miércoles, 2 de abril de 2014

Capítulo 1. El hombre sin corazón.

Empezó a tener bastante sed. Sentado en el banco de la estación de trenes, los nervios convirtieron su cabeza en una montaña rusa emocional donde a cada instante sentía la imperiosa necesidad de algo nuevo: si no estaba sediento, notaba que le faltaba el aire o que su estómago estaba sin reservas de comida. Pero lo peor era el vacío del pecho, ese hueco que incluso habiendo menguado se notaba gigante. Miró el orificio ahora tapado por la ropa y se encontró en aquel día en el que su pecho se abrió en canal dejando una nada que no sabría si alguna vez se iría. Cerró los ojos y dejó que el dolor del recuerdo se fuera poco a poco. El ruido le alertó de que el tren se acercaba y se resguardó de una repentina ráfaga de viento antes de poder divisarlo. Lo vió venir, y en ese momento, tan inoportuno como un beso; le invadió la sensación de que estaba cometiendo un error. El pánico se apoderó de él y sintió con más fuerza que nunca cómo la inexistencia que tenía en su pecho le dolía con más intensidad. Intentó escapar pero recordó la promesa que se hizo. Cuando el tren abrió sus puertas ya no albergó ninguna duda de que estaba haciendo lo correcto. Se sentó al lado de un señor y volvió a sentirse sediento pero tranquilo. El hombré le habló.-¿A dónde vas?
-Hasta el final.

miércoles, 8 de enero de 2014

Capítulo 0. El perdedor.

Era martes y sabía lo que aquello significaba. Miró el reloj, las seis de la mañana era una buena hora para empezar el día o para que terminara de una vez el lunes. Estaba un poco mareado y a los pies de la cama pudo ver un libro inconcluso, sus pantalones y tal cantidad de cervezas que se sorprendió a sí mismo de no haber terminado vomitando en algún momento de la noche. ¿Cuántas horas llevaba despierto?Tenía los ojos rojos, se fijó en el terrible aspecto de su cara pero especialmente en el de sus dos ojos. La bebida y las lágrimas los habían llevado a un estado de extrema irritación, la falta de sueño era la guinda a ese cocktail. Prefirió mear en la ducha para no fallar y se duchó. Abrió otra lata de cerveza para acompañar la manzana del desayuno. Tenía el ordenador encendido pero sabía que no le iba a interesar nada de lo que el aparato le pudiera ofrecer, no quería enfrentarse a lo que se pudiera encontrar en el teléfono y ya le habían dejado las cartas en algún rincón de la casa antes de volver a dejarlo solo. El mundo le había abandonado. "Ríe, y el mundo entero reirá contigo. Llora, y llorarás solo"; y nunca se había sentido tan solo como en ese momento. Recogió las latas, no quiso contarlas por pura vergüenza y se volvió a tumbar en la cama; las posibilidades de dormirse se desvanecían a medida que los primeros haces de luz le golpeaban la piel obligándole a abandonar la idea de dejarse vencer por el peso de sus párpados. En su escritorio estaba el billete de tren con salida para dentro de dos días, el motivo perfecto para escapar de la mierda que le ahogaba desde hacía una semana. En aquel momento, se prometió que durante la próxima semana no volvería a perder la sonrisa. Así comenzó todo...