lunes, 26 de septiembre de 2011

Resaca

Me despierto con el Sol de mediodía en la cara, un miércoles. Me levanto y voy directamente al baño. Orino y me miro en el espejo, barba de pocos días, pelo revuelto y aliento de resaca o incluso de haber vomitado; no lo recuerdo. No tenía dolor de cabeza, pero si cierto malestar estomacal, me siento en el baño y me pongo a tararear una canción mientras tanto. La gente canta en la ducha, yo mientras cago. Empezaba un nuevo día, ¿qué podía hacer? Había perdido mi empleo la semana pasada y no tenía ganas de buscar otro nuevo. El poco dinero que me queda aumenta mi holgazanería y hará que dure durante una semana más por lo menos. Me paso un poco de agua por el cuerpo y me cambio de ropa, es hora de salir a la calle.

Camino por la calle enfrascado en mi mismo, no tengo una mujer, no tengo un empleo y tampoco un rumbo que tomar de la vida. Me marché de mi casa tras pelearme con mi padre mientras mi madre entre lágrimas intentaba retenerme, no puedo volver allí. ¿Qué puedo hacer de mi vida? Soy joven, he superado el cuarto de siglo pero no llego a la treintena y mi vida semeja un camino en el que no se alcanza ver lo que hay adelante, una senda llena de tinieblas e incertidumbres. Con estos pensamientos entré en mi bar de siempre, con el camarero de siempre y todo como siempre. Pedí una cerveza como era costumbre y continué mis pensamientos sin hacer menor caso a la gente que me rodeaba y sus conversaciones insípidas.

Incluso la bebida se me antojó aguada y caliente, posiblemente debido a mi estado de ánimo y decidí darle una oportunidad a la gente del local. Miré a mi alrededor, un grupo de tres hombres hablando acaloradamente supongo que de dinero o de deportes, nada interesante; otro grupo un poco más alejado de cuatro hombres que beben y juegan a las cartas; en la barra tres hombres a mi izquierda y uno a mi derecha todos hipnotizados por la bebida y por último un hombre al fondo con una cerveza como yo, por la mitad, solitario y con un halo de tristeza. Lo único interesante del local, me acercaría a charlar con él, pero tengo preocupaciones más importantes y decido continuar bebiendo.

El Sol vuelve a ser mi despertador, otra vez un terrible aliento y vacíos de memoria sobre la noche anterior. Vomito, me cepillo los dientes y mientras resisto el dolor de cabeza miro si la noche anterior ha causado daños en mi economía. Nada importante, aun me queda un pellizco para ir tirando. Es demasiado tarde para salir a buscar trabajo, mi aspecto no es mejor que el de el día anterior, estoy empezando a tocar fondo. Las paredes de mi piso me resultan agobiantes y decido asearme un poco y volver al bar de ayer a tomar una cerveza para superar la resaca.

Entro de nuevo y el mismo panorama del día anterior, en este tipo de locales nunca parece importar el día en el que te encuentres. Podría entrar un uno de enero y estarían los mismos tipos haciendo las mismas cosas que cualquier otro día. Pedí mi cerveza y miré a mi alrededor para ver si había algo interesante. Estaba el mismo tipo de ayer, con una cerveza por la mitad, el mismo halo de tristeza y la misma mirada perdida. Realmente no estaba perdida, parecía sumida en un caos, eran los ojos de un pez muerto, unos ojos que habían perdido esa pasión que hace que quieras abrazar la vida, esa chispa; el tipo realmente no llamaría la atención de nadie si no fuera por esos ojos que demuestran el desgaste de una vida cruel. Me acerco con mi bebida.


-¿Le puedo invitar a algo?
-Estoy servido, gracias.
-¿Puedo acompañarle por lo menos?
-Como veas.
-Roberto, encantado.
-Miguel.
-Usted no es como los demás de este bar.
-No hace falta que me trates de usted, debo llevarte cinco años a lo sumo.
-Disculpa, ¿cómo has acabado aquí?
-Solo quería una copa.
-¿Solo una copa?
-Bueno, es complicado, pero esto.-Levanta la cerveza.-Lo hace más sencillo.
-Yo perdí mi trabajo, mi familia, mis amigos...
-Y crees que contarlo lo solucionará.
-Bueno, no... Simplemente...
-No me malinterpretes, entiendo lo que haces pero todo el mundo pierde y todo el mundo gana, ¿no crees?
-No entiendo.
-No hace falta que entiendas, bebe.

Empezamos a hablar de todo, primero temas nimios como antiguos trabajos o gustos musicales. Después sobre nuestras vidas, todo acompañado de copas. Mientras yo no paraba de beber él parecía tener en su mano una cerveza medio vacía. Me contó que fue un hombre casado y dueño de una pequeña pero ambiciosa empresa de transportes de mercancías y que de la noche a la mañana todo se fue al traste. Uno de sus conductores estuvo involucrado en un accidente estando hebrio y se culpó de todo a la empresa y perdió mucho dinero y prestigio, su mujer se suicidó y le quitaron la custodia de su hija de tan solo tres años a la que no había vuelto a ver. Realmente este hombre había perdido todo, le quedaba unos pequeños ingresos de unas inversiones pero toda su vida se había borrado en pocos meses hace cinco años. Bebimos.

Suena el despertador. ¿Las ocho de la mañana del viernes? Voy corriendo al baño a vomitar. Que aspecto tan terrible por tercer día consecutivo. Me encontraba muy enfermo, pero necesitaba conseguir un trabajo, tras mi visita al bar de ayer me quedaba dinero para unos pocos días. Me afeité, me duché, expulsé todo lo que tenía que expulsar y me preparé un poco de leche caliente que bebí antes de salir de casa dispuesto a buscar trabajo.

Llegué por la noche a casa, me habían cojido en la cadena de montaje de una empresa de envasado de alimentos. No parecía gran cosa, pero sin curriculum y mi aspecto no creo que pudiera escojer mucho más. Era un comienzo, me tomé dos cervezas que comprara de camino a casa para celebrarlo antes de ir a dormir.


La vida cambia muy deprisa y mis últimos seis meses son una referencia de la sociedad alocada en la que vivimos. Apenas tuve tiempo para beber, el trabajo era agotador pero mis esfuerzos, que me agotaban hasta el punto de tener que echarme a dormir hasta el día siguiente al llegar a casa; me llevaron a un ascenso en la cadena de mando de la empresa y de paso conocer a Raquel. Ella formaba parte de la zona administrativa de la empresa, en la sección comercial que se encarga de acordar los pedidos con las tiendas. Fue todo tan rápido, nos conocimos y a las pocas horas de empezar a hablar con ella la estaba invitando a cenar y a los dos meses me instalé a vivir en su piso. La vida me empezaba a sonreír, incluso tuve el valor de mandarle una carte a mi madre con un poco de dinero para mostrarle que no tenía motivos para estar preocupada por mi. La vida era sencilla, un buen trabajo, una buena mujer e incluso mi salud mejoró. Echaba de menos mis borracheras y extrañé durante muchos días a aquel hombre con el que conecté en una noche hasta el punto de creer ser yo mismo.

Era viernes y tenía tiempo para tomar algo, avisé a Raquel de que iba a llegar tarde y me dirigí al bar. Seguro que todo estaba como siempre, los mismos tipos y sus discusiones sobre memeces, los jugadores de cartas, los borrachos de la barra y ese hombre cuya carcasa sigue viva pero con un alma que se esfumó hace muchos años, aquel compañero de bebida que por unas horas fue como un hermano. Quizás algo más que un hermano, podría ser yo mismo. Abría la puerta y todo estaba igual, el mismo camarero en la barra, los mismos borrachos delante del camarero, los que discutían y los que estaban con las cartas... ¿Dónde estaba Miguel? Me sorprendió no verlo en su mesa, quizás la vida le fuera ahora mejor, quizás encontrara una mujer o un buen trabajo y saliera del pozo al mismo tiempo que yo. Los dos estabamos en un momento crítico de nuestras vidas y ambos salimos adelante, suena a perfecta historia. Me acerqué a la barra y pregunté al camarero tras pedirle una cerveza.


-¿Miguel? ¡Ah! El tipo que se sentaba solo al fondo con una cerveza, ya recuerdo. ¿Era amigo tuyo?
-Algo así, ¿sabes algo de él?
-Lo siento tio, murió. Su corazón dijo basta, aquí mismo. Hará cosa de cinco meses o así, al poco que dejaras de visitarnos. Ese tipo lo perdió todo hace mucho tiempo y parece que tanta pena lo mató.
-Algo se, si.
-Lo siento, a esta te invito yo.

Esa noche bebí como no recordaba hacerlo en mucho tiempo, ¿cómo había podido morir? Amigo, compañero, perdóname, te abandoné. Las cervezas se convirtieron en vodca con tónica y terminaron en whisky solo. Sentía su pérdida como algo muy mio.

Me desperté en mi piso al lado de Raquel, me levanté corriendo hacia el baño y vomité; me cepillé los dientes. Apenas recordaba nada de la noche anterior, tenía los ojos rojos. Me metí en la cama con las palabras del camarero grabadas en mi mente. Miguel había muerto, ¿podía ser cierto? Deseaba que todo fuera producto de la bebida, un mal sueño. Con un par de lágrimas en los ojos me abracé a Raquel, su perfume me tranquilizó un poco, eran las diez de la mañana de un sábado, no tenía que trabajar y volví a dormirme.