Ya era hora que alguien tan estúpido como yo se dedicara a dar consejos y sobretodo a desmitificar muchas cosas que se piensan sobre el cortejo y este extraño mundo en el que cualquier persona que haya leído este blog alguna vez ha estado metido. Es muy complicado generalizar en algo que al final acaba siendo diferente cada vez y para cada persona, pero tras haber vivido, escuchado e incluso leído a otras personas como documentación para este texto me veo capacitado para dar lo que yo creo que es una muy pequeña guía sobre las cómunes situaciones y dudas que alguien se puede encontrar desde el momento que ve a una persona y llama su atención hasta el hipotético caso de acabar siendo unos viejecitos sentados en su porche uno al lado del otro viendo el otoño de Louisiana.
-La elección: Antes de empezar a ir detrás de una persona debemos plantearnos qué es lo que queremos. Es bastante importante saber eso e intentar aferrarnos a lo que queremos lo más estrictamente posible. Para este punto son importantes varias cosas, saber que podemos dar para saber que podemos recibir. Claro que podemos ser muy exigentes y querer una persona con una personalidad deslumbrante, un físico esculpido por los dioses e incluso unos bienes materiales dignos de Carlos Slim; el desear forma parte de nosotros, pero tenemos que ser conscientes de que si exigimos mucho podemos a fracasar incluso antes de comenzar. Por otro lado el listón no debería ser tampoco bajo, un listón bajo siempre es peor que uno un poco alto. Y tras esto decir que las exigencias a pesar de ser obligatorias no deben de ser inmodificables, las personas evolucionan y con ellas sus gustos, siempre hay que estar abierto a la evolución y más cuando se habla de algo tan carente de lógica como el mundo sentimental. No dejes de ser fiel a ti mismo.
-Actitud y aptitudes: El primer encuentro se resume en estas dos palabras. Las aptitudes es el punto más complicado de manejar, ya que depende más de los gustos y exigencias de la otra persona que de uno mismo. La apariencia física, la forma de vestir, la forma de gesticular o de interactuar con la persona son las claves durante los cinco primeros minutos de conexión con la persona a la que quieras acercarte y podrías estar en tu esplendor físico y con tus mejores galas y fracasar, en este caso yo creo que deberíamos mantener una estabilidad. Intentar mostrarnos siempre con la misma intensidad, creciendo y disminuyendo en ocasiones mas bien contadas. Con relación a la actitud, ahí está un punto muy importante donde entra en juego nuestro estado de ánimo y nuestra capacidad de ser receptivos a lo que pueda venir en todo momento. A todo el mundo le va a llegar ese momento, pero si no estás predispuesto a que empiece está claro que lo único que tendrás es una bola de lamentaciones que aumentará sus dimensiones y sus efectos negativos con el tiempo. Hay que ser receptivos, nuestros gustos evolucionan y un "no" hoy no tiene que ser un "vaya cagada más grande" mañana. Cinco minutos suelen bastar para crear una impresión bastante clara de que va a suceder en un periodo corto de tiempo con esa persona, pero creo que la gran mayoría de las personas se merecen más de cinco minutos.
-El día a día: Después de conocer o de haber empezado a flirtear con la otra persona es importante ser uno mismo a no ser que quieras actuar o ser otra persona lo que podría llegar a ser el resto de tu vida. Si le gusta lo que hay será una buena noticia, por el contrario si en el proceso de conocer a la persona encontraís diferencias irreconciliables lo mejor es que los caminos se dividan, una retirada a tiempo permitirá quedarse con lo bueno cuando el tiempo haya pasado. Con el día a día vendrán las diferencias, las que se pueden definir como nimieces, las tolerables, las molestas y las imposibles de soportar; ahí entra nuestro amor propio en juego para ver si seguimos dándole la espalda a una espada que se sigue afilando cerca de nuestra espalda o somos capaces de frenar un problema que con el tiempo no se desvanece. Y un flirteo o una relación no deja de ser una senda que nosotros mismos podemos manejar lo complicada que se puede poner.
-El "te quiero": Se ha repetido hasta la saciedad de que son las dos palabras más prostituidas de la historia y realmente se quedan corto. Llegar a ese momento tiene que ser algo natural, espontaneo, que no se busca y que la fuerza del momento nos invite a definir lo indefinible con el peor sistema que hay, las palabras. Uno de los mayores errores que se puede cometer es precipitarse al decir "te quiero", desde el primero hasta el último, incluso hasta el último "te odio" debería salir desde lo más profundo de la incoherencia, debería ser la sangre que brota de la herida de los sentimientos y ya sea por querer conseguir beneficios con esa persona o por un acto social de quedar bien nos apresuramos a describir algo que todavía no sabemos ni que es. El día que lo sepamos y las palabras broten llegará no hagamos un invernadero de sentimientos. Y lo más importante, nunca es tarde para un "te quiero".
-Vivir: Y al final esto es lo más importante. Si la relación va bien, disfrútala y si va mal o no tienes ninguna, vive. Vive tu vida, no te lamentes de tus errores y no te alimentes de los fracasos ajenos, sé feliz por lo que eres. Ese es el camino más díficil que se puede emprender, el de llegar a decirse "me quiero".
Ahora es cuando vienen las críticas de todo tipo, pero esto no pretende enseñar a nadie. Con esto muestro mi experiencia ( cosa que creo que es la cosa más negativa en este tipo de situaciones ) y lo que he observado durante mi corta vida. Pretende entretener y sacar alguna sonrisa si acaso e intentar que los cinco minutos que has perdido hayan servido de algo.
lunes, 26 de noviembre de 2012
lunes, 29 de octubre de 2012
Las horas muertas
Me acuerdo durante horas mirar al reloj de mi cuarto, al lado de la puerta. No tenía nada especial, era un reloj con forma de timón y al lado de cada hora había un signo zodiacal. Desde que tengo uso de memoria siempre faltó uno, sagitario no era de eso estaba seguro pero cada vez que hacía la lista mental de todos los que estaban representados, al final me autoconvencía de que era virgo porque no entendía como se podría representar ese signo. Si todavía tuviera ese reloj tendría que añadir ofiuco a la lista de signos zodiacales que no aparecen o han desaparecido del reloj. Yo he sido uno de los damnificados en ese cambio estelar, sigo diciendo que soy sagitario, en mi fuero interno mantengo con llave esa mentira mientras me miro en el espejo avergonzado, soy ofiuco. Quizás eso me llevaría a unas nuevas personas con las que astralmente estaría conectado y que en la vida real no soportaría. Da igual. La cosa es que estaba pensando en aquel reloj, un timón y signos zodiacales formando un reloj. Como siempre, quise buscarle el significado a todo, para mi este reloj representaba el hecho de que no podemos dejarnos guiar por lo que llamamos destino. Me felicitaba a mi mismo por mi gran interpretación de un objeto, pero aquel reloj tenía algo más. La aguja que marcaba los segundos mantenía una verticalidad casi perfecta, como deseando no alejarse del seis y solamente era interrumpida esa unión durante un segundo, segundo durante el cual se separaba para marcar el paso del tiempo y al segundo siguiente volvía a su caída absoluta. Y aproveché mi momento filósofo para añadir a mi anterior enunciado, no nos podemos guiar por el destino, en cualquier momento estaremos muertos.
Tuve que dejar de mirar los gráficos de la pantalla, buscar en mi cajón la medicación y acercarme a la máquina para comprar una botella de agua. El dolor de cabeza era intenso. Me quedaban varias horas en el trabajo, ese trabajo que me había conseguido un amigo y en el que me sentía preso cinco días a la semana. No era complicado y no estaba mal pagado, pero dentro de esa oficina mis pensamientos agonizaban mientras una masa abrumadora de números que dentro de un mes no importarían a nadie borraban la poca cordura que puede tener una persona obligada a convertirse en parte de un grupo social. Ya casi era un hombre de provecho. La individualidad casi se había esfumado y en su lugar quedaban un alquiler de un piso, un poco de comida en la nevera y demasiadas facturas. Más números y esas horas que se congelan.
Estaba fuera del infierno cubicular y mi abnegado amigo me ofrecía tomar una copa. Una copa, dos copas o treinta copas necesitaría, pero ahora no, ahora tenía que hacer otra cosa. La carta, la carta lleva dos semanas desplazándose del bolsillo de mi cazadora a mi mesilla de noche con la promesa de ser entregada, hoy tiene que ser el día del envío, hoy seré capaz de atreverme y que el alcohol solucione el resto. Las dudas, los miedos, la nostalgia de no dormir con la carta a mi lado. Ya no es mía, es de ella. Hoy la entrego. Dejo las cosas del trabajo en casa y me visto con ropa más cómoda, bajo con la carta entre mis dedos y sabiendo que el golpeteo del reloj de mi cabeza machacará cada instante muerto recordándome que puede ser el momento en el que llegue a sus manos. Veo el buzón, un tipo se me acerca y me pide la cartera. Tengo prisa, no me puedo parar. Meto la mano en mi cazadora para sacar la carta, él una navaja y me le clava dos, tres veces. Me siento muy pesado, noto sus manos buscando por todo mi cuerpo. La carta se está manchando, intento mirar la hora, ya no tengo reloj, voy a echar de menos los números, voy a echar de menos el valor de no haber enviado la carta, extrañaré esas copas que me había ganado.
Tuve que dejar de mirar los gráficos de la pantalla, buscar en mi cajón la medicación y acercarme a la máquina para comprar una botella de agua. El dolor de cabeza era intenso. Me quedaban varias horas en el trabajo, ese trabajo que me había conseguido un amigo y en el que me sentía preso cinco días a la semana. No era complicado y no estaba mal pagado, pero dentro de esa oficina mis pensamientos agonizaban mientras una masa abrumadora de números que dentro de un mes no importarían a nadie borraban la poca cordura que puede tener una persona obligada a convertirse en parte de un grupo social. Ya casi era un hombre de provecho. La individualidad casi se había esfumado y en su lugar quedaban un alquiler de un piso, un poco de comida en la nevera y demasiadas facturas. Más números y esas horas que se congelan.
Estaba fuera del infierno cubicular y mi abnegado amigo me ofrecía tomar una copa. Una copa, dos copas o treinta copas necesitaría, pero ahora no, ahora tenía que hacer otra cosa. La carta, la carta lleva dos semanas desplazándose del bolsillo de mi cazadora a mi mesilla de noche con la promesa de ser entregada, hoy tiene que ser el día del envío, hoy seré capaz de atreverme y que el alcohol solucione el resto. Las dudas, los miedos, la nostalgia de no dormir con la carta a mi lado. Ya no es mía, es de ella. Hoy la entrego. Dejo las cosas del trabajo en casa y me visto con ropa más cómoda, bajo con la carta entre mis dedos y sabiendo que el golpeteo del reloj de mi cabeza machacará cada instante muerto recordándome que puede ser el momento en el que llegue a sus manos. Veo el buzón, un tipo se me acerca y me pide la cartera. Tengo prisa, no me puedo parar. Meto la mano en mi cazadora para sacar la carta, él una navaja y me le clava dos, tres veces. Me siento muy pesado, noto sus manos buscando por todo mi cuerpo. La carta se está manchando, intento mirar la hora, ya no tengo reloj, voy a echar de menos los números, voy a echar de menos el valor de no haber enviado la carta, extrañaré esas copas que me había ganado.
domingo, 30 de septiembre de 2012
Aquel hombre infeliz
Su felicidad se había esfumado largo tiempo atrás en forma de silencio. Habían pasado muchas noches lluviosas desde que su voz le abandonara, muchas mañanas solitarias y muchas tardes donde el Sol apretaba tan fuerte que las mismas lágrimas desaparecían antes de nacer. Esas tardes eran las más duras, el recuerdo del momento en el que la tristeza ahogó su voz golpeaba todavía más duro, notaba como su garganta se secaba y como poco a poco sudaba la poca vida que le quedaba.
Si aquella mañana iba a ser diferente, él no lo sabía. Se despertó cansado, con el dolor de espalda que día a día se extendía más; como si una nueva aguja se clavase produciendo una nueva punzada dolorosa. Delante del espejo pudo mirar unos ojos rojos y una piel que había perdido su brillo. Pudo ver como la vida se estaba callendo lenta pero concienzudamente por culpa de esa tristeza que lo enfermaba. Y si pudiera decir algo, diría que lo peor era la culpa y el no saber que podría haber sido. Pero esa mañana decidió apartar lo máximo posible aquellos pensamientos de su cabeza, el día anterior había cobrado el cheque mensual que le enviaba su familia para sobrevivir mientras no encontrara trabajo e iba a desayunar al bar de abajo. Allí era conocido y los camareros eran agradables pero no lo molestaban demasiado, lo suficiente para entender las indicaciones de la persona que consideraban muda.
Zumo de naranja y tres tostadas mientras en la radio comentaban la actualidad, aquello era todo lo que necesitaba cada mañana para sobrevivir a otro día de rechazo laboral. El dueño del bar era especialmente atento con él, si en algún momento necesitaba algo el hombre aparecía antes de que tuviese que hacer acopio de gesticulación para llamar su atención y la paciencia que tenía a la hora de descifrar sus peticiones. Aquella mañana le había dejado un cuchillo de punta redonda al lado de pequeñas dosis de mantequilla o mermelada de fresa por si se le antojaban. Disfrutaba de su tostada sin nada y tanto la mantequilla como la mermelada quedaron intactos. La mujer de la mesa de al lado le tocó el hombro.
-Disculpa, ¿me cederías tu mantequilla? A mi no me trajeron y así no molesto a ningún camarero.
Abrió la boca pero ni el aliento asomó entre sus dientes. Agachó la cabeza con un leve sonrojo y le cedió la mantequilla a la chica que con una hermosa sonrisa agradeció el complemento para el croissant que había partido a la mitad para acompañar con el café. Con un gesto tan sencillo como una sonrisa, algo se removió dentro de él.
A la mañana siguiente, con el mismo desayuno y en la misma situación pudo ver como la joven que el día anterior le había pedido la mantequilla se volvía a sentar a su lado y terminó por pedirle de nuevo la mantequilla. Le cedió el derivado lácteo con la congoja y el rubor alojado en su cuerpo y ella acabó hablándole durante un buen rato hasta que se tuvo que ir a trabajar.
Al tercer día, la mujer le pidió permiso para acompañarle en la mesa y "robarle" la mantequilla de nuevo. Las respuestas no le salían, pero supo que con las miradas se estaban contando historias que jamás serían dichas.
En el cuarto día, el hombre llegó antes de tiempo impaciente para empezar el desayuno. Zumo de naranja y tostadas, pero no estaban ni el cuchillo de punta redonda, ni la mermelada y tampoco la mantequilla. El hombre empezó a notar el nerviosismo de no tener el ingrediente que unía a aquella mujer con él. Intentaba aparentar normalidad pero por dentro volvía a aquel día donde su voz murió.
Ella entró por la puerta, le miró sonriente como la primera vez. No hubo nervios, en ese momento supo que algo había cambiado y cada paso que la acercaba a él, el pavor que sentía se difuminaba como una ligera niebla antes los primeros rayos de sol. Le trajeron su desayuno y sus miradas se cruzaron. Ella metió la mano en su bolso y le entregó varios envases de mantequilla con la mayor de sus sonrisas. Él comprendió todo y por fin dijo.
-Gracias.
Si aquella mañana iba a ser diferente, él no lo sabía. Se despertó cansado, con el dolor de espalda que día a día se extendía más; como si una nueva aguja se clavase produciendo una nueva punzada dolorosa. Delante del espejo pudo mirar unos ojos rojos y una piel que había perdido su brillo. Pudo ver como la vida se estaba callendo lenta pero concienzudamente por culpa de esa tristeza que lo enfermaba. Y si pudiera decir algo, diría que lo peor era la culpa y el no saber que podría haber sido. Pero esa mañana decidió apartar lo máximo posible aquellos pensamientos de su cabeza, el día anterior había cobrado el cheque mensual que le enviaba su familia para sobrevivir mientras no encontrara trabajo e iba a desayunar al bar de abajo. Allí era conocido y los camareros eran agradables pero no lo molestaban demasiado, lo suficiente para entender las indicaciones de la persona que consideraban muda.
Zumo de naranja y tres tostadas mientras en la radio comentaban la actualidad, aquello era todo lo que necesitaba cada mañana para sobrevivir a otro día de rechazo laboral. El dueño del bar era especialmente atento con él, si en algún momento necesitaba algo el hombre aparecía antes de que tuviese que hacer acopio de gesticulación para llamar su atención y la paciencia que tenía a la hora de descifrar sus peticiones. Aquella mañana le había dejado un cuchillo de punta redonda al lado de pequeñas dosis de mantequilla o mermelada de fresa por si se le antojaban. Disfrutaba de su tostada sin nada y tanto la mantequilla como la mermelada quedaron intactos. La mujer de la mesa de al lado le tocó el hombro.
-Disculpa, ¿me cederías tu mantequilla? A mi no me trajeron y así no molesto a ningún camarero.
Abrió la boca pero ni el aliento asomó entre sus dientes. Agachó la cabeza con un leve sonrojo y le cedió la mantequilla a la chica que con una hermosa sonrisa agradeció el complemento para el croissant que había partido a la mitad para acompañar con el café. Con un gesto tan sencillo como una sonrisa, algo se removió dentro de él.
A la mañana siguiente, con el mismo desayuno y en la misma situación pudo ver como la joven que el día anterior le había pedido la mantequilla se volvía a sentar a su lado y terminó por pedirle de nuevo la mantequilla. Le cedió el derivado lácteo con la congoja y el rubor alojado en su cuerpo y ella acabó hablándole durante un buen rato hasta que se tuvo que ir a trabajar.
Al tercer día, la mujer le pidió permiso para acompañarle en la mesa y "robarle" la mantequilla de nuevo. Las respuestas no le salían, pero supo que con las miradas se estaban contando historias que jamás serían dichas.
En el cuarto día, el hombre llegó antes de tiempo impaciente para empezar el desayuno. Zumo de naranja y tostadas, pero no estaban ni el cuchillo de punta redonda, ni la mermelada y tampoco la mantequilla. El hombre empezó a notar el nerviosismo de no tener el ingrediente que unía a aquella mujer con él. Intentaba aparentar normalidad pero por dentro volvía a aquel día donde su voz murió.
Ella entró por la puerta, le miró sonriente como la primera vez. No hubo nervios, en ese momento supo que algo había cambiado y cada paso que la acercaba a él, el pavor que sentía se difuminaba como una ligera niebla antes los primeros rayos de sol. Le trajeron su desayuno y sus miradas se cruzaron. Ella metió la mano en su bolso y le entregó varios envases de mantequilla con la mayor de sus sonrisas. Él comprendió todo y por fin dijo.
-Gracias.
martes, 21 de agosto de 2012
Carta al pasado
Para cuando lo leas:
El tiempo pasa demasiado deprisa. Y me gustaría recalcar el demasiado, no era ayer cuando me hacías perder en un juego del que yo ya estaba retirado y hoy me despierto con la nostalgia de ver que he vivido tantos días como para que mi vida haya dado un giro tremendo. Un giro necesario después de una derrota tan imprevista como innecesaria pero de la que he aprendido, por ello te doy las gracias.
Me la jugaste, juntaste la situación imposible con el momento deseado y en ese momento hasta un incrédulo puede creer en el destino, en que todo va a salir bien. Ese era tu juego, no el mio. No me quedó más remedio que lanzarme y entrar en el juego para perder. Todavía puedo recordar el calor en el pequeño espacio entre nuestros dos cuerpos, la humedad viajando de un cuerpo al otro y todas las palabras que se ahogaron en la boca del otro; nos obligamos a callar, a perder lo que teníamos y a abandonar. Todavía no estoy seguro de lo que se perdió en aquel momento y quizás cuando lo descubra ya no habrá opción de recuperarlo, así es el juego.
No todo ha sido malo desde entonces, durante un tiempo bebí intentando que las heridas de la derrota no se infectaran, lentamente cicatrizaron y con el tiempo el dolor y la bebida se fueron. Llegó nueva gente, otra no tan nueva pero con facetas desconocidas para mi. No me esperaba que todo fuera tan rápido, que la vida avanzara tan desbocada; por un momento tuve miedo de perder el momento como ya había pasado aquella noche donde el clima y las personas nos volvimos locos.
Ahora escucho a Cat Power, durante un tiempo me recordó a los malos momentos, a los que guardo para descubrir qué pasó; ya no es lo mismo. Sigue habiendo dolor, diferente por supuesto, si antes me dolían los recuerdos, ahora me duele el olvido. Te escribo para que no te olvides, para no olvidarte.
El tiempo pasa demasiado deprisa. Y me gustaría recalcar el demasiado, no era ayer cuando me hacías perder en un juego del que yo ya estaba retirado y hoy me despierto con la nostalgia de ver que he vivido tantos días como para que mi vida haya dado un giro tremendo. Un giro necesario después de una derrota tan imprevista como innecesaria pero de la que he aprendido, por ello te doy las gracias.
Me la jugaste, juntaste la situación imposible con el momento deseado y en ese momento hasta un incrédulo puede creer en el destino, en que todo va a salir bien. Ese era tu juego, no el mio. No me quedó más remedio que lanzarme y entrar en el juego para perder. Todavía puedo recordar el calor en el pequeño espacio entre nuestros dos cuerpos, la humedad viajando de un cuerpo al otro y todas las palabras que se ahogaron en la boca del otro; nos obligamos a callar, a perder lo que teníamos y a abandonar. Todavía no estoy seguro de lo que se perdió en aquel momento y quizás cuando lo descubra ya no habrá opción de recuperarlo, así es el juego.
No todo ha sido malo desde entonces, durante un tiempo bebí intentando que las heridas de la derrota no se infectaran, lentamente cicatrizaron y con el tiempo el dolor y la bebida se fueron. Llegó nueva gente, otra no tan nueva pero con facetas desconocidas para mi. No me esperaba que todo fuera tan rápido, que la vida avanzara tan desbocada; por un momento tuve miedo de perder el momento como ya había pasado aquella noche donde el clima y las personas nos volvimos locos.
Ahora escucho a Cat Power, durante un tiempo me recordó a los malos momentos, a los que guardo para descubrir qué pasó; ya no es lo mismo. Sigue habiendo dolor, diferente por supuesto, si antes me dolían los recuerdos, ahora me duele el olvido. Te escribo para que no te olvides, para no olvidarte.
domingo, 29 de julio de 2012
Yo tan frío y tú tan al sur
La niebla en las ventanas me llama,
la niebla borra mis palabras,
todos los mensajes de amor que alguna vez quise que vieras
ya se van.
Me cubro con una manta que un día fue tu cuerpo,
si soy demasiado frío, lo siento.
El cielo ya no será para nosotros azul,
yo tan frío y tú tan al sur.
la niebla borra mis palabras,
todos los mensajes de amor que alguna vez quise que vieras
ya se van.
Me cubro con una manta que un día fue tu cuerpo,
si soy demasiado frío, lo siento.
El cielo ya no será para nosotros azul,
yo tan frío y tú tan al sur.
domingo, 15 de julio de 2012
Felicidad
Hace no tanto hubo un hombre que fue capaz de recopilar las mayores riquezas del mundo. Desde animales exóticos y únicos hasta piedras preciosas de colores imposibles. Este hombre era una persona cuya fortuna era incalculable, mansiones gigantes alrededor de todo el mundo, grandes embarcaciones capaces de surcar todos los mares, oro con el que se podría crear un castillo; todo lo que la imaginación pudiera concivir estaba al alcance de tan poderoso personaje. Pero a pesar de lo que cualquiera podría imaginar, nuestro protagonista no era ni mucho menos feliz, ninguna de sus bestias conseguía arrancarle una sonrisa, ni un viaje por los cielos en alguno de sus globos era capaz de levantarle el ánimo y su capital se amontonaba sin mostrar ni un resquicio de felicidad. Aquel hombre era terriblemente desdichado.
Una vez a la semana, el adinerado iba a visitar a su anciana madre que vivía en el piso en el que el hombre se crió. Y cada semana a la entrada del edificio de la madre, el rico se encontraba a un vagabundo que con una guitarra que apenas era capaz de mantenerse entera, pero eso no impedía que el vagabundo se sacara un poco de dinero y estuviera feliz a pesar de su precaria situación. El hombre no podría comprender como aquella guitarra era capaz de hacer feliz al vagabundo y se acercó.
-Oiga, ¿su guitarra le hace feliz?
-Claro buen hombre. La música alegra todos los días de mi vida y me consigue el poco dinero con el que me alimento.
-Me gustaría comprársela.
-Lo siento, no está en venta.
-Le daré lo que quiera por ella.
Y entonces el vagabundo le contó como le gustaría tener su propio restaurante en el que poder dar de comer a la gente y que así nadie pasara hambre. El rico le pareció un precio justo por una guitarra que daba la felicidad y pagó la compra del restaurante y todas las obras que requerían la restauración del mismo a cambio de la guitarra. Durante un tiempo, el hombre aprendió a tocar la guitarra y comprendió como la música podía alegrar a una persona, pero con el paso del tiempo los efectos de euforia del instrumento y su sonido empezaron a menguar hasta por fin desaparecer. El hombre rico decepcionado fue hasta el restaurante del vagabundo y al llegar allí se encontró con el hombre todavía más feliz que cuando tocaba en la calla su guitarra y supo que de alguna forma la felicidad se había trasladado hasta el restaurante. El rico convencido de que el restaurante le haría feliz, volvió a entablar conversación con el vagabundo.
-Al final el restaurante ha quedado genial.
-La verdad es que si, se lo tengo que agradecer. El sueño de mi vida hecho realidad.
-Me gustaría comprarlo.
-Es el sueño de mi vida, no lo puedo vender.
-Le daré lo que quiera por ella.
El vagabundo conocedor de lo que era capaz el hombre rico volvió a narrarle otro de sus sueños al adinerado. En su sueño vivía en una casa alejado de la civilización con todas las necesidades cubiertas y con caballos por los que poder cabalgar por los bosques. El hombre rico estuvo de acuerdo en el trato y dispuso de una parte de su fortuna para que el vagabundo pudiera comprar todo lo necesario para ver su sueño hecho realidad. El rico empezó a trabajar en el restaurante que había comprado y al principio la ilusión se adueñó del rico. Pero otra vez con el tiempo la felicidad se difuminó hasta convertirse en nada. El rico no lo podía entender y se fue a la casa donde actualmente vivía el vagabundo. Cuando llegó, el vagabundo era feliz montando a caballo, la ilusión de su vida hecha realidad; el rico se acercó.
-Buenas, no lo comprendo.
-¿Qué le pasa amigo? ¿Qué es lo que no comprende?
-Le compré su guitarra y no fui feliz como usted, compré luego el restaurante que tanto le alegraba y mi felicidad duró un suspiro, ¿qué es lo que pasa?
-Creo que usted se equivoca buen hombre, en la vida no se puede tener lo que uno quiere, se debe querer lo que uno tiene. Así seguro que será feliz.
El hombre rico por fin pudo entender el origen de su problema y pudo resolverlo. Agradeció mil veces la ayuda del vagabundo y pudo encontrar entre todas sus riquezas aquello que le hizo feliz para siempre.
Una vez a la semana, el adinerado iba a visitar a su anciana madre que vivía en el piso en el que el hombre se crió. Y cada semana a la entrada del edificio de la madre, el rico se encontraba a un vagabundo que con una guitarra que apenas era capaz de mantenerse entera, pero eso no impedía que el vagabundo se sacara un poco de dinero y estuviera feliz a pesar de su precaria situación. El hombre no podría comprender como aquella guitarra era capaz de hacer feliz al vagabundo y se acercó.
-Oiga, ¿su guitarra le hace feliz?
-Claro buen hombre. La música alegra todos los días de mi vida y me consigue el poco dinero con el que me alimento.
-Me gustaría comprársela.
-Lo siento, no está en venta.
-Le daré lo que quiera por ella.
Y entonces el vagabundo le contó como le gustaría tener su propio restaurante en el que poder dar de comer a la gente y que así nadie pasara hambre. El rico le pareció un precio justo por una guitarra que daba la felicidad y pagó la compra del restaurante y todas las obras que requerían la restauración del mismo a cambio de la guitarra. Durante un tiempo, el hombre aprendió a tocar la guitarra y comprendió como la música podía alegrar a una persona, pero con el paso del tiempo los efectos de euforia del instrumento y su sonido empezaron a menguar hasta por fin desaparecer. El hombre rico decepcionado fue hasta el restaurante del vagabundo y al llegar allí se encontró con el hombre todavía más feliz que cuando tocaba en la calla su guitarra y supo que de alguna forma la felicidad se había trasladado hasta el restaurante. El rico convencido de que el restaurante le haría feliz, volvió a entablar conversación con el vagabundo.
-Al final el restaurante ha quedado genial.
-La verdad es que si, se lo tengo que agradecer. El sueño de mi vida hecho realidad.
-Me gustaría comprarlo.
-Es el sueño de mi vida, no lo puedo vender.
-Le daré lo que quiera por ella.
El vagabundo conocedor de lo que era capaz el hombre rico volvió a narrarle otro de sus sueños al adinerado. En su sueño vivía en una casa alejado de la civilización con todas las necesidades cubiertas y con caballos por los que poder cabalgar por los bosques. El hombre rico estuvo de acuerdo en el trato y dispuso de una parte de su fortuna para que el vagabundo pudiera comprar todo lo necesario para ver su sueño hecho realidad. El rico empezó a trabajar en el restaurante que había comprado y al principio la ilusión se adueñó del rico. Pero otra vez con el tiempo la felicidad se difuminó hasta convertirse en nada. El rico no lo podía entender y se fue a la casa donde actualmente vivía el vagabundo. Cuando llegó, el vagabundo era feliz montando a caballo, la ilusión de su vida hecha realidad; el rico se acercó.
-Buenas, no lo comprendo.
-¿Qué le pasa amigo? ¿Qué es lo que no comprende?
-Le compré su guitarra y no fui feliz como usted, compré luego el restaurante que tanto le alegraba y mi felicidad duró un suspiro, ¿qué es lo que pasa?
-Creo que usted se equivoca buen hombre, en la vida no se puede tener lo que uno quiere, se debe querer lo que uno tiene. Así seguro que será feliz.
El hombre rico por fin pudo entender el origen de su problema y pudo resolverlo. Agradeció mil veces la ayuda del vagabundo y pudo encontrar entre todas sus riquezas aquello que le hizo feliz para siempre.
Carta de despedida para Marta o Ana
Buenas noches:
Estoy seguro que leerás esto alguna noche en la que me extrañes o en la que pienses que mis pensamientos ya no tienen todos tus nombres. Se escucha el ruido de fuegos de artificiales, pero no hay nada que celebrar, definitivamente desearía que la pólvora se mojase como se ahogaron todas nuestras ilusiones y nuestro reino de fantasía.
Me gusta acompañar mis despedidas con unas cuantas cervezas que me traen el sueño que de otra forma no podría conciliar, pero has sido especial en muchas cosas y en esta también. Esta despedida será de más de una noche de no encontrar la postura en la cama donde la culpa y el remordimiento me abrazarán hasta que me cueste respirar. Me cuesta mucho olvidar, lo sabes; y me produce mucho más trabajo el pensar que la culpa puede ser mia. Ahora me puedo imaginar tus palabras tatuándose en mi cabeza, regañándome por esa manía tan mia de no dejar de pensar en todo, de castigarme por todo... Quizás esa parte de mi tiene la culpa y también creo que fue la causante de que pudieramos edificar una historia tan maravillosa durante tanto tiempo. Me encantó acumular momentos a tu lado.
Nos va a tocar ser felices por separado, ya no habrá más besos en la espalda, no habrá sorpresas mañaneras ni tampoco alegrías nocturnas. Mis último adios te lo dejo en la nevera, enfriándose con nuestros sentimientos; al lado de las fresas con nata que tanto te gustaba compartir conmigo. Me tocará curar esta soledad sin ti.
Estoy seguro que leerás esto alguna noche en la que me extrañes o en la que pienses que mis pensamientos ya no tienen todos tus nombres. Se escucha el ruido de fuegos de artificiales, pero no hay nada que celebrar, definitivamente desearía que la pólvora se mojase como se ahogaron todas nuestras ilusiones y nuestro reino de fantasía.
Me gusta acompañar mis despedidas con unas cuantas cervezas que me traen el sueño que de otra forma no podría conciliar, pero has sido especial en muchas cosas y en esta también. Esta despedida será de más de una noche de no encontrar la postura en la cama donde la culpa y el remordimiento me abrazarán hasta que me cueste respirar. Me cuesta mucho olvidar, lo sabes; y me produce mucho más trabajo el pensar que la culpa puede ser mia. Ahora me puedo imaginar tus palabras tatuándose en mi cabeza, regañándome por esa manía tan mia de no dejar de pensar en todo, de castigarme por todo... Quizás esa parte de mi tiene la culpa y también creo que fue la causante de que pudieramos edificar una historia tan maravillosa durante tanto tiempo. Me encantó acumular momentos a tu lado.
Nos va a tocar ser felices por separado, ya no habrá más besos en la espalda, no habrá sorpresas mañaneras ni tampoco alegrías nocturnas. Mis último adios te lo dejo en la nevera, enfriándose con nuestros sentimientos; al lado de las fresas con nata que tanto te gustaba compartir conmigo. Me tocará curar esta soledad sin ti.
jueves, 28 de junio de 2012
Tetas de colegiala
Lamerse las heridas ya no servía para aliviar aquel terrible dolor, la cerveza no era capaz de ahogar aquel lastre que llevaba conmigo el suficiente tiempo como para que sus marcas internas fueran visibles, los recuerdos se agolpaban por las noches en mis sueños. Aquellos recuerdos maravillosos reptaban del submundo del subconsciente para aparecer en forma de pesadilla. De la posible gloria alcanzada en el pasado solamente quedaban cenizas que me amargaban el sentido del gusto. Aquel éxito pasado me había vuelto arrogante, me vi como un faraón cuando en ningún momento dejé de ser un esclavo que azuzado por el látigo del capataz se arrastraba en pos del beneficio de un ser más grande que yo. Mis quince minutos de gloria me habían dejado un poco de dinero del que apenas me quedaba para subsistir unas semanas, algunos conocidos en el mundillo y un terrible dolor en las manos de intentar aferrarme a un escalón muy por encima del mio.
Tuve que dejar de enviar mis escritos por medio de cartas a mi editor para ahorrar y me pasé al correo electrónico, algo a lo que siempre me había negado. Incluso probé enviando algunas cosas a otras editoriales y siempre con respuesta negativa. Estaba empezando a notar la presión económica y mis escritos no conseguían emocionar a nadie. Algunas de las mujeres que habían venido a mi apartamento durante la época de presentación de mi primer y único libro ya no contestaban a mis llamadas. El autor de "Cerveza en los muslos" se había esfumado del mundo de la creación por la puerta de atrás y sin hacer ruido. Miraba cada día mis antiguos escritos, releí mi novela hasta seis veces y dedicaba a mis escritos la mayor parte de mi tiempo para seguir recibiendo respuestas negativas. No me iba a rendir. Probé con la poesía, respuestas negativas. Probé con el ensayo y el teatro para seguir recibiendo respuestas negativas. Mi editos en cada respuesta encontraba diferentes para rechazarme, sugerencias para inspirarme y me explicaba lo duro del mundo editorial en estos tiempos. Los duros tiempos habían llegado para mi, me alimentaba de cerveza barata y chocolate. Durante la mayor parte de la creación de "Cerveza en los muslos" me había alimentado de chocolate y creó esa superstición en mi, el poder del dulce se esfumó.
Me llegó un mensaje de mi editor, una compañía preguntó por mi para hacer un guión, leyeron mi novela y creían que era el perfil de escritor que necesitaban para su película. Durante un momento pensé que la suerte me comenzaba a sonreir. Continué leyendo y pude observar que era una empresa de cine para adultos y que estaban interesados en que hiciera el guión para una película erótica en un internado de mujeres. Tuve que leer esta parte varias veces con incredulidad, ¿estaban en serio? Llamé por teléfono a mi editor para confirmar la oferta y me dijo que estaban totalmente en serio y que si aceptaba la propuesta llamara al número de teléfono de la carta para concertar una entrevista, firmar el contrato y recibir el primer pago. Pagaban bien pero no me apetecía acabar haciendo diálogos infantiles para justificar escenas sexuales entre una alumna y su profesor. ¿Profe, como he suspendido puedo hacer recuperación oral? ¿Profe, lleva el borrador en el bolsillo o se alegra de verme? Necesitaba dinero y llamé. Me dieron una dirección a las afueras de la ciudad y la hora de la reunión bien temprano por la mañana.
Cuando llegué al despacho del dueño de la cinematográfica, me quedé sorprendido al ver a un chaval de apenas treinta años dirigiendo ( por lo que pude ver en internet ) la cinematográfica más potente de cine para adultos del pais. A su lado había un hombre calvo, obeso, con gafas de sol y una barba espesa como la que yo siempre me quise dejar y nunca pude debido al vello de púber que siempre tuve. Desde el primer momento hablaron de lo contentos que estaban de poder contar conmigo para el proyecto más importante que iban a emprender. Querían conseguir una película en la que iban a reunir al mejor elenco de estrellas y la mejor dirección para crear una película biográfica para adultos. Se disculpaban por haberme dado datos incorrectos en la carta, pero el tema de las filtraciones de ideas estaba a la orden del día. El proyecto parecía más grande que una simple película para pajilleros, cuando les pregunté el personaje al cual iban a pasar a la pantalla mi sorpresa no pudo ser mayor. ¿A mi? No, no puede ser. Tampoco me podía creer el sueldo que ofrecían. Acepté, el plan era hacer ocho escenas que repartiría como yo quisiera entre momentos de mi vida, que yo debería crear la ambientación y la conversación hasta el momento sexual o hasta donde viera conveniente. Debía entregar todo en menos de dos meses e ir informando semanalmente de mis avances y en el contrato se incluía que debía de estar durante las grabaciones y selección de actores para que opinara en todo momento. Mi novela había impresionado a aquel directivo que apenas tendría dos o tres años más que yo.
Me puse con la primera escena, quise relatar una escena de mi instituto tras un breve resumen de mi infancia, apenas empezara con el diálogo sobre mi primera relación sexual en los baños de mi instituto cuando llamaron a la puerta. Si algo extraño podía suceder era la aparición de Natalia, en cuanto empezaron a irme mal las cosas cogió todo lo que pudo y se fue del piso dejando una nota y algunas de sus prendas en el armario.
-¿Interrumpo algo?
-Estaba con un proyecto...
-¿Tú? El otro día estuve con algunos de tus amigos de la editorial hablando y algunos dicen que estás acabado.
-Pues entonces deja a este acabado y lárgate.
-Vine a ver qué tal estás.-Colocó su cuerpo entre la puerta y el marco para que no lo cerrara.-¿Estás bien?
-Estoy con un proyecto trabajando.
-¿Te impide eso tomar algo con una vieja "amiga"?
-Pasa.
-Esto está hecho un desastre.-Entró evitando pisar cualquier cosa que dejara por el suelo, envoltorios de chocolate, latas de cerveza, ropa usada; aquello convertía el suelo de mi apartamento en un divertido juego para evitar toda la porquería. Finalmente se sentó en mi silla delante de mi portátil.-¿Este es el famoso proyecto? ¿Puedo ver de que trata?
-Mejor no, todavía no...
-Esto parece tratar sobre ti... Esta chica del instituto que nombras, ¿no fue tu primera novia?
-Si, deja eso mejor.
-¿La de las tetas de colegiala?
-¿Puedes dejarlo?
-No está mal, pero le falta chispa, ¿tienes algo de beber?
-Cerveza, ya traigo dos de la nevera.
-Perfecto.
Nos sentamos como en los viejos tiempos a leer mis escritos y ella se reía de mis errores mientras yo le recordaba lo mucho que le gustaban esos errores cuando se los escribía a ella. Acabamos en la cama, ella encima mia como en los viejos tiempos, yo con la película y la escena en la mente, borracho, subí mis manos por su cintura y apreté ambos pechos. "Estos son unos buenos pechos de colegiala".
Tuve que dejar de enviar mis escritos por medio de cartas a mi editor para ahorrar y me pasé al correo electrónico, algo a lo que siempre me había negado. Incluso probé enviando algunas cosas a otras editoriales y siempre con respuesta negativa. Estaba empezando a notar la presión económica y mis escritos no conseguían emocionar a nadie. Algunas de las mujeres que habían venido a mi apartamento durante la época de presentación de mi primer y único libro ya no contestaban a mis llamadas. El autor de "Cerveza en los muslos" se había esfumado del mundo de la creación por la puerta de atrás y sin hacer ruido. Miraba cada día mis antiguos escritos, releí mi novela hasta seis veces y dedicaba a mis escritos la mayor parte de mi tiempo para seguir recibiendo respuestas negativas. No me iba a rendir. Probé con la poesía, respuestas negativas. Probé con el ensayo y el teatro para seguir recibiendo respuestas negativas. Mi editos en cada respuesta encontraba diferentes para rechazarme, sugerencias para inspirarme y me explicaba lo duro del mundo editorial en estos tiempos. Los duros tiempos habían llegado para mi, me alimentaba de cerveza barata y chocolate. Durante la mayor parte de la creación de "Cerveza en los muslos" me había alimentado de chocolate y creó esa superstición en mi, el poder del dulce se esfumó.
Me llegó un mensaje de mi editor, una compañía preguntó por mi para hacer un guión, leyeron mi novela y creían que era el perfil de escritor que necesitaban para su película. Durante un momento pensé que la suerte me comenzaba a sonreir. Continué leyendo y pude observar que era una empresa de cine para adultos y que estaban interesados en que hiciera el guión para una película erótica en un internado de mujeres. Tuve que leer esta parte varias veces con incredulidad, ¿estaban en serio? Llamé por teléfono a mi editor para confirmar la oferta y me dijo que estaban totalmente en serio y que si aceptaba la propuesta llamara al número de teléfono de la carta para concertar una entrevista, firmar el contrato y recibir el primer pago. Pagaban bien pero no me apetecía acabar haciendo diálogos infantiles para justificar escenas sexuales entre una alumna y su profesor. ¿Profe, como he suspendido puedo hacer recuperación oral? ¿Profe, lleva el borrador en el bolsillo o se alegra de verme? Necesitaba dinero y llamé. Me dieron una dirección a las afueras de la ciudad y la hora de la reunión bien temprano por la mañana.
Cuando llegué al despacho del dueño de la cinematográfica, me quedé sorprendido al ver a un chaval de apenas treinta años dirigiendo ( por lo que pude ver en internet ) la cinematográfica más potente de cine para adultos del pais. A su lado había un hombre calvo, obeso, con gafas de sol y una barba espesa como la que yo siempre me quise dejar y nunca pude debido al vello de púber que siempre tuve. Desde el primer momento hablaron de lo contentos que estaban de poder contar conmigo para el proyecto más importante que iban a emprender. Querían conseguir una película en la que iban a reunir al mejor elenco de estrellas y la mejor dirección para crear una película biográfica para adultos. Se disculpaban por haberme dado datos incorrectos en la carta, pero el tema de las filtraciones de ideas estaba a la orden del día. El proyecto parecía más grande que una simple película para pajilleros, cuando les pregunté el personaje al cual iban a pasar a la pantalla mi sorpresa no pudo ser mayor. ¿A mi? No, no puede ser. Tampoco me podía creer el sueldo que ofrecían. Acepté, el plan era hacer ocho escenas que repartiría como yo quisiera entre momentos de mi vida, que yo debería crear la ambientación y la conversación hasta el momento sexual o hasta donde viera conveniente. Debía entregar todo en menos de dos meses e ir informando semanalmente de mis avances y en el contrato se incluía que debía de estar durante las grabaciones y selección de actores para que opinara en todo momento. Mi novela había impresionado a aquel directivo que apenas tendría dos o tres años más que yo.
Me puse con la primera escena, quise relatar una escena de mi instituto tras un breve resumen de mi infancia, apenas empezara con el diálogo sobre mi primera relación sexual en los baños de mi instituto cuando llamaron a la puerta. Si algo extraño podía suceder era la aparición de Natalia, en cuanto empezaron a irme mal las cosas cogió todo lo que pudo y se fue del piso dejando una nota y algunas de sus prendas en el armario.
-¿Interrumpo algo?
-Estaba con un proyecto...
-¿Tú? El otro día estuve con algunos de tus amigos de la editorial hablando y algunos dicen que estás acabado.
-Pues entonces deja a este acabado y lárgate.
-Vine a ver qué tal estás.-Colocó su cuerpo entre la puerta y el marco para que no lo cerrara.-¿Estás bien?
-Estoy con un proyecto trabajando.
-¿Te impide eso tomar algo con una vieja "amiga"?
-Pasa.
-Esto está hecho un desastre.-Entró evitando pisar cualquier cosa que dejara por el suelo, envoltorios de chocolate, latas de cerveza, ropa usada; aquello convertía el suelo de mi apartamento en un divertido juego para evitar toda la porquería. Finalmente se sentó en mi silla delante de mi portátil.-¿Este es el famoso proyecto? ¿Puedo ver de que trata?
-Mejor no, todavía no...
-Esto parece tratar sobre ti... Esta chica del instituto que nombras, ¿no fue tu primera novia?
-Si, deja eso mejor.
-¿La de las tetas de colegiala?
-¿Puedes dejarlo?
-No está mal, pero le falta chispa, ¿tienes algo de beber?
-Cerveza, ya traigo dos de la nevera.
-Perfecto.
Nos sentamos como en los viejos tiempos a leer mis escritos y ella se reía de mis errores mientras yo le recordaba lo mucho que le gustaban esos errores cuando se los escribía a ella. Acabamos en la cama, ella encima mia como en los viejos tiempos, yo con la película y la escena en la mente, borracho, subí mis manos por su cintura y apreté ambos pechos. "Estos son unos buenos pechos de colegiala".
lunes, 21 de mayo de 2012
Heridas de guerra
Si alguna vez existió vida inteligente, se había transformado en un hombre. Aquella certeza me enfermó aquella noche entre las sábanas de mi cama; necesité cubrirme lo máximo posible para que la oscuridad no se burlara de aquella masa de carne despreciable que es encontraba en sus garras. El optimismo con el que me despertara aquel día estaba tan lejano que me hizo sentir más viejo en aquel momento. Me encogí en la cama sintiendo el dolor de mi ojo que ya estaría bastante hinchado y de mi tronco allí donde se empezarían a acumular los moratones causados por las patadas. Nunca había errado tanto a la hora de llevar a los extremos mi verdad, nunca había salido tan mal parado por el mismo motivo. Busqué una posición donde la multitud de golpes no me molestaran y borré todo pensamiento de mi mente para poder acostarme después de un día horrible.
Cuando me desperté, nada había cambiado. Me palpé la cara con cuidado para comprobar muy a mi pesar que me dolía al contacto y que parecía bastante inflamada. Me dolía todo el cuerpo. Me incorporé y fui directamente al baño, para mi alegría no meaba sangre; me miré al espejo y mi cara daba asco. Mi excasa visión por el ojo izquierdo ya me lo indicaba, tenía el ojo bastante hinchado y apenas era capaz de abrirlo, tenía restos de sangre bajo la nariz y en los labios que también se mostraban con una inflamación importante por el lado izquierdo que había dejado de ser mi lado bueno. Me quité la sangre con un poco de agua y cogí ropa para ducharme, cuando me quité la camiseta con la que dormí pude ver varios moratones por mi torso, marcas evidentes de las patadas que me habían dado. Aquella vez, la ducha no la sentí reparadora, mientras el agua caliente me golpeaba recordé lo acontecido durante la formación de mis heridas de guerra. Estaba bebiendo y aquel tipo hizo algo, no estoy seguro de lo qué, recuerdo gritarle y como me empujó mientras me indicaba que nos fueramos a terminar eso a la salida. Yo estaba solo y él con unos amigos, no se metieron. Me lancé a él y lo derribé, ya sobre él comencé a golpearle pero se cubría y mis golpes no parecían hacerle nada. Me ardían los puños, podía haber seguido toda la noche. Escuché que me llamaban, había quedado con Miranda; la busqué con la mirada y sentí el golpe en la cara. A partir de ahí todo se vuelve lejano. Me golpea más veces en la cara y noto el calor de la sangre, se levanta y escupo sangre, me patea el estómago y escucho a sus amigos decirle que pare mientras yo me quedo con la cara en el suelo. No encuentro a Miranda.
Al salir de la ducha me vuelvo a mirar en el espejo y por suerte no me falta ningún diente. Apenas tenía para comer, sería un golpe duro para mi cartera tener que invertir en mi dentadura, aunque perder los dientes podría ser parte de la solución a mis problemas para alimentarme. Me vestí de una forma sencilla y miré el teléfono, Miranda no había dado señales de vida. ¿Debería llamarla? Lo mejor será que me acerque a su casa. Me puse la capucha de la sudadera para evitar que se viera mi rostro y salí a la calle. El sol pegaba casi tan duro como a mi el día anterior y era un poco estúpido llevar la capucha, pero mejor eso a las miradas de los conocidos que a saber que rumores correrían sobre mi aspecto o le llegarían a mi pobre madre que ya tenía suficientes problemas como para añadirle un hijo descarriado con problemas para no meterse donde no le llaman. Cuando llegué al portal de Miranda, la puerta estaba abierta, ¡por fin algo de suerte! No quería que el primer intercambio de palabras fuera indirecto, tenía que tenerla cara a cara. Subí por las escaleras hasta el cuarto piso donde vivía y llamé al timbre. Eran las cuatro de la tarde de un domingo y se escuchaba a través de la puerta la música que se suele poner cuando está leyendo. Me abrió la puerta.
-Tienes un aspecto de mierda.
-Me esperaba otro tipo de recibimiento o por lo menos que me preguntaras qué me ha pasado, qué tal estoy... No sé, algo así.
-¿Qué te ha pasado? ¿Qué tal estás? Pobrecito, ¿necesitas algo?-El tono de voz burlón me asqueó pero no iba a caer en su trampa y me mantuve en silencio esperando.-¿Para qué viniste?
-Ayer habíamos quedado y obviamente la jodí, venía a disculparme.
-No tienes que hacer nada, puedes irte tranquilo.
-¿Puedo pasar?
-Estaba leyendo, estoy seguro que has reconocido la música.
-Sigur Rós, me pegaste ese grupo para leer, ¿hablamos?
-Déjame pensar.-Desde que me abrió la puerta, no había bajado la barrera con la que protegía la puerta, su cuerpo formaba una muralla física y psicológica que me intentaba impedir a toda costa no que yo entrara, el hecho de perdonarme todas las estupideces. Su cuerpo se relajó y por fin dijo.-Pasa idiota, un día de estos perderás del todo mi generosidad.
-Gracias, ¿tienes una cerveza?-Mientras me dirigía a la nevera me fijé en como iba, aquella camiseta de tirantes que mostraba el suficiente canalillo como para volverme loco el único ojo que tenía en buen estado, esos pantaloncitos cortos vaqueros que daban a conocer el inicio de aquellas nalgas que en el pasado me había pasado horas mordiendo, iba descalza y con el pelo recogido en una cola de caballo, sin maquillaje, se tumbó en el sofá con las piernas estiradas y no pude recordar el tiempo que había pasado desde que la viera tan hermosa, estaba radiante.-Necesito una.
-Creo que quedan unas pocas desde tu última visita, traeme otra para mi.
-Vale faraona.-Tomé los dos botellines y el abridor y me senté en el sofá y ella colocó sus piernas en mi regazo como antes, como si nada hubiera cambiado. La miré a los ojos mientras le entregaba la cerveza y me pagó la bebida con una sonrisita pícara.-Siento lo de ayer.
-Un idiota nunca dejará de ser un idiota.
-Aquel tipo... No sabes... Me sacó de mis casillas, no me acuerdo exactamente de lo que pasó pero...
-Lo que pasó es que te dejó la cara hecha un cromo, Rober, ya no eres un crío, no puedes ir por ahí repartiendo golpes como si fueras un justiciero, no puedes ir por ahí pensando que vas a vivir de cuatro poemas que te publicaron hace cuánto, ¿un año? No puedes seguir así, vas a tocar fondo y yo no quiero estar cuando el momento llegue.
-Estoy atravesando un mal momento, lo sé, pero joder, nosotros somos buenos juntos, los mejores.
-Y yo estaré cuando quieras, pero no me pidas que bucee contigo en ese océano de mierda.
Seguimos hablando y bebiendo, las palabras se tornaron en nostalgia y buenos recuerdos y acabaron convertidas en dolor en forma de discusión. La bebida y los sentimientos nos llevaron a la cama. Aquella cama gigante que durante un tiempo fue nuestro reino era un terrible desierto de recuerdos moribundos. Cuando me quitó la camiseta pude ver como acaribiaba los moratones con delicadeza y besaba suavemente uno a uno. Me puse sobre ella y me pasó la mano con suavidad por el ojo hinchado, lo cerré y apartó la mano con miedo de hacerme daño. La besé y mis manos volvieron a cabalgar por aquellos muslos. Notaba su calor y su humedad, giramos por la cama y terminó encima mia, una gota de sudor bajaba entre sus pechos y me acerqué con la lengua fuera como un sediento a recogerla, pero ella me empujó contra el colchón y volvimos a ser uno.
Nos dimos la espalda y nos echamos a dormir. Cuando me desperté, miré el reloj y era la una de la mañana, debía irme. Miranda estaba a mi lado dormida, desnuda. Miranda todavía me quería, no podía hacerle eso. Me vestí con mucho cuidado de no despertarla, recogí las cervezas que habíamos estado bebiendo y le escribí una nota de despedida, algo sencilla. Miranda no se merecía todo el daño que le estaba causando, ahora estaba seguro. Me volví a mi casa con la capucha puesta, esta vez no eran las marcas de los golpes de la noche anterior lo que quería ocultar.
Cuando me desperté, nada había cambiado. Me palpé la cara con cuidado para comprobar muy a mi pesar que me dolía al contacto y que parecía bastante inflamada. Me dolía todo el cuerpo. Me incorporé y fui directamente al baño, para mi alegría no meaba sangre; me miré al espejo y mi cara daba asco. Mi excasa visión por el ojo izquierdo ya me lo indicaba, tenía el ojo bastante hinchado y apenas era capaz de abrirlo, tenía restos de sangre bajo la nariz y en los labios que también se mostraban con una inflamación importante por el lado izquierdo que había dejado de ser mi lado bueno. Me quité la sangre con un poco de agua y cogí ropa para ducharme, cuando me quité la camiseta con la que dormí pude ver varios moratones por mi torso, marcas evidentes de las patadas que me habían dado. Aquella vez, la ducha no la sentí reparadora, mientras el agua caliente me golpeaba recordé lo acontecido durante la formación de mis heridas de guerra. Estaba bebiendo y aquel tipo hizo algo, no estoy seguro de lo qué, recuerdo gritarle y como me empujó mientras me indicaba que nos fueramos a terminar eso a la salida. Yo estaba solo y él con unos amigos, no se metieron. Me lancé a él y lo derribé, ya sobre él comencé a golpearle pero se cubría y mis golpes no parecían hacerle nada. Me ardían los puños, podía haber seguido toda la noche. Escuché que me llamaban, había quedado con Miranda; la busqué con la mirada y sentí el golpe en la cara. A partir de ahí todo se vuelve lejano. Me golpea más veces en la cara y noto el calor de la sangre, se levanta y escupo sangre, me patea el estómago y escucho a sus amigos decirle que pare mientras yo me quedo con la cara en el suelo. No encuentro a Miranda.
Al salir de la ducha me vuelvo a mirar en el espejo y por suerte no me falta ningún diente. Apenas tenía para comer, sería un golpe duro para mi cartera tener que invertir en mi dentadura, aunque perder los dientes podría ser parte de la solución a mis problemas para alimentarme. Me vestí de una forma sencilla y miré el teléfono, Miranda no había dado señales de vida. ¿Debería llamarla? Lo mejor será que me acerque a su casa. Me puse la capucha de la sudadera para evitar que se viera mi rostro y salí a la calle. El sol pegaba casi tan duro como a mi el día anterior y era un poco estúpido llevar la capucha, pero mejor eso a las miradas de los conocidos que a saber que rumores correrían sobre mi aspecto o le llegarían a mi pobre madre que ya tenía suficientes problemas como para añadirle un hijo descarriado con problemas para no meterse donde no le llaman. Cuando llegué al portal de Miranda, la puerta estaba abierta, ¡por fin algo de suerte! No quería que el primer intercambio de palabras fuera indirecto, tenía que tenerla cara a cara. Subí por las escaleras hasta el cuarto piso donde vivía y llamé al timbre. Eran las cuatro de la tarde de un domingo y se escuchaba a través de la puerta la música que se suele poner cuando está leyendo. Me abrió la puerta.
-Tienes un aspecto de mierda.
-Me esperaba otro tipo de recibimiento o por lo menos que me preguntaras qué me ha pasado, qué tal estoy... No sé, algo así.
-¿Qué te ha pasado? ¿Qué tal estás? Pobrecito, ¿necesitas algo?-El tono de voz burlón me asqueó pero no iba a caer en su trampa y me mantuve en silencio esperando.-¿Para qué viniste?
-Ayer habíamos quedado y obviamente la jodí, venía a disculparme.
-No tienes que hacer nada, puedes irte tranquilo.
-¿Puedo pasar?
-Estaba leyendo, estoy seguro que has reconocido la música.
-Sigur Rós, me pegaste ese grupo para leer, ¿hablamos?
-Déjame pensar.-Desde que me abrió la puerta, no había bajado la barrera con la que protegía la puerta, su cuerpo formaba una muralla física y psicológica que me intentaba impedir a toda costa no que yo entrara, el hecho de perdonarme todas las estupideces. Su cuerpo se relajó y por fin dijo.-Pasa idiota, un día de estos perderás del todo mi generosidad.
-Gracias, ¿tienes una cerveza?-Mientras me dirigía a la nevera me fijé en como iba, aquella camiseta de tirantes que mostraba el suficiente canalillo como para volverme loco el único ojo que tenía en buen estado, esos pantaloncitos cortos vaqueros que daban a conocer el inicio de aquellas nalgas que en el pasado me había pasado horas mordiendo, iba descalza y con el pelo recogido en una cola de caballo, sin maquillaje, se tumbó en el sofá con las piernas estiradas y no pude recordar el tiempo que había pasado desde que la viera tan hermosa, estaba radiante.-Necesito una.
-Creo que quedan unas pocas desde tu última visita, traeme otra para mi.
-Vale faraona.-Tomé los dos botellines y el abridor y me senté en el sofá y ella colocó sus piernas en mi regazo como antes, como si nada hubiera cambiado. La miré a los ojos mientras le entregaba la cerveza y me pagó la bebida con una sonrisita pícara.-Siento lo de ayer.
-Un idiota nunca dejará de ser un idiota.
-Aquel tipo... No sabes... Me sacó de mis casillas, no me acuerdo exactamente de lo que pasó pero...
-Lo que pasó es que te dejó la cara hecha un cromo, Rober, ya no eres un crío, no puedes ir por ahí repartiendo golpes como si fueras un justiciero, no puedes ir por ahí pensando que vas a vivir de cuatro poemas que te publicaron hace cuánto, ¿un año? No puedes seguir así, vas a tocar fondo y yo no quiero estar cuando el momento llegue.
-Estoy atravesando un mal momento, lo sé, pero joder, nosotros somos buenos juntos, los mejores.
-Y yo estaré cuando quieras, pero no me pidas que bucee contigo en ese océano de mierda.
Seguimos hablando y bebiendo, las palabras se tornaron en nostalgia y buenos recuerdos y acabaron convertidas en dolor en forma de discusión. La bebida y los sentimientos nos llevaron a la cama. Aquella cama gigante que durante un tiempo fue nuestro reino era un terrible desierto de recuerdos moribundos. Cuando me quitó la camiseta pude ver como acaribiaba los moratones con delicadeza y besaba suavemente uno a uno. Me puse sobre ella y me pasó la mano con suavidad por el ojo hinchado, lo cerré y apartó la mano con miedo de hacerme daño. La besé y mis manos volvieron a cabalgar por aquellos muslos. Notaba su calor y su humedad, giramos por la cama y terminó encima mia, una gota de sudor bajaba entre sus pechos y me acerqué con la lengua fuera como un sediento a recogerla, pero ella me empujó contra el colchón y volvimos a ser uno.
Nos dimos la espalda y nos echamos a dormir. Cuando me desperté, miré el reloj y era la una de la mañana, debía irme. Miranda estaba a mi lado dormida, desnuda. Miranda todavía me quería, no podía hacerle eso. Me vestí con mucho cuidado de no despertarla, recogí las cervezas que habíamos estado bebiendo y le escribí una nota de despedida, algo sencilla. Miranda no se merecía todo el daño que le estaba causando, ahora estaba seguro. Me volví a mi casa con la capucha puesta, esta vez no eran las marcas de los golpes de la noche anterior lo que quería ocultar.
lunes, 23 de abril de 2012
Se terminó el odio
El tópico del hombre que no se entiende con las mujeres es una situación que siempre me fue familiar, no en el ámbito de llegar a no entenderlas en absoluto, pero había llegado a la conclusión de estar preparado para lo inesperado y lo peor con ellas; con todo eso, llegaban a sorprenderme en numerosas ocasiones. Esa locura que caracteriza a las mujeres y en especial a las que me rodeaban se convinaba con una extraña fuerza que conseguía que mujeres con grado de locura mayor a la normal vinieran a mi o yo acabara en dirección a ellas. Mi destino se perfilaba como vigilante en un manicomio para mujeres.
Mientras añoraba un pasado que intentaba olvidar me dedicaba a meditar sobre mi error más reciente, aquella conversación que había terminado en bofetón con Eva. Mi comportamiento había sido extraño esa noche, de cara a la galería podría decir que era fruto de la bebida, pero en mi interior me autoflagelaba por haber sido tan estúpido aquella noche con ella. Si ese era mi verdadero yo, estaba claro que era comprensible que pasara las noches desde hacía bastante tiempo en absoluta soledad. Tras los acontecimientos con Eva, mi visión sobre mi mismo había cambiado a peor. No podía pensar en lo merecida había sido la marca rojiza en mi mejilla que lucí tras hablar con ella y que de una manera un tanto precaria intenté disimular. Desde entonces habíamos coincidido en un par de ocasiones pero aquella joven que había pasado una noche en mi cama no era capaz de dirigirme ni una mísera mirada, sus motivos tenía. Pero era muy difícil que dejáramos de coincidir: amigos en común y lugares de reunión similares lo impedían cada fin de semana.
Era sábado y no dudaba de que esta noche Eva volvería a estar presente una vez más y que por octava vez pasaría ante mi intentando que mi presencia fuera tan importante para ella como el desgaste del suelo que pisa. Quedé con unos amigos para cenar fuera de casa, unas cervezas y algo insano que aportara fuerzas para salir aquella noche. Volví a mi casa y en la ducha encontré las fuerzas que la bebida y aquella hamburguesa no me pudieron dar. Era complicado querer salir en aquellos días donde la monotonía había enfermado incluso a un sentimiento tan cambiante como el odio. Pero una ducha lo cambiaba todo. En una ducha era capaz de cantar con alegría a pesar de tener mierda hasta el cuello, en la ducha los aromas de geles y champús me embotaban los sentidos más que cualquier licor, el calor del agua por mi cuerpo relaja los músculos y me hacía sentir indestructible.
Cuando salí de casa, decidí que necesitaba un buen trago y apresuré a mis compañeros de nocturnidad para llegar al local, al de siempre, donde nos conocían y sabían que pediríamos. Empecé con cerveza, un clásico, la marca de ella se mostraba bajo mi pecho en forma de pecaminosa barriga. Eran muchas de las marcas de una vida con muchos pequeños excesos y pocas compensaciones. Mientras mis amigos cacareaban en corro yo bebía ligeramente apartado mientras escuchaba lo que me contaba el camarero sobre el partido de aquella tarde, yo asentía a todos sus comentarios; mis ganas de recordar el nefasto resultado de nuestro equipo eran nulas. Pedí más cerveza y me autodeterminé a que aquella noche no le sería infiel a la bebida espumosa. Me encontré pensando en Eva, quería verla, quería que me mirara con sus grandes y curiosos ojos marrones y se abrió la puerta en ese preciso instante. Por ella entró Marta, una antigua amiga con la que intercambié copas y noches antes de que el infierno llegara, me vió y se acercó sonriente. Y comenzó la típica charla de falsa nostalgia entre ambos. Marta había cambiado para bien y a ella no parecía desagradarle lo que el tiempo me había hecho. Era divertido el juego de la amnesia temporal y transitoria sobre el haber tenido sexo, pero seguí el camino que ella me marcaba y del que parecía disfrutar cada vez más con el paso del tiempo. En medio de ese juego a Marta se le escapó una invitación a enseñarme no sé que asunto en su casa que me iba a gustar, creo que un libro del que la había hablado o algo así, acepté. Había bebido y me sentía impetuoso. Vi entrar a Eva, me disculpé con mi acompañante y me acerqué a la recién llegada.
-Puedo... Mejor dicho, ¿podemos hablar?
-No tengo nada que decirte.
-Pero a mi me gustaría disculparme. Fui un idiota, de alguna forma herí tus sentimientos y espero que a pesar de llegar tarde pueda enmendar mi error.
-La verdad es que no sé que decir.
-Podrías empezar aceptando quedar un día para demostrarte que mis disculpas son sinceras y...
-¿Y?
-Pues... Había pensado que... Bueno, que podríamos conocernos, ¿no?
-De momento acepto las disculpas.
-Es un paso, gracias de veras.
-¡Rober! ¿Te queda mucho?-Desde la barra Marta me llamaba y tanto Eva como yo nos giramos para verla.-Ya pagué, cuando quieras...
-Eva, esto... Es Marta una vieja amiga y...
-Ya veo que estás ocupado, no te molesto más.
Tras esas palabras Eva se incorporó a su grupo de amigas que la estaban esperando. Marta se me enganchó al brazo y noté que el alcohol le había afectado más a ella que a mi. Antes de salir por la puerta pude mirar por última vez aquella noche a Eva, ella también me miraba, fría, con un gesto más recto que cuando me había golpeado. Aquella vez el golpe lo había sufrido ella, en el orgullo. Me sentí podrido por dentro. No estaba haciendo nada malo, pero dentro de mi se forjó un sentimiendo oscuro que me produjo unas ligeras nauseas. Llegué a casa de Marta y tras ver el libro me despedí de ella con unos cuantos besos por los viejos tiempos, me invitó a quedarme pero le indiqué que no estaba bien y ella comprensiva me dejó ir. ¿Por qué dejé escapar a una mujer como Marta? En el camino a casa me encontré a Eva, ¿qué podía decirle? Lo que estaba claro es que tenía que decirle algo.
-Lo he vuelto a hacer, perdón.
-No has hecho nada.
-No hace falta que mientas.
-¿Qué te pasa en la cabeza?
-Si lo supiera serías la primera en enterarte. Es este odio que llevo dentro, esta negrura que me consume y hace que las buenas personas que me rodean acaben jodidas. Por eso bebo, no soluciona nada, pero por lo menos me deja lo suficientemente idiotizado como para no crear problemas a mi alrededor.
-¿Te das cuenta de lo que haces?
-En la mayoría de los casos.
-Tienes que parar.
-Si pudiera no estaría tan solo.
-Me tengo que ir, estoy cansada.
-¿Sigue en pie lo de ir a tomar algo juntos?
-Llámame cuando los problemas se vayan.
-Lo haré.
Nunca la llamé. Nos volvimos a encontrar varios fines de semana e intercambiamos palabras, estuvo bien. Pero aquella noche decidí que Eva ya había visto demasiado de mi mierda y me fui a casa sabiendo que no la llamaría, que aquella chica no se merecía vivir un infierno como el mio, que no volvería a las garras del monstruo. En casa me abrí una lata de cerveza y miré con cierto aire de añoranza la ropa interior que se había olvidado en mi casa y que no había devuelto. Eva, yo habría sido tu fruta prohibida. Esa noche dormí bien, por una noche el odio había desaparecido.
Mientras añoraba un pasado que intentaba olvidar me dedicaba a meditar sobre mi error más reciente, aquella conversación que había terminado en bofetón con Eva. Mi comportamiento había sido extraño esa noche, de cara a la galería podría decir que era fruto de la bebida, pero en mi interior me autoflagelaba por haber sido tan estúpido aquella noche con ella. Si ese era mi verdadero yo, estaba claro que era comprensible que pasara las noches desde hacía bastante tiempo en absoluta soledad. Tras los acontecimientos con Eva, mi visión sobre mi mismo había cambiado a peor. No podía pensar en lo merecida había sido la marca rojiza en mi mejilla que lucí tras hablar con ella y que de una manera un tanto precaria intenté disimular. Desde entonces habíamos coincidido en un par de ocasiones pero aquella joven que había pasado una noche en mi cama no era capaz de dirigirme ni una mísera mirada, sus motivos tenía. Pero era muy difícil que dejáramos de coincidir: amigos en común y lugares de reunión similares lo impedían cada fin de semana.
Era sábado y no dudaba de que esta noche Eva volvería a estar presente una vez más y que por octava vez pasaría ante mi intentando que mi presencia fuera tan importante para ella como el desgaste del suelo que pisa. Quedé con unos amigos para cenar fuera de casa, unas cervezas y algo insano que aportara fuerzas para salir aquella noche. Volví a mi casa y en la ducha encontré las fuerzas que la bebida y aquella hamburguesa no me pudieron dar. Era complicado querer salir en aquellos días donde la monotonía había enfermado incluso a un sentimiento tan cambiante como el odio. Pero una ducha lo cambiaba todo. En una ducha era capaz de cantar con alegría a pesar de tener mierda hasta el cuello, en la ducha los aromas de geles y champús me embotaban los sentidos más que cualquier licor, el calor del agua por mi cuerpo relaja los músculos y me hacía sentir indestructible.
Cuando salí de casa, decidí que necesitaba un buen trago y apresuré a mis compañeros de nocturnidad para llegar al local, al de siempre, donde nos conocían y sabían que pediríamos. Empecé con cerveza, un clásico, la marca de ella se mostraba bajo mi pecho en forma de pecaminosa barriga. Eran muchas de las marcas de una vida con muchos pequeños excesos y pocas compensaciones. Mientras mis amigos cacareaban en corro yo bebía ligeramente apartado mientras escuchaba lo que me contaba el camarero sobre el partido de aquella tarde, yo asentía a todos sus comentarios; mis ganas de recordar el nefasto resultado de nuestro equipo eran nulas. Pedí más cerveza y me autodeterminé a que aquella noche no le sería infiel a la bebida espumosa. Me encontré pensando en Eva, quería verla, quería que me mirara con sus grandes y curiosos ojos marrones y se abrió la puerta en ese preciso instante. Por ella entró Marta, una antigua amiga con la que intercambié copas y noches antes de que el infierno llegara, me vió y se acercó sonriente. Y comenzó la típica charla de falsa nostalgia entre ambos. Marta había cambiado para bien y a ella no parecía desagradarle lo que el tiempo me había hecho. Era divertido el juego de la amnesia temporal y transitoria sobre el haber tenido sexo, pero seguí el camino que ella me marcaba y del que parecía disfrutar cada vez más con el paso del tiempo. En medio de ese juego a Marta se le escapó una invitación a enseñarme no sé que asunto en su casa que me iba a gustar, creo que un libro del que la había hablado o algo así, acepté. Había bebido y me sentía impetuoso. Vi entrar a Eva, me disculpé con mi acompañante y me acerqué a la recién llegada.
-Puedo... Mejor dicho, ¿podemos hablar?
-No tengo nada que decirte.
-Pero a mi me gustaría disculparme. Fui un idiota, de alguna forma herí tus sentimientos y espero que a pesar de llegar tarde pueda enmendar mi error.
-La verdad es que no sé que decir.
-Podrías empezar aceptando quedar un día para demostrarte que mis disculpas son sinceras y...
-¿Y?
-Pues... Había pensado que... Bueno, que podríamos conocernos, ¿no?
-De momento acepto las disculpas.
-Es un paso, gracias de veras.
-¡Rober! ¿Te queda mucho?-Desde la barra Marta me llamaba y tanto Eva como yo nos giramos para verla.-Ya pagué, cuando quieras...
-Eva, esto... Es Marta una vieja amiga y...
-Ya veo que estás ocupado, no te molesto más.
Tras esas palabras Eva se incorporó a su grupo de amigas que la estaban esperando. Marta se me enganchó al brazo y noté que el alcohol le había afectado más a ella que a mi. Antes de salir por la puerta pude mirar por última vez aquella noche a Eva, ella también me miraba, fría, con un gesto más recto que cuando me había golpeado. Aquella vez el golpe lo había sufrido ella, en el orgullo. Me sentí podrido por dentro. No estaba haciendo nada malo, pero dentro de mi se forjó un sentimiendo oscuro que me produjo unas ligeras nauseas. Llegué a casa de Marta y tras ver el libro me despedí de ella con unos cuantos besos por los viejos tiempos, me invitó a quedarme pero le indiqué que no estaba bien y ella comprensiva me dejó ir. ¿Por qué dejé escapar a una mujer como Marta? En el camino a casa me encontré a Eva, ¿qué podía decirle? Lo que estaba claro es que tenía que decirle algo.
-Lo he vuelto a hacer, perdón.
-No has hecho nada.
-No hace falta que mientas.
-¿Qué te pasa en la cabeza?
-Si lo supiera serías la primera en enterarte. Es este odio que llevo dentro, esta negrura que me consume y hace que las buenas personas que me rodean acaben jodidas. Por eso bebo, no soluciona nada, pero por lo menos me deja lo suficientemente idiotizado como para no crear problemas a mi alrededor.
-¿Te das cuenta de lo que haces?
-En la mayoría de los casos.
-Tienes que parar.
-Si pudiera no estaría tan solo.
-Me tengo que ir, estoy cansada.
-¿Sigue en pie lo de ir a tomar algo juntos?
-Llámame cuando los problemas se vayan.
-Lo haré.
Nunca la llamé. Nos volvimos a encontrar varios fines de semana e intercambiamos palabras, estuvo bien. Pero aquella noche decidí que Eva ya había visto demasiado de mi mierda y me fui a casa sabiendo que no la llamaría, que aquella chica no se merecía vivir un infierno como el mio, que no volvería a las garras del monstruo. En casa me abrí una lata de cerveza y miré con cierto aire de añoranza la ropa interior que se había olvidado en mi casa y que no había devuelto. Eva, yo habría sido tu fruta prohibida. Esa noche dormí bien, por una noche el odio había desaparecido.
jueves, 29 de marzo de 2012
Nos odio de cualquier forma
¿Qué había pasado aquella noche entre Eva y yo? De aquel encuentro nocturno me quedaba la anotación que borracho había escrito y la mitad de la ropa interior que me había dejado dentro de mi cuaderno de anotaciones. En un acto extraño y que quise considerar de buena fe, le había devuelto el sujetador que había dejado como pago por mis servicios, el culotte me impedí entregarlo. Era la única prueba física y real que me recordara lo que sucediera en mi cuarto aquella noche de la que no me acuerdo de nada y que Eva dice tampoco recordar. Apenas hablé con ella desde entonces, no es que quisiera, pero me habría gustado estar seguro que decía la verdad. Mi relación con Eva no llegaba a ser ni amistosa, no me atraía más allá de aquel cuerpo desnudo devolviéndole la vista a un hombre resacoso; pero tenía el presentimiento de la frialdad con la que nos tratábamos el uno al otro ocultaba algo más que diferencias personales. Que aquella mujer y yo no teníamos una relación precisamente de amigos lo tenía claro, nos habíamos acostado juntos y al día siguiente nuestro lado más racional repudiaba los hechos, ¿por qué habríamos acabado en la cama entonces? ¿Qué empuja a dos personas de distintos mundos a unirlos?
Era sábado y esa noche con toda seguridad me la encontraría por la noche. Sentí ganas de quedarme en casa y recibí un mensaje al teléfono de Bruno para salir, acepté. Cenaríamos en mi casa viendo fútbol, no era un partido que me llamara la atención pero era difícil que alguno lograra cautivarme a no ser que fuera de alguno de los equipos a los que sigo. Me toqué la cara y noté como rascaba, debía afeitarme y me puse a ello antes de que vinieran mis amigos. Mis ganas por salir no eran altas, las de afeitarme menores, pero la primera cerveza tras eliminar el bello de mi cara hizo que mis papilas gustativas le pidieran una oportunidad para salir al resto del cuerpo. Mi cuerpo, mi cuerpo volvía a empezar a perder la forma humana que había recuperado y que la dejadez de la vida monótona estaba matando. Empezaba a no sentirme bien con todo esto, conmigo mismo, con la rutina de emborracharse día si y otro también, de la gente, de echarla de menos. No recuerdo cuanto tiempo había pasado desde que nos dijimos el último adiós, pero ninguna de las mujeres que llegó tras su marcha fue capaz de conseguir que le diera la bienvenida. Todavía pienso en ella, todavía veo posibilidades en el infinito y árido desierto que quedó entre nosotros. Decidí que necesitaba otra cerveza y llegaron las visitas, mientras me habría una litrona les recibí y les dije que se fueran sentando.
Aquellas reuniones no tenían nada de especial, mofarse de futbolistas y sus errores, bromas de los unos a los otros y comida basura mezclada con bebidas no menos insanas. Esa sencillez era la clave del éxito. No había ningún tipo de formalidad y no la necesitábamos en absoluto. Unas pizzas, unas cervezas y algunos refrescos con un partido en abierto era la combinación perfecta. Durante el partido, durante esos momentos de charla distendida, se lograba mi absoluta desconexión del mundo y sus avatares. En esas cenas solían empezar las buenas noches, las que al sábado siguiente recordaríamos en la siguiente cena.
Cuando terminamos de cenar, se retiraron cada uno a su casa para cambiarse y yo entré en mi cuarto a escoger ropa. Era una tarea sencilla, aunque en muchas ocasiones me frustraba por intentar crear algo nuevo con mi ropa vieja. Unos vaqueros y una camiseta valdrían. Me echo colonia y cuando miro la hora vuelvo a llegar tarde. Bajo las escaleras y ya me están esperando con cara de pocos amigos, siempre tarde. Vamos caminando y saco de la cazadora mi cartera para ver cuanto dinero tengo, poco pero suficiente. Había bebido dos cervezas y una litrona antes de salir de casa, lo necesario para encender el pequeño motor en mi cabeza. Llegamos al bar y allí estaban más de nuestros amigos, mientras saludaba a todos, me acerqué a la barra y le pedí un whisky al camarero. Beber día si y otro también, ¿en eso se había convertido mi vida? Hablaba de mi día a día con la gente y pude percibir como entraba Eva con una amiga, un bonito vestido apretado, sin demasiado escote pero que dejaba ver unas bonitas piernas, seguí a lo mio y me pedí la segunda copa. Eva era mona, una belleza que no pretendía alcanzar la exuberancia de prostituta que muchas mujeres de mi generación lucen. Se acercó a mi y con una mirada me indicó que quería hablar en privado, me aparté del grupo de gente y vi como su amiga estaba con un chico. Salimos fuera.
-Ya te he dicho que no tengo tu ropa interior.
-No es eso imbécil.
-¿Has venido a darme otra sesión de insultos?
-No me has dado opción a otra cosa por el momento, ¿me dejas hablar?-Con un gesto indiqué que permanecería callado.-Gracias. Vine porque en realidad me acuerdo más o menos de lo de aquella noche, ¿tú no?
-Ojalá pudiera, ¿estuve bien?
-¿Qué más da eso? ¿No te das cuenta de lo insultante que es que no te acuerdes de nada?
-Yo... En realidad no sé que decir... Lo siento. Yo en tu lugar no querría acordarme.
-No sabes lo estúpida que me siento ahora.-En su expresión había un gesto triste, de indignación.-No sabes.
-Perdona, en realidad no es tu culpa, no eres tú. Es esta mierda que tengo dentro, esta vida de joderme lentamente y hacer lo mismo con quien me de algo. Tarde o temprano le pasa a todos, apenas te conozco y ya te lo hice, lo siento. Esta historia no es nueva para mi.
-Mira, no sé ni porque quise hablar de esto.
-Di lo que tengas que decir, no importa.
-Mejor me voy.
-Espera...-La tomé del brazo y la giré. Sin tiempo para que reaccionara puse uno de mis brazos alrededor de su cintura y la besé, con calma, tomándome mi tiempo, sin sentido pero bien.
-¿Qué cojones haces?-Me aparta de un empujón y me golpea con su mano la mejilla izquierda que me arde. ¿Qué demonios estaba haciendo?-¿Qué te has pensado que soy? ¿Pensabas en emborracharte y acostarte conmigo sin acordarte? ¡Una mierda para ti!
-¿A qué viene esto? En serio, ¿qué pasa por tu cabeza? ¿Para qué me sacas aquí fuera?
-¿Quién te crees que eres? ¡Eres un mierda!
Se va. En aquel momento pensé que Eva era como todas, otra más que no se merece mi semen. Borré eso de mi mente antes de parecer un despechado, disimulé la marca de la mejilla pellizcándome la otra para que parecieran ambas rojizas y entré en el bar. Pedí otra copa, la última de la noche. Me volví pronto caminando solo a casa, aquella noche no entendí nada. No entendí mi comportamiento, ni el suyo y no entendí como el azar había llegado a llevarme tras esa situación. Me senté en mi escritorio, vi su ropa interior colgada, la guardé en un cajón y arranqué la página donde me había escrito la noche que Eva había estado en mi cuarto para tirarla a la basura. No había nada con esa mujer, era yo. El problema estaba en mi, aquella nota tenía sentido, mi odio tenía un destinatario que era yo. Me fui a la cama, otra vez volví a acordarme de como se marchó hace meses de mi vida, esta vez de forma diferente, aquel odio venía de ese día, de ese momento. Pensé: "nos odio, no a ti Eva, no a tus golpes y tus desprecios; a las dos personas que parecemos cuando nos juntamos y me traen un pasado donde no debí nunca estar".
Era sábado y esa noche con toda seguridad me la encontraría por la noche. Sentí ganas de quedarme en casa y recibí un mensaje al teléfono de Bruno para salir, acepté. Cenaríamos en mi casa viendo fútbol, no era un partido que me llamara la atención pero era difícil que alguno lograra cautivarme a no ser que fuera de alguno de los equipos a los que sigo. Me toqué la cara y noté como rascaba, debía afeitarme y me puse a ello antes de que vinieran mis amigos. Mis ganas por salir no eran altas, las de afeitarme menores, pero la primera cerveza tras eliminar el bello de mi cara hizo que mis papilas gustativas le pidieran una oportunidad para salir al resto del cuerpo. Mi cuerpo, mi cuerpo volvía a empezar a perder la forma humana que había recuperado y que la dejadez de la vida monótona estaba matando. Empezaba a no sentirme bien con todo esto, conmigo mismo, con la rutina de emborracharse día si y otro también, de la gente, de echarla de menos. No recuerdo cuanto tiempo había pasado desde que nos dijimos el último adiós, pero ninguna de las mujeres que llegó tras su marcha fue capaz de conseguir que le diera la bienvenida. Todavía pienso en ella, todavía veo posibilidades en el infinito y árido desierto que quedó entre nosotros. Decidí que necesitaba otra cerveza y llegaron las visitas, mientras me habría una litrona les recibí y les dije que se fueran sentando.
Aquellas reuniones no tenían nada de especial, mofarse de futbolistas y sus errores, bromas de los unos a los otros y comida basura mezclada con bebidas no menos insanas. Esa sencillez era la clave del éxito. No había ningún tipo de formalidad y no la necesitábamos en absoluto. Unas pizzas, unas cervezas y algunos refrescos con un partido en abierto era la combinación perfecta. Durante el partido, durante esos momentos de charla distendida, se lograba mi absoluta desconexión del mundo y sus avatares. En esas cenas solían empezar las buenas noches, las que al sábado siguiente recordaríamos en la siguiente cena.
Cuando terminamos de cenar, se retiraron cada uno a su casa para cambiarse y yo entré en mi cuarto a escoger ropa. Era una tarea sencilla, aunque en muchas ocasiones me frustraba por intentar crear algo nuevo con mi ropa vieja. Unos vaqueros y una camiseta valdrían. Me echo colonia y cuando miro la hora vuelvo a llegar tarde. Bajo las escaleras y ya me están esperando con cara de pocos amigos, siempre tarde. Vamos caminando y saco de la cazadora mi cartera para ver cuanto dinero tengo, poco pero suficiente. Había bebido dos cervezas y una litrona antes de salir de casa, lo necesario para encender el pequeño motor en mi cabeza. Llegamos al bar y allí estaban más de nuestros amigos, mientras saludaba a todos, me acerqué a la barra y le pedí un whisky al camarero. Beber día si y otro también, ¿en eso se había convertido mi vida? Hablaba de mi día a día con la gente y pude percibir como entraba Eva con una amiga, un bonito vestido apretado, sin demasiado escote pero que dejaba ver unas bonitas piernas, seguí a lo mio y me pedí la segunda copa. Eva era mona, una belleza que no pretendía alcanzar la exuberancia de prostituta que muchas mujeres de mi generación lucen. Se acercó a mi y con una mirada me indicó que quería hablar en privado, me aparté del grupo de gente y vi como su amiga estaba con un chico. Salimos fuera.
-Ya te he dicho que no tengo tu ropa interior.
-No es eso imbécil.
-¿Has venido a darme otra sesión de insultos?
-No me has dado opción a otra cosa por el momento, ¿me dejas hablar?-Con un gesto indiqué que permanecería callado.-Gracias. Vine porque en realidad me acuerdo más o menos de lo de aquella noche, ¿tú no?
-Ojalá pudiera, ¿estuve bien?
-¿Qué más da eso? ¿No te das cuenta de lo insultante que es que no te acuerdes de nada?
-Yo... En realidad no sé que decir... Lo siento. Yo en tu lugar no querría acordarme.
-No sabes lo estúpida que me siento ahora.-En su expresión había un gesto triste, de indignación.-No sabes.
-Perdona, en realidad no es tu culpa, no eres tú. Es esta mierda que tengo dentro, esta vida de joderme lentamente y hacer lo mismo con quien me de algo. Tarde o temprano le pasa a todos, apenas te conozco y ya te lo hice, lo siento. Esta historia no es nueva para mi.
-Mira, no sé ni porque quise hablar de esto.
-Di lo que tengas que decir, no importa.
-Mejor me voy.
-Espera...-La tomé del brazo y la giré. Sin tiempo para que reaccionara puse uno de mis brazos alrededor de su cintura y la besé, con calma, tomándome mi tiempo, sin sentido pero bien.
-¿Qué cojones haces?-Me aparta de un empujón y me golpea con su mano la mejilla izquierda que me arde. ¿Qué demonios estaba haciendo?-¿Qué te has pensado que soy? ¿Pensabas en emborracharte y acostarte conmigo sin acordarte? ¡Una mierda para ti!
-¿A qué viene esto? En serio, ¿qué pasa por tu cabeza? ¿Para qué me sacas aquí fuera?
-¿Quién te crees que eres? ¡Eres un mierda!
Se va. En aquel momento pensé que Eva era como todas, otra más que no se merece mi semen. Borré eso de mi mente antes de parecer un despechado, disimulé la marca de la mejilla pellizcándome la otra para que parecieran ambas rojizas y entré en el bar. Pedí otra copa, la última de la noche. Me volví pronto caminando solo a casa, aquella noche no entendí nada. No entendí mi comportamiento, ni el suyo y no entendí como el azar había llegado a llevarme tras esa situación. Me senté en mi escritorio, vi su ropa interior colgada, la guardé en un cajón y arranqué la página donde me había escrito la noche que Eva había estado en mi cuarto para tirarla a la basura. No había nada con esa mujer, era yo. El problema estaba en mi, aquella nota tenía sentido, mi odio tenía un destinatario que era yo. Me fui a la cama, otra vez volví a acordarme de como se marchó hace meses de mi vida, esta vez de forma diferente, aquel odio venía de ese día, de ese momento. Pensé: "nos odio, no a ti Eva, no a tus golpes y tus desprecios; a las dos personas que parecemos cuando nos juntamos y me traen un pasado donde no debí nunca estar".
domingo, 18 de marzo de 2012
Nos odio
¿Qué hora es? ¿Ya es de día? Maldito dolor de cabeza, ¿estoy en casa? Parece que si. Me muevo intentando reconocer mi cuarto, ¿y esto? ¿Qué hice yo ayer para estar acompañado? Paseo lentamente mi mano por la cama y compruebo que es una mujer y el perfume me lo confirma. Vaya Roberto, eres un buen cabrón. La has vuelto a liar otra noche y otra noche no sabes por qué estás donde estás y con quién estás. Está demasiado oscuro para intentar reconocerla y quizás a plena luz del día tampoco podría hacerlo, no sería la primera vez que aparezco en un lugar desconocido con amoríos cuyo nombre desconozco. Estaba en un buen lío y con un dolor de cabeza importante. Otra noche de excesos que me tocaba enmendar al día siguiente. Me incorporo con delicadeza probando hasta que punto la resaca afectaba a mis reflejos y salí de mi cuarto con cautela de no despertar a mi invitada. Al entrar en el baño y encender la luz me di cuenta de que estaba desnudo. Tuve fiesta por la noche, por lo menos eso lo podía confirmar. En mi mala cara se podía ver como esbocé una sonrisa. Me senté en el baño y me puse a mear mientras intentaba descubrir quien era la chica. Recordaba haber salido con Marcos a tomar unas cañas tranquilamente, recuerdo haber entrado al bar de siempre y decidir comprarnos una botella de ron. A partir de ahí se empiezan a complicar los recuerdos, Marcos hablándome de su novia y yo como si fuese un entendido en mujeres aconsejándolo. Tras eso la oscuridad. Fui a la cocina y me puse a beber de la botella de agua, estaba deshidratado logicamente. Eran las cuatro de la tarde, sea quien fuera la persona que estaba en mi cuarto tendría que irse dentro de dos horas como mucho, antes de que llegue mi madre a casa. Comí un minicroisant que había en la cocina y volví a dar otro trago a la botella de agua.
De camino a mi cuarto pensé en mil formas de despertar a la desconocida sin molestarla demasiado, aunque no creo que haya forma cómoda de echar a alguien de quien no te acuerdas su nombre de tu casa. Abrí la puerta de mi cuarto y miré en el suelo mis gallumbos, me los puse y con la luz del resto de la casa pude empezar a percibir rasgos de la joven que permanecía en mi cama. Lo primero que pude ver es en el suelo parte de su ropa: un vestido negro que parecía ser bastante ceñido, unas medias oscuras y unas bailarinas negras, no vi por ninguna parte su ropa interior, quizás no usaba, punto a su favor pensé. Alcé un poco más la vista y pude ver su cuerpo desnudo en mi cama, las sábanas tapaban algunas partes y se encontraba de espaldas pero con la poca luz que llegaba desde el pasillo pude ver su larga melena oscura que descendía por su espalda y que moría en el intento de alcanzar una delgada cintura. Su piel era clara, no más que mi blanco de teta de monja pero lo suficiente como para saber que tampoco le pegaba demasiado el sol a esa bonita figura. Las sábanas dejaban entrever unas piernas interesantes y la curiosidad por un instante casi me hace perder los papeles y lanzarme sobre ese regalo que me habían dejado los Dioses en mi cama. Era el momento de hacer algo. Me metí entre las sábanas y me acerqué lentamente a ella... ¿EVA? ¡Mierda! No podía ser Eva, ¿de todas las mujeres del mundo por qué tuve que meter a Eva en mi cama? Ahora estaba jodido por segunda vez en muy poco tiempo, no sólo tenía que sacar a Eva de mi cama, además tenía que despertar a Eva y descubrir qué había pasado. Antes de hacer nada eché una última mirada al cuerpo de Eva y me maravillé en la pequeña joyita que tenía delante y que pocas veces se mostraba bajo los focos para brillar pero no dejaba de ser Eva. Le toqué suavemente el hombro mientras la llamaba con voz temerosa por su nombre, se despertó y parecía tener resaca también, le ofrecí agua y mientras me miraba un poco alucinada dió un trago.
-Buenos días Evita.
-No fue un sueño, tú y yo.
-Supongo...
-Madre mia, madre mia...
-Me pasó lo mismo al despertarme si te sirve de consuelo.
-Pero, ¿cómo?
-Yo lo último de lo que me acuerdo es de empezar a beber ron con un amigo.
-¿Dónde está mi ropa?-Le señalé el suelo y tapada con mi sábana la recogió toda.-¿Qué hiciste con mi ropa interior?
-¿Usas ropa interior? Por un momento me ilusioné que le dabas libertad a toda tu sexualidad. Estará por alguna parte del cuarto o de la casa, ¿quieres que te traiga algo mientras la buscas?
-No me traigas nada, ¿qué vamos a hacer?
-Por mi parte podríamos hacer lo que creo que ninguno de los dos recordamos y luego olvidar todo, ¿qué te parece?
-Eres un guarro.
-Aquí ambos somos unos cochinillos Evita.-Ella seguía buscando su ropa por el suelo de mi cuarto y decidí encenderle la luz para hacerle la búsqueda más llevadera.-Para mi esto tampoco es agradable, no te creas. Intento llevarlo con buen humor pero somos dos causas perdidas que se juntaron en un movimiento bastante extraño del alcohol y el azar. Estoy de mierda hasta encima y sólo quiero que por lo menos no nos gritemos y hagamos más daño a nuestras cabezas resacosas.
-No encuentro el resto de mi ropa pero creo que me voy a ir.
-¿Así? ¿Sin hacerte una foto de recuerdo ni nada?
-No me hace gracia.
-A mi tampoco, ¿qué clase de borrachera pudimos tener ayer?
-¿Me estás llamando fea?
-Ni mucho menos, todo lo contrario tal vez. Me enamoré de tu desnudo hasta el momento que tuve que volver a la realidad y despertarte pero no puedo comprender como ambos pudimos acabar aquí. La belleza no tiene nada que ver en esto.
-Eres un adulador de mierda.
-Si quisiera adularte no habría hecho falta la bebida para esto y no querrías irte, en cambio esto de ahora está mal.
-Ahora estoy segura de que me voy a ir.
-¿No quieres nada?
-Date la vuelta que me voy a vestir.
-¿Sin ropa interior?
-¡No mires!-Me giré sin ninguna intención de mirar como se cambiaba, durante la conversación su gloriosa imagen había perdido fuerza en mi interior y no quería que se estropeara del todo, permanecí de espaldas.-Ya estoy.
-Te acompaño hasta la puerta, te acompañaría hasta casa a pesar de la tesitura pero ya ves como estoy.
-No hace falta, es un detalle pero ahora mismo verte es lo que menos necesito.
-Lo tomaré como un cumplido.-La acompañé hasta la puerta de mi casa.-Me gustaría decir que ha sido un placer, pero ni me acuerdo y no creo que en tu versión lo sea, te prometo discreción.
-Eso espero, adios Rober.
-Que tengas un buen viaje Eva.
Cerré la puerta y entré en la cocina a por otra botella de agua. Di un largo trago. Evita, Evita. Mujer peligrosa. Detrás de esa timidez casi semejante al odio hay un poco de fuego esperando a salir a flote con la bebida. Esto había sido solamente una noche, lo tenía claro. Yo estaba en mi mundo de autodestrucción y Eva, Eva ahora mismo se odiaría a si misma por acabar conmigo en la cama y me odiaría a mi sabe Dios por qué. Eran las cinco de la tarde de un domingo cualquiera, un domingo que habría sido cualquiera si Eva no se hubiese despertado con su magnífico desnudo de marfil en mi cama, con su cuerpo perfectamente colocado entre mis sábanas dispuesta a ser adorada como un ídolo de una cultura ya extinta. Entré en mi cuarto, me senté en mi silla y encendí el ordenador, miré mi cuaderno de notas y algo raro había. Lo abrí y me encontre la ropa interior de Eva, debajo de la misma y con mi letra de borracho ponía: Para el Rober del futuro, no me odies.
De camino a mi cuarto pensé en mil formas de despertar a la desconocida sin molestarla demasiado, aunque no creo que haya forma cómoda de echar a alguien de quien no te acuerdas su nombre de tu casa. Abrí la puerta de mi cuarto y miré en el suelo mis gallumbos, me los puse y con la luz del resto de la casa pude empezar a percibir rasgos de la joven que permanecía en mi cama. Lo primero que pude ver es en el suelo parte de su ropa: un vestido negro que parecía ser bastante ceñido, unas medias oscuras y unas bailarinas negras, no vi por ninguna parte su ropa interior, quizás no usaba, punto a su favor pensé. Alcé un poco más la vista y pude ver su cuerpo desnudo en mi cama, las sábanas tapaban algunas partes y se encontraba de espaldas pero con la poca luz que llegaba desde el pasillo pude ver su larga melena oscura que descendía por su espalda y que moría en el intento de alcanzar una delgada cintura. Su piel era clara, no más que mi blanco de teta de monja pero lo suficiente como para saber que tampoco le pegaba demasiado el sol a esa bonita figura. Las sábanas dejaban entrever unas piernas interesantes y la curiosidad por un instante casi me hace perder los papeles y lanzarme sobre ese regalo que me habían dejado los Dioses en mi cama. Era el momento de hacer algo. Me metí entre las sábanas y me acerqué lentamente a ella... ¿EVA? ¡Mierda! No podía ser Eva, ¿de todas las mujeres del mundo por qué tuve que meter a Eva en mi cama? Ahora estaba jodido por segunda vez en muy poco tiempo, no sólo tenía que sacar a Eva de mi cama, además tenía que despertar a Eva y descubrir qué había pasado. Antes de hacer nada eché una última mirada al cuerpo de Eva y me maravillé en la pequeña joyita que tenía delante y que pocas veces se mostraba bajo los focos para brillar pero no dejaba de ser Eva. Le toqué suavemente el hombro mientras la llamaba con voz temerosa por su nombre, se despertó y parecía tener resaca también, le ofrecí agua y mientras me miraba un poco alucinada dió un trago.
-Buenos días Evita.
-No fue un sueño, tú y yo.
-Supongo...
-Madre mia, madre mia...
-Me pasó lo mismo al despertarme si te sirve de consuelo.
-Pero, ¿cómo?
-Yo lo último de lo que me acuerdo es de empezar a beber ron con un amigo.
-¿Dónde está mi ropa?-Le señalé el suelo y tapada con mi sábana la recogió toda.-¿Qué hiciste con mi ropa interior?
-¿Usas ropa interior? Por un momento me ilusioné que le dabas libertad a toda tu sexualidad. Estará por alguna parte del cuarto o de la casa, ¿quieres que te traiga algo mientras la buscas?
-No me traigas nada, ¿qué vamos a hacer?
-Por mi parte podríamos hacer lo que creo que ninguno de los dos recordamos y luego olvidar todo, ¿qué te parece?
-Eres un guarro.
-Aquí ambos somos unos cochinillos Evita.-Ella seguía buscando su ropa por el suelo de mi cuarto y decidí encenderle la luz para hacerle la búsqueda más llevadera.-Para mi esto tampoco es agradable, no te creas. Intento llevarlo con buen humor pero somos dos causas perdidas que se juntaron en un movimiento bastante extraño del alcohol y el azar. Estoy de mierda hasta encima y sólo quiero que por lo menos no nos gritemos y hagamos más daño a nuestras cabezas resacosas.
-No encuentro el resto de mi ropa pero creo que me voy a ir.
-¿Así? ¿Sin hacerte una foto de recuerdo ni nada?
-No me hace gracia.
-A mi tampoco, ¿qué clase de borrachera pudimos tener ayer?
-¿Me estás llamando fea?
-Ni mucho menos, todo lo contrario tal vez. Me enamoré de tu desnudo hasta el momento que tuve que volver a la realidad y despertarte pero no puedo comprender como ambos pudimos acabar aquí. La belleza no tiene nada que ver en esto.
-Eres un adulador de mierda.
-Si quisiera adularte no habría hecho falta la bebida para esto y no querrías irte, en cambio esto de ahora está mal.
-Ahora estoy segura de que me voy a ir.
-¿No quieres nada?
-Date la vuelta que me voy a vestir.
-¿Sin ropa interior?
-¡No mires!-Me giré sin ninguna intención de mirar como se cambiaba, durante la conversación su gloriosa imagen había perdido fuerza en mi interior y no quería que se estropeara del todo, permanecí de espaldas.-Ya estoy.
-Te acompaño hasta la puerta, te acompañaría hasta casa a pesar de la tesitura pero ya ves como estoy.
-No hace falta, es un detalle pero ahora mismo verte es lo que menos necesito.
-Lo tomaré como un cumplido.-La acompañé hasta la puerta de mi casa.-Me gustaría decir que ha sido un placer, pero ni me acuerdo y no creo que en tu versión lo sea, te prometo discreción.
-Eso espero, adios Rober.
-Que tengas un buen viaje Eva.
Cerré la puerta y entré en la cocina a por otra botella de agua. Di un largo trago. Evita, Evita. Mujer peligrosa. Detrás de esa timidez casi semejante al odio hay un poco de fuego esperando a salir a flote con la bebida. Esto había sido solamente una noche, lo tenía claro. Yo estaba en mi mundo de autodestrucción y Eva, Eva ahora mismo se odiaría a si misma por acabar conmigo en la cama y me odiaría a mi sabe Dios por qué. Eran las cinco de la tarde de un domingo cualquiera, un domingo que habría sido cualquiera si Eva no se hubiese despertado con su magnífico desnudo de marfil en mi cama, con su cuerpo perfectamente colocado entre mis sábanas dispuesta a ser adorada como un ídolo de una cultura ya extinta. Entré en mi cuarto, me senté en mi silla y encendí el ordenador, miré mi cuaderno de notas y algo raro había. Lo abrí y me encontre la ropa interior de Eva, debajo de la misma y con mi letra de borracho ponía: Para el Rober del futuro, no me odies.
domingo, 11 de marzo de 2012
Carta de amor a la mujer del viernes diez de febrero
Querida chica del viernes diez de febrero,
La nostalgia y la culpa me obligan a escribirte. Desde la mayor de las sinceridades, no recuerdo tu nombre, creo que empezaba por "A", pero no quiero meter más la pata bautizándote de nuevo. Empiezo con mal pie pero tengo que reconocer que gran parte de la culpa la tiene el alcohol, soy un hombre de la bebida. Normalmente soy una persona con la que se puede hablar y con una gran capacidad de memoria pero el alcohol me transforma en algo que no entiendo como pudiste sorportar. La bebida me vuelve inseguro e olvidadizo, me hace pensar que el mundo es una gran masa de odio y depresión y que me tengo que alejar del mismo y de quien lo conforma para no caer en esa enferma confusión que creo que tiene corrompida a todas las personas. Me gustaría recordar tu nombre, no lo dudes; pero la verdad es que esta continua huída ha conseguido que no sea capaz de recordar nombres y que ni haya sido capaz de conseguir algún medio por el que volver a encontrarme contigo. Has estado con un ser vivo patetico en aquella fría noche de febrero.
No encuentro algún motivo coherente para que volvieras querer encontrarte con el hombre que ni siquiera es capaz de decir tu nombre, pero yo tengo montones para volver a por ti. Prometo que esta vez no habrá ni cerveza ni whisky de por medio. Tengo ganas de volver a ver tus ojos azules, de ellos si que me acuerdo, eran magníficos, profundos como la visión del mar desde la orilla, grandes y expresivos; recuerdo que la mitad de nuestra conversación de aquella noche provenía de tu mirada. Tu perfume era embriagador, olías a primavera o a lo que yo pienso que debería oler esta estación. De tu físico tengo pequeñas fotografías mentales, un cabello liso y que en algún momento recuerdo haber dicho que quería acariciar; tus manos pequeñas y delicadas, suaves y con las uñas sin pintar; tus mejillas sonrojadas, pensé que era de la bebida pero me dijiste que era por mi, lo tomé como un cumplido como el único en mucho tiempo y por último tus piernas, vestías pantalones vaqueros ceñidos y daba la impresión de que la prenda engañaba sobre la forma y el grado de estilización de tus piernas, pero en mi menté las dibujé hermosas, predispuestas a ser acariciadas y besadas como forma de rendirle pleitesía a tu belleza. Me hablaste de que había un hombre en tu vida, pero tu forma de hablar y tu mirada me mostraron que está en el umbral de la puerta de salida. Recuerdo una canción con la que te pusiste a bailar, no el nombre ni la letra pero si el ritmo de tus caderas y la calidez de tus manos cuando tomaron las mias. Recuerdo pocas de tus palabras pero si cada uno de los mensajes que interpreté en ellas.
La idea de volver a verte me atrae, la idea de volver a ser un naúfrago por voluntad propia en aquella conversación. Me gustaría saber de ti proximamente, me despido deseando que este escrito te llegue dentro de la botella de la discordia que hizo que tu nombre desapareciera de mis archivos mentales cuando la lance al mar.
Sin encontrar palabras que te puedan describir mejor que tu nombre perdido. Hasta siempre.
La nostalgia y la culpa me obligan a escribirte. Desde la mayor de las sinceridades, no recuerdo tu nombre, creo que empezaba por "A", pero no quiero meter más la pata bautizándote de nuevo. Empiezo con mal pie pero tengo que reconocer que gran parte de la culpa la tiene el alcohol, soy un hombre de la bebida. Normalmente soy una persona con la que se puede hablar y con una gran capacidad de memoria pero el alcohol me transforma en algo que no entiendo como pudiste sorportar. La bebida me vuelve inseguro e olvidadizo, me hace pensar que el mundo es una gran masa de odio y depresión y que me tengo que alejar del mismo y de quien lo conforma para no caer en esa enferma confusión que creo que tiene corrompida a todas las personas. Me gustaría recordar tu nombre, no lo dudes; pero la verdad es que esta continua huída ha conseguido que no sea capaz de recordar nombres y que ni haya sido capaz de conseguir algún medio por el que volver a encontrarme contigo. Has estado con un ser vivo patetico en aquella fría noche de febrero.
No encuentro algún motivo coherente para que volvieras querer encontrarte con el hombre que ni siquiera es capaz de decir tu nombre, pero yo tengo montones para volver a por ti. Prometo que esta vez no habrá ni cerveza ni whisky de por medio. Tengo ganas de volver a ver tus ojos azules, de ellos si que me acuerdo, eran magníficos, profundos como la visión del mar desde la orilla, grandes y expresivos; recuerdo que la mitad de nuestra conversación de aquella noche provenía de tu mirada. Tu perfume era embriagador, olías a primavera o a lo que yo pienso que debería oler esta estación. De tu físico tengo pequeñas fotografías mentales, un cabello liso y que en algún momento recuerdo haber dicho que quería acariciar; tus manos pequeñas y delicadas, suaves y con las uñas sin pintar; tus mejillas sonrojadas, pensé que era de la bebida pero me dijiste que era por mi, lo tomé como un cumplido como el único en mucho tiempo y por último tus piernas, vestías pantalones vaqueros ceñidos y daba la impresión de que la prenda engañaba sobre la forma y el grado de estilización de tus piernas, pero en mi menté las dibujé hermosas, predispuestas a ser acariciadas y besadas como forma de rendirle pleitesía a tu belleza. Me hablaste de que había un hombre en tu vida, pero tu forma de hablar y tu mirada me mostraron que está en el umbral de la puerta de salida. Recuerdo una canción con la que te pusiste a bailar, no el nombre ni la letra pero si el ritmo de tus caderas y la calidez de tus manos cuando tomaron las mias. Recuerdo pocas de tus palabras pero si cada uno de los mensajes que interpreté en ellas.
La idea de volver a verte me atrae, la idea de volver a ser un naúfrago por voluntad propia en aquella conversación. Me gustaría saber de ti proximamente, me despido deseando que este escrito te llegue dentro de la botella de la discordia que hizo que tu nombre desapareciera de mis archivos mentales cuando la lance al mar.
Sin encontrar palabras que te puedan describir mejor que tu nombre perdido. Hasta siempre.
domingo, 4 de marzo de 2012
Febrero se nos hizo largo
Pasar página es una situación que cualquiera tiene que llegar a vivir y que siempre se replantea muy dura o a los ojos del derrotista, imposible. Esta expresión se utiliza en numerosas ocasiones para diversos tipos de sucesos; ya sean amorosos, laborales o de relaciones sociales el término "pasar página" acabará apareciendo. ¿Qué es realmente pasar página? Como para todo, cada uno tendrá su opinión:
Pasar página es ante todo vivir más y pensar menos, es aprender, es abandonar sin olvidar que tarde o temprano te puedes volver a topar en el mismo punto y debes saber como hacerlo mejor, es luchar y es algo natural. La vida te pondrá obstáculos, te hará llevar lastres y llegará el día en el que tendrás que romper con el pasado o liberarte de lo que te oprime. Llora, grita y lamétate todo lo que sea necesario; nadie debería judgarnos por ello. Nunca vivas del pasado y tampoco intentes alimentar tu alma con el futuro, avanza con el paso firme y seguro que te han dado las páginas escritas en el libro de tu vida pero con la cautela de la lógica. No destinifiques las casualidades y no menosprecies el poder de la casualidad. Pasa página.
Esto lo escribo para un lector imaginario, para mi mismo o para quien haya ya pasado página. Lo escribo para un febrero que nunca existió y para un libro que nunca escribimos.
Pasar página es ante todo vivir más y pensar menos, es aprender, es abandonar sin olvidar que tarde o temprano te puedes volver a topar en el mismo punto y debes saber como hacerlo mejor, es luchar y es algo natural. La vida te pondrá obstáculos, te hará llevar lastres y llegará el día en el que tendrás que romper con el pasado o liberarte de lo que te oprime. Llora, grita y lamétate todo lo que sea necesario; nadie debería judgarnos por ello. Nunca vivas del pasado y tampoco intentes alimentar tu alma con el futuro, avanza con el paso firme y seguro que te han dado las páginas escritas en el libro de tu vida pero con la cautela de la lógica. No destinifiques las casualidades y no menosprecies el poder de la casualidad. Pasa página.
Esto lo escribo para un lector imaginario, para mi mismo o para quien haya ya pasado página. Lo escribo para un febrero que nunca existió y para un libro que nunca escribimos.
martes, 28 de febrero de 2012
Mi castillo, mi cárcel
En ocasiones, pienso en ella. Suele ser en domingos o festivos, pero no necesariamente en estos días ocurre; esta situación aparece en esos días en los que la gente está ocupada o inhabilitada y la soledad de cuatro paredes semejan mejor que una resacosa o simplemente una mala compañía. Pienso en ella, no con nostalgia, tampoco con odio. Me tumbo en mi cama, en silencio, mirando al techo y pienso en ella. ¿Qué tal estará? ¿Qué estará haciendo ella? ¿Estará en una cama? ¿Pensará en mi?
Pienso en que nunca volverá a mi cama, pienso sobre el sabor de su piel, el antojo de nacimiento en su muslo izquierdo, pienso en la forma que tenía de mirarme, en la primera erección que me produjo, pienso en sus labios, pienso en la manera que se fue de mi vida, en la curva de su cadera con su cintura, pienso en la primera vez que pensé que algo de eso podría ser real, en cuando me di cuenta de lo equivocado que estaba, pienso en su ropa interior en el suelo, en cuando con mis manos se la quitaba lentamente como quien saborea un buen whisky, pienso en como compartimos sonrisas, en como compartimos lágrimas, pienso en el cosquilleo de su vello púbico sobre la palma de mi mano, pienso en el último lugar en el que la vi, pienso en cada una de las palabras que dijo acompañando mi nombre, pienso que estos pensamientos no merecen la pena y sigo pensando en ella. Pienso en el mundo secreto que me abrió poco a poco, en nuestro silencio, pienso en como mordía su nalga, pienso en su cuerpo desnudo, húmedo y salvaje al salir de la ducha; en como me llamaba cariñosamente, pienso en nuestro primer desayuno juntos, en nuestra última cena, pienso en el primer regalo que le hice, pienso en su perfume, pienso en como apretaba mi cabeza entre sus piernas, pienso en la primera foto que nos hicimos juntos, pienso en sus celos, en mi indiferencia, pienso que nunca tuvimos una canción, pienso en ella.
A veces pienso en ella. Normalmente todo acaba como empieza, me levanto de la cama y me masturbo, ese es el final feliz de esta historia. No creo que hubiera otro destino para nosotros, no hay opción de que ninguno vuelva a la vida del otro y mucho menos que nos volvamos a amar, ¿eso importa para que piense en ella?
Pienso en que nunca volverá a mi cama, pienso sobre el sabor de su piel, el antojo de nacimiento en su muslo izquierdo, pienso en la forma que tenía de mirarme, en la primera erección que me produjo, pienso en sus labios, pienso en la manera que se fue de mi vida, en la curva de su cadera con su cintura, pienso en la primera vez que pensé que algo de eso podría ser real, en cuando me di cuenta de lo equivocado que estaba, pienso en su ropa interior en el suelo, en cuando con mis manos se la quitaba lentamente como quien saborea un buen whisky, pienso en como compartimos sonrisas, en como compartimos lágrimas, pienso en el cosquilleo de su vello púbico sobre la palma de mi mano, pienso en el último lugar en el que la vi, pienso en cada una de las palabras que dijo acompañando mi nombre, pienso que estos pensamientos no merecen la pena y sigo pensando en ella. Pienso en el mundo secreto que me abrió poco a poco, en nuestro silencio, pienso en como mordía su nalga, pienso en su cuerpo desnudo, húmedo y salvaje al salir de la ducha; en como me llamaba cariñosamente, pienso en nuestro primer desayuno juntos, en nuestra última cena, pienso en el primer regalo que le hice, pienso en su perfume, pienso en como apretaba mi cabeza entre sus piernas, pienso en la primera foto que nos hicimos juntos, pienso en sus celos, en mi indiferencia, pienso que nunca tuvimos una canción, pienso en ella.
A veces pienso en ella. Normalmente todo acaba como empieza, me levanto de la cama y me masturbo, ese es el final feliz de esta historia. No creo que hubiera otro destino para nosotros, no hay opción de que ninguno vuelva a la vida del otro y mucho menos que nos volvamos a amar, ¿eso importa para que piense en ella?
jueves, 9 de febrero de 2012
Algo más que un año (3)
Una sola persona no puede cambiar nada, solamente somos una gota en un infinito océano que es la humanidad. Esa mentalidad es la que me había tenido sumido en una espiral de fracasos durante toda mi vida. Estaba cansado, me desquiciaba ver pasar la vida delante de mis narices y esconder mis manos por miedo. Gran parte de mis problemas actuales se debían a esa actitud a ese pensamiento derrotista. Este comportamiento y mi precaria salud me habían llevado a donde estaba con Ángela, lo había hecho mal. Rendirse ya no era una opción, tenía claro que es lo que había aprendido durante este año y especialmente lo que tenía que hacer. No estaba seguro de que fuera lo correcto, los hechos, las palabras estaban ahí, pero mi cabeza y algo que va más allá de esta me pedía que hiciera lo que debía hacer. Era consciente de que no debía equivocarme, que cuando llegara el momento podría acobardarme, que mis palabras no podrían llegar a ser entendidas por mis nervios... Tenía que preveer todos los posibles errores, la solución estaba clara. Iba a escribir, Ángela ya había recibido muchos escritos mios durante todo este tiempo, pero este tenía que ser el escrito que lo cambiase todo, el escrito que marcara un antes y un después, tomé un buen fajo de folios y me puse delante de mi máquina de escribir.
Cuando terminé, estaba exhausto. Tomé lo escrito y bien doblado lo metí en un sobre, estaba contento con los resultados. Tardé varios días en escribir pero no creo que pudiera expresar mejor todo lo que quise plasmar. Miré el escrito, lo leí dos o tres veces y finalmente me decidí. Salí de casa victorioso como si hubiera algo que celebrar, volvería con un peso menos encima y con la incertidumbre del qué pasará. Cuando llegué al portal de Ángela tuve la suerte de que la puerta de la entrada estaba abierta, entré y busqué su buzón, introduje la carta y salí sigilosamente como si acabara de cometer un delito. En aquel buzón dejé todo lo que se podía dejar, ahí dentro se encontraba parte de mi, de mi mente, de mis conocimientos y sentimientos. En cuanto sus ojos se posaran sobre aquel escrito todo cambiaría. El final habría comenzado en cuanto comenzara lenyendo...
El único por qué a esta carta es la honestidad. Una honestidad que si hubieramos tenido no estaríamos como estamos. Si fuéramos capaces de haber dicho todo lo que tuvimos que habernos dicho las cosas habrían sido diferentes. Somos dos críos que se creyeron capaces de vivir como adultos. Ahora las cosas han cambiado entre nosotros, en muchos casos para mal.
La última vez que nos vimos se decidió que nuestros caminos se separaban, no entiendo como pude pensar por un instante que eso podría ser lo correcto. ¿Huir de la realidad es una solución? Eso es lo que nos ha llevado al punto donde nos encontramos, al punto en el que solo podemos ser felices el uno con el otro mintiéndonos, haciéndonos daño. Es ilógico pensar que de alguna manera esto puede ser para bien.
Ahora mismo por tu mente estará pasando la frase "Ahora es demasiado tarde", lo entiendo. Saber darse por vencido es una virtud, pero tener la fuerza y las ganas de luchar por lo que uno quiere de verdad es algo más importante. Durante mucho tiempo sé que quisiste más de mi, pero yo era un cascarón vacío que solamente sentía dolor, un terrible dolor al que no te quise arrastrar, ahora lo que necesitas es que yo vuelva a ser ese cascarón vacío que no tuvo el valor de tomarte de la mano y decirte lo importante que eres para mi, pero ahora ya extendí mi mano hacia ti y sé exactamente lo que tengo que decir. Todo esto se resume en cómo quiero que sea mi vida y la forma de solucionar o enmendar los errores de la misma. Cuando yo estaba mal fuiste la inspiración para querer ser mejor persona, ahora que estoy bien te quiero a mi lado pero unicamente mejoraré por mi mismo, pero comprendí lo importante que eres para mi.
Tú ya tienes tu vida que parece encaminada y yo empiezo a colocar los cimientos de la mia y podría parecer injusto pedirte nada; cuando nos conocimos, ¿acaso cada uno no tenía su vida? ¿Acaso esta vida no se trata de personas que se meten en la vida de otras personas, se equivocan y comienzan de cero hasta encontrar a la persona correcta? Si en tu fuero interno no pensaras que yo soy esa persona habrías dejado de leer esto hace mucho tiempo. Estoy completamente seguro que una pequeña parte de ti se está alegrando por las palabras que está leyendo, que en el fondo deseabas que llegara este momento, quizás no ahora; pero que llegara.
Por mi parte, ya sabes lo que hay, soy lo que has conocido y millones de cosas que te faltan por conocer. Soy esas palabras que te sacan tu mejor sonrisa tras el llanto, soy ese abrazo que me hace querer vivir, esas palabras de ánimo que alegran tu mañana y la refrescan como el rocío, un adiós que quiere ser un hasta mañana y el deseo de unas palabras que han causado estragos en nosotros al convertirse en silencio. En ti encontré la tranquilidad que tanto anhelaba, la ilusión que me hizo rejuvenecer, el cariño que nunca tuve y el concepto de felicidad escrito en tus ojos verdes. No tengo la fórmula perfecta para que esto funcione, por el contrario; tengo las ganas y la predisposición para que lo haga.
Llegados a este punto te pareceré un idiota sin solución o un adorable a la par que tardón hombre. No soy ninguna de esas cosas, soy el hombre que ha llorado tu ausencia durante muchas noches, que ha querido anteponer su felicidad a tu bienestar y que en todo momento ha deseado que nuestros labios se volvieran a juntar bajo la lluvia. El daño está hecho y ya no puede ser, esto es una declaración de lo que siempre quise decirte y también la despedida que te mereces. La última vez que nos vimos me deseaste lo mejor, yo te dije que escribiría sobre ti algún día. No me veo capaz de escribir sin desmerecer cada momento a solas, cada mirada cómplice, cada silencio y cada beso. Yo quiero pedirte que te acuerdes de mi, que recuerdes que por un momento fuimos uno y que la felicidad que me diste era real. Abraza la vida y cada momento; no especules y lánzate por lo que quieres, no cometas el mismo error que yo tuve contigo; no dejes que los sueños sean sólo sueños y recuerda que después de cada lágrima siempre aparece tu bonita sonrisa.
Me habría gustado un último beso bajo la lluvia, gracias por haber formado parte de mi vida.
Cada palabra estaba grabada en mi memoria. Podría haber escrito más, podría no haber puesto la despedida, podría... Empieza a llover, parece cosa del destino. Me meto en un portal, como siempre salgo de casa sin paraguas. Como empieza a llover muy fuerte me resguardo en un portal, estoy a mitad del largo camino andando hasta mi casa. Sigo pensando en todo lo que escribí, ¿tendré respuesta? ¿Para qué la quería? Estaba decidido a continuar mi vida a seguir adelante, había tantas ilusiones puestas en el futuro. Mientras mis ideas flotan por el limbo de mi psique una chica sin paraguas y más o menos de mi edad se resguarda en el mismo portal que yo, ambos nos miramos y nos sonreímos cómplices del mismo despiste.
-En esta ciudad deberíamos nacer con un paraguas bajo el brazo.
-¿Qué?
-Digo que veo que no soy el único osado que sale de casa sin paraguas.
-Por la mañana hacía buen tiempo.
-Otra cosa en la que coincidimos.
-¿Y cómo no conozco el nombre del que parece ser mi alma gemela?
-Puedes llamarme Rober. Pero lo realmente importante parece ser que tengo una alma gemela anónima y cuya existencia desconocia.
-Diana, encantada.
-Esta lluvia parece que va para rato, conozco un bar aquí cerca, nos mojaremos un poco pero... ¿te apetecería tomar algo mientras?
-Me parece bien.
-Vamos.
En aquel momento comprendí que no hay nada predistinado, que todo es fruto de la mera casualidad. Los milagros solo ocurren para los que están al pie del cañón luchando por ellos. Aquella lluvia, aquella persona y aquel portal no estaban escritos en ningún lado, ¿destino? Si el destino existiera no valdría la pena levantarse cada mañana y seguir luchando.
Cuando terminé, estaba exhausto. Tomé lo escrito y bien doblado lo metí en un sobre, estaba contento con los resultados. Tardé varios días en escribir pero no creo que pudiera expresar mejor todo lo que quise plasmar. Miré el escrito, lo leí dos o tres veces y finalmente me decidí. Salí de casa victorioso como si hubiera algo que celebrar, volvería con un peso menos encima y con la incertidumbre del qué pasará. Cuando llegué al portal de Ángela tuve la suerte de que la puerta de la entrada estaba abierta, entré y busqué su buzón, introduje la carta y salí sigilosamente como si acabara de cometer un delito. En aquel buzón dejé todo lo que se podía dejar, ahí dentro se encontraba parte de mi, de mi mente, de mis conocimientos y sentimientos. En cuanto sus ojos se posaran sobre aquel escrito todo cambiaría. El final habría comenzado en cuanto comenzara lenyendo...
El único por qué a esta carta es la honestidad. Una honestidad que si hubieramos tenido no estaríamos como estamos. Si fuéramos capaces de haber dicho todo lo que tuvimos que habernos dicho las cosas habrían sido diferentes. Somos dos críos que se creyeron capaces de vivir como adultos. Ahora las cosas han cambiado entre nosotros, en muchos casos para mal.
La última vez que nos vimos se decidió que nuestros caminos se separaban, no entiendo como pude pensar por un instante que eso podría ser lo correcto. ¿Huir de la realidad es una solución? Eso es lo que nos ha llevado al punto donde nos encontramos, al punto en el que solo podemos ser felices el uno con el otro mintiéndonos, haciéndonos daño. Es ilógico pensar que de alguna manera esto puede ser para bien.
Ahora mismo por tu mente estará pasando la frase "Ahora es demasiado tarde", lo entiendo. Saber darse por vencido es una virtud, pero tener la fuerza y las ganas de luchar por lo que uno quiere de verdad es algo más importante. Durante mucho tiempo sé que quisiste más de mi, pero yo era un cascarón vacío que solamente sentía dolor, un terrible dolor al que no te quise arrastrar, ahora lo que necesitas es que yo vuelva a ser ese cascarón vacío que no tuvo el valor de tomarte de la mano y decirte lo importante que eres para mi, pero ahora ya extendí mi mano hacia ti y sé exactamente lo que tengo que decir. Todo esto se resume en cómo quiero que sea mi vida y la forma de solucionar o enmendar los errores de la misma. Cuando yo estaba mal fuiste la inspiración para querer ser mejor persona, ahora que estoy bien te quiero a mi lado pero unicamente mejoraré por mi mismo, pero comprendí lo importante que eres para mi.
Tú ya tienes tu vida que parece encaminada y yo empiezo a colocar los cimientos de la mia y podría parecer injusto pedirte nada; cuando nos conocimos, ¿acaso cada uno no tenía su vida? ¿Acaso esta vida no se trata de personas que se meten en la vida de otras personas, se equivocan y comienzan de cero hasta encontrar a la persona correcta? Si en tu fuero interno no pensaras que yo soy esa persona habrías dejado de leer esto hace mucho tiempo. Estoy completamente seguro que una pequeña parte de ti se está alegrando por las palabras que está leyendo, que en el fondo deseabas que llegara este momento, quizás no ahora; pero que llegara.
Por mi parte, ya sabes lo que hay, soy lo que has conocido y millones de cosas que te faltan por conocer. Soy esas palabras que te sacan tu mejor sonrisa tras el llanto, soy ese abrazo que me hace querer vivir, esas palabras de ánimo que alegran tu mañana y la refrescan como el rocío, un adiós que quiere ser un hasta mañana y el deseo de unas palabras que han causado estragos en nosotros al convertirse en silencio. En ti encontré la tranquilidad que tanto anhelaba, la ilusión que me hizo rejuvenecer, el cariño que nunca tuve y el concepto de felicidad escrito en tus ojos verdes. No tengo la fórmula perfecta para que esto funcione, por el contrario; tengo las ganas y la predisposición para que lo haga.
Llegados a este punto te pareceré un idiota sin solución o un adorable a la par que tardón hombre. No soy ninguna de esas cosas, soy el hombre que ha llorado tu ausencia durante muchas noches, que ha querido anteponer su felicidad a tu bienestar y que en todo momento ha deseado que nuestros labios se volvieran a juntar bajo la lluvia. El daño está hecho y ya no puede ser, esto es una declaración de lo que siempre quise decirte y también la despedida que te mereces. La última vez que nos vimos me deseaste lo mejor, yo te dije que escribiría sobre ti algún día. No me veo capaz de escribir sin desmerecer cada momento a solas, cada mirada cómplice, cada silencio y cada beso. Yo quiero pedirte que te acuerdes de mi, que recuerdes que por un momento fuimos uno y que la felicidad que me diste era real. Abraza la vida y cada momento; no especules y lánzate por lo que quieres, no cometas el mismo error que yo tuve contigo; no dejes que los sueños sean sólo sueños y recuerda que después de cada lágrima siempre aparece tu bonita sonrisa.
Me habría gustado un último beso bajo la lluvia, gracias por haber formado parte de mi vida.
Cada palabra estaba grabada en mi memoria. Podría haber escrito más, podría no haber puesto la despedida, podría... Empieza a llover, parece cosa del destino. Me meto en un portal, como siempre salgo de casa sin paraguas. Como empieza a llover muy fuerte me resguardo en un portal, estoy a mitad del largo camino andando hasta mi casa. Sigo pensando en todo lo que escribí, ¿tendré respuesta? ¿Para qué la quería? Estaba decidido a continuar mi vida a seguir adelante, había tantas ilusiones puestas en el futuro. Mientras mis ideas flotan por el limbo de mi psique una chica sin paraguas y más o menos de mi edad se resguarda en el mismo portal que yo, ambos nos miramos y nos sonreímos cómplices del mismo despiste.
-En esta ciudad deberíamos nacer con un paraguas bajo el brazo.
-¿Qué?
-Digo que veo que no soy el único osado que sale de casa sin paraguas.
-Por la mañana hacía buen tiempo.
-Otra cosa en la que coincidimos.
-¿Y cómo no conozco el nombre del que parece ser mi alma gemela?
-Puedes llamarme Rober. Pero lo realmente importante parece ser que tengo una alma gemela anónima y cuya existencia desconocia.
-Diana, encantada.
-Esta lluvia parece que va para rato, conozco un bar aquí cerca, nos mojaremos un poco pero... ¿te apetecería tomar algo mientras?
-Me parece bien.
-Vamos.
En aquel momento comprendí que no hay nada predistinado, que todo es fruto de la mera casualidad. Los milagros solo ocurren para los que están al pie del cañón luchando por ellos. Aquella lluvia, aquella persona y aquel portal no estaban escritos en ningún lado, ¿destino? Si el destino existiera no valdría la pena levantarse cada mañana y seguir luchando.
miércoles, 8 de febrero de 2012
Algo más que un año (2)
Aquella noche, aquel beso lo cambió todo. Ángela seguía siendo la misma y yo tambien pero la situación había cambiado para ambos. Nos mirábamos el uno al otro en ese portal mientras la lluvia no cesaba sin comprender qué estábamos haciendo, pero su sonrisa indicaba que posiblemente era lo correcto o lo que ambos deseábamos en ese instante. ¿Era lo correcto? ¿Fui débil después de todo lo que había pasado? Mi cabeza era una legión de herreros que martilleaban incesantes dudas, pero tenía que sobreponerme a todo esto, ¿acaso no deseaba en mi fuero interno esto? Le estaba buscando complicaciones a algo que estaba arrancando, tenía que frenar mi mente, tenía que dejarme llevar por el embrujo de los besos. Estábamos cerca de su casa y decidimos correr hasta su portal agarrados de la mano mientras la lluvia nos volvía a calar la ropa. Al llegar, Ángela me instó a llamar a María, quería contarle lo que acababa de suceder y así hice. María un poco en tono de broma nos felicitó, ¿felicitar por qué? No entendría mucho, pero sabía que todo estaba cambiando muy rápido. Antes de sumergirme más en esa idea continuamos con los besos más resguardados en su portal. Sentía como si cada beso fuera el primero y el último al mismo tiempo. La electricidad de nuestros cuerpos cortocircuitaba nuestros sentidos cada vez que nuestras dos almas chocaban a través de los labios, nuestras manos como si acabaran de recuperar el sentido del tacto tras haber estado entumecidas por el frío disfrutaban de cada porción del cuerpo del otro. Así se nos pasaron las horas y sin darnos cuenta el día y la lluvia se fueron. Era muy tarde y se tenía que ir a dormir, con un último beso nos despedimos y me fui para mi casa sorteando charcos, algunas calles estaban inundadas, era impactante esta cantidad de lluvia en los últimos coletazos de verano. ¿Qué estaba pasando? Por un momento volví a ser el que era horas antes: ese saco de inseguridades y nerviosismo. ¿Qué debía hacer?
Me desperté al día siguiente agotado, apenas pude dormir. Volvía todo a la normalidad pero nada era normal. Marcos se había enterado de la noticia y ya me había mandado un mensaje de felicitación cachondeándose un poco de mi. Yo me sentía más inquieto de lo que ya estaba normalmente, fui a vomitar al baño y me duché. Esa tarde quedé con unos amigos para tomar algo y a mitad de la misma me encontré con María y Ángela, decídimos quedar más tarde y así lo hicimos. Todo parecía marchar bien, Ángela me aportaba tranquilidad y mientras mi cabeza se volvía loca y mi cuerpo se embarcaba en un viaje por el continuo dolor, mis momentos a su lado eran un alivio. Cada una de sus caricias, sus miradas y sus palabras me hacían creer que había posibilidades para un pobre diablo como yo, que mis tormentos se podrían pasar si ella les ordenaba marcharse. Ella creía que podía ser mejor persona, yo quería ser mejor persona. Estaba totalmente hundido y cansado de fingir que no lo estaba, pero a su lado era como adentrarse en otro universo donde no había nada más, donde no tenía que fingir porque realmente estaba cómodo. Ángela convertía cosas tan sencillas como un paseo, una película o simplemente estar sentados juntos en algo rejuvenecedor. Ahí comprendí que era lo que no marchaba bien, ¿estaba obteniendo más de lo que le estaba dando? ¿Estaba siendo injusto con ella? Yo no soy así, estoy seguro de no ser así, ella realmente me gusta, había llegado al punto de que me gusta... Esto tenía que ser más sencillo o me volvería loco.
Marcos y María sugirieron irnos un par de días de viaje, Ángela aceptó de inmediato, yo era más reticente. Mis capacidades económicas no eran demasiado importantes como para afrontar unos días fuera de casa pero necesitaba desconectar, finalmente acepté. Y con muchas ilusiones nos fuimos de viaje, una habitación con dos camas de matrimonio, una para Marcos y María y la otra para la pareja novata formada por Ángela y yo. El cuarto era sencillo, pero era lo menos importante, después de cerciorarme de la higiene básica en los cuartos de baño pudimos salir a visitar la ciudad. Entre fotos, edificios antiguos e intentar descrifrar el mapa se nos pasó el primer día y nos metimos en cama pronto. A la mañana siguiente me desperté con mucho dolor y disimuladamente me metí en el baño a vomitar para posteriormente ducharme. Me sentía enfermo, me sentía de la misma manera que siempre e intentaba disimular el dolor que recorría mi cuerpo y las nauseas que tenía. A pesar de mi estado físico y anímico, estaba disfrutando del viaje, los cuatro formábamos un equipo interesante. Ángela estaba en todo momento a mi lado y yo al suyo. Disfrutamos de la gastronomía local, visitamos sitios emblemáticos, el estadio de fútbol de la ciudad. El día antes de marchanos, confabulé con María y Marcos para hacerle una sorpresa a Ángela, dejé una rosa y una carta sobre nuestra cama y ambos volvimos solos al cuarto, su sonrisa al ver el detalle fue el mejor regalo. El viaje fue un total acierto y con esa idea me fui la cama la última noche. Me desperté agoviado, pero quizás era por haber dormido poco pensé, durante el viaje de vuelta tener a Ángela a mi lado me empezaba a incomodar y sentía que era recíproco. Cuando nos despedimos sentí una frialdad por ambas partes preocupante.
Estaba preocupado por todo esto, aquella noche dormí fatal y al igual que durante el viaje mi cuerpo se resentía por el dolor y mis visitas al baño no menguaban. Llamé a María que estaba preparando la maleta para irse unos días con su familia y me dijo que me tranquilizara, que no era nada más que un pequeño escollo, que ambos estábamos genial el uno con el otro y que no deberíamos joderlo por algo así. Tenía razón, ¿en que podía estar pensando? Me tomaría unos días sin estar con Ángela y todo volvería a la normalidad. Acabamos de empezar, es normal que un viaje haya sido demasiado para ambos. Esa noche Ángela me llamó, quería que quedásemos al día siguiente, en ese mismo instante supe que lo nuestro se había acabado, me esperaba otra noche sin dormir.
En la tarde del día siguiente Ángela y yo quedamos a solas. Lo que iba a suceder era obvio y cada segundo me hacía sentir como si estuviera escapando de mi sombra, lo que iba a suceder era inevitable y me sentía terriblemente culpable de la situación. Aquella tarde nos dijimos muchas cosas, había muchas dudas en nuestras palabras, había mucho miedo en nuestros actos, al final sucedió, se terminó. La empecé a acompañar a su casa y a mitad de camino comenzó a llover, como recordando el inicio de esta historia. Me dijo que no hacía falta que la acompañara y nos dimos un último beso. Saboreamos cada instante antes del mismo, nos dijimos todo lo que nos faltó por decir durante el mismo y nos herimos como nunca al terminarlo. La abracé y sentí que me quebraba por dentro, tenía que resistir. La vi marcharse, vi como se giraba un par de veces mientras se alejaba entre la lluvia y finalmente decidí caminar hasta mi casa. Avisé a María y luego a Marcos que me instó a quedar para tomarnos una copa. Aquella noche Marcos y yo bebimos muy poco pero hablamos mucho, yo no entendía nada y en cierto modo una gran parte de mi había sentido lo mismo que había alejado a Ángela de mi.
Durante las siguientes semanas Ángela y yo actuamos como extraños amigos, quedábamos tanto o más que cuando estábamos juntos, hablábamos de como llevar nuestra relación a un punto de comodidad en común, pero solamente cuando estábamos solos encontrábamos la normalidad a los continuos desacuerdos que se comenzaban a formar entre nosotros. ¿Éramos amigos así de golpe? No podía entender nada y mientras esto sucedía mis ánimos y estado físico empeoraban por momentos. Pasaba días en los que apenas podía salir de cama, en los que el dolor era insoportable, donde quise terminar con todo. Ángela intentaba estar para mi, pero ella no podía comprender de ninguna forma como de duro estaba siendo todo, yo no podía mostrar el horror de mi salud a nadie, me avergonzaba no poder controlar mi propio cuerpo. Y todo no hacía más que empeorar, discutíamos, quedábamos y lo "solucionábamos". Había días en los que parecía que íbamos a volver a besarnos, en los que la farsa de la amistad bajaría el telón pero nos acobardábamos, temíamos volver a tener que finiquitar algo que nunca comenzó. Y así seguimos durante meses en una espiral de indecisión que no llevaba a ninguna parte.
Hubo una noche en la que Ángela y María decidieron salir juntas con unas cuantas amigas más, aquella noche supe que la perdería. Salí con un amigo y entre cervezas se lo comentaba mientras entre risas me llamaba paranoico, aquella noche tampoco dormí. Y durante una semana mis miedos se hicieron gigantes, sabía que algo malo iba a pasar. Al fin de semana siguiente salimos María, Ángela y yo. Una noche normal, pero en un momento todo cambió, Ángela se acercó a otra persona y empezó a besarse con él, ¿qué? ¿Qué cojones estaba pasando? Me sentí engañado, me sentí frustrado, me sentí idiota. Mantuve la compostura lo mejor que pude e intenté seguir a mi manera hasta el final. Cuando volvimos aparté a María a un lado y le pedí para charlar sobre el tema. María, en su infinita paciencia volvió a ser mi confidente y consejera, durante horas escuchó mis lamentos y mis dudas, comprendí que lo mio con Ángela empezaba a afectar a otras personas y me asusté más, pero en un acto egoista recordaba la situación vivida esta noche y toda mi frustración volvía a dominar mi ser. Era muy tardé y María tenía que irse, ya me había soportado lo suficiente. De camino para casa sentía que la culpa era mia y antes de que pudiera fragelarme por ello me encontré con Ángela en mi portal, medio dormida esperándome. Entramos y entre lágrimas se disculpó, yo siempre he sido un débil y sentía que no podía enfadarme con ella. Me sentía como una mierda, pero también miraba culpa real por su parte, no podía... ¿Por qué tenía que pasar así? Aquella noche podría haberla hecho mia, pero ella ya no era mia... Realmente nunca fue mia.
Aquel chico pasó de ser un desconocido a frecuentar la compañía de Ángela y mi relación con ella empeoraba por momentos. Pásabamos ratos muy agradables en soledad, pero luego de alguna manera terminaba torciéndose de la peor de las maneras. Se sucedían situaciones que recordaban al primer beso pero escapábamos de ellas lo más rápido posible, ¿y mi salud? Mi salud se había vuelto un gran problema. Mi cuerpo ya no era mio, era un atajo de nervios, inseguridades y dolor que se movía ocasionalmente bajo mi mando. Había empezado un tratamiento, pero avanzaba lentamente y apenas notaba mejorías. Mientras tanto, me sentía estancado en tierra de nadie mientras el mundo avanzaba sin mi. Marcos y María finalmente convirtieron los rumores en realidad al empezar una relación juntos, me alegré por ellos. Pero yo estaba jodido y sentía que Ángela no me había dado la oportunidad que todo había sido tan fugaz. Simplemente tenía que esperar.
Pasó el tiempo y me empezaba a encontrar mejor, estaba terminando el año y me sentía pletórico a pesar de todo. Recuperé las fuerzas que había perdido y decidí hablar directamente con Ángela de todo lo que había pasado, tenía que comprender el error que habíamos cometido, tenía... Aquel día hacía demasiado calor para ser invierno.
-Hola Ángela.
-Hola, ¿de qué quieres hablar?
-Veo que no quieres perder el tiempo...
-No es eso, ¿no hemos hablado bastantes veces ya? Nada hemos solucionado hablando.
-Tienes razón, ¿por qué no le damos una última oportunidad al diálogo?
-Rober, sabes bien que esto no está bien.
-Lo sé, por eso quiero arreglarlo, tendrías que ver lo bien que estoy...
-Me alegro.
-¿Qué tal estás?
-Como siempre, con las clases y esas cosas muy ocupada.
-Entiendo, ¿qué nos ha pasado?
-Ahora ya es tarde, ¿qué solucionamos machacándonos con eso?
-No puedo comprender como parece importarte tan poco.
-Si no me importara, ¿estaría aquí?
-No entiendes nada, sabes que lo que hay entre nosotros no se ha terminado.
-Lo ha hecho, estoy con otra persona, yo soy diferente, estoy enamorada.
-Me cuesta creerlo.
-Ese es tu problema, crees tener siempre la razón y cuando no es así te ries menospreciando a los demás.
-Mi problema es que hemos negado durante demasiado tiempo lo que hay entre nosotros.
-Ya no hay nada más que una amistad.
-¿Amigos? ¡No me jodas! No somos amigos, ¿qué clase de amigos están a punto de besarse en cuanto se quedan solos?
-Eso no es así.
-Es verdad, como no ha sucedido, como alguien en algún momento fue cuerdo y quiso continuar la farsa de la amistad nunca ha sucedido, engañémosnos.
-Sabes como va a terminar esto.
-De la peor forma posible, no quiero que nos hagamos más daño.
-Yo tampoco, pero ahora la situación está así.
-Me iré de tu vida.
-No dejaremos de ser amigos.
-Lo dejaremos, nunca será lo mismo. De todas formas me iré para siempre.
-No sabes lo que vendrá en el futuro.
-Sé lo que quiero ahora, con eso me basta.
-Te deseo lo mejor, de verdad.-Me abrazó y lloré por dentro. ¿Cómo había permitido que esto llegara a este punto? Sus palabras estaban siendo sinceras, esto era horrible.-Intenta ser feliz.
-Muchas gracias por todo Ángela, si algún día soy escritor escribiré sobre ti, no lo dudes. También te deseo lo mejor.
Me marché a mi casa cabizbajo, derrotado, sabiendo que no podía aceptar esto, este no podía ser el final. Aquel día volví a sentir dolor en mi cuerpo y volví a vomitar. Si de verdad existía el destino, si alguien estaba manejando todo y el libre albedrío era una ilusión, se debería estar regodeando con mi desgracia. Me tenía que anteponer a esa mierda, lo iba a hacer si. Espérame.
Me desperté al día siguiente agotado, apenas pude dormir. Volvía todo a la normalidad pero nada era normal. Marcos se había enterado de la noticia y ya me había mandado un mensaje de felicitación cachondeándose un poco de mi. Yo me sentía más inquieto de lo que ya estaba normalmente, fui a vomitar al baño y me duché. Esa tarde quedé con unos amigos para tomar algo y a mitad de la misma me encontré con María y Ángela, decídimos quedar más tarde y así lo hicimos. Todo parecía marchar bien, Ángela me aportaba tranquilidad y mientras mi cabeza se volvía loca y mi cuerpo se embarcaba en un viaje por el continuo dolor, mis momentos a su lado eran un alivio. Cada una de sus caricias, sus miradas y sus palabras me hacían creer que había posibilidades para un pobre diablo como yo, que mis tormentos se podrían pasar si ella les ordenaba marcharse. Ella creía que podía ser mejor persona, yo quería ser mejor persona. Estaba totalmente hundido y cansado de fingir que no lo estaba, pero a su lado era como adentrarse en otro universo donde no había nada más, donde no tenía que fingir porque realmente estaba cómodo. Ángela convertía cosas tan sencillas como un paseo, una película o simplemente estar sentados juntos en algo rejuvenecedor. Ahí comprendí que era lo que no marchaba bien, ¿estaba obteniendo más de lo que le estaba dando? ¿Estaba siendo injusto con ella? Yo no soy así, estoy seguro de no ser así, ella realmente me gusta, había llegado al punto de que me gusta... Esto tenía que ser más sencillo o me volvería loco.
Marcos y María sugirieron irnos un par de días de viaje, Ángela aceptó de inmediato, yo era más reticente. Mis capacidades económicas no eran demasiado importantes como para afrontar unos días fuera de casa pero necesitaba desconectar, finalmente acepté. Y con muchas ilusiones nos fuimos de viaje, una habitación con dos camas de matrimonio, una para Marcos y María y la otra para la pareja novata formada por Ángela y yo. El cuarto era sencillo, pero era lo menos importante, después de cerciorarme de la higiene básica en los cuartos de baño pudimos salir a visitar la ciudad. Entre fotos, edificios antiguos e intentar descrifrar el mapa se nos pasó el primer día y nos metimos en cama pronto. A la mañana siguiente me desperté con mucho dolor y disimuladamente me metí en el baño a vomitar para posteriormente ducharme. Me sentía enfermo, me sentía de la misma manera que siempre e intentaba disimular el dolor que recorría mi cuerpo y las nauseas que tenía. A pesar de mi estado físico y anímico, estaba disfrutando del viaje, los cuatro formábamos un equipo interesante. Ángela estaba en todo momento a mi lado y yo al suyo. Disfrutamos de la gastronomía local, visitamos sitios emblemáticos, el estadio de fútbol de la ciudad. El día antes de marchanos, confabulé con María y Marcos para hacerle una sorpresa a Ángela, dejé una rosa y una carta sobre nuestra cama y ambos volvimos solos al cuarto, su sonrisa al ver el detalle fue el mejor regalo. El viaje fue un total acierto y con esa idea me fui la cama la última noche. Me desperté agoviado, pero quizás era por haber dormido poco pensé, durante el viaje de vuelta tener a Ángela a mi lado me empezaba a incomodar y sentía que era recíproco. Cuando nos despedimos sentí una frialdad por ambas partes preocupante.
Estaba preocupado por todo esto, aquella noche dormí fatal y al igual que durante el viaje mi cuerpo se resentía por el dolor y mis visitas al baño no menguaban. Llamé a María que estaba preparando la maleta para irse unos días con su familia y me dijo que me tranquilizara, que no era nada más que un pequeño escollo, que ambos estábamos genial el uno con el otro y que no deberíamos joderlo por algo así. Tenía razón, ¿en que podía estar pensando? Me tomaría unos días sin estar con Ángela y todo volvería a la normalidad. Acabamos de empezar, es normal que un viaje haya sido demasiado para ambos. Esa noche Ángela me llamó, quería que quedásemos al día siguiente, en ese mismo instante supe que lo nuestro se había acabado, me esperaba otra noche sin dormir.
En la tarde del día siguiente Ángela y yo quedamos a solas. Lo que iba a suceder era obvio y cada segundo me hacía sentir como si estuviera escapando de mi sombra, lo que iba a suceder era inevitable y me sentía terriblemente culpable de la situación. Aquella tarde nos dijimos muchas cosas, había muchas dudas en nuestras palabras, había mucho miedo en nuestros actos, al final sucedió, se terminó. La empecé a acompañar a su casa y a mitad de camino comenzó a llover, como recordando el inicio de esta historia. Me dijo que no hacía falta que la acompañara y nos dimos un último beso. Saboreamos cada instante antes del mismo, nos dijimos todo lo que nos faltó por decir durante el mismo y nos herimos como nunca al terminarlo. La abracé y sentí que me quebraba por dentro, tenía que resistir. La vi marcharse, vi como se giraba un par de veces mientras se alejaba entre la lluvia y finalmente decidí caminar hasta mi casa. Avisé a María y luego a Marcos que me instó a quedar para tomarnos una copa. Aquella noche Marcos y yo bebimos muy poco pero hablamos mucho, yo no entendía nada y en cierto modo una gran parte de mi había sentido lo mismo que había alejado a Ángela de mi.
Durante las siguientes semanas Ángela y yo actuamos como extraños amigos, quedábamos tanto o más que cuando estábamos juntos, hablábamos de como llevar nuestra relación a un punto de comodidad en común, pero solamente cuando estábamos solos encontrábamos la normalidad a los continuos desacuerdos que se comenzaban a formar entre nosotros. ¿Éramos amigos así de golpe? No podía entender nada y mientras esto sucedía mis ánimos y estado físico empeoraban por momentos. Pasaba días en los que apenas podía salir de cama, en los que el dolor era insoportable, donde quise terminar con todo. Ángela intentaba estar para mi, pero ella no podía comprender de ninguna forma como de duro estaba siendo todo, yo no podía mostrar el horror de mi salud a nadie, me avergonzaba no poder controlar mi propio cuerpo. Y todo no hacía más que empeorar, discutíamos, quedábamos y lo "solucionábamos". Había días en los que parecía que íbamos a volver a besarnos, en los que la farsa de la amistad bajaría el telón pero nos acobardábamos, temíamos volver a tener que finiquitar algo que nunca comenzó. Y así seguimos durante meses en una espiral de indecisión que no llevaba a ninguna parte.
Hubo una noche en la que Ángela y María decidieron salir juntas con unas cuantas amigas más, aquella noche supe que la perdería. Salí con un amigo y entre cervezas se lo comentaba mientras entre risas me llamaba paranoico, aquella noche tampoco dormí. Y durante una semana mis miedos se hicieron gigantes, sabía que algo malo iba a pasar. Al fin de semana siguiente salimos María, Ángela y yo. Una noche normal, pero en un momento todo cambió, Ángela se acercó a otra persona y empezó a besarse con él, ¿qué? ¿Qué cojones estaba pasando? Me sentí engañado, me sentí frustrado, me sentí idiota. Mantuve la compostura lo mejor que pude e intenté seguir a mi manera hasta el final. Cuando volvimos aparté a María a un lado y le pedí para charlar sobre el tema. María, en su infinita paciencia volvió a ser mi confidente y consejera, durante horas escuchó mis lamentos y mis dudas, comprendí que lo mio con Ángela empezaba a afectar a otras personas y me asusté más, pero en un acto egoista recordaba la situación vivida esta noche y toda mi frustración volvía a dominar mi ser. Era muy tardé y María tenía que irse, ya me había soportado lo suficiente. De camino para casa sentía que la culpa era mia y antes de que pudiera fragelarme por ello me encontré con Ángela en mi portal, medio dormida esperándome. Entramos y entre lágrimas se disculpó, yo siempre he sido un débil y sentía que no podía enfadarme con ella. Me sentía como una mierda, pero también miraba culpa real por su parte, no podía... ¿Por qué tenía que pasar así? Aquella noche podría haberla hecho mia, pero ella ya no era mia... Realmente nunca fue mia.
Aquel chico pasó de ser un desconocido a frecuentar la compañía de Ángela y mi relación con ella empeoraba por momentos. Pásabamos ratos muy agradables en soledad, pero luego de alguna manera terminaba torciéndose de la peor de las maneras. Se sucedían situaciones que recordaban al primer beso pero escapábamos de ellas lo más rápido posible, ¿y mi salud? Mi salud se había vuelto un gran problema. Mi cuerpo ya no era mio, era un atajo de nervios, inseguridades y dolor que se movía ocasionalmente bajo mi mando. Había empezado un tratamiento, pero avanzaba lentamente y apenas notaba mejorías. Mientras tanto, me sentía estancado en tierra de nadie mientras el mundo avanzaba sin mi. Marcos y María finalmente convirtieron los rumores en realidad al empezar una relación juntos, me alegré por ellos. Pero yo estaba jodido y sentía que Ángela no me había dado la oportunidad que todo había sido tan fugaz. Simplemente tenía que esperar.
Pasó el tiempo y me empezaba a encontrar mejor, estaba terminando el año y me sentía pletórico a pesar de todo. Recuperé las fuerzas que había perdido y decidí hablar directamente con Ángela de todo lo que había pasado, tenía que comprender el error que habíamos cometido, tenía... Aquel día hacía demasiado calor para ser invierno.
-Hola Ángela.
-Hola, ¿de qué quieres hablar?
-Veo que no quieres perder el tiempo...
-No es eso, ¿no hemos hablado bastantes veces ya? Nada hemos solucionado hablando.
-Tienes razón, ¿por qué no le damos una última oportunidad al diálogo?
-Rober, sabes bien que esto no está bien.
-Lo sé, por eso quiero arreglarlo, tendrías que ver lo bien que estoy...
-Me alegro.
-¿Qué tal estás?
-Como siempre, con las clases y esas cosas muy ocupada.
-Entiendo, ¿qué nos ha pasado?
-Ahora ya es tarde, ¿qué solucionamos machacándonos con eso?
-No puedo comprender como parece importarte tan poco.
-Si no me importara, ¿estaría aquí?
-No entiendes nada, sabes que lo que hay entre nosotros no se ha terminado.
-Lo ha hecho, estoy con otra persona, yo soy diferente, estoy enamorada.
-Me cuesta creerlo.
-Ese es tu problema, crees tener siempre la razón y cuando no es así te ries menospreciando a los demás.
-Mi problema es que hemos negado durante demasiado tiempo lo que hay entre nosotros.
-Ya no hay nada más que una amistad.
-¿Amigos? ¡No me jodas! No somos amigos, ¿qué clase de amigos están a punto de besarse en cuanto se quedan solos?
-Eso no es así.
-Es verdad, como no ha sucedido, como alguien en algún momento fue cuerdo y quiso continuar la farsa de la amistad nunca ha sucedido, engañémosnos.
-Sabes como va a terminar esto.
-De la peor forma posible, no quiero que nos hagamos más daño.
-Yo tampoco, pero ahora la situación está así.
-Me iré de tu vida.
-No dejaremos de ser amigos.
-Lo dejaremos, nunca será lo mismo. De todas formas me iré para siempre.
-No sabes lo que vendrá en el futuro.
-Sé lo que quiero ahora, con eso me basta.
-Te deseo lo mejor, de verdad.-Me abrazó y lloré por dentro. ¿Cómo había permitido que esto llegara a este punto? Sus palabras estaban siendo sinceras, esto era horrible.-Intenta ser feliz.
-Muchas gracias por todo Ángela, si algún día soy escritor escribiré sobre ti, no lo dudes. También te deseo lo mejor.
Me marché a mi casa cabizbajo, derrotado, sabiendo que no podía aceptar esto, este no podía ser el final. Aquel día volví a sentir dolor en mi cuerpo y volví a vomitar. Si de verdad existía el destino, si alguien estaba manejando todo y el libre albedrío era una ilusión, se debería estar regodeando con mi desgracia. Me tenía que anteponer a esa mierda, lo iba a hacer si. Espérame.
martes, 31 de enero de 2012
Algo más que un año (1)
Esta historia habla de la crueldad del azar y de como tendemos a destinificarlo, narra como en el dolor puedes encontrar una victoria y de como las buenas palabras e intenciones pueden no ser suficientes. El año que aprendí que las desgracias o los buenos momentos no esperan por nadie.
La noche que conocí a Ángela no tenía nada en particular, otra noche cualquiera en mi océano depresivo tras la era de Paula. Lo mio con Paula estaba dando sus coletazos finales y lo que parecía un imperio de placer y diversión se tornaba decadente y frustrante. Paula y yo llevábamos casi un año intercambiando copas y favores sexuales sin ningún tipo de lazo mayor que los momentos de magia creados tras cada copa. Lo que sea que tuviera con Paula estaba condenado al fracaso, todo el mundo que lo conocía lo sabía y yo era reacio a salir de esa espiral asentimental donde me creía ajeno al dolor de la vida. Aplastado por mis pensamientos como si formaran un sandwich con dos camas de faquir sobre mi cerebro conocí a Ángela. Ángela no parecía aportar nada nuevo al mundo femenino, un cuerpo sencillo y bonito y unos bonitos ojos verdes a destacar. Mi primera impresión fue que esa mojigata acabaría aplastada el día que se enfrentara a la vida real, pero no me importó demasiado, yo tenía suficientes problemas, esa noche había quedado por enésima vez con Paula y la cantidad de alcohol en mi cuerpo empezaba a descolocar mis ideas. Esa noche Paula y yo acabamos en la cama.
Al cabo de dos meses y tras finalizar sin ningún tipo de facilidad mi relación con Paula empecé a conocer a Ángela y congeniamos. María me la había presentado y los tres empezamos a quedar muchas veces para salir. Yo estaba intentando salir de la mierda en la que Paula me había metido la cara y Ángela, María y Marcos me apoyaron en esos momentos de tregua de mujeres. Yo pensaba que era feliz, cada uno de los cuatro teníamos nuestra forma de ver las cosas y a la par nos complementábamos y disfrutábamos de nuestras reuniones, cuatro personas jóvenes disfrutando de sus puntos en común y coleccionando momentos. Lo que comenzó como una alianza extraña se tornó en amistad y cada uno de los cuatro empezamos a intimar por separado con el resto de los componentes. En Marcos encontré un fiel confidente, un amigo donde mis pensamientos no sólo se veían reflejados, además su visión del mundo complementaba la mía. María era a la que conocía desde hace más tiempo y nuestra relación era genial, siempre el uno para el otro. Y por último estaba Ángela, una relación fría que poco a poco se afianzó y que me hizo encontrar una buena amiga en esa chica que califiqué en mojigata, en ese momento era una mujer comprometida, simpatica, un poco callada pero atenta y cariñosa. Había encontrado unos buenos compañeros, no se podría pedir nada en una vida que empezaba a tomar un rumbo tranquilo tras el vendaval que había dejado en mis emociones Paula con su ida.
Con el paso del tiempo el grupo se solidificaba más, en cada reencuentro las anécdotas y la confianza parecían aumentar, María parecía la líder y Marcos y yo le dábamos el toque cómico al grupo y Ángela siempre estaba ahí, no podría decir para qué exactamente, pero ella estaba. Era verano y disfrutábamos de unas merecidas vacaciones, me encontraba viviendo el presente, la buena vida pero algo empezó a ir mal. Mi menté se rompió, algo dentro de mi empezó a negarse a funcionar bien y poco a poco sentía que mis ánimos se hundían más y más cayendo en un pozo que no parecía tener fondo. Estaba hundido, había perdido el interés y las fuerzas para levantarme cada mañana pero por algún motivo lo seguía haciendo. Nunca he sido una persona con una visión del mundo demasiado optimista pero esto sobrepasaba los límites, había perdido las ganas de todo, cualquier cosa me disgustaba, el mero hecho de respirar suponía una agonía, el aire de mi mundo se había tornado en ceniza. Obviamente todos se percataron y preocuparon por mi, todos intentaron arreglar ese problema que había dentro de mi y por primera vez me topé con algo de lo que no podría salir yo solo y tuve pánico.
Mi caída en picado se juntó con unas fechas donde Marcos y María estuvieron fuera durante unas semanas por diversos motivos. Ángela y yo solos quedamos bastantes días. Por la tarde para merendar, por la noche para ir a un concierto o pasarlo bien juntos. La amistad se hacía cada vez más fuerte y las confidencias llegaron, cada uno descubrimos un mundo del otro que pocas personas habían entrado y más que nunca me sentí unido a ella durante esos momentos, enjaulando cada palabra en un rincón de mi memoria, fotografiando cada gesto de su cara y escribiendo en una hoja invisible cada sentimiento que me transmitía. Simplemente conectamos. Veía en ella una gran amiga, una persona que me transmitía la tranquilidad y las fuerzas que necesitaba para afrontar cada noche frente a mis pensamientos. Eran buenos días, mis altibajos emocionales no mejoraban pero cuando estaba con Ángela, Marcos o María parecía redimir este estado anímico tan insano. Todo se torció, un día Ángela me confesó que se sentía atraída por mi, ¿qué podía hacer yo? Si tan siquiera me había planteado nada de ella, yo no soy nada más que un hombre y uno cuyas esperanzas en la vida y la gente se estaban borrando como un mensaje escrito en la arena de la playa. En ese momento me bloqueé, no sabía por donde salir, el tema me atormentaba de una manera enfermiza. ¿Cómo podía gustarle yo después de saber lo que sabe de mi? ¿Qué siento por ella? Es mi amiga, es mi amiga, ¿es mi amiga? No tenía ni idea de como comportarme, la naturalidad se esfumaba por momentos con ella y nuestros amigos lo empezaban a notar. Pero todo cambiaba cuando ella y yo estábamos a solas, volvíamos a ser los mismos, como si esas palabras no hubieran existido, como si ese momento hubiera sido un extraño sueño demasiado real y confuso.
Se estaba terminando el verano, habían pasado unas semanas desde el extraño momento y de las confusas palabras de Ángela, aquella noche los cuatro salíamos con un amigo mio que se ofreció a llevar el coche. Salimos y bebimos los cinco, María llevaba mucho tiempo sin beber y el efecto del alcohol rapidamente apareció en ella, Marcos acostumbrado como yo tardó un poco pero terminó con una borrachera considerable, el conductor iba demasiado perjudicado, Ángela que apenas bebía iba muy borracha y yo parecía inmune a la bebida, notaba cierta alegría y calor producto de la bebida pero nada más. Estábamos bebiendo sentados sobre un jardín con la playa detrás y las estrellas como techo. María se fue a saludar a unos conocidos, Marcos y mi amigo se pusieron a charlar y yo me quedé a solas con Ángela, se abrazó a mi. Yo no sabía qué quería de ella, pero estaba seguro de que esta no era la forma. Sus acercamientos no pasaron desapercibidos para nadie que entre risitas se alejaban dejándome en una situación de mayor incomodidad. ¿Qué podía hacer? Era mi amiga y así no se hacían las cosas con una amiga. Tuve que escapar, tuve que dejarla ahí. Seguimos la noche en otro lado, cada uno en su mundo, Marcos, mi amigo y yo hicimos un poco el idiota, María encontró a un chico con el que pasar el rato y Ángela había encontrado dos compañeros de besos para esa noche. La situación era deprimente, intenté pasar por alto la situación, pero no había pasado ni una hora desde que ella besaba mi cuello y ahora ahí estaba... Bienvenido al mundo pensé para mis adentros. Me sentí insignificante, quería enfadarme, ¿enfadarme por qué? Yo escapé, yo la tenía y por una estúpida moralidad me largué, me estaba bien. ¡Qué me jodan a mi y a mi moral! Después de eso todo se enrareció.
Aquella tarde había quedado con María para tomar algo, habían pasado unos días desde aquella noche y a pesar de que Ángela y yo habíamos hecho las paces y parecía que volvíamos a estar donde antes, ella continuaba elegantemente intentando traspasar la frontera de la amistad, yo estaba genial con ella pero mis dudas no se habían esfumado y mis dudas se habían transformado en serios problemas para dormir. María con su infinita paciencia me escuchaba y me aconsejaba de la mejor forma posible, Marcos había tenido que irse unos días por motivos de estudios y pasábamos ella y yo mucho tiempo juntos. Sabía que algo había entre Ángela y yo, solamente un idiota no sería capaz de apreciarlo, ¿sería suficiente como para no romper la amistad que teníamos? Eso me estaba matando, ¿sentía lo necesario? María se fue para su casa después de que la acompañara un buen trecho y de camino a la mia me topé con Ángela, antes de que comenzáramos a hablar comenzó a llover. ¿Cómo podía llover de esa forma en pleno agosto? Eran las nueve de la noche, yo iba en pantalón pirata y camiseta de Nirvana y me encontraba en medio de lo que parecía el segundo diluvio universal a media hora andando de mi casa. Decidimos resguardanos en un pequeño portal cercano a su casa. Estábamos empapados y se abrazó a mi para que no le cogiera el frio.
-Lo siento.
-¿Qué?
-Siento lo de la otra noche, sé lo mucho que te ha molestado.
-Ya lo hemos hablado, no pasa nada...
-Si que pasa, la fastidié.
-No hay nada que fastidias, no seas boba.-Acaricié su espalda y pelo con mis manos con ternura y delicadeza.-Eres como una niñita pequeña.
-Rober, estoy segura de que habría salido bien.
-¿Lo qué?
-Ya sabes, ¿acaso no notas la tensión que hay ahora mismo?
-¿Qué quieres que te diga?
-Si la hay o no.
-Ángela, no es tan fácil como eso...
-¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Por qué te cuesta tanto lanzarte?
-Eso me lo pregunto yo demasiadas veces, pero quizás haya algún motivo.
-¿Pero no sientes como este momento...?
-Créeme que si, pero...
-¿Acaso no te gusto?
-Si no lo hicieras esta conversación habría terminado hace mucho tiempo.
-¿Y por qué no me besas?
-¿Y si todo se jode?
-¿Prefieres vivir con la duda?
-Prefiero vivir tranquilo, a día de hoy no es nada fácil para mi.
-Yo estoy segura.-Ángela acercó su cara a la mia, su boca a mi boca. Podíamos alimentarnos del aliento del otro. Nuestras miradas se enfrentaban.-¿Qué vas a hacer?
-No estoy seguro de si... Ya te dije que el problema no está en ti, soy yo... Yo no soy lo que necesitas, estoy jodido, tengo mucha mierda dentro, te voy a hacer daño... Te...-En ese momento me besó, no pude evitarlo, estaba demasiado abstraído por mi cháchara. El beso era bueno, llevaba cociéndose durante demasiado tiempo y supo a gloria. Nuestros cuerpos húmedos estaban demasiado juntos en aquel espacio tan reducido como deseando fundirse y terminar siendo solo uno comenzando por los labios. Estuvimos un rato así, nos separamos y pude ver su sonrisa de felicidad, en ese momento confié en que todo iba a ir bien, en ese momento me vi capaz de todo, en ese momento me maldije por toda mi incertidumbre.-Gracias por sacarme de dudas.
La noche que conocí a Ángela no tenía nada en particular, otra noche cualquiera en mi océano depresivo tras la era de Paula. Lo mio con Paula estaba dando sus coletazos finales y lo que parecía un imperio de placer y diversión se tornaba decadente y frustrante. Paula y yo llevábamos casi un año intercambiando copas y favores sexuales sin ningún tipo de lazo mayor que los momentos de magia creados tras cada copa. Lo que sea que tuviera con Paula estaba condenado al fracaso, todo el mundo que lo conocía lo sabía y yo era reacio a salir de esa espiral asentimental donde me creía ajeno al dolor de la vida. Aplastado por mis pensamientos como si formaran un sandwich con dos camas de faquir sobre mi cerebro conocí a Ángela. Ángela no parecía aportar nada nuevo al mundo femenino, un cuerpo sencillo y bonito y unos bonitos ojos verdes a destacar. Mi primera impresión fue que esa mojigata acabaría aplastada el día que se enfrentara a la vida real, pero no me importó demasiado, yo tenía suficientes problemas, esa noche había quedado por enésima vez con Paula y la cantidad de alcohol en mi cuerpo empezaba a descolocar mis ideas. Esa noche Paula y yo acabamos en la cama.
Al cabo de dos meses y tras finalizar sin ningún tipo de facilidad mi relación con Paula empecé a conocer a Ángela y congeniamos. María me la había presentado y los tres empezamos a quedar muchas veces para salir. Yo estaba intentando salir de la mierda en la que Paula me había metido la cara y Ángela, María y Marcos me apoyaron en esos momentos de tregua de mujeres. Yo pensaba que era feliz, cada uno de los cuatro teníamos nuestra forma de ver las cosas y a la par nos complementábamos y disfrutábamos de nuestras reuniones, cuatro personas jóvenes disfrutando de sus puntos en común y coleccionando momentos. Lo que comenzó como una alianza extraña se tornó en amistad y cada uno de los cuatro empezamos a intimar por separado con el resto de los componentes. En Marcos encontré un fiel confidente, un amigo donde mis pensamientos no sólo se veían reflejados, además su visión del mundo complementaba la mía. María era a la que conocía desde hace más tiempo y nuestra relación era genial, siempre el uno para el otro. Y por último estaba Ángela, una relación fría que poco a poco se afianzó y que me hizo encontrar una buena amiga en esa chica que califiqué en mojigata, en ese momento era una mujer comprometida, simpatica, un poco callada pero atenta y cariñosa. Había encontrado unos buenos compañeros, no se podría pedir nada en una vida que empezaba a tomar un rumbo tranquilo tras el vendaval que había dejado en mis emociones Paula con su ida.
Con el paso del tiempo el grupo se solidificaba más, en cada reencuentro las anécdotas y la confianza parecían aumentar, María parecía la líder y Marcos y yo le dábamos el toque cómico al grupo y Ángela siempre estaba ahí, no podría decir para qué exactamente, pero ella estaba. Era verano y disfrutábamos de unas merecidas vacaciones, me encontraba viviendo el presente, la buena vida pero algo empezó a ir mal. Mi menté se rompió, algo dentro de mi empezó a negarse a funcionar bien y poco a poco sentía que mis ánimos se hundían más y más cayendo en un pozo que no parecía tener fondo. Estaba hundido, había perdido el interés y las fuerzas para levantarme cada mañana pero por algún motivo lo seguía haciendo. Nunca he sido una persona con una visión del mundo demasiado optimista pero esto sobrepasaba los límites, había perdido las ganas de todo, cualquier cosa me disgustaba, el mero hecho de respirar suponía una agonía, el aire de mi mundo se había tornado en ceniza. Obviamente todos se percataron y preocuparon por mi, todos intentaron arreglar ese problema que había dentro de mi y por primera vez me topé con algo de lo que no podría salir yo solo y tuve pánico.
Mi caída en picado se juntó con unas fechas donde Marcos y María estuvieron fuera durante unas semanas por diversos motivos. Ángela y yo solos quedamos bastantes días. Por la tarde para merendar, por la noche para ir a un concierto o pasarlo bien juntos. La amistad se hacía cada vez más fuerte y las confidencias llegaron, cada uno descubrimos un mundo del otro que pocas personas habían entrado y más que nunca me sentí unido a ella durante esos momentos, enjaulando cada palabra en un rincón de mi memoria, fotografiando cada gesto de su cara y escribiendo en una hoja invisible cada sentimiento que me transmitía. Simplemente conectamos. Veía en ella una gran amiga, una persona que me transmitía la tranquilidad y las fuerzas que necesitaba para afrontar cada noche frente a mis pensamientos. Eran buenos días, mis altibajos emocionales no mejoraban pero cuando estaba con Ángela, Marcos o María parecía redimir este estado anímico tan insano. Todo se torció, un día Ángela me confesó que se sentía atraída por mi, ¿qué podía hacer yo? Si tan siquiera me había planteado nada de ella, yo no soy nada más que un hombre y uno cuyas esperanzas en la vida y la gente se estaban borrando como un mensaje escrito en la arena de la playa. En ese momento me bloqueé, no sabía por donde salir, el tema me atormentaba de una manera enfermiza. ¿Cómo podía gustarle yo después de saber lo que sabe de mi? ¿Qué siento por ella? Es mi amiga, es mi amiga, ¿es mi amiga? No tenía ni idea de como comportarme, la naturalidad se esfumaba por momentos con ella y nuestros amigos lo empezaban a notar. Pero todo cambiaba cuando ella y yo estábamos a solas, volvíamos a ser los mismos, como si esas palabras no hubieran existido, como si ese momento hubiera sido un extraño sueño demasiado real y confuso.
Se estaba terminando el verano, habían pasado unas semanas desde el extraño momento y de las confusas palabras de Ángela, aquella noche los cuatro salíamos con un amigo mio que se ofreció a llevar el coche. Salimos y bebimos los cinco, María llevaba mucho tiempo sin beber y el efecto del alcohol rapidamente apareció en ella, Marcos acostumbrado como yo tardó un poco pero terminó con una borrachera considerable, el conductor iba demasiado perjudicado, Ángela que apenas bebía iba muy borracha y yo parecía inmune a la bebida, notaba cierta alegría y calor producto de la bebida pero nada más. Estábamos bebiendo sentados sobre un jardín con la playa detrás y las estrellas como techo. María se fue a saludar a unos conocidos, Marcos y mi amigo se pusieron a charlar y yo me quedé a solas con Ángela, se abrazó a mi. Yo no sabía qué quería de ella, pero estaba seguro de que esta no era la forma. Sus acercamientos no pasaron desapercibidos para nadie que entre risitas se alejaban dejándome en una situación de mayor incomodidad. ¿Qué podía hacer? Era mi amiga y así no se hacían las cosas con una amiga. Tuve que escapar, tuve que dejarla ahí. Seguimos la noche en otro lado, cada uno en su mundo, Marcos, mi amigo y yo hicimos un poco el idiota, María encontró a un chico con el que pasar el rato y Ángela había encontrado dos compañeros de besos para esa noche. La situación era deprimente, intenté pasar por alto la situación, pero no había pasado ni una hora desde que ella besaba mi cuello y ahora ahí estaba... Bienvenido al mundo pensé para mis adentros. Me sentí insignificante, quería enfadarme, ¿enfadarme por qué? Yo escapé, yo la tenía y por una estúpida moralidad me largué, me estaba bien. ¡Qué me jodan a mi y a mi moral! Después de eso todo se enrareció.
Aquella tarde había quedado con María para tomar algo, habían pasado unos días desde aquella noche y a pesar de que Ángela y yo habíamos hecho las paces y parecía que volvíamos a estar donde antes, ella continuaba elegantemente intentando traspasar la frontera de la amistad, yo estaba genial con ella pero mis dudas no se habían esfumado y mis dudas se habían transformado en serios problemas para dormir. María con su infinita paciencia me escuchaba y me aconsejaba de la mejor forma posible, Marcos había tenido que irse unos días por motivos de estudios y pasábamos ella y yo mucho tiempo juntos. Sabía que algo había entre Ángela y yo, solamente un idiota no sería capaz de apreciarlo, ¿sería suficiente como para no romper la amistad que teníamos? Eso me estaba matando, ¿sentía lo necesario? María se fue para su casa después de que la acompañara un buen trecho y de camino a la mia me topé con Ángela, antes de que comenzáramos a hablar comenzó a llover. ¿Cómo podía llover de esa forma en pleno agosto? Eran las nueve de la noche, yo iba en pantalón pirata y camiseta de Nirvana y me encontraba en medio de lo que parecía el segundo diluvio universal a media hora andando de mi casa. Decidimos resguardanos en un pequeño portal cercano a su casa. Estábamos empapados y se abrazó a mi para que no le cogiera el frio.
-Lo siento.
-¿Qué?
-Siento lo de la otra noche, sé lo mucho que te ha molestado.
-Ya lo hemos hablado, no pasa nada...
-Si que pasa, la fastidié.
-No hay nada que fastidias, no seas boba.-Acaricié su espalda y pelo con mis manos con ternura y delicadeza.-Eres como una niñita pequeña.
-Rober, estoy segura de que habría salido bien.
-¿Lo qué?
-Ya sabes, ¿acaso no notas la tensión que hay ahora mismo?
-¿Qué quieres que te diga?
-Si la hay o no.
-Ángela, no es tan fácil como eso...
-¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Por qué te cuesta tanto lanzarte?
-Eso me lo pregunto yo demasiadas veces, pero quizás haya algún motivo.
-¿Pero no sientes como este momento...?
-Créeme que si, pero...
-¿Acaso no te gusto?
-Si no lo hicieras esta conversación habría terminado hace mucho tiempo.
-¿Y por qué no me besas?
-¿Y si todo se jode?
-¿Prefieres vivir con la duda?
-Prefiero vivir tranquilo, a día de hoy no es nada fácil para mi.
-Yo estoy segura.-Ángela acercó su cara a la mia, su boca a mi boca. Podíamos alimentarnos del aliento del otro. Nuestras miradas se enfrentaban.-¿Qué vas a hacer?
-No estoy seguro de si... Ya te dije que el problema no está en ti, soy yo... Yo no soy lo que necesitas, estoy jodido, tengo mucha mierda dentro, te voy a hacer daño... Te...-En ese momento me besó, no pude evitarlo, estaba demasiado abstraído por mi cháchara. El beso era bueno, llevaba cociéndose durante demasiado tiempo y supo a gloria. Nuestros cuerpos húmedos estaban demasiado juntos en aquel espacio tan reducido como deseando fundirse y terminar siendo solo uno comenzando por los labios. Estuvimos un rato así, nos separamos y pude ver su sonrisa de felicidad, en ese momento confié en que todo iba a ir bien, en ese momento me vi capaz de todo, en ese momento me maldije por toda mi incertidumbre.-Gracias por sacarme de dudas.
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