martes, 2 de abril de 2013

Hamar y no ser hamado

Hay tres cosas muy jodidas de conseguir en esta vida: un buen grupo de gente de la que rodearte, una buena motivación en la vida y la más difícil y más importante a la hora de salvarte de los fracasos en las dos anteriores, un buen bar al que ir. Yo en ese momento estaba disfrutando de un bar, de mi bar. El dueño ya me conocía y ya sabía que ponerme dependiendo de las horas o de si estaba solo o acompañado, esa es la definición de un buen bar. Un jueves a las doce era hora de una cerveza y allí me encontraba yo, con el bar casi vacío con una cerveza en mi mano, intercambiando críticas muy sobadas sobre política con el dueño mientras él esperaba que los estudiantes empezaran a venir.

Con el sonido de la puerta las miradas de los dos gatos del local se tornó y pude ver como entraba un antiguo compañero de clase acompañado de una chica a la que no conocía. Álvaro, un tipo que por haberse sentado a mi lado durante tres años se consideró mi amigo a pesar de lanzarme toneladas de mierda en cuanto tenía oportunidad para como él decía "encajar". Al ver su cara supe que venía a verme y si no fuera por la acompañante y por llevar pocas cervezas encima la única respuesta que habría obtenido sería un dedo bien levantado indicando por donde se podía ir.

-¡Joder tio! Cuanto tiempo, ¿no? Estaba en el piso con unos amigos escuchando música y Lara comentó algo sobre un chaval de nuestra ciudad que estaba ganando cierta familla con un blog y resulta que eras tú. Nada, le dije que te conocía y bueno, yo supuse que estarías aquí y ella quiso conocerte.
-¿Te gusta lo que escribo?
-No está mal.
-A mi no me gusta y por las nulas respuestas que he recibido en el mundo no virtual creo que fuera de mi blog no gusto demasiado tampoco. De todas formas, gracias; una fan
siempre es bien recibida.
-¿Es verdad que eres amigo de Álvaro?
-Nos sentamos juntos un par de años. Pero las historias mejor sentados y con una cerveza, la mia se está acabando.

Lara resultó una chica de lo más interesante, una cara inocente con un cuerpo bastante desarrollado la convertían en una damita bastante vistosa y comprendí al poco de hablar con ella por qué el capullo de Álvaro recorrería media ciudad para alardear de conocerme un jueves por la noche. Después de cuatro cervezas ella y yo estábamos sumergidos en una conversación en la que cualquier estupidez era transcendental y en la que pude levantar el dedo que Álvaro llevaba tanto tiempo pidiendo. Se fue y nos dejó solos, bañándonos en nuestra propia salsa de cerveza. El bar estaba bastante lleno y yo empezaba a notar que el tiempo y la bebida empezaba a castigarnos a ambos, le propuse ir como tortolitos de la mano al baño y aceptó, nos metimos con disimulo y ya dentro comenzamos a besarnos. La pasión apenas se podía contener en ese cuarto tan pequeño y que además de un poco borracho estuviera con una de las peores épocas de ausencia de mujeres de mi vida hizo el resto. Con la poca fuerza de mis brazos la levanté sobre el lavadero de manos y le quité violentamente toda la ropa de cintura para abajo, la besé mientras notaba como mi pelo le hacía cosquillas en los muslos, la deboré mientras colocaba una pierna sobre mi hombro y no paré mientras mi apretaba contra ella. Parecía un borracho pegado al grifo y no paraba, ella me soltó y supe que llegaba mi momento. Se hizo de rogar mientras se volvía a colocar la ropa y yo empecé por bajarme un poco el pantalón. Me miró pícara y supe que era mi momento. Me besó en la mejilla.

-Ha sido un placer Rober, le pediré tu número a Álvaro.

Me dejó en un cuarto de baño con menos carne por fuera que amor propio perdido. Vovlí a la barra y me tomé una última cerveza, las anteriores estaban demasiado calientes. Nunca me llamó.

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