miércoles, 29 de noviembre de 2023

Enemigo del silencio

             Estaba preparando la cena, huevos revueltos con bacon; cuando sentí el ruido de las llaves en la puerta. En el intervalo que tardé en remover la cena dos veces se abrió y cerró la puerta. Sin girarme escuché como caminaba hasta llegar al cuarto. Supuse que se pondría ropa más cómoda tras un largo día de trabajo. La cena estaba casi lista. Y me miraba apoyada en el marco de la puerta de la cocina. Emplaté la cena y ya había colocado los cubiertos para no perder ni un solo segundo. Se sentó delante mía pero apenas dirigió la mirada a otro lugar que no fuese el plato mientras comía. No estaba seguro de si lo estaba disfrutando y yo no quise interrumpirla preguntándole sobre su día. Cuando terminamos recogió todo y lo llevó al fregadero donde se dispuso a limpiarlo. Era "nuestro acuerdo", si uno cocinaba el otro fregaba. Salí por la puerta echando una última mirada esperando que me la devolviera. No ocurrió. Me sentía tan cobarde por no decir nada. Nuestro hogar había perdido la música humana como si estuviera insonorizado. Había días donde no nos decíamos nada. ¿Era la rutina? ¿Se nos acabó el amor que un tiempo parecía eterno? No tenía respuesta para ninguna de las dos. Me cambié y me metí en la cama a leer. Escuché que se encendía la ducha. Tras unos veinte minutos entró en la habitación y se tumbó a mi lado. Se giró dándome la espalda como queriendo dormir. Apagué la luz e intenté conciliar el sueño.

Llevaba algo más de una hora comiendo techo cuando decidí levantarme y salir de la habitación. Me ardía el pecho y sentía que necesitaba salir. Me calcé y me puse una chaqueta por encima del pijama. Salí a la calle y caminé. En silencio. Como si yo fuese una biblioteca con patas y el silencio me acompañara allá donde fuera. Llevaba un buen rato cuando vi un banco y decidí sentarme. No entendía lo que estaba pasando entre ella y yo. No entendía en que momento había dejado de usar el nosotros para decir ella y yo. Me daba miedo decir lo que pensaba. Me daba miedo preguntarle si tenía solución. Si iba poder volver a escuchar su risa. Si nos quedaríamos debatiendo la película que acabábamos de ver hasta altas horas de la noche de nuevo. Si el sonido volvería a nuestras vidas. Miré el reloj del móvil y agradecí no tener que trabajar al día siguiente. Seguí caminando hasta que amaneció y entré en un local donde tenía autoservicio de café. Pillé uno y me senté a beberlo durante horas. Mi cabeza no paraba de desplazarse adelante y atrás en el tiempo intentando arreglar lo que había ocurrido o lo que venía por delante. Eso no es vida pensé.

Era casi medio día cuando decidí volver al piso. Ya subiendo en el ascensor me sentía inquieto. Y permanecí en silencio delante de la puerta al menos cinco minutos. Incapaz de entrar. Como un gladiador romano temeroso de salir y enfrentarse a los leones. Cuando entré el silencio era todavía más sepulcral que cuando me fui. Caminé por la casa y ni rastro de ella. Me senté un rato en la cocina como esperando a que apareciese. No ocurrió. Fui a cambiarme a la habitación para empezar a cocinar la comida. Me quité la parte de arriba del pijama cuando vi algo sobre el colchón. Era un folio doblado. Estalló en mi mente un pensamiento de una época donde nos dejábamos notitas constantemente y por un instante me calmé. Algo bueno por fin se dibujó en mis pensamientos. Abrí la nota y leí "Me voy, el miércoles me pasaré a recoger lo que me falta mientras trabajes. No me llames". Me congelé. No podía pensar. No podía respirar. No podía ni siquiera llorar. Podría haber dicho algo pero todo se había roto en silencio.