martes, 31 de enero de 2012

Algo más que un año (1)

Esta historia habla de la crueldad del azar y de como tendemos a destinificarlo, narra como en el dolor puedes encontrar una victoria y de como las buenas palabras e intenciones pueden no ser suficientes. El año que aprendí que las desgracias o los buenos momentos no esperan por nadie.

La noche que conocí a Ángela no tenía nada en particular, otra noche cualquiera en mi océano depresivo tras la era de Paula. Lo mio con Paula estaba dando sus coletazos finales y lo que parecía un imperio de placer y diversión se tornaba decadente y frustrante. Paula y yo llevábamos casi un año intercambiando copas y favores sexuales sin ningún tipo de lazo mayor que los momentos de magia creados tras cada copa. Lo que sea que tuviera con Paula estaba condenado al fracaso, todo el mundo que lo conocía lo sabía y yo era reacio a salir de esa espiral asentimental donde me creía ajeno al dolor de la vida. Aplastado por mis pensamientos como si formaran un sandwich con dos camas de faquir sobre mi cerebro conocí a Ángela. Ángela no parecía aportar nada nuevo al mundo femenino, un cuerpo sencillo y bonito y unos bonitos ojos verdes a destacar. Mi primera impresión fue que esa mojigata acabaría aplastada el día que se enfrentara a la vida real, pero no me importó demasiado, yo tenía suficientes problemas, esa noche había quedado por enésima vez con Paula y la cantidad de alcohol en mi cuerpo empezaba a descolocar mis ideas. Esa noche Paula y yo acabamos en la cama.

Al cabo de dos meses y tras finalizar sin ningún tipo de facilidad mi relación con Paula empecé a conocer a Ángela y congeniamos. María me la había presentado y los tres empezamos a quedar muchas veces para salir. Yo estaba intentando salir de la mierda en la que Paula me había metido la cara y Ángela, María y Marcos me apoyaron en esos momentos de tregua de mujeres. Yo pensaba que era feliz, cada uno de los cuatro teníamos nuestra forma de ver las cosas y a la par nos complementábamos y disfrutábamos de nuestras reuniones, cuatro personas jóvenes disfrutando de sus puntos en común y coleccionando momentos. Lo que comenzó como una alianza extraña se tornó en amistad y cada uno de los cuatro empezamos a intimar por separado con el resto de los componentes. En Marcos encontré un fiel confidente, un amigo donde mis pensamientos no sólo se veían reflejados, además su visión del mundo complementaba la mía. María era a la que conocía desde hace más tiempo y nuestra relación era genial, siempre el uno para el otro. Y por último estaba Ángela, una relación fría que poco a poco se afianzó y que me hizo encontrar una buena amiga en esa chica que califiqué en mojigata, en ese momento era una mujer comprometida, simpatica, un poco callada pero atenta y cariñosa. Había encontrado unos buenos compañeros, no se podría pedir nada en una vida que empezaba a tomar un rumbo tranquilo tras el vendaval que había dejado en mis emociones Paula con su ida.

Con el paso del tiempo el grupo se solidificaba más, en cada reencuentro las anécdotas y la confianza parecían aumentar, María parecía la líder y Marcos y yo le dábamos el toque cómico al grupo y Ángela siempre estaba ahí, no podría decir para qué exactamente, pero ella estaba. Era verano y disfrutábamos de unas merecidas vacaciones, me encontraba viviendo el presente, la buena vida pero algo empezó a ir mal. Mi menté se rompió, algo dentro de mi empezó a negarse a funcionar bien y poco a poco sentía que mis ánimos se hundían más y más cayendo en un pozo que no parecía tener fondo. Estaba hundido, había perdido el interés y las fuerzas para levantarme cada mañana pero por algún motivo lo seguía haciendo. Nunca he sido una persona con una visión del mundo demasiado optimista pero esto sobrepasaba los límites, había perdido las ganas de todo, cualquier cosa me disgustaba, el mero hecho de respirar suponía una agonía, el aire de mi mundo se había tornado en ceniza. Obviamente todos se percataron y preocuparon por mi, todos intentaron arreglar ese problema que había dentro de mi y por primera vez me topé con algo de lo que no podría salir yo solo y tuve pánico.

Mi caída en picado se juntó con unas fechas donde Marcos y María estuvieron fuera durante unas semanas por diversos motivos. Ángela y yo solos quedamos bastantes días. Por la tarde para merendar, por la noche para ir a un concierto o pasarlo bien juntos. La amistad se hacía cada vez más fuerte y las confidencias llegaron, cada uno descubrimos un mundo del otro que pocas personas habían entrado y más que nunca me sentí unido a ella durante esos momentos, enjaulando cada palabra en un rincón de mi memoria, fotografiando cada gesto de su cara y escribiendo en una hoja invisible cada sentimiento que me transmitía. Simplemente conectamos. Veía en ella una gran amiga, una persona que me transmitía la tranquilidad y las fuerzas que necesitaba para afrontar cada noche frente a mis pensamientos. Eran buenos días, mis altibajos emocionales no mejoraban pero cuando estaba con Ángela, Marcos o María parecía redimir este estado anímico tan insano. Todo se torció, un día Ángela me confesó que se sentía atraída por mi, ¿qué podía hacer yo? Si tan siquiera me había planteado nada de ella, yo no soy nada más que un hombre y uno cuyas esperanzas en la vida y la gente se estaban borrando como un mensaje escrito en la arena de la playa. En ese momento me bloqueé, no sabía por donde salir, el tema me atormentaba de una manera enfermiza. ¿Cómo podía gustarle yo después de saber lo que sabe de mi? ¿Qué siento por ella? Es mi amiga, es mi amiga, ¿es mi amiga? No tenía ni idea de como comportarme, la naturalidad se esfumaba por momentos con ella y nuestros amigos lo empezaban a notar. Pero todo cambiaba cuando ella y yo estábamos a solas, volvíamos a ser los mismos, como si esas palabras no hubieran existido, como si ese momento hubiera sido un extraño sueño demasiado real y confuso.

Se estaba terminando el verano, habían pasado unas semanas desde el extraño momento y de las confusas palabras de Ángela, aquella noche los cuatro salíamos con un amigo mio que se ofreció a llevar el coche. Salimos y bebimos los cinco, María llevaba mucho tiempo sin beber y el efecto del alcohol rapidamente apareció en ella, Marcos acostumbrado como yo tardó un poco pero terminó con una borrachera considerable, el conductor iba demasiado perjudicado, Ángela que apenas bebía iba muy borracha y yo parecía inmune a la bebida, notaba cierta alegría y calor producto de la bebida pero nada más. Estábamos bebiendo sentados sobre un jardín con la playa detrás y las estrellas como techo. María se fue a saludar a unos conocidos, Marcos y mi amigo se pusieron a charlar y yo me quedé a solas con Ángela, se abrazó a mi. Yo no sabía qué quería de ella, pero estaba seguro de que esta no era la forma. Sus acercamientos no pasaron desapercibidos para nadie que entre risitas se alejaban dejándome en una situación de mayor incomodidad. ¿Qué podía hacer? Era mi amiga y así no se hacían las cosas con una amiga. Tuve que escapar, tuve que dejarla ahí. Seguimos la noche en otro lado, cada uno en su mundo, Marcos, mi amigo y yo hicimos un poco el idiota, María encontró a un chico con el que pasar el rato y Ángela había encontrado dos compañeros de besos para esa noche. La situación era deprimente, intenté pasar por alto la situación, pero no había pasado ni una hora desde que ella besaba mi cuello y ahora ahí estaba... Bienvenido al mundo pensé para mis adentros. Me sentí insignificante, quería enfadarme, ¿enfadarme por qué? Yo escapé, yo la tenía y por una estúpida moralidad me largué, me estaba bien. ¡Qué me jodan a mi y  a mi moral! Después de eso todo se enrareció.

Aquella tarde había quedado con María para tomar algo, habían pasado unos días desde aquella noche y a pesar de que Ángela y yo habíamos hecho las paces y parecía que volvíamos a estar donde antes, ella continuaba elegantemente intentando traspasar la frontera de la amistad, yo estaba genial con ella pero mis dudas no se habían esfumado y mis dudas se habían transformado en serios problemas para dormir. María con su infinita paciencia me escuchaba y me aconsejaba de la mejor forma posible, Marcos había tenido que irse unos días por motivos de estudios y pasábamos ella y yo mucho tiempo juntos. Sabía que algo había entre Ángela y yo, solamente un idiota no sería capaz de apreciarlo, ¿sería suficiente como para no romper la amistad que teníamos? Eso me estaba matando, ¿sentía lo necesario? María se fue para su casa después de que la acompañara un buen trecho y de camino a la mia me topé con Ángela, antes de que comenzáramos a hablar comenzó a llover. ¿Cómo podía llover de esa forma en pleno agosto? Eran las nueve de la noche, yo iba en pantalón pirata y camiseta de Nirvana y me encontraba en medio de lo que parecía el segundo diluvio universal a media hora andando de mi casa. Decidimos resguardanos en un pequeño portal cercano a su casa. Estábamos empapados y se abrazó a mi para que no le cogiera el frio.

-Lo siento.
-¿Qué?
-Siento lo de la otra noche, sé lo mucho que te ha molestado.
-Ya lo hemos hablado, no pasa nada...
-Si que pasa, la fastidié.
-No hay nada que fastidias, no seas boba.-Acaricié su espalda y pelo con mis manos con ternura y delicadeza.-Eres como una niñita pequeña.
-Rober, estoy segura de que habría salido bien.
-¿Lo qué?
-Ya sabes, ¿acaso no notas la tensión que hay ahora mismo?
-¿Qué quieres que te diga?
-Si la hay o no.
-Ángela, no es tan fácil como eso...
-¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Por qué te cuesta tanto lanzarte?
-Eso me lo pregunto yo demasiadas veces, pero quizás haya algún motivo.
-¿Pero no sientes como este momento...?
-Créeme que si, pero...
-¿Acaso no te gusto?
-Si no lo hicieras esta conversación habría terminado hace mucho tiempo.
-¿Y por qué no me besas?
-¿Y si todo se jode?
-¿Prefieres vivir con la duda?
-Prefiero vivir tranquilo, a día de hoy no es nada fácil para mi.
-Yo estoy segura.-Ángela acercó su cara a la mia, su boca a mi boca. Podíamos alimentarnos del aliento del otro. Nuestras miradas se enfrentaban.-¿Qué vas a hacer?
-No estoy seguro de si... Ya te dije que el problema no está en ti, soy yo... Yo no soy lo que necesitas, estoy jodido, tengo mucha mierda dentro, te voy a hacer daño... Te...-En ese momento me besó, no pude evitarlo, estaba demasiado abstraído por mi cháchara. El beso era bueno, llevaba cociéndose durante demasiado tiempo y supo a gloria. Nuestros cuerpos húmedos estaban demasiado juntos en aquel espacio tan reducido como deseando fundirse y terminar siendo solo uno comenzando por los labios. Estuvimos un rato así, nos separamos y pude ver su sonrisa de felicidad, en ese momento confié en que todo iba a ir bien, en ese momento me vi capaz de todo, en ese momento me maldije por toda mi incertidumbre.-Gracias por sacarme de dudas.

jueves, 26 de enero de 2012

Resistir

Recuerdo lo maravilloso de ese verano, pensábamos que nos comeríamos el mundo. Nos pasábamos las tardes caminando por la playa de la mano, nunca me gustó la playa, el calor me derretía literalmente el ánimo pero contigo no me importaba. Teníamos dieciséis años y todo parecía quedársenos pequeño. Las cervezas por la noche, cenar con los amigos, los besos en tu portal... Que se terminara el verano no indicaba que esto fuera a cambiar, aunque vivieras un poco lejos y el curso que nos venía por delante fuera muy importante. Era jodidamente feliz con la sonrisa de antes del beso. Era un idiota que llegaba a su casa y se pasaba horas pensando en esa sonrisa, en lo hermosa que era.

Se terminó el periodo vacacional y teníamos preparado un sistema para vernos sin restar tiempo a nuestras vidas. Recuerdo como nos dedicaríamos al menos un día a la semana, como elaboramos un horario para poder hablar un rato cada día y sabes qué tal nos fue el día. Lo haríamos sencillo y así comenzó todo. Empezó el curso y aquel día recuerdo lo apático que estaba y de como el Sol se mofaba de nosotros que como borregos nos dirigíamos a la presentación de un nuevo curso que comenzaba. ¿Podría haber algo peor? En mi clase estaban algunos de mis amigos, eramos un curso de veinte personas, once chicos y nueve chicas. Nos sentaron por orden alfabético el primer día y allí la conocí. Xiana, era divertida y no creo que sea pecado decir que era bastante atractiva. Desde el primer momento nos caímos bastante bien y noté una gran tensión entre ambos, pero no le di más importancia que la que se le da al rumor de una mosca que te revolotea. Ese mismo día al llegar a casa tenía ganas de ir a hablar contigo y al terminar de comer te esperé delante de la pantalla de mi ordenador inquieto. Era el primer día y deseaba que tuvieras las mismas ganas que yo de vernos. Estaba antes de los estipulado y esperé una hora más de la hora concretada hasta que apareciste fugazmente, me contaste algo sobre tu nueva clase y apenas tuve tiempo para decir nada, quizás me había creado unas espectativas demasiado altas, era normal que el inicio de una etapa escolar trajera consigo distracciones, supongo.

Durante los primeros días Xiana y yo hicimos buenas migas y caricaturizamos a cada profesor con un sobrenombre según similitudes graciosas o coletilla. Las clases se hacían amenas y el tiempo pasaba volando entre broma y broma. Al llegar a casa, por el contrario Silvia se mostraba cada día más ocupada y con menos tiempo del que habíamos acordado dedicarnos. Su comportamiento me inquietaba, pero no le di mayor importancia, se estaría adaptando al nuevo ritmo de vida. Por fin llegó el sábado y con él el primer día en el que volvería a quedar con Silvia desde el inicio del curso. Estaba ansioso por verla y que se esfumara esa extraña sensación que empezaba a formarse dentro de mi con su comportamiento de estos días. Cuando la vi, dentro de mi se iluminó todo, allí estaba Silvia radiante como la última vez que había estado con ella, como en las fotos, como en mi memoria. Pasamos la tarde juntos, el buen tiempo no se había marchado como nuestro tiempo libre y pudimos volvear a pasear de la mano, charlar hasta el anochecer y besarnos como durante todo el verano. Me sentí como un idiota al volver a casa por todo lo que había estado pensando durante estos días, haber pensado que Silvia se estaba distanciando de mi, ¡maldita inseguridad! Silvia me quiere, ¿no se ha amoldado a los horarios? Ya me pasará a mi.

Pero la vuelta a los días de clase volvió a traer consigo a una Silvia distante, cosa que me hacía desear estar en clase y no pasarlo mal esperándola o viendo como ella no estaba para mi. Un día de la tercera semana de clase, ella misma me dijo que deberían a empezar a reducirse los días en los que nos veíamos a solas porque le estaba resultando muy complicado seguir el ritmo de las clases y necesitaba más tiempo para estudiar. Lo acepté. Mientras tanto las clases se sucedían, cada día estaba más cómodo con Xiana, congeniamos a muchos níveles y ella misma empezó a preocuparse por mis momentos de evasión mental donde mi estado de ánimo se resquebrajaba por Silvia. El tiempo solamente conseguía que me anguistiase más y más. Silvia parecía absorvida por su vida y realmente mostraba nulo interés por la mia. Me inquietaba su actitud, mejor dicho; me preocupaba. Puede que ya no sea lo mismo, que el distanciamiento nos haya sentenciado o simplemente haya conocido a otro. ¿Podría ser que Silvia encontrara a otro que la quisiera como yo? ¿Y los largos paseos por la playa? ¿Y los besos en su portal? ¿Y todos esos buenos momentos juntos se habían esfumado para ella? No podía creerlo, no quería creerlo. Xiana me apoyaba y me animaba, no sé cuan loco me habría vuelto sin sus continuos mensajes de optimismo. ¿Por qué Silvia no podría tener un ápice de las ganas de estar a mi lado que tenía día tras día Xiana?

Mi rendimiento académico cada día bajaba más y más pese a la ayuda de Xiana que incluso venía conmigo alguna tarde para que hiciese todos los ejercicios que nos mandaban en clase y estudiara un poco. Estaba ofuscado, Silvia me tenía encerrado en una jaula de negatividad y lamentaciones de la que parecía escapar en las excasas ocasiones en las que ella hacía aparición distante y ocupada. No encontraba la calma, ¿había convertido a Silvia en un capricho, una obsesión? Tenía que ser real, lo que habíamos vivido era real. No quería desprenderme de eso, no podía desprenderme de eso. ¿Cómo no lo podía comprender ella? Mis amigos empezaban a estar cansados de mis continuos quebraderos de cabeza, sus opiniones pasaban desde que era un paranoico hasta que me ponía los cuernos, la mayoría simplemente decían que no podía seguir así y la dejara. Xiana intentaba animarme, pero ya no podía excusar el comportamiento de Silvia, su cada vez más lejana presencia era muy evidente. Algo le pasaba conmigo.

Llegaron las vacaciones de navidad y Silvia no parecía mejorar. Pasaba el día en casa atormentandome en mis cavilaciones mientras sonaba de fondo el TEN de Pearl Jam o con Xiana que parecía disfrutar mucho de estas fiestas. Xiana y yo éramos prácticamente inseparables. Empezaba a notar cierto comportamiento extraño por parte de mi compañera de clase y amiga, empezaba a mostrarse muy cariñosa conmigo, siempre fue cariñosa; pero ahora era distinto. Se rumoreaba que sentía algo por mi pero yo no hacía demasiado caso a los cotilleos, Xiana era buena chica y muy atractiva, podría tener al chico que quisiera y estaría arta de escuchar mis lamentos por mis problemas con Silvia. Simplemente no podía ser cierto. No podía manejar lo de Silvia y que Xiana sintiera algo por mi. Tenía que aclarar esto ya y decidí una tarde tomar un autobús y aparecer en casa de mi novia. Me recibió sorprendida, estaba estudiando porque había suspendido física y química y había pedido unos ejercicios de refuerzo para practicar en vacaciones.

-¿Qué nos ha pasado?
-¿Qué quieres decir?
-Sil, lo sabes bien. Algo no va... Simplemente quiero saber qué pasa.
-Los estudios...
-No pueden ser sólo lo estudios, algo tiene que pasar.
-¿No te pasa algo a ti? Todo el día con esa chica, tus amigos ya me han dicho...
-¿Y no te han contado lo jodido que estoy por ti? Te has borrado de mi vida así de golpe...
-No me he borrado de ningún...
-¿Cómo que no? Pero si apenas quedamos, apenas hablas conmigo y cuando lo hacemos cada vez eres más fría. Ni me has besado cuando me viste, ¿es normal eso? ¿Qué pasa?
-Rober, ahora mismo no puedo...
-¿Quieres que me vaya? ¿No quieres decirme qué pasa?
-Ya no es lo mismo... No eres el mismo...
-¿Soy el problema?
-¿Y qué pasa con esa chica?
-Nada, ella no para de apoyarme mientras que nuestros amigos que tan bien informada te tienen me dicen que te mande a la mierda.
-Creo que no es el momento, podemos decir cosas de las que nos arrepintamos...
-Di lo que tengas que decir, pero di algo.
-Lo mejor va a ser que lo dejemos.
-No te ha costado tanto, ¿desde cuándo lo sabías?
-No lo sé, pasó.
-¿Cómo no dijiste nada?-Podía empezar a notar como mis ojos se humedecían y me ardían fruto de mis intentos de aguantarme las lágrimas, no me iba a ver llorar, no podía llorar.-Diría que fue bonito mientras duró pero ahora mismo me has jodido bien.
-Rober, yo...
-Tranquila así son las cosas, cuidate.-Nos abrazamos y nos despedimos, me sentía como una mierda y ella me acababa de dejar con la misma naturalidad con la que pestañeamos, nunca entenderé la mente de las mujeres.-Suerte en las recuperaciones.

En ese momento solo tenía ganas de ver a Xiana, la llamé desde mi móvil y decidimos quedar en la puerta del instituto. Cuando salí del autobús empezó a llover, mi suerte estaba tomando un rumbo poco alentador. Llegué a la puerta del instituto y allí estaba Xiana, había sido previsora y tenía un paraguas, esta chica valía su peso en oro, era imposible que le pudiera gustar. ¿En qué cabeza podía entrar? Cuando me vio, me abrazó y por un momento Silvia desapareció del mundo.

-Silvia y yo...-Me derrumbé y comencé a llorar, me daba igual, Xiana me comprendía y me regaló una sonrisa y me pasó la mano por el hombro en señal de consuelo.-Lo peor es saber que todos los demás tenían razón, que estaba equivocado, que...
-Tranquilo, estas cosas pasan, hiciste lo que creías conveniente y...-En ese momento la besé, el presente venció al pasado. En ese momento comprendí que Xiana era la realidad que estaba buscando frente a un montón de recuerdos que se resistían a formar parte del pasado. En ese momento sentí como el paraguas de Xiana golpeaba el asfalto y como la lluvía nos unía y limpiaba al mismo tiempo, en ese beso convertimos los rumores, convertimos la complicidad, convertimos unos sentimientos que se negaban a aflorar en una realidad.
-Perdona por llegar tarde.
-No pasa nada, el autobús...
-Aquí no, a este beso.