martes, 31 de enero de 2012

Algo más que un año (1)

Esta historia habla de la crueldad del azar y de como tendemos a destinificarlo, narra como en el dolor puedes encontrar una victoria y de como las buenas palabras e intenciones pueden no ser suficientes. El año que aprendí que las desgracias o los buenos momentos no esperan por nadie.

La noche que conocí a Ángela no tenía nada en particular, otra noche cualquiera en mi océano depresivo tras la era de Paula. Lo mio con Paula estaba dando sus coletazos finales y lo que parecía un imperio de placer y diversión se tornaba decadente y frustrante. Paula y yo llevábamos casi un año intercambiando copas y favores sexuales sin ningún tipo de lazo mayor que los momentos de magia creados tras cada copa. Lo que sea que tuviera con Paula estaba condenado al fracaso, todo el mundo que lo conocía lo sabía y yo era reacio a salir de esa espiral asentimental donde me creía ajeno al dolor de la vida. Aplastado por mis pensamientos como si formaran un sandwich con dos camas de faquir sobre mi cerebro conocí a Ángela. Ángela no parecía aportar nada nuevo al mundo femenino, un cuerpo sencillo y bonito y unos bonitos ojos verdes a destacar. Mi primera impresión fue que esa mojigata acabaría aplastada el día que se enfrentara a la vida real, pero no me importó demasiado, yo tenía suficientes problemas, esa noche había quedado por enésima vez con Paula y la cantidad de alcohol en mi cuerpo empezaba a descolocar mis ideas. Esa noche Paula y yo acabamos en la cama.

Al cabo de dos meses y tras finalizar sin ningún tipo de facilidad mi relación con Paula empecé a conocer a Ángela y congeniamos. María me la había presentado y los tres empezamos a quedar muchas veces para salir. Yo estaba intentando salir de la mierda en la que Paula me había metido la cara y Ángela, María y Marcos me apoyaron en esos momentos de tregua de mujeres. Yo pensaba que era feliz, cada uno de los cuatro teníamos nuestra forma de ver las cosas y a la par nos complementábamos y disfrutábamos de nuestras reuniones, cuatro personas jóvenes disfrutando de sus puntos en común y coleccionando momentos. Lo que comenzó como una alianza extraña se tornó en amistad y cada uno de los cuatro empezamos a intimar por separado con el resto de los componentes. En Marcos encontré un fiel confidente, un amigo donde mis pensamientos no sólo se veían reflejados, además su visión del mundo complementaba la mía. María era a la que conocía desde hace más tiempo y nuestra relación era genial, siempre el uno para el otro. Y por último estaba Ángela, una relación fría que poco a poco se afianzó y que me hizo encontrar una buena amiga en esa chica que califiqué en mojigata, en ese momento era una mujer comprometida, simpatica, un poco callada pero atenta y cariñosa. Había encontrado unos buenos compañeros, no se podría pedir nada en una vida que empezaba a tomar un rumbo tranquilo tras el vendaval que había dejado en mis emociones Paula con su ida.

Con el paso del tiempo el grupo se solidificaba más, en cada reencuentro las anécdotas y la confianza parecían aumentar, María parecía la líder y Marcos y yo le dábamos el toque cómico al grupo y Ángela siempre estaba ahí, no podría decir para qué exactamente, pero ella estaba. Era verano y disfrutábamos de unas merecidas vacaciones, me encontraba viviendo el presente, la buena vida pero algo empezó a ir mal. Mi menté se rompió, algo dentro de mi empezó a negarse a funcionar bien y poco a poco sentía que mis ánimos se hundían más y más cayendo en un pozo que no parecía tener fondo. Estaba hundido, había perdido el interés y las fuerzas para levantarme cada mañana pero por algún motivo lo seguía haciendo. Nunca he sido una persona con una visión del mundo demasiado optimista pero esto sobrepasaba los límites, había perdido las ganas de todo, cualquier cosa me disgustaba, el mero hecho de respirar suponía una agonía, el aire de mi mundo se había tornado en ceniza. Obviamente todos se percataron y preocuparon por mi, todos intentaron arreglar ese problema que había dentro de mi y por primera vez me topé con algo de lo que no podría salir yo solo y tuve pánico.

Mi caída en picado se juntó con unas fechas donde Marcos y María estuvieron fuera durante unas semanas por diversos motivos. Ángela y yo solos quedamos bastantes días. Por la tarde para merendar, por la noche para ir a un concierto o pasarlo bien juntos. La amistad se hacía cada vez más fuerte y las confidencias llegaron, cada uno descubrimos un mundo del otro que pocas personas habían entrado y más que nunca me sentí unido a ella durante esos momentos, enjaulando cada palabra en un rincón de mi memoria, fotografiando cada gesto de su cara y escribiendo en una hoja invisible cada sentimiento que me transmitía. Simplemente conectamos. Veía en ella una gran amiga, una persona que me transmitía la tranquilidad y las fuerzas que necesitaba para afrontar cada noche frente a mis pensamientos. Eran buenos días, mis altibajos emocionales no mejoraban pero cuando estaba con Ángela, Marcos o María parecía redimir este estado anímico tan insano. Todo se torció, un día Ángela me confesó que se sentía atraída por mi, ¿qué podía hacer yo? Si tan siquiera me había planteado nada de ella, yo no soy nada más que un hombre y uno cuyas esperanzas en la vida y la gente se estaban borrando como un mensaje escrito en la arena de la playa. En ese momento me bloqueé, no sabía por donde salir, el tema me atormentaba de una manera enfermiza. ¿Cómo podía gustarle yo después de saber lo que sabe de mi? ¿Qué siento por ella? Es mi amiga, es mi amiga, ¿es mi amiga? No tenía ni idea de como comportarme, la naturalidad se esfumaba por momentos con ella y nuestros amigos lo empezaban a notar. Pero todo cambiaba cuando ella y yo estábamos a solas, volvíamos a ser los mismos, como si esas palabras no hubieran existido, como si ese momento hubiera sido un extraño sueño demasiado real y confuso.

Se estaba terminando el verano, habían pasado unas semanas desde el extraño momento y de las confusas palabras de Ángela, aquella noche los cuatro salíamos con un amigo mio que se ofreció a llevar el coche. Salimos y bebimos los cinco, María llevaba mucho tiempo sin beber y el efecto del alcohol rapidamente apareció en ella, Marcos acostumbrado como yo tardó un poco pero terminó con una borrachera considerable, el conductor iba demasiado perjudicado, Ángela que apenas bebía iba muy borracha y yo parecía inmune a la bebida, notaba cierta alegría y calor producto de la bebida pero nada más. Estábamos bebiendo sentados sobre un jardín con la playa detrás y las estrellas como techo. María se fue a saludar a unos conocidos, Marcos y mi amigo se pusieron a charlar y yo me quedé a solas con Ángela, se abrazó a mi. Yo no sabía qué quería de ella, pero estaba seguro de que esta no era la forma. Sus acercamientos no pasaron desapercibidos para nadie que entre risitas se alejaban dejándome en una situación de mayor incomodidad. ¿Qué podía hacer? Era mi amiga y así no se hacían las cosas con una amiga. Tuve que escapar, tuve que dejarla ahí. Seguimos la noche en otro lado, cada uno en su mundo, Marcos, mi amigo y yo hicimos un poco el idiota, María encontró a un chico con el que pasar el rato y Ángela había encontrado dos compañeros de besos para esa noche. La situación era deprimente, intenté pasar por alto la situación, pero no había pasado ni una hora desde que ella besaba mi cuello y ahora ahí estaba... Bienvenido al mundo pensé para mis adentros. Me sentí insignificante, quería enfadarme, ¿enfadarme por qué? Yo escapé, yo la tenía y por una estúpida moralidad me largué, me estaba bien. ¡Qué me jodan a mi y  a mi moral! Después de eso todo se enrareció.

Aquella tarde había quedado con María para tomar algo, habían pasado unos días desde aquella noche y a pesar de que Ángela y yo habíamos hecho las paces y parecía que volvíamos a estar donde antes, ella continuaba elegantemente intentando traspasar la frontera de la amistad, yo estaba genial con ella pero mis dudas no se habían esfumado y mis dudas se habían transformado en serios problemas para dormir. María con su infinita paciencia me escuchaba y me aconsejaba de la mejor forma posible, Marcos había tenido que irse unos días por motivos de estudios y pasábamos ella y yo mucho tiempo juntos. Sabía que algo había entre Ángela y yo, solamente un idiota no sería capaz de apreciarlo, ¿sería suficiente como para no romper la amistad que teníamos? Eso me estaba matando, ¿sentía lo necesario? María se fue para su casa después de que la acompañara un buen trecho y de camino a la mia me topé con Ángela, antes de que comenzáramos a hablar comenzó a llover. ¿Cómo podía llover de esa forma en pleno agosto? Eran las nueve de la noche, yo iba en pantalón pirata y camiseta de Nirvana y me encontraba en medio de lo que parecía el segundo diluvio universal a media hora andando de mi casa. Decidimos resguardanos en un pequeño portal cercano a su casa. Estábamos empapados y se abrazó a mi para que no le cogiera el frio.

-Lo siento.
-¿Qué?
-Siento lo de la otra noche, sé lo mucho que te ha molestado.
-Ya lo hemos hablado, no pasa nada...
-Si que pasa, la fastidié.
-No hay nada que fastidias, no seas boba.-Acaricié su espalda y pelo con mis manos con ternura y delicadeza.-Eres como una niñita pequeña.
-Rober, estoy segura de que habría salido bien.
-¿Lo qué?
-Ya sabes, ¿acaso no notas la tensión que hay ahora mismo?
-¿Qué quieres que te diga?
-Si la hay o no.
-Ángela, no es tan fácil como eso...
-¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Por qué te cuesta tanto lanzarte?
-Eso me lo pregunto yo demasiadas veces, pero quizás haya algún motivo.
-¿Pero no sientes como este momento...?
-Créeme que si, pero...
-¿Acaso no te gusto?
-Si no lo hicieras esta conversación habría terminado hace mucho tiempo.
-¿Y por qué no me besas?
-¿Y si todo se jode?
-¿Prefieres vivir con la duda?
-Prefiero vivir tranquilo, a día de hoy no es nada fácil para mi.
-Yo estoy segura.-Ángela acercó su cara a la mia, su boca a mi boca. Podíamos alimentarnos del aliento del otro. Nuestras miradas se enfrentaban.-¿Qué vas a hacer?
-No estoy seguro de si... Ya te dije que el problema no está en ti, soy yo... Yo no soy lo que necesitas, estoy jodido, tengo mucha mierda dentro, te voy a hacer daño... Te...-En ese momento me besó, no pude evitarlo, estaba demasiado abstraído por mi cháchara. El beso era bueno, llevaba cociéndose durante demasiado tiempo y supo a gloria. Nuestros cuerpos húmedos estaban demasiado juntos en aquel espacio tan reducido como deseando fundirse y terminar siendo solo uno comenzando por los labios. Estuvimos un rato así, nos separamos y pude ver su sonrisa de felicidad, en ese momento confié en que todo iba a ir bien, en ese momento me vi capaz de todo, en ese momento me maldije por toda mi incertidumbre.-Gracias por sacarme de dudas.

jueves, 26 de enero de 2012

Resistir

Recuerdo lo maravilloso de ese verano, pensábamos que nos comeríamos el mundo. Nos pasábamos las tardes caminando por la playa de la mano, nunca me gustó la playa, el calor me derretía literalmente el ánimo pero contigo no me importaba. Teníamos dieciséis años y todo parecía quedársenos pequeño. Las cervezas por la noche, cenar con los amigos, los besos en tu portal... Que se terminara el verano no indicaba que esto fuera a cambiar, aunque vivieras un poco lejos y el curso que nos venía por delante fuera muy importante. Era jodidamente feliz con la sonrisa de antes del beso. Era un idiota que llegaba a su casa y se pasaba horas pensando en esa sonrisa, en lo hermosa que era.

Se terminó el periodo vacacional y teníamos preparado un sistema para vernos sin restar tiempo a nuestras vidas. Recuerdo como nos dedicaríamos al menos un día a la semana, como elaboramos un horario para poder hablar un rato cada día y sabes qué tal nos fue el día. Lo haríamos sencillo y así comenzó todo. Empezó el curso y aquel día recuerdo lo apático que estaba y de como el Sol se mofaba de nosotros que como borregos nos dirigíamos a la presentación de un nuevo curso que comenzaba. ¿Podría haber algo peor? En mi clase estaban algunos de mis amigos, eramos un curso de veinte personas, once chicos y nueve chicas. Nos sentaron por orden alfabético el primer día y allí la conocí. Xiana, era divertida y no creo que sea pecado decir que era bastante atractiva. Desde el primer momento nos caímos bastante bien y noté una gran tensión entre ambos, pero no le di más importancia que la que se le da al rumor de una mosca que te revolotea. Ese mismo día al llegar a casa tenía ganas de ir a hablar contigo y al terminar de comer te esperé delante de la pantalla de mi ordenador inquieto. Era el primer día y deseaba que tuvieras las mismas ganas que yo de vernos. Estaba antes de los estipulado y esperé una hora más de la hora concretada hasta que apareciste fugazmente, me contaste algo sobre tu nueva clase y apenas tuve tiempo para decir nada, quizás me había creado unas espectativas demasiado altas, era normal que el inicio de una etapa escolar trajera consigo distracciones, supongo.

Durante los primeros días Xiana y yo hicimos buenas migas y caricaturizamos a cada profesor con un sobrenombre según similitudes graciosas o coletilla. Las clases se hacían amenas y el tiempo pasaba volando entre broma y broma. Al llegar a casa, por el contrario Silvia se mostraba cada día más ocupada y con menos tiempo del que habíamos acordado dedicarnos. Su comportamiento me inquietaba, pero no le di mayor importancia, se estaría adaptando al nuevo ritmo de vida. Por fin llegó el sábado y con él el primer día en el que volvería a quedar con Silvia desde el inicio del curso. Estaba ansioso por verla y que se esfumara esa extraña sensación que empezaba a formarse dentro de mi con su comportamiento de estos días. Cuando la vi, dentro de mi se iluminó todo, allí estaba Silvia radiante como la última vez que había estado con ella, como en las fotos, como en mi memoria. Pasamos la tarde juntos, el buen tiempo no se había marchado como nuestro tiempo libre y pudimos volvear a pasear de la mano, charlar hasta el anochecer y besarnos como durante todo el verano. Me sentí como un idiota al volver a casa por todo lo que había estado pensando durante estos días, haber pensado que Silvia se estaba distanciando de mi, ¡maldita inseguridad! Silvia me quiere, ¿no se ha amoldado a los horarios? Ya me pasará a mi.

Pero la vuelta a los días de clase volvió a traer consigo a una Silvia distante, cosa que me hacía desear estar en clase y no pasarlo mal esperándola o viendo como ella no estaba para mi. Un día de la tercera semana de clase, ella misma me dijo que deberían a empezar a reducirse los días en los que nos veíamos a solas porque le estaba resultando muy complicado seguir el ritmo de las clases y necesitaba más tiempo para estudiar. Lo acepté. Mientras tanto las clases se sucedían, cada día estaba más cómodo con Xiana, congeniamos a muchos níveles y ella misma empezó a preocuparse por mis momentos de evasión mental donde mi estado de ánimo se resquebrajaba por Silvia. El tiempo solamente conseguía que me anguistiase más y más. Silvia parecía absorvida por su vida y realmente mostraba nulo interés por la mia. Me inquietaba su actitud, mejor dicho; me preocupaba. Puede que ya no sea lo mismo, que el distanciamiento nos haya sentenciado o simplemente haya conocido a otro. ¿Podría ser que Silvia encontrara a otro que la quisiera como yo? ¿Y los largos paseos por la playa? ¿Y los besos en su portal? ¿Y todos esos buenos momentos juntos se habían esfumado para ella? No podía creerlo, no quería creerlo. Xiana me apoyaba y me animaba, no sé cuan loco me habría vuelto sin sus continuos mensajes de optimismo. ¿Por qué Silvia no podría tener un ápice de las ganas de estar a mi lado que tenía día tras día Xiana?

Mi rendimiento académico cada día bajaba más y más pese a la ayuda de Xiana que incluso venía conmigo alguna tarde para que hiciese todos los ejercicios que nos mandaban en clase y estudiara un poco. Estaba ofuscado, Silvia me tenía encerrado en una jaula de negatividad y lamentaciones de la que parecía escapar en las excasas ocasiones en las que ella hacía aparición distante y ocupada. No encontraba la calma, ¿había convertido a Silvia en un capricho, una obsesión? Tenía que ser real, lo que habíamos vivido era real. No quería desprenderme de eso, no podía desprenderme de eso. ¿Cómo no lo podía comprender ella? Mis amigos empezaban a estar cansados de mis continuos quebraderos de cabeza, sus opiniones pasaban desde que era un paranoico hasta que me ponía los cuernos, la mayoría simplemente decían que no podía seguir así y la dejara. Xiana intentaba animarme, pero ya no podía excusar el comportamiento de Silvia, su cada vez más lejana presencia era muy evidente. Algo le pasaba conmigo.

Llegaron las vacaciones de navidad y Silvia no parecía mejorar. Pasaba el día en casa atormentandome en mis cavilaciones mientras sonaba de fondo el TEN de Pearl Jam o con Xiana que parecía disfrutar mucho de estas fiestas. Xiana y yo éramos prácticamente inseparables. Empezaba a notar cierto comportamiento extraño por parte de mi compañera de clase y amiga, empezaba a mostrarse muy cariñosa conmigo, siempre fue cariñosa; pero ahora era distinto. Se rumoreaba que sentía algo por mi pero yo no hacía demasiado caso a los cotilleos, Xiana era buena chica y muy atractiva, podría tener al chico que quisiera y estaría arta de escuchar mis lamentos por mis problemas con Silvia. Simplemente no podía ser cierto. No podía manejar lo de Silvia y que Xiana sintiera algo por mi. Tenía que aclarar esto ya y decidí una tarde tomar un autobús y aparecer en casa de mi novia. Me recibió sorprendida, estaba estudiando porque había suspendido física y química y había pedido unos ejercicios de refuerzo para practicar en vacaciones.

-¿Qué nos ha pasado?
-¿Qué quieres decir?
-Sil, lo sabes bien. Algo no va... Simplemente quiero saber qué pasa.
-Los estudios...
-No pueden ser sólo lo estudios, algo tiene que pasar.
-¿No te pasa algo a ti? Todo el día con esa chica, tus amigos ya me han dicho...
-¿Y no te han contado lo jodido que estoy por ti? Te has borrado de mi vida así de golpe...
-No me he borrado de ningún...
-¿Cómo que no? Pero si apenas quedamos, apenas hablas conmigo y cuando lo hacemos cada vez eres más fría. Ni me has besado cuando me viste, ¿es normal eso? ¿Qué pasa?
-Rober, ahora mismo no puedo...
-¿Quieres que me vaya? ¿No quieres decirme qué pasa?
-Ya no es lo mismo... No eres el mismo...
-¿Soy el problema?
-¿Y qué pasa con esa chica?
-Nada, ella no para de apoyarme mientras que nuestros amigos que tan bien informada te tienen me dicen que te mande a la mierda.
-Creo que no es el momento, podemos decir cosas de las que nos arrepintamos...
-Di lo que tengas que decir, pero di algo.
-Lo mejor va a ser que lo dejemos.
-No te ha costado tanto, ¿desde cuándo lo sabías?
-No lo sé, pasó.
-¿Cómo no dijiste nada?-Podía empezar a notar como mis ojos se humedecían y me ardían fruto de mis intentos de aguantarme las lágrimas, no me iba a ver llorar, no podía llorar.-Diría que fue bonito mientras duró pero ahora mismo me has jodido bien.
-Rober, yo...
-Tranquila así son las cosas, cuidate.-Nos abrazamos y nos despedimos, me sentía como una mierda y ella me acababa de dejar con la misma naturalidad con la que pestañeamos, nunca entenderé la mente de las mujeres.-Suerte en las recuperaciones.

En ese momento solo tenía ganas de ver a Xiana, la llamé desde mi móvil y decidimos quedar en la puerta del instituto. Cuando salí del autobús empezó a llover, mi suerte estaba tomando un rumbo poco alentador. Llegué a la puerta del instituto y allí estaba Xiana, había sido previsora y tenía un paraguas, esta chica valía su peso en oro, era imposible que le pudiera gustar. ¿En qué cabeza podía entrar? Cuando me vio, me abrazó y por un momento Silvia desapareció del mundo.

-Silvia y yo...-Me derrumbé y comencé a llorar, me daba igual, Xiana me comprendía y me regaló una sonrisa y me pasó la mano por el hombro en señal de consuelo.-Lo peor es saber que todos los demás tenían razón, que estaba equivocado, que...
-Tranquilo, estas cosas pasan, hiciste lo que creías conveniente y...-En ese momento la besé, el presente venció al pasado. En ese momento comprendí que Xiana era la realidad que estaba buscando frente a un montón de recuerdos que se resistían a formar parte del pasado. En ese momento sentí como el paraguas de Xiana golpeaba el asfalto y como la lluvía nos unía y limpiaba al mismo tiempo, en ese beso convertimos los rumores, convertimos la complicidad, convertimos unos sentimientos que se negaban a aflorar en una realidad.
-Perdona por llegar tarde.
-No pasa nada, el autobús...
-Aquí no, a este beso.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Quizás era amor

Era un misterio el porqué dos personas tan diferentes como Carlos y yo salíamos juntos y formábamos tan buen equipo. Por aquel entonces yo había dejado la bebida y él ya se encargaba de beber por los dos. La gente nos miraba raro al principio, parecía imposible que dos personas a priori tan distintas pudieran tener tal conexión, nos dedicábamos a salir y disfrutar de la noche y sus frutos, era muy sencillo para nosotros. Él era más alto, más apuesto y más lanzado que yo, eso atraía a las mujeres que se dejaban engatusar por su físico, sus ojos verdes y por mi forma de venderlo. Yo era su cerebro de respuesto, cuando el suyo empezaba a fallar por ingesta de whisky. No fallaba en el aspecto de perder el equilibrio o defectos en el habla, quizás eso mejoraba; Carlos cuando bebía carecía de la capacidad de la memoria tanto a largo como a cortísimo plazo, ese era el problema que yo con paciencia y habilidad contrarrestaba.

Esa noche podría ser una noche de sábado normal y corriente, salimos los dos con el mismo ritual de siempre. Quedamos a las doce y media de la noche en el lugar de siempre, él llegó con la botella de Ballantine's, vasos de plástico y una lata de Red Bull. Nos sentamos en los bancos de siempre y empezamos a charlar sobre lo que charlan un borracho y un sereno, mamonadas graciosas. Le recordé sucesos importantes de la noche anterior a las que al principio respondía con incredulidad pero terminaba confiando en los efectos del alcohol en su persona. Siempre se terminaba la botella de whisky y siempre sobraba lata de refresco que me daba a mi para que la terminara, éramos una dupla muy curiosa. Eran las tres de la mañana y como siempre nos dirigíamos al local de siempre a ver que deparaba la noche. Mientras caminábamos hacia nuestro destino, le avisaba a mi socio que tuviera cuidado con las personas que pudieran estar, especialmente con las que podría tener conflicto, ya sea de faldas o de duelo de machos. Sabía que no se acordaría, pero me sentía culpable si no se lo recordaba cada noche.

Entramos en el local tras el saludo de rigor a los porteros y camareras, Carlos era casi un VIP y a mi me empezaban a coger cariño al verme siempre con él. Yo no estaba tan metido en ese mundo como él y la ausencia absoluta de alcohol me retraía más. Parecía imposible que yo pudiera encajar con Carlos, pero cuando empezábamos a hablar no había quien nos parara, nos complementábamos y dábamos un juego que pocas veces he visto. Carlos ya estaba pidiendo su segunda copa, de whisky como no; y comentó de ir a la pista a bailar, ¿por qué no? Yo era un iniciado en estos términos, me ponía tenso, notaba las miradas burlonas de todo el mundo, en esos momentos solía tomarme una copa o una cerveza, pero ahora no bebebía y complicaba el asunto. Intentaba relajarme y soltar mi cuerpo, Carlos bailaba con soltura, lo hacía bien sin la bebida, con ella duplicaba su talento y desparpajo.

Comenzaba a pasar el tiempo y con ello a terminarse mis energías, me apoyé en una de las paredes del local donde solía colocarme cuando el agotamiento comenzaba a aparecer, desde aquella posición podía mantener vigilado a mi compañero y de paso tener una visión de todo el local en cuestión. Miré a mi derecha, ahí estaba la barra con sus camareras de un lado a otro fingiendo su mejor sonrisa para la hilera de borrachos babosos cuyos intentos de piropos mientras piden una copa invitaban a perder la esperanza en la especie humana y de paso comprender el sufrido trabajo de camarera. Miro a mi izquierda y veo a dos parejas en pleno auge lascivo y a una chica solitaria en medio de ambas. Me fijo en ella, pelirroja, altura media, un bonito vestido floral y un pronunciado escote que poco dejaba a la imaginación, una curva entre la cintura y la cadera sensual... Antes que pudiera seguir analizando noté como ella me empezó a mirar y por acto reflejo disimulé y miré para otro lado. Menuda cazada compañero, pensé para mis adentros. La chica estaba sola, podría ir allí y decirle algo, estábamos los dos solos, con un poco de gracia seguro que por lo menos tendría un poco de compañía y charla mientras mi amigo seguía ingiriendo whisky y bailando.

La chica en cuestión debía ser amiga de una de las chicas que estaba con un tio contra la pared. La amiga y su acompañante se pusieron a bailar y ella forzó una sonrisa como aprobando que la dejaran sola. ¡Menuda amiga de mierda! Volví a fijarme en ella, no estaba seguro si era pelirroja natural o teñida, le quedaba bien de todas formas. Tenía unos ojos grandes y expresivos, se podía notar lo incómoda que estaba siendo la soledad en esos momentos admirando un segundo esos ojos. Sus carnosos labios perdían cierto encanto con esa sonrisa forzada, pero había que reconocer que era una pequeña joyita adornada con flores. Me quedé contemplando sus ojos y se giró notando mi mirada, esta vez aguanté y nuestras miradas se cruzaron por un rato, ambos giramos las caras al mismo tiempo. ¿Qué estaba pasando? Empecé a notar como me miraba de nuevo y cuando me volví a buscar su mirada fue ella la que se hizo la despistada. Resultaba casi cómico ver como nos evitábamos el uno al otro. Tengo que ir a por ella, algo en mi le habrá interesado o se está burlando de mi, ¿qué le digo? Empezar una conversación con un desconocido es tan horriblemente incómodo... Antes de que pudiera continuar con este hilo de pensamientos Carlos apareció y me instó a que le acompañara, le gustaba mucho la canción que estaba sonando. Le dije que me sentía cansado y le dije que me dijera que le parecía la chica. A pesar de llevar una borrachera considerable analizó bien sus detalles y me dijo que fuera a decirle algo, le dije que no me jodiera y que fuera a bailar. Me estaba empezando a frustrar, ¿a decirle qué?

La amiga había vuelto a junto de la chica, le había dicho si quería pasar un rato con ella y su acompañante y ella negó, parecía que quería quedarse allí y eso me alegró un poco por dentro. Necesitaba aclarar mis pensamientos y fui al baño, me refresqué la cabeza y con ello las ideas, a la salida Carlos me trajo un Red Bull y mientras me lo bebía me volví al muro pero esta vez un poco más cerca de ella. Acababa de dar un paso muy importante o eso creía, la miré y ella me sonrió, parecía estar esperando mi acercamiento. ¿Qué tenía que hacer ahora? No era la primera vez que había una mujer en mi vida, pero nunca supe que hacer con ellas, que clase de código hay para iniciar algo... Me estaba volviendo loco y miré a Carlos que estaba atento a todos mis pasos buscando una respuesta. No encontré nada, me separé del muro para ir a preguntarle a él, a mitad de camino me giré y volví al muro más cerca de ella, podía alcanzarla estirando mi brazo. Volvimos a cruzar miradas y eso era magia, el deseo nos instaba a acercarnos el uno al otro, pero había una especie de energía superior que convertía la unión en imposible. Miré como su mano se acercaba y yo separé la mia de mi cuerpo, nuestras manos se tocaron levemente y me volví a sentir como un adolescente frente a su primer amor. Esto era tan inocente, tan puro, tan utópico. Cada paso era tan lento, como si el miedo a precipitarnos por un acantilado imaginario frustrara el deseo tan grande que había en esos momentos. Estuvimos mirándonos un buen rato, no sabría decir con exactitud el tiempo concreto. Su amiga vino y le debió decir que se tenían que ir, mientras se iba intentó buscar mi mano por última vez, no alcancé a tocarla. Me sentí frustrado y me odié a mi mismo por mi falta de coraje de esa noche. Antes de que cruzara la puerta pude ver como se giraba una última vez y nos despedíamos con la mirada mientras empezaba a notar cierta tristeza por lo corta que se nos había hecho la noche. Carlos vino a reprenderme por mi falta de sangre en las venas. Ya era tarde y nos tendríamos que ir.

Esa noche apenas pude dormir pensando en ella, no conocía su nombre, no habíamos intercambiado nada más que unas miradas, unas sonrisas y una pequeña caricia, quizás eso fuera lo que había convertido a esa chica en algo tan especial. No hubo nada que lo estropeara, ni un nombre, ni un pasado, ni un momento triste... Tenía ganas de volver a verla, durante toda la semana estuve deseando volver a verla aunque no sabía bien que haría si eso ocurriese. Años más tarde la volví a ver, por el día, en la calle, ella iba con dos chicas más y yo venía de comprar un libro. La miré fijamente buscando su reconocimiento y durante un segundo nuestras miradas volvieron a enfrentarse, aprecié una chispa de reconocimiento por su parte, quizás fuera mi imaginación o mis deseos pero por un momento volvimos a estar en aquella noche de sábado.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Mi primera vez

Aquella mañana me desperté con la misma sensación que me había acostado, mierda dura acumulándose en mi estómago. Si eso eran las mariposas les podían dar bien por el culo a todas y cada una de ellas. A mis doce años ya tenía un cuerpo casi de adulto y un montón de pelo en piernas y cojones. Lo había decidido, hoy iba a ser el día. No recuerdo cuando lo había elegido y tampoco como había llegado hasta ese día, pero era EL día. Era mi primer año en secundaria y los cambios no eran solo a nivel educacional, las clases eran mucho más rigurosas y el nivel era más alto, es cierto; pero algo había cambiado en mi y en mis amigos. Nuestro cuerpo estaba cambiando, nuestra forma de pensar nos distanciaba y nos unía de una manera que no alcanzabamos a comprender y las mujeres... ¿Qué pasaba con ellas? Hace un año no eran nada y ahora estaban ahí, con sus gráciles cuerpos, sus sedosos cabellos y sus maravillosos perfumes. Entre todas ellas yo había encontrado a una joya, Fabiola. Era alta, esbelta y tenía una gracia particular que me dejaba embelesado. Estábamos en la misma clase y compartíamos pupitre en alternativa a la religión, otro motivo para ser agnóstico pensaba. Hoy le diría que algo me pasaba con ella, que ella era especial para mi. ¿Qué me pasaba con esa chica? No estaba seguro de ello, me había besado con chicas anteriormente pero sin ningún tipo de interés por mi parte, con esta tenía el convencimiento que en sus labios encontraría algo que las demás no tenía.

Estaba perdido, durante la ducha mañanera no sabía qué decir o cómo decirlo. Ese día no habría alternativa a la religión pero como cada mañana vino a saludar nada más entrar en clase, yo estaba en mi pupitre y no pude ni mirarla a los ojos, el miedo me estaba axfisiando, contesté rápido y ella se fue a su pupitre dos filas más atrás de la mía. Había ensayado la tarde de ayer mil discursos delante del espejo, ninguno parecía válido, ¿cómo se actuaba en este tipo de situaciones? Me miraba ridículo y sobretodo mis manos, ¿qué se hace con las manos? ¿Las tengo en los bolsillos? ¿Las muevo alocadamente para darle énfasis a lo que digo? Estaba seguro de que hoy era el día y estaba seguro de que pasaría una de mas mayores vergüenzas de mi corta existencia. Tenía decidido decírselo en el recreo, no podía prestar atención a las palabras de ninguno de los profesores, incluso una nota de un compañero que me llegó la guardé en mi estuche para responderla cuando mi mente no fuera un huracán de indecisiones que luchaba por destrozar mi convicción de decirle lo que le tenía que decir a Fabiola. ¿Qué le tenía que decir? Realmente no sabía que quería decirle, ella era especial pero, ¿de qué forma? No podía dudar, no ahora. Geografía era la última hora antes del recreo, el profesor ya había entrado y mi voluntad se deshinchaba con el movimiento del secundero del reloj. Esto a los diez años no sucedía, ¿qué narices podría haber cambiado tanto en dos años? La deseaba, pero no de la misma manera que extraño a mis amigos cuando nos despedimos hasta el día siguiente después de una tarde jugando al fútbol en el parque de delante de mi casa. Algo había cambiado con las mujeres, no lo comprendía pero iba a empezar a actuar, ¿sería capaz? Ahora o nunca.

Sonó el timbre y me despertó de batalla de ideas que se forjaba en mi interior. Me levanté apocado, bajé al patio como si me encaminara al patíbulo de fusilamiento. Algo me asustaba lo que pudiera pasar, lo que pudiera decir yo, lo que pudiera decir ella, que los cambios que se produjeran no fueran a bien. Roberto contra el mundo, eres un caballero andante, tu armadura reluce más allá del horizonte, no puedes caer derrotado. Con esas palabras intentaba borrar mi expresión de vergüenza mientras me acercaba a ella en el patio lentamente. Estaba acompañada de dos chicas más de clase, me intimidó un poco la presencia de ellas y dudé un instante. Avancé y escuché a uno de mis amigos llamarme porque necesitaban un portero para el partido en el patio, hice un gesto con la mano para indicarles que no contaran conmigo. No me salía la voz, ¿Me había quedado mudo presa del pánico? Rober, tienes que pensar, tranquilo, solo es una chica. Se sienta a tu lado en alternativa a la religión y hablaís, te viene a saludar todas las mañanas, ¿qué puede ir mal? Va a salir bien, va a salir bien.

-Fabiola, ¿puedo hablar un momento contigo?
-Vale.-Las amigas se apartaron mientras me dirigían extrañas miradas, no me importó mucho, había llegado el momento, estaba decidido a pesar de lo tenso que se empezaba a poner mi cuerpo y las nauseas que sentía.-¿Qué quieres?
-La verdad es que no sé como decirte esto... No soy muy bueno para estas cosas...
-¿Pasa algo?
-Bueno, sí... Tú y yo hablamos mucho y está bien, ¿no?
-Si, ¿acaso no te gusta?
-¡No, no! Me encanta y es eso...
-¿Qué quieres decirme con eso?
-Pues que me gusta estar contigo, hablar contigo...-Cerré los ojos y deseando que todo terminará sentencié.-¡Me gustas!
-Ah, era eso...
-¿Qué?
-¿Qué quieres que te diga?
-No sé, pero si te gusto o si quieres algo... Realmente estoy un poco confuso con todo esto.
-Rober, creo que es mejor que sigamos como hasta ahora, yo estoy bien así.
-¿No te gusto?
-De esa forma no.
-Vale, perdona.
-Tranquilo, mañana hablamos en clase, ¿vale?

Durante ese día no pude atender a ninguna de las otras clases, que decepción. ¿Qué no podría gustarle de mi? Yo me consideraba apuesto por aquel entonces, era de los más altos, de los más fuertes e inteligentes. No entendía nada y quizás no lo entendiera nunca. Terminaron las clases y me fui con la idea de que nunca entendería que pasó durante ese recreo. Me sentí mal, sentía que todos mis méritos no eran nada. ¿Qué no le gustaba de mi a Fabiola? Me miré delante del espejo, me empecé a encontrar defectos. Tenía el pelo un poco largo demás, estaba un poco pálido, ¿me estaba saliendo tripa? ¿Cómo podría gustarle a Fabiola con este aspecto? Tranquilo, seguireís siendo amigos, ese es el consuelo, quizás siendo amigo de ella llegues a comprender el enigma de las mujeres que nació tan recientemente. Me fui a la cama, pasé mala noche.

Al día siguiente tuve que ir a clase, estaba un poco apático, no podía entender como me podía haber afectado tanto mi conversación con ella. Ese día comprendí que las palabras son peores que los puñetazos en la boca del estómago, la sensación de dolor dura más. Ahí entró ella por la puerta, alcé la mirada buscando su saludo, por primera vez en mucho tiempo no me saludó, no se habrá dado cuenta de mi presencia pensé. Dentro de dos clases es alternativa a la religión y ya se sentará a mi lado y hablaremos. Estaba impaciente porque llegara la clase, diez minutos antes de que sonara el timbre para que fueramos a alternativa a la religión ya tenía preparado el material para ir. Tocó el timbre y me senté en mi sitio de siempre, Fabiola por el contrario se sentó en otro, lejos de mi. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué me hacías esto Fabiola? Me pasé toda la clase mirándola como buscando una respuesta a este comportamiento. Esperaría al recreo para abordarla y preguntarle que pasaba. Cuando llegó el recreo volvía a estar con las mismas amigas que cuchicheaban mientras me acercaba a ellas, le hablé, pero continuó hablando con sus amigas ignorándome, me sentí morir por dentro, ¿qué le había hecho? ¿Crecer significaba esto? Me marché dolido mientras escuchaba como las amigas cuchicheaban. No volvió a hablarme en todo el curso, días más tarde empezó a salir con un amigo mio al que dejó con sopapo incluido delante de toda la clase después de que él difundiera que se dejaba toquetear, pero esa, es otra historia.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Mundo, tus pedos apestan

Quizás no os hayaís dado cuenta aún, pero cada mañana al despertar esta sensación se cuela en mis entrañas, no es cosa sólo del olfato, cada uno de mis sentidos clama a gritos esta sinestesia convertida en afirmación.

Estamos perdidos en la inmensidad de la vida, somos millones de almas chocando las unas contra las otras con la intención de no perder el tiempo, pero el tiempo es lo que más se escapa de nuestras manos. No aprobechamos ni uno de solo de los segundos que nos regalan en conocer a quienes nos rodean, de descubrir el sentido de las cosas, en vivir... Esta tragicomedia existencial se ve agrabada por las emociones, un pecado en nuestra sociedad. Se habla mucho de los sentimientos, pero los ocultamos, los negamos y poco a poco los matamos.

El amor se ha convertido en un dinosaurio, un ser gigante cuya fuerza es insuperable pero ya extinto. Carecemos del poder de amar, porque amar no es la locura emocional que todos creemos, amar es conocer y respetar y el ser humano no quiere conocer, la gente quiere encasillarse en un trabajo, en un grupo social o en una formación humana sin reconocer su propia individualidad. Esa carencia de personalidad nos está consumiendo día a día y moriremos desdichados por intentar conseguir un todo cuyo inicio se encuentra en nosotros mismos y que no logramos comprender.

Somos almas errantes, queremos encontrar nuestro rumbo, queremos un buen trabajo, queremos encontrar una persona que esté a nuestro lado, queremos buenos amigos y aproximarnos lo más posible a la vida de nuestros ídolos. ¿Por qué no queremos formarnos a nosotros mismos? ¿Por qué es tan difícil querer el YO por encima del TODO?

Pero tranquilos, vendrán días mejores, borracheras que nos harán sentir vivos y personas que convertirán una cama en nuestro propio Jardín del Edén durante una noche. De momento, abracemos con todas nuestras fuerzas cada momento de placer por vanal que sea, porque a día de hoy estamos encerrados en nuestra propia, como diría Celso Emilio Ferreiro; Longa Noite de Pedra.

domingo, 18 de diciembre de 2011

El diamante y el ignorante

No hace tanto tiempo vivió un hombre al que todos conocían como "el ignorante". Era un tipo feliz que vivía un mundo mental con preceptos morales obsoletos y una importancia al conocimiento casi nula, de ahí vino el sobrenombre de ignorante. El ignorante era un hombre de costumbres arraigadas, se levantaba todas las mañanas, iba a su trabajo y al llegar a casa se dormía con la telebasura. Los fines de semana los destinaba a atiborrarse de televisión o el cortejo de mujeres.

Cierto día, un buen amigo del ignorante en su lecho de muerte le regaló un diamante del tamaño de su puño. El ignorante no conocía utilidad de la piedra preciosa y su amigo no tuvo fuerzas para explicárselo, pero era un buen amigo y seguro que él podría encontrarle utilidad al brillante objeto.

El primer día, tras llegar de trabajar el ignorante decidió ver si el diamante podría entretenerlo, si tenía algún tipo de dispositivo como un televisor para mostrarle algo interesante. Lo palpó por todos lados, pero nada se accionaba. Probó intentar con el mando a distancia de su televisor, pero el diamante seguía igual, frío y brillante. Nada ocurría, quizás tuviera otra utilidad.

Al segundo día, intentó averiguar si era algún tipo de objeto con el cual alcanzar una visión diferente de lo que le rodea. Miraba a través del cristalino diamente y lo único que conseguía alcanzar a ver era la misma imagen repetida como en un espejo roto. Su amigo no podría haberle dejado eso concluyó. Estaba perdido y no sabía de qué serviría el objeto que le había dejado su amigo.

Al tercer día, probó a intentar averiguar si el objeto le daba un mejor sabor a la comida o bebida al contacto con este, pero nada. El diamante parecía no tener utilidad alguna y esto empezaba a frustrar al ignorante que no entendía la broma de mal gusto de su fallecido amigo. Ese mismo día, el ignorante tuvo una visita y esta se quedó asombrado ante la belleza del diamante, pero no quiso comentarle nada porque conocía el origen del mismo.

Al cuarto día, el ignorante intentó mil cosas que le gustaban para ver si el diamante mejoraba las sensaciones que le producían al ejecutarlas. No pasaba nada. El ignorante desquiciado maldijo el último presente de su amigo y decidió deshacerse de esa broma de mal gusto y la tiró al contenedor de la basura.

El ignorante continuó con su vida y días más tarde recibió la visita del amigo que había visto el diamante de su anfitrión. El amigo, al no ver el precioso objeto preguntó por este.

-Ignorante, ¿dónde tienes el diamante?
-Lo tiré a la basura, eso no servía para nada, ¡maldito el momento en el que se le ocurrió regalármelo!
-¿Cómo puedes decir eso? ¡Era un diamante! ¡Una piedra preciosa! Y a juzgar por el tamaño de esta, posiblemente de un valor incalculable.

En ese mismo instante el ignorante comprendió todo y salió corriendo al contenedor de basura, el diamante no estaba por ningún lado. El ignorante había perdido algo de gran valor porque no parecía estar a su gusto, había dejado escapar una gran joya por querer que fuera a su medida en vez de admirar y apreciar su gran belleza.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Silencio que llueve

Me pongo delante del espejo solo con unos gallumbos viejos. ¡Qué mal aspecto tengo! Me acaricio mi pelo, me lo había cortado recientemente y era agradable al tacto. Tengo que reconocer que tengo un pelo que da gusto tocarlo. Me toco la barriga, ¿había engordado? La váscula mostraba que no, pero a mi me daba la impresión de haber ganado peso. Me quité la última prenda y miré mi desnudo completo, ¡qué horror! Barba de varios días y una gran mata de pelo rizo ahí abajo, la monotonía, el invierno y la apatía me habían llevado a un estado de descuido personal vergonzoso. Me afeité. Tomé unas tijeras que tenía en el baño y retoqué mi vello. Ya parecía otra cosa, pero me seguía preocupando mi barriga, la miré desde todas las perspectivas posibles y no dejaba de inquietarme. Mi aspecto no es una gran preocupación, pero tampoco quiero descuidarme del todo. Me tumbé sobre la pequeña alfombra de la habitación e hice una serie de treinta abdominales, me incorporé con cierto grado de fatiga y me volví a mirar en el espejo; ahí seguía aunque unas pequeñas marcas rojas se situaban donde los actualmente denominados machos alfa tienen la "tableta de chocolate". Me miré decepcionado y me metí en la ducha. A pesar de ser un holgazán desordenado, tengo que reconocer que mi higiene no podría ser mejor a pesar de lo que puedo aparentar de primeras. ¿Qué hora es? Salgo del cuarto de baño solo con una toalla y me dirijo a la terraza, es de día pero está anocheciendo, es sábado. Me pongo algo de ropa para estar por casa y enciendo la tele para distraer mi oído. Había quedado con un antiguo compañero para tomar unas cervezas, nada formal; era un buen plan.

Me hice de cenar una pizza y miré entre mi ropa limpia algo abrigado, el frío húmedo de los últimos días entraba hasta los huesos si no te preparabas para él. Nunca cuidé demasiado mi aspecto exterior, prefería estar cómodo y resguardado de las inclemencias meteorológicas que intentar lucir unos atributos de los que carezco. Salí caminando de casa pensando en las buenas anécdotas que volverían a comentarse esta noche entre cervezas, los buenos tiempos pensé. Siempre he mirado mi pasado como los buenos tiempos, es estúpido quizás, pero incluso si pensara en lo que estaba haciendo hace dos horas pensaría en cosas buenas en contraposición a un presente que apesta. Quizás ensalzar estúpidamente el pasado me hace más humano. Las calles están mojadas y parece que va a volver esta noche. Acelero el paso, voy a llegar tarde, que típico. Mi pasión por detenerme a pensar en cualquier cosa siempre me hace llegar tarde a todos lados. ¿Qué preocupación puedo tener? Llevo una vida tranquila, soy un estudiante mantenido que pasa los fines de semana normalmente solo en casa. Tengo amigos que me respetan y cero problemas en cuanto a mujeres, yo no las molesto y ellas a mi tampoco. No paro de castigarme, como si le debiera algo al universo, ¡qué le jodan!

Llego tarde pero Javi ya me conoce, no he cambiado nada desde el instituto, él sigue siendo el carismático y deportista y yo el perezoso y artista. Por aquel entonces le pegaba a la poesía, especialmente a la romántica, pensaba que funcionaría para seducir a las mujeres, la adolescencia fue una etapa para olvidar; pero también la intercalaba con un poco de poesía existencial, me creía muy profundo y trataba de transmitir eso en panfletos que resultaban ser un poco de mierda adornado con frases muy sobadas. Javi era el típico tio que sin tener mucha confianza te podría sacar una hora de buena conversación y eso siempre se agradece. Subimos al bar de siempre y pedimos dos cervezas. Comenzamos a charlar sobre nuestro presente y él pasa al ron y yo sigo con la cerveza. ¿Recuerdas al profesor de filosofía? ¿Y tú te acuerdas de Jacobo y sus locuras? Entre intercambio de risas y recuerdos se nos pasaron las horas, estaba siendo una noche entretenida, hasta me había olvidado de la leve depresión al verme delante del espejo. Noté que empezaba a estar ebrio y me dijo que se tenía que ir, al día siguiente tenía partido, insistí en acompañarle a casa y me dijo que estaba bien, que teníamos que repetir otra noche así y para la próxima intentaría aguantar hasta el final. Decidí tomar una más, la penúltima. Pedí otra cerveza, me quedaba poco dinero y la verdad es que la bebida no me había afectado para nada, notaba como mis pensamientos fluían correctamente. Pensé en las anecdotas que nos dejamos en el tintero, quedarán para la próxima.

Me tomé la cerveza con calma, hablaba de música con el camarero. Me tocaron el hombro, me giré y ahí estaba Sofía. No había cambiado un ápice, su pelo oscuro, su perfume, sus ojos verdes y esa energía que me transmitía. La miré un poco sorprendido, habíamos sido algo grande pero nos distanciamos, no pudo soportarme y no la culpo por ello. Nos quisimos demasiado, podía pasarme horas a su lado, sin hacer nada, sin mediar palabra, deborándonos el alma el uno al otro. Fuímos uno, pero de eso hace mucho tiempo. Las cosas han cambiado entre nosotros. Ella sabía que casi seguro que estaría allí, no entendía que viniera a junto mia. Habíamos rehecho nuestra vida, no recuerdo el nombre de su novio y yo simplemente intento llegar a mi cama cada noche como en los buenos tiempos.


-Sabía que estarías aquí. Hola.
-Hola.
-¿No me dices nada más después de tanto tiempo?
-Precisamente después de tanto tiempo no sé exactamente que decir.
-Un "¿Qué tal estás?" habría estado bien, ¿no crees?
-Vale, ¿quieres tomar algo mientras hablamos?
-No tengo ganas de beber esta noche, quería hablar contigo.
-¿Prefieres que caminemos un poco?
-Mejor.-Me terminé mi cerveza, pedí mi cazadora y tras despedirme del camarero salí a su lado del local. Hacía un poco de frío pero de momento no llovía y eso estaba bien.-¿A dónde te apetece ir?
-Caminemos sin más. ¿Qué tal estás?
-La verdad, no me puedo quejar; cuando termine la carrera creo que podré conseguir trabajo por una amiga de mi madre. ¿Tú qué tal? ¿Sigues escribiendo?
-Sigo sin demasiada fortuna y estudiar sabes que nunca fue santo de mi devoción. ¿Has venido sola?
-Dani se ha tenido que ir, no le gusta dejarme sola, pero estaba realmente mal.
-Se pondría peor si te viera conmigo, de eso estoy seguro.
-Me quiere y confía en mi.
-¿Confías en ti misma?
-Hace ya mucho tiempo de lo nuestro, lo sabes.
-Por eso no entiendo que estamos haciendo hoy.
-¿No echabas de menos estar conmigo?
-Eso no importa...
-Importa, yo si te he echado mucho de menos, te sigo queriendo.
-Ahora estoy seguro de que se pondría más enfermo.
-¡No tiene nada que ver con él!
-Dime, ¿Qué es lo que pasa?-Empezó a llover con mucha fuerza y nos resguardamos lo más rápido posible en el primer portal un poco amplio que encontramos, nos habíamos empapado.-¿De qué va esto?
-Dímelo tú, ¿por qué no has venido a por mi en tanto tiempo?
-Te fuiste, dijiste que fue lo mejor... No te entiendo.
-Dani es un buen chico, me trata bien, trabaja, no me comparte con la bebida y me quiere, es perfecto. No puedo olvidarte, sigo sintiendo que nos precipitamos.
-¿Crees que yo no lo pensé? Ahora es tarde...
-Rober...-Me miró con aquellos ojos, estaba tiritando debido a la mojadura y al frío, ahora estábamos resguardados pero sentí la necesidad de abrazarla.-¿En qué nos equivocamos?
-Nos quisimos demasiado, no está bien visto.
-Bésame.
-Sabes que no puedo, no sigas.
-Solo una última vez.
-Esto está mal. Lo mejor será que me vaya.-Me abrazó más fuerte, ¿qué clase de castigo era este? Debía irme, su novio era un payaso y posiblemente pensaría lo mismo de mi pero mi ética me impedía continuar en esta tesitura.-No me lo pongas más difícil.
-¿Ya no me quieres?
-Nunca he dejado de hacerlo, pero ahora la situación es diferente, ambos somos diferentes. No me hagas esto y no te lo hagas a ti misma. Será mejor que me vaya, por nosotros, por los buenos momentos que pasamos juntos.-Tomé su cara por el mentón y la besé en la mejilla derecha, ella parecía haberse dado cuenta de toda la situación y tenía sus bonitos verdes humedecidos. Pasé mis pulgares por debajo de sus ojos para limpiar las primeras lágrimas. Estuvimos mirándonos a los ojos un buen rato, en silecio, por un momento volvimos a encender aquella llama silenciosa que tan enganchado me tenía, tuve que pararlo antes de que nos quemáramos.-Siempre nos quedarán los buenos recuerdos. Te quiero.

Me adentré en la lluvia, me daba igual. Si seguía allí con ella posiblemente lo jodería todo. Noté como ella permanecía en el portal y comenzaba a llorar, era doloroso irme, pero era lo correcto. Caminé a mi casa, ahora la cerveza aparecía y se asocia con la humedad de mi ropa para hacer mi andar más pesado. He hecho lo correcto, la amo pero he hecho lo correcto. Ahora necesito una ducha caliente y acostarme. Llegué a mi casa y me volví a mirar desnudo en el espejo mientras el agua de la ducha se calentaba, no estaba mal, algo había cambiado y me gustaba. La volatilidad de las opiniones. ¿Mañana pensaría que hice lo correcto al despertar? Me pongo algo abrigado y me acuesto. Habrá otros días para no ser un buen tipo, hoy he hecho lo correcto.