No hace tanto tiempo vivió un hombre al que todos conocían como "el ignorante". Era un tipo feliz que vivía un mundo mental con preceptos morales obsoletos y una importancia al conocimiento casi nula, de ahí vino el sobrenombre de ignorante. El ignorante era un hombre de costumbres arraigadas, se levantaba todas las mañanas, iba a su trabajo y al llegar a casa se dormía con la telebasura. Los fines de semana los destinaba a atiborrarse de televisión o el cortejo de mujeres.
Cierto día, un buen amigo del ignorante en su lecho de muerte le regaló un diamante del tamaño de su puño. El ignorante no conocía utilidad de la piedra preciosa y su amigo no tuvo fuerzas para explicárselo, pero era un buen amigo y seguro que él podría encontrarle utilidad al brillante objeto.
El primer día, tras llegar de trabajar el ignorante decidió ver si el diamante podría entretenerlo, si tenía algún tipo de dispositivo como un televisor para mostrarle algo interesante. Lo palpó por todos lados, pero nada se accionaba. Probó intentar con el mando a distancia de su televisor, pero el diamante seguía igual, frío y brillante. Nada ocurría, quizás tuviera otra utilidad.
Al segundo día, intentó averiguar si era algún tipo de objeto con el cual alcanzar una visión diferente de lo que le rodea. Miraba a través del cristalino diamente y lo único que conseguía alcanzar a ver era la misma imagen repetida como en un espejo roto. Su amigo no podría haberle dejado eso concluyó. Estaba perdido y no sabía de qué serviría el objeto que le había dejado su amigo.
Al tercer día, probó a intentar averiguar si el objeto le daba un mejor sabor a la comida o bebida al contacto con este, pero nada. El diamante parecía no tener utilidad alguna y esto empezaba a frustrar al ignorante que no entendía la broma de mal gusto de su fallecido amigo. Ese mismo día, el ignorante tuvo una visita y esta se quedó asombrado ante la belleza del diamante, pero no quiso comentarle nada porque conocía el origen del mismo.
Al cuarto día, el ignorante intentó mil cosas que le gustaban para ver si el diamante mejoraba las sensaciones que le producían al ejecutarlas. No pasaba nada. El ignorante desquiciado maldijo el último presente de su amigo y decidió deshacerse de esa broma de mal gusto y la tiró al contenedor de la basura.
El ignorante continuó con su vida y días más tarde recibió la visita del amigo que había visto el diamante de su anfitrión. El amigo, al no ver el precioso objeto preguntó por este.
-Ignorante, ¿dónde tienes el diamante?
-Lo tiré a la basura, eso no servía para nada, ¡maldito el momento en el que se le ocurrió regalármelo!
-¿Cómo puedes decir eso? ¡Era un diamante! ¡Una piedra preciosa! Y a juzgar por el tamaño de esta, posiblemente de un valor incalculable.
En ese mismo instante el ignorante comprendió todo y salió corriendo al contenedor de basura, el diamante no estaba por ningún lado. El ignorante había perdido algo de gran valor porque no parecía estar a su gusto, había dejado escapar una gran joya por querer que fuera a su medida en vez de admirar y apreciar su gran belleza.
Me gustó, es interesante la moraleja que deja, si comienzas a crear historias como éstas, hazlo, porque me gustó bastante.
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