miércoles, 21 de diciembre de 2011

Mi primera vez

Aquella mañana me desperté con la misma sensación que me había acostado, mierda dura acumulándose en mi estómago. Si eso eran las mariposas les podían dar bien por el culo a todas y cada una de ellas. A mis doce años ya tenía un cuerpo casi de adulto y un montón de pelo en piernas y cojones. Lo había decidido, hoy iba a ser el día. No recuerdo cuando lo había elegido y tampoco como había llegado hasta ese día, pero era EL día. Era mi primer año en secundaria y los cambios no eran solo a nivel educacional, las clases eran mucho más rigurosas y el nivel era más alto, es cierto; pero algo había cambiado en mi y en mis amigos. Nuestro cuerpo estaba cambiando, nuestra forma de pensar nos distanciaba y nos unía de una manera que no alcanzabamos a comprender y las mujeres... ¿Qué pasaba con ellas? Hace un año no eran nada y ahora estaban ahí, con sus gráciles cuerpos, sus sedosos cabellos y sus maravillosos perfumes. Entre todas ellas yo había encontrado a una joya, Fabiola. Era alta, esbelta y tenía una gracia particular que me dejaba embelesado. Estábamos en la misma clase y compartíamos pupitre en alternativa a la religión, otro motivo para ser agnóstico pensaba. Hoy le diría que algo me pasaba con ella, que ella era especial para mi. ¿Qué me pasaba con esa chica? No estaba seguro de ello, me había besado con chicas anteriormente pero sin ningún tipo de interés por mi parte, con esta tenía el convencimiento que en sus labios encontraría algo que las demás no tenía.

Estaba perdido, durante la ducha mañanera no sabía qué decir o cómo decirlo. Ese día no habría alternativa a la religión pero como cada mañana vino a saludar nada más entrar en clase, yo estaba en mi pupitre y no pude ni mirarla a los ojos, el miedo me estaba axfisiando, contesté rápido y ella se fue a su pupitre dos filas más atrás de la mía. Había ensayado la tarde de ayer mil discursos delante del espejo, ninguno parecía válido, ¿cómo se actuaba en este tipo de situaciones? Me miraba ridículo y sobretodo mis manos, ¿qué se hace con las manos? ¿Las tengo en los bolsillos? ¿Las muevo alocadamente para darle énfasis a lo que digo? Estaba seguro de que hoy era el día y estaba seguro de que pasaría una de mas mayores vergüenzas de mi corta existencia. Tenía decidido decírselo en el recreo, no podía prestar atención a las palabras de ninguno de los profesores, incluso una nota de un compañero que me llegó la guardé en mi estuche para responderla cuando mi mente no fuera un huracán de indecisiones que luchaba por destrozar mi convicción de decirle lo que le tenía que decir a Fabiola. ¿Qué le tenía que decir? Realmente no sabía que quería decirle, ella era especial pero, ¿de qué forma? No podía dudar, no ahora. Geografía era la última hora antes del recreo, el profesor ya había entrado y mi voluntad se deshinchaba con el movimiento del secundero del reloj. Esto a los diez años no sucedía, ¿qué narices podría haber cambiado tanto en dos años? La deseaba, pero no de la misma manera que extraño a mis amigos cuando nos despedimos hasta el día siguiente después de una tarde jugando al fútbol en el parque de delante de mi casa. Algo había cambiado con las mujeres, no lo comprendía pero iba a empezar a actuar, ¿sería capaz? Ahora o nunca.

Sonó el timbre y me despertó de batalla de ideas que se forjaba en mi interior. Me levanté apocado, bajé al patio como si me encaminara al patíbulo de fusilamiento. Algo me asustaba lo que pudiera pasar, lo que pudiera decir yo, lo que pudiera decir ella, que los cambios que se produjeran no fueran a bien. Roberto contra el mundo, eres un caballero andante, tu armadura reluce más allá del horizonte, no puedes caer derrotado. Con esas palabras intentaba borrar mi expresión de vergüenza mientras me acercaba a ella en el patio lentamente. Estaba acompañada de dos chicas más de clase, me intimidó un poco la presencia de ellas y dudé un instante. Avancé y escuché a uno de mis amigos llamarme porque necesitaban un portero para el partido en el patio, hice un gesto con la mano para indicarles que no contaran conmigo. No me salía la voz, ¿Me había quedado mudo presa del pánico? Rober, tienes que pensar, tranquilo, solo es una chica. Se sienta a tu lado en alternativa a la religión y hablaís, te viene a saludar todas las mañanas, ¿qué puede ir mal? Va a salir bien, va a salir bien.

-Fabiola, ¿puedo hablar un momento contigo?
-Vale.-Las amigas se apartaron mientras me dirigían extrañas miradas, no me importó mucho, había llegado el momento, estaba decidido a pesar de lo tenso que se empezaba a poner mi cuerpo y las nauseas que sentía.-¿Qué quieres?
-La verdad es que no sé como decirte esto... No soy muy bueno para estas cosas...
-¿Pasa algo?
-Bueno, sí... Tú y yo hablamos mucho y está bien, ¿no?
-Si, ¿acaso no te gusta?
-¡No, no! Me encanta y es eso...
-¿Qué quieres decirme con eso?
-Pues que me gusta estar contigo, hablar contigo...-Cerré los ojos y deseando que todo terminará sentencié.-¡Me gustas!
-Ah, era eso...
-¿Qué?
-¿Qué quieres que te diga?
-No sé, pero si te gusto o si quieres algo... Realmente estoy un poco confuso con todo esto.
-Rober, creo que es mejor que sigamos como hasta ahora, yo estoy bien así.
-¿No te gusto?
-De esa forma no.
-Vale, perdona.
-Tranquilo, mañana hablamos en clase, ¿vale?

Durante ese día no pude atender a ninguna de las otras clases, que decepción. ¿Qué no podría gustarle de mi? Yo me consideraba apuesto por aquel entonces, era de los más altos, de los más fuertes e inteligentes. No entendía nada y quizás no lo entendiera nunca. Terminaron las clases y me fui con la idea de que nunca entendería que pasó durante ese recreo. Me sentí mal, sentía que todos mis méritos no eran nada. ¿Qué no le gustaba de mi a Fabiola? Me miré delante del espejo, me empecé a encontrar defectos. Tenía el pelo un poco largo demás, estaba un poco pálido, ¿me estaba saliendo tripa? ¿Cómo podría gustarle a Fabiola con este aspecto? Tranquilo, seguireís siendo amigos, ese es el consuelo, quizás siendo amigo de ella llegues a comprender el enigma de las mujeres que nació tan recientemente. Me fui a la cama, pasé mala noche.

Al día siguiente tuve que ir a clase, estaba un poco apático, no podía entender como me podía haber afectado tanto mi conversación con ella. Ese día comprendí que las palabras son peores que los puñetazos en la boca del estómago, la sensación de dolor dura más. Ahí entró ella por la puerta, alcé la mirada buscando su saludo, por primera vez en mucho tiempo no me saludó, no se habrá dado cuenta de mi presencia pensé. Dentro de dos clases es alternativa a la religión y ya se sentará a mi lado y hablaremos. Estaba impaciente porque llegara la clase, diez minutos antes de que sonara el timbre para que fueramos a alternativa a la religión ya tenía preparado el material para ir. Tocó el timbre y me senté en mi sitio de siempre, Fabiola por el contrario se sentó en otro, lejos de mi. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué me hacías esto Fabiola? Me pasé toda la clase mirándola como buscando una respuesta a este comportamiento. Esperaría al recreo para abordarla y preguntarle que pasaba. Cuando llegó el recreo volvía a estar con las mismas amigas que cuchicheaban mientras me acercaba a ellas, le hablé, pero continuó hablando con sus amigas ignorándome, me sentí morir por dentro, ¿qué le había hecho? ¿Crecer significaba esto? Me marché dolido mientras escuchaba como las amigas cuchicheaban. No volvió a hablarme en todo el curso, días más tarde empezó a salir con un amigo mio al que dejó con sopapo incluido delante de toda la clase después de que él difundiera que se dejaba toquetear, pero esa, es otra historia.

1 comentario:

  1. Pobre Roberto, por este rechazo se tuvo que hacer homosexual...

    Amar duele, buena historia.

    ResponderEliminar