Si la relación va bien, disfrútala y si va mal o no tienes ninguna, vive. Vive tu vida, no te lamentes de tus errores y no te alimentes de los fracasos ajenos, sé feliz por lo que eres. Ese es el camino más díficil que se puede emprender, el de llegar a decirse "me quiero".
Ahora es cuando vienen las críticas de todo tipo, pero esto no pretende enseñar a nadie. Con esto muestro mi experiencia ( cosa que creo que es la cosa más negativa en este tipo de situaciones ) y lo que he observado durante mi corta vida. Pretende entretener y sacar alguna sonrisa si acaso e intentar que los cinco minutos que has perdido hayan servido de algo.
lunes, 29 de octubre de 2012
Las horas muertas
Me acuerdo durante horas mirar al reloj de mi cuarto, al lado de la puerta. No tenía nada especial, era un reloj con forma de timón y al lado de cada hora había un signo zodiacal. Desde que tengo uso de memoria siempre faltó uno, sagitario no era de eso estaba seguro pero cada vez que hacía la lista mental de todos los que estaban representados, al final me autoconvencía de que era virgo porque no entendía como se podría representar ese signo. Si todavía tuviera ese reloj tendría que añadir ofiuco a la lista de signos zodiacales que no aparecen o han desaparecido del reloj. Yo he sido uno de los damnificados en ese cambio estelar, sigo diciendo que soy sagitario, en mi fuero interno mantengo con llave esa mentira mientras me miro en el espejo avergonzado, soy ofiuco. Quizás eso me llevaría a unas nuevas personas con las que astralmente estaría conectado y que en la vida real no soportaría. Da igual. La cosa es que estaba pensando en aquel reloj, un timón y signos zodiacales formando un reloj. Como siempre, quise buscarle el significado a todo, para mi este reloj representaba el hecho de que no podemos dejarnos guiar por lo que llamamos destino. Me felicitaba a mi mismo por mi gran interpretación de un objeto, pero aquel reloj tenía algo más. La aguja que marcaba los segundos mantenía una verticalidad casi perfecta, como deseando no alejarse del seis y solamente era interrumpida esa unión durante un segundo, segundo durante el cual se separaba para marcar el paso del tiempo y al segundo siguiente volvía a su caída absoluta. Y aproveché mi momento filósofo para añadir a mi anterior enunciado, no nos podemos guiar por el destino, en cualquier momento estaremos muertos.
Tuve que dejar de mirar los gráficos de la pantalla, buscar en mi cajón la medicación y acercarme a la máquina para comprar una botella de agua. El dolor de cabeza era intenso. Me quedaban varias horas en el trabajo, ese trabajo que me había conseguido un amigo y en el que me sentía preso cinco días a la semana. No era complicado y no estaba mal pagado, pero dentro de esa oficina mis pensamientos agonizaban mientras una masa abrumadora de números que dentro de un mes no importarían a nadie borraban la poca cordura que puede tener una persona obligada a convertirse en parte de un grupo social. Ya casi era un hombre de provecho. La individualidad casi se había esfumado y en su lugar quedaban un alquiler de un piso, un poco de comida en la nevera y demasiadas facturas. Más números y esas horas que se congelan.
Estaba fuera del infierno cubicular y mi abnegado amigo me ofrecía tomar una copa. Una copa, dos copas o treinta copas necesitaría, pero ahora no, ahora tenía que hacer otra cosa. La carta, la carta lleva dos semanas desplazándose del bolsillo de mi cazadora a mi mesilla de noche con la promesa de ser entregada, hoy tiene que ser el día del envío, hoy seré capaz de atreverme y que el alcohol solucione el resto. Las dudas, los miedos, la nostalgia de no dormir con la carta a mi lado. Ya no es mía, es de ella. Hoy la entrego. Dejo las cosas del trabajo en casa y me visto con ropa más cómoda, bajo con la carta entre mis dedos y sabiendo que el golpeteo del reloj de mi cabeza machacará cada instante muerto recordándome que puede ser el momento en el que llegue a sus manos. Veo el buzón, un tipo se me acerca y me pide la cartera. Tengo prisa, no me puedo parar. Meto la mano en mi cazadora para sacar la carta, él una navaja y me le clava dos, tres veces. Me siento muy pesado, noto sus manos buscando por todo mi cuerpo. La carta se está manchando, intento mirar la hora, ya no tengo reloj, voy a echar de menos los números, voy a echar de menos el valor de no haber enviado la carta, extrañaré esas copas que me había ganado.
Tuve que dejar de mirar los gráficos de la pantalla, buscar en mi cajón la medicación y acercarme a la máquina para comprar una botella de agua. El dolor de cabeza era intenso. Me quedaban varias horas en el trabajo, ese trabajo que me había conseguido un amigo y en el que me sentía preso cinco días a la semana. No era complicado y no estaba mal pagado, pero dentro de esa oficina mis pensamientos agonizaban mientras una masa abrumadora de números que dentro de un mes no importarían a nadie borraban la poca cordura que puede tener una persona obligada a convertirse en parte de un grupo social. Ya casi era un hombre de provecho. La individualidad casi se había esfumado y en su lugar quedaban un alquiler de un piso, un poco de comida en la nevera y demasiadas facturas. Más números y esas horas que se congelan.
Estaba fuera del infierno cubicular y mi abnegado amigo me ofrecía tomar una copa. Una copa, dos copas o treinta copas necesitaría, pero ahora no, ahora tenía que hacer otra cosa. La carta, la carta lleva dos semanas desplazándose del bolsillo de mi cazadora a mi mesilla de noche con la promesa de ser entregada, hoy tiene que ser el día del envío, hoy seré capaz de atreverme y que el alcohol solucione el resto. Las dudas, los miedos, la nostalgia de no dormir con la carta a mi lado. Ya no es mía, es de ella. Hoy la entrego. Dejo las cosas del trabajo en casa y me visto con ropa más cómoda, bajo con la carta entre mis dedos y sabiendo que el golpeteo del reloj de mi cabeza machacará cada instante muerto recordándome que puede ser el momento en el que llegue a sus manos. Veo el buzón, un tipo se me acerca y me pide la cartera. Tengo prisa, no me puedo parar. Meto la mano en mi cazadora para sacar la carta, él una navaja y me le clava dos, tres veces. Me siento muy pesado, noto sus manos buscando por todo mi cuerpo. La carta se está manchando, intento mirar la hora, ya no tengo reloj, voy a echar de menos los números, voy a echar de menos el valor de no haber enviado la carta, extrañaré esas copas que me había ganado.
domingo, 30 de septiembre de 2012
Aquel hombre infeliz
Su felicidad se había esfumado largo tiempo atrás en forma de silencio. Habían pasado muchas noches lluviosas desde que su voz le abandonara, muchas mañanas solitarias y muchas tardes donde el Sol apretaba tan fuerte que las mismas lágrimas desaparecían antes de nacer. Esas tardes eran las más duras, el recuerdo del momento en el que la tristeza ahogó su voz golpeaba todavía más duro, notaba como su garganta se secaba y como poco a poco sudaba la poca vida que le quedaba.
Si aquella mañana iba a ser diferente, él no lo sabía. Se despertó cansado, con el dolor de espalda que día a día se extendía más; como si una nueva aguja se clavase produciendo una nueva punzada dolorosa. Delante del espejo pudo mirar unos ojos rojos y una piel que había perdido su brillo. Pudo ver como la vida se estaba callendo lenta pero concienzudamente por culpa de esa tristeza que lo enfermaba. Y si pudiera decir algo, diría que lo peor era la culpa y el no saber que podría haber sido. Pero esa mañana decidió apartar lo máximo posible aquellos pensamientos de su cabeza, el día anterior había cobrado el cheque mensual que le enviaba su familia para sobrevivir mientras no encontrara trabajo e iba a desayunar al bar de abajo. Allí era conocido y los camareros eran agradables pero no lo molestaban demasiado, lo suficiente para entender las indicaciones de la persona que consideraban muda.
Zumo de naranja y tres tostadas mientras en la radio comentaban la actualidad, aquello era todo lo que necesitaba cada mañana para sobrevivir a otro día de rechazo laboral. El dueño del bar era especialmente atento con él, si en algún momento necesitaba algo el hombre aparecía antes de que tuviese que hacer acopio de gesticulación para llamar su atención y la paciencia que tenía a la hora de descifrar sus peticiones. Aquella mañana le había dejado un cuchillo de punta redonda al lado de pequeñas dosis de mantequilla o mermelada de fresa por si se le antojaban. Disfrutaba de su tostada sin nada y tanto la mantequilla como la mermelada quedaron intactos. La mujer de la mesa de al lado le tocó el hombro.
-Disculpa, ¿me cederías tu mantequilla? A mi no me trajeron y así no molesto a ningún camarero.
Abrió la boca pero ni el aliento asomó entre sus dientes. Agachó la cabeza con un leve sonrojo y le cedió la mantequilla a la chica que con una hermosa sonrisa agradeció el complemento para el croissant que había partido a la mitad para acompañar con el café. Con un gesto tan sencillo como una sonrisa, algo se removió dentro de él.
A la mañana siguiente, con el mismo desayuno y en la misma situación pudo ver como la joven que el día anterior le había pedido la mantequilla se volvía a sentar a su lado y terminó por pedirle de nuevo la mantequilla. Le cedió el derivado lácteo con la congoja y el rubor alojado en su cuerpo y ella acabó hablándole durante un buen rato hasta que se tuvo que ir a trabajar.
Al tercer día, la mujer le pidió permiso para acompañarle en la mesa y "robarle" la mantequilla de nuevo. Las respuestas no le salían, pero supo que con las miradas se estaban contando historias que jamás serían dichas.
En el cuarto día, el hombre llegó antes de tiempo impaciente para empezar el desayuno. Zumo de naranja y tostadas, pero no estaban ni el cuchillo de punta redonda, ni la mermelada y tampoco la mantequilla. El hombre empezó a notar el nerviosismo de no tener el ingrediente que unía a aquella mujer con él. Intentaba aparentar normalidad pero por dentro volvía a aquel día donde su voz murió.
Ella entró por la puerta, le miró sonriente como la primera vez. No hubo nervios, en ese momento supo que algo había cambiado y cada paso que la acercaba a él, el pavor que sentía se difuminaba como una ligera niebla antes los primeros rayos de sol. Le trajeron su desayuno y sus miradas se cruzaron. Ella metió la mano en su bolso y le entregó varios envases de mantequilla con la mayor de sus sonrisas. Él comprendió todo y por fin dijo.
-Gracias.
Si aquella mañana iba a ser diferente, él no lo sabía. Se despertó cansado, con el dolor de espalda que día a día se extendía más; como si una nueva aguja se clavase produciendo una nueva punzada dolorosa. Delante del espejo pudo mirar unos ojos rojos y una piel que había perdido su brillo. Pudo ver como la vida se estaba callendo lenta pero concienzudamente por culpa de esa tristeza que lo enfermaba. Y si pudiera decir algo, diría que lo peor era la culpa y el no saber que podría haber sido. Pero esa mañana decidió apartar lo máximo posible aquellos pensamientos de su cabeza, el día anterior había cobrado el cheque mensual que le enviaba su familia para sobrevivir mientras no encontrara trabajo e iba a desayunar al bar de abajo. Allí era conocido y los camareros eran agradables pero no lo molestaban demasiado, lo suficiente para entender las indicaciones de la persona que consideraban muda.
Zumo de naranja y tres tostadas mientras en la radio comentaban la actualidad, aquello era todo lo que necesitaba cada mañana para sobrevivir a otro día de rechazo laboral. El dueño del bar era especialmente atento con él, si en algún momento necesitaba algo el hombre aparecía antes de que tuviese que hacer acopio de gesticulación para llamar su atención y la paciencia que tenía a la hora de descifrar sus peticiones. Aquella mañana le había dejado un cuchillo de punta redonda al lado de pequeñas dosis de mantequilla o mermelada de fresa por si se le antojaban. Disfrutaba de su tostada sin nada y tanto la mantequilla como la mermelada quedaron intactos. La mujer de la mesa de al lado le tocó el hombro.
-Disculpa, ¿me cederías tu mantequilla? A mi no me trajeron y así no molesto a ningún camarero.
Abrió la boca pero ni el aliento asomó entre sus dientes. Agachó la cabeza con un leve sonrojo y le cedió la mantequilla a la chica que con una hermosa sonrisa agradeció el complemento para el croissant que había partido a la mitad para acompañar con el café. Con un gesto tan sencillo como una sonrisa, algo se removió dentro de él.
A la mañana siguiente, con el mismo desayuno y en la misma situación pudo ver como la joven que el día anterior le había pedido la mantequilla se volvía a sentar a su lado y terminó por pedirle de nuevo la mantequilla. Le cedió el derivado lácteo con la congoja y el rubor alojado en su cuerpo y ella acabó hablándole durante un buen rato hasta que se tuvo que ir a trabajar.
Al tercer día, la mujer le pidió permiso para acompañarle en la mesa y "robarle" la mantequilla de nuevo. Las respuestas no le salían, pero supo que con las miradas se estaban contando historias que jamás serían dichas.
En el cuarto día, el hombre llegó antes de tiempo impaciente para empezar el desayuno. Zumo de naranja y tostadas, pero no estaban ni el cuchillo de punta redonda, ni la mermelada y tampoco la mantequilla. El hombre empezó a notar el nerviosismo de no tener el ingrediente que unía a aquella mujer con él. Intentaba aparentar normalidad pero por dentro volvía a aquel día donde su voz murió.
Ella entró por la puerta, le miró sonriente como la primera vez. No hubo nervios, en ese momento supo que algo había cambiado y cada paso que la acercaba a él, el pavor que sentía se difuminaba como una ligera niebla antes los primeros rayos de sol. Le trajeron su desayuno y sus miradas se cruzaron. Ella metió la mano en su bolso y le entregó varios envases de mantequilla con la mayor de sus sonrisas. Él comprendió todo y por fin dijo.
-Gracias.
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