lunes, 8 de agosto de 2011

Ella... (3)

Tras varias semanas sin dar señales de vida, empezaba a temer el hecho de no volver a saber nada de aquella joven tan hermosa que se había ido de mi vida más repentinamente de como entró. Ni una sola carta me respondió y fueron tres escritos los que le había enviado. Mi preocupación iba en aumento a medida que pasaban los días y estaba a punto de pasar un mes desde aquel fatídico día. Mis preocupaciones eran descargadas sobre el papel y en eso estaba mejorando todo. Empezaban a publicarme cosas que habían sido rechazadas e incluso me llamaron para dar unas charlas y unos recitales. Querían que escribiera periodicamente para una revista y bastantes cosas más, todo parecía tomar rumbo y yo no podía sentirme más vacío.

Tras dos meses sin noticias de Verónica y cuando pensaba que iba a tocar fondo recibo una postal suya. Aparecía el Museo del Louvre y supuse que estaría en París, cosa que me confirmaba en su escrito. Se disculpaba por no haber tenido la posibilidad de una despedida mejor y por no contestar a mis cartas, pero que estaba triste por tener que marcharse tan de golpe. Contaba que llevaba un par de semanas en la capital francesa y estaba aprendiendo mucho, no se había adaptado del todo y en unas cuantas semanas cambiaría de ciudad. Me alegré por ella y, por otro lado, me sentí demasiado solo, estaba consiguiendo todo lo que deseaba hace un año en cuanto al mundo de la escritura, pero la había perdido a ella. Ella no estaba hace un año y ahora no concibo mi vida sin sus ojos verdes. Cojí una cerveza de la nevera, la abrí y me senté sobre la cama. Estaba en la mierda más vil anímicamente hablando. El destino se presentaba cruel conmigo, debería ser feliz, vivo de lo que siempre había soñado y no puedo dejar de añorarla. No podía ir tras ella, París es muy grande, además podría irse en cualquier momento y tengo compromisos que ya he cobrado que tengo que cumplir. Mi desesperación aumenta y no encuentro soluciones, voy a por otra cerveza. Otra noche muy larga y mis aspiraciones de dejar la bebida murieron semanas después de su marcha.

Un mes y medio después de su primera postal me llegó otra que parecía provenir de Londres con una imagen de sus famosos autobuses. Me alegré por no haber sido tan estúpido de ir a París en su búsqueda y comencé la lectura. No había gran cosa, estaba bien, conociendo muchas personas interesantes y poco más. ¿Ya no me echaba de menos? ¿Por qué no decía nada sobre eso? Guardé su postal y bajé al bar más cercano a meditar sobre el asunto con ayuda de un poco de whisky. Me alegraba por su éxito profesional y por el mío, pero no era feliz, ¿debería serlo? Cambiaría todo por volver al tiempo en el que no era nadie y apenas tenía dinero para comer por volver a ver las esmeraldas que tiene por ojos y disfrutar del intercambio de cartas o de uno de esos paseos que llegamos a dar juntos durante el tiempo que pasamos de lo que podría considerarse noviazgo. Lo peor de todo esto no era no poder verla, eso ya lo había vivido con las cartas, lo peor era no poder interactuar, quería preguntarle tantas cosas que no podían pasar del tintero. Me preocupaba no volver a recibir nada más.

Y ese sentimiento es el que más me castigó durante los siguientes seis meses hasta que me llegó otra postal, con una imagen de las góndolas venecianas. La que más texto tenía. En ella me contaba que había estado en Milán por temas de trabajo pero le habían dejado irse unos días a Venecia con un amigo que conoció en París. A partir de eso apenas presté atención a la lectura, ¿había conocido a alguien? ¿Durante todo este tiempo estaba con él? No pude contener mi tristeza y mi rabia que se transformó en un golpe desesperado contra la pared y varios sollozos sobre la cama donde me terminé durmiendo. Cuando desperté guardé rapidamente la postal junto a las otras y me puse a escribir, era lo que en ese momento necesitaba. Quería escapar de este mundo donde me acababan de despojar lo poco que quería. Escribí un relato corto, una carta a mi madre y otra a uno de los editores que más cosas me estaban publicando. Al terminar, abrí un par de cervezas antes de volver a acostarme para dormir de nuevo.

Dos meses después había perdido bastante peso y el dinero que no le enviaba a la santa que tengo por madre era gastado en su mayoría en bebida. No era capaz de hundir esa tristeza, pero seguía bregando por hacerlo. Tenía bastante dinero como para seguir manteniendo esta vida, escribir, beber y dormir era lo único que hacía. Una tarde llegué a casa bastante borracho tras una buena cantidad de cervezas y miré que tenía una carta en mi buzón. Verónica había vuelto, había cambiado de dirección, pero no estaba muy lejos de su anterior residencia. Decidí que no estaba en condiciones de leerla y la puse en mi escritorio para después acostarme. Al día siguiente abrí la carta mientras me tomaba algo para el dolor de cabeza que tenía. Verónica me contaba que se instaló en su nueva dirección con ese hombre, que era muy feliz y que había descubierto cosas que nunca habría pensado hacerlo... ¡Se iba a casar! ¿Cómo podía pasarme esto? Además me invitaba, pone fecha, lugar y... ¡Esto no podía ser cierto! Quería verla, pero no podía, ahora mismo tenía pensamientos enfrentados y podría estar ese diablo que me la ha arrebatado. Tenía que pensar friamente, debo actuar según correspondan las circunstancias. Me voy a comer fuera y a pensar en los dos meses que quedan de cara a la boda.

Llegó el terrible día y en mi mente estaba todo lo que tenía que hacer. Había comprado un buen traje, un bonito regalo y un pack de cervezas que tenía en la nevera. Me vestí, el barbero ayer se encargó de mi barba y de mi pelo. Durante estos dos meses recuperé parte de la forma perdida, tenía mucho mejor aspecto. Bajé a la calle con el traje ya puesto, el pack de cervezas frías en una mano y el regalo en otra y fui a por el coche que me había comprado hace dos semanas, nada ostentoso, un coche clásico; un capricho después de los últimos grandes ingresos por varios relatos publicados. Coloqué todo en el asiento trasero y me dispuse a conducir hasta el lugar del evento, no era una capilla al uso, ya que la boda sería al aire libre y por suerte para la pareja el tiempo les acompañaba. Llegué al lugar y aparqué, tras esto abrí la primera cerveza que poco tiempo me duró. De las seis cervezas que tenía al salir de casa solo quedaban dos cuando salí del coche con el regalo, la primera la bebí antes de entrar en la zona donde se realizaría el evento y con la segunda en mano caminé hasta donde tenía que hacerlo. Pregunté a varios invitados y al final supieron indicarme el lugar al que quería ir. Allí estaba, delante de la puerta donde iba a ocurrir una de las cosas más importantes de mi vida. Llamé a la puerta.


-¿Quién es?-Después de tanto tiempo su voz sonaba tan melodiosa como la primera vez, me mantuve callado saboreando sus palabras después de tanto tiempo.-¿Hay alguien?
-Perdona, soy Rober...-Se hizo el absoluto silencio tras la puerta.-¿Puedo pasar?
-Pasa.-Di un último trago antes de dejar la cerveza escondida tras el marco de la puerta. Abrí la puerta y allí estaba, radiante. El tiempo no había causado ni un mínimo estrago en su belleza y ese vestido parecía una cruel broma del destino dispuesta a castigarme duramente,  no podía hacer nada más que mirar boquiabierto a la ninfa que tenía delante.-¿Qué tal estoy?
-Preciosa, pero no te hacía falta el vestido para estarlo. Cuánto tiempo, ¿no?-En ese momento ella se lanzó sobre mi y me dió un abrazo. Un gesto que fue como si me arrancara la piel a tiras en donde nuestros cuerpos contactaban. Respondí al abrazo y noté como la distancia que ahora mismo nos separaba nunca había sido tan grande. Nos separamos y le mostré lo que traía conmigo.-Te he traído un regalo, es un collar. Me van bien las cosas escribiendo.
-No hacía falta, de verdad.
-No pasa nada, tenía ganas de hacerlo. La verdad es que no sé exactamente que decir, es tan complicado. Me jodió mucho cuando me enviaste la invitación, fue un duro golpe...
-Fue todo tan rápido, no supe como decírtelo.
-Te entiendo, no te reprocho nada, ¿cómo fue?
-No sabría explicarlo, solo fue.
-Me alegro de que te vaya todo bien, extrañaba esos dos ojos verdes.-Volvió a abrazarme y en ese momento sabía lo que tenía que hacer. La miré de frente y supe que era mi momento, tomé sus mejillas con ambas manos y deposité un último beso en su frente. Era mi bendición. Ella con los ojos cerrados esbozó una leve sonrisa de aceptación. Me separé de ella y di un par de pasos alejándome de ella.-La verdad es que los extrañé demasiado.
-Rober... Espera...
-Deseo que seas muy feliz, es el mejor regalo que te puedo dar, si te gusta ponte el collar durante la ceremonia.-Caminé rumbo a la puerta.-Me alegro de saber que eres feliz y seguro que te lo dirán mil veces, pero estás preciosa. Gracias por regalarme una última sonrisa.-Cerré la puerta tras de mi, cojí la cerveza y la terminé de un trago. Me dirigí a mi coche aguantando el tipo estoicamente. Conduje a casa y me senté delante de mi máquina de escribir, no escribí nada. Me fui a dormir sabiendo que ella y solo ella era el amor de mi vida.