miércoles, 13 de diciembre de 2023

Mi héroe

             Dave Grohl canta como ve avanzar a su héroe y el mío se fue para no volver. Yo era una roca y su luz me convirtió en una estrella que diría Eddie Vedder. Y es gracioso que lo recuerde con dos canciones porque a mi héroe no lo podría asociar a ninguna canción salvo las que alguna vez cantaba rodeado de los suyos que claramente se había inventado sobre la marcha. Mi héroe no montaba a caballo, iba en un FIAT Punto con casi tantos años como remiendos caseros. Un coche donde muchos años de mi infancia ilegalmente viajé como copiloto y donde tenía que esconderme al aviso de que venía la policía. Mitad realidad y mitad juego, en ese mismo asiento me relató las mayores aventuras surgidas del imaginario de mi héroe. Todavía pienso que no son historias y que son recuerdos de su vida antes de que yo naciera. Mi héroe no usaba ni armadura ni capa pero su piel resistía las inclemencias climáticas. Ni el calor abrasador, el frío extremo ni tampoco la mayor de las lluvias impedía que mi héroe acabase cada día en el mar. Nadaba, buceaba y disfrutaba del océano como si fuera su hábitat natural. Mi héroe era más atlante que humano. Queriendo parecerme más a él, lo acompañé en alguna ocasión y acabé con un frío que todavía persiste en mis huesos. Mi héroe no tenía espada pero blandía amabilidad. Una amabilidad que derrumbaba cualquier barrera. Una amabilidad que vencía cualquier hostilidad. Quizás su mayor legado. Quizás el motivo por el que recuerdo a mi héroe. La persona que mejor asaba sardinas que he conocido en mi vida, la persona que más me alentó en la vida, la persona cuyas manos solo transmitían afecto. Capaz de saberse todos los nudos marineros que existen e incapaz de decir una mala palabra. Se fue dejando al mundo huérfano de una persona extraordinaria. Se fue enseñándome que somos mejores cuando somos amables. Se fue regalándome su vida como ejemplo a seguir. Se fue dejándome mi nombre como el primer regalo que recibí. Se fue. Pienso en mi héroe cada día. Sé que si lo olvido una parte buena de mi se perderá. Que aunque en el recuerdo mi héroe sigue salvando el día. Que todas sus hazañas no se terminaron, continúan en mi vida.

domingo, 10 de diciembre de 2023

Sobre nosotros

             Una vez al mes me enfrento al abismo de querer escribirte. Suele ser un sábado y suele ser ya bien adentrado en la madrugada. No es nostalgia ni un corazón roto que nunca se repuso lo que hace aparecer letras en la nube de recuerdos que sigue a tu nombre. Me apetece volver a usar el nombre que te pusimos y que solo tú y yo sabíamos. Quiero saber en que punto se encuentra tu vida. Si todavía te reirías con las mismas bromas. Si eres feliz. Pienso mucho en lo mal que se me dan las despedidas, en como las odio y en como estuve dos meses enteros únicamente pensando en la nuestra. En todo lo que hice mal y en todo lo que pude haber hecho bien. Todavía me siguen doliendo tus lágrimas de la última vez que nos vimos. Como una última imagen puede derribar todos los recuerdos como una bola de demolición y fijarse en la mente como si fuera una foto de perfil. Me gustaría hablarte sobre los buenos momentos, los que vivimos en compañía y en nuestra intimidad. No con la intención de un reencuentro, sino para celebrar lo felices que fuimos. Que aunque lo bueno esté por llegar como siempre decías no debemos dejar de sonreír al recordar lo que vivimos. Te confesaría que antes de acabar el año me pongo nuestra canción como aliento a lo que está por venir. Porque en mi fiesta tu silla está muy vacía pero el resto están muy llenas. Que los que decías que se iban a quedar se quedaron y el resto la verdad es que ya no importan. Que aprendí tanto de ti que sigues siendo un libro de consulta en muchos aspectos de mi vida. Que estoy agradecido porque llegaras, porque te quedaras y porque llegado el momento nos fuéramos. Quiero escribirte como el que escribe a un viejo amigo. Decirte que por aquí todo bien. Ha sido una larga travesía pero creo que empiezo a ver la Tierra Prometida. Que muchos de mis mejores deseos están contigo. Que soy tu amigo. Y una vez al mes me recuerdo que sin decirte nada estoy contigo. Que a veces el silencio tiene más amor que mil palabras. Y que no se pierde lo que siempre está contigo.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Enemigo del silencio

             Estaba preparando la cena, huevos revueltos con bacon; cuando sentí el ruido de las llaves en la puerta. En el intervalo que tardé en remover la cena dos veces se abrió y cerró la puerta. Sin girarme escuché como caminaba hasta llegar al cuarto. Supuse que se pondría ropa más cómoda tras un largo día de trabajo. La cena estaba casi lista. Y me miraba apoyada en el marco de la puerta de la cocina. Emplaté la cena y ya había colocado los cubiertos para no perder ni un solo segundo. Se sentó delante mía pero apenas dirigió la mirada a otro lugar que no fuese el plato mientras comía. No estaba seguro de si lo estaba disfrutando y yo no quise interrumpirla preguntándole sobre su día. Cuando terminamos recogió todo y lo llevó al fregadero donde se dispuso a limpiarlo. Era "nuestro acuerdo", si uno cocinaba el otro fregaba. Salí por la puerta echando una última mirada esperando que me la devolviera. No ocurrió. Me sentía tan cobarde por no decir nada. Nuestro hogar había perdido la música humana como si estuviera insonorizado. Había días donde no nos decíamos nada. ¿Era la rutina? ¿Se nos acabó el amor que un tiempo parecía eterno? No tenía respuesta para ninguna de las dos. Me cambié y me metí en la cama a leer. Escuché que se encendía la ducha. Tras unos veinte minutos entró en la habitación y se tumbó a mi lado. Se giró dándome la espalda como queriendo dormir. Apagué la luz e intenté conciliar el sueño.

Llevaba algo más de una hora comiendo techo cuando decidí levantarme y salir de la habitación. Me ardía el pecho y sentía que necesitaba salir. Me calcé y me puse una chaqueta por encima del pijama. Salí a la calle y caminé. En silencio. Como si yo fuese una biblioteca con patas y el silencio me acompañara allá donde fuera. Llevaba un buen rato cuando vi un banco y decidí sentarme. No entendía lo que estaba pasando entre ella y yo. No entendía en que momento había dejado de usar el nosotros para decir ella y yo. Me daba miedo decir lo que pensaba. Me daba miedo preguntarle si tenía solución. Si iba poder volver a escuchar su risa. Si nos quedaríamos debatiendo la película que acabábamos de ver hasta altas horas de la noche de nuevo. Si el sonido volvería a nuestras vidas. Miré el reloj del móvil y agradecí no tener que trabajar al día siguiente. Seguí caminando hasta que amaneció y entré en un local donde tenía autoservicio de café. Pillé uno y me senté a beberlo durante horas. Mi cabeza no paraba de desplazarse adelante y atrás en el tiempo intentando arreglar lo que había ocurrido o lo que venía por delante. Eso no es vida pensé.

Era casi medio día cuando decidí volver al piso. Ya subiendo en el ascensor me sentía inquieto. Y permanecí en silencio delante de la puerta al menos cinco minutos. Incapaz de entrar. Como un gladiador romano temeroso de salir y enfrentarse a los leones. Cuando entré el silencio era todavía más sepulcral que cuando me fui. Caminé por la casa y ni rastro de ella. Me senté un rato en la cocina como esperando a que apareciese. No ocurrió. Fui a cambiarme a la habitación para empezar a cocinar la comida. Me quité la parte de arriba del pijama cuando vi algo sobre el colchón. Era un folio doblado. Estalló en mi mente un pensamiento de una época donde nos dejábamos notitas constantemente y por un instante me calmé. Algo bueno por fin se dibujó en mis pensamientos. Abrí la nota y leí "Me voy, el miércoles me pasaré a recoger lo que me falta mientras trabajes. No me llames". Me congelé. No podía pensar. No podía respirar. No podía ni siquiera llorar. Podría haber dicho algo pero todo se había roto en silencio.

martes, 31 de octubre de 2023

Terror

         ¿Cuál es tu mayor miedo? ¿Estar solo? ¿Perder a un ser querido? ¿Las arañas? ¿La oscuridad? Durante años mi mayor miedo me esperaba en el colegio. Tenía nombre y apellidos, la complicidad de los profesores y la capacidad de hacer que me hubiera aprendido todos los recovecos que tenía ese centro escolar. "Nunca había hecho nada" era lo que siempre decían de él pero sus insultos, como conseguía que todo el grupo le apoyara a la hora de burlarse de mi y como era capaz de que cada palabra suya se sintiera como un empujón a un pozo que cada día se volvía más profundo. Ese día era viernes y mi consuelo era saber que faltaban unas horas para no verlo en dos días. Como cada día llegué pronto y me senté lo antes posible en un rincón esperando no ser percibido. Tuve suerte y lo logré. Durante las primeras horas no existía y era la mayor de las felicidades. Llegó el recreo y la estrategia que mejor funcionaba era salir el último porque a veces con la emoción se olvidaba de mi. Hoy volvía a ser de esos días, dos de dos. Merendé rápido y repetí la estrategia del principio de entrar pronto y sentarme en mi rincón. Ese día no parecía existir. Durante la siguiente hora lo miraba como esperando una reacción. Un insulto tal vez. Que me llegara una notita con un dibujo donde tenía cuerpo de cerdo. Que le pidiera a alguien que me insultara. No pasaba nada. Faltaba una hora para salir y vivía entre el terror de no saber que estaba pasando y el alivio de que no estuviera pasando nada. Cuando sonó el timbre de salida como cada día esperé. Cuando todos se habían marchado recogí mis cosas y salí. Caminé despacio, mirando a todos lados. Todos los días pasaba algo hoy no podía ser una excepción. Mi vista alcanzaba ya la salida. La libertad. Dos días libre.


-Te crees gran cosa, ¿eh?


Antes de que pudiera contestar un empujón me derribaba. Ahí estaba y a diferencia de otros días no sonreía. Parecía furioso. Tres personas estaban con él. Empezó a gritar algo. El miedo no me dejaba escuchar nada. Solo podía ver su furia. Creo que estaba temblando. Cuando terminó con su discurso miró a sus acompañantes y me propinó una patada en el estómago. Sentí como la merienda hacía la ruta inversa. Antes de que pudiera hacer nada las otras personas le acompañaron y empezaron a patearme. Me cubrí la cabeza. ¿Qué otra cosa podía hacer? Durante un rato que se sintió eterno desee volver a los insultos o incluso a aquel par de ocasiones donde me escupió en la cara delante de todo el mundo. Me dolían los golpes pero me estaba matando el terror de no poder hacer nada. Las patadas remitieron y él pudo darme una más como dejando claro que todavía tenía cuerda. Se marcharon y se reía. Estuve un tiempo encogido en el suelo. Nadie vino. Cuando me pude levantar comprobé que no me faltaba nada. Caminé un rato hasta que no pude más y lloré en un portal. No podía retrasarme más porque mi abuela se iba a preocupar. Caminé mientras el cuerpo me ardía de dolor. No era justo. No había hecho nada. No lo merecía. Por lo menos tenía dos días libre.

lunes, 11 de septiembre de 2023

Rendición

             Era tan tarde que en lugar del sueño apareció la vigilia en forma de recordatorio de que la ciudad estaba despertando. La cabeza a punto de estallar por la pelea interna que se vivió durante toda la noche y los ojos rojos y empapados porque la batalla se perdió. "No vale la pena pensar más en ello" se dijo tras una larga sesión de pensamientos intrusivos y autoflagelación. Tenía una hora para ducharse, desayunar y empezar la jornada de evasión de la realidad. Otro día más. No puedes pedirle al agua que no moje y a un ansioso que no piense. Intento tararear en su cabeza alguna canción mientras el agua de la ducha elevaba su temperatura corporal. No era capaz de recordar ninguna canción entera, eso le molestó. Cuando salió de casa estaba tan cansado que bajar cada escalón de los cuatro pisos que lo separaban del nivel del suelo le pareció en si mismo un piso entero en subida. Tenía un trabajo, uno sencillo por suerte pensó. Con la cabeza bajo mínimos no se sentía capaz de poder hacer algo más que sentarse en su silla y ver en la pantalla del ordenador letras y números. Salió del trabajo quince minutos tarde. Era la primera vez en estos seis meses que lo hacía pero llegado cierto momento de la mañana llegó a tal estado de trance que se podría decir que estaba dormido con los ojos abiertos. Comió los restos de la cena de la noche anterior. Se tumbó en el sofá y llegó a la conclusión de que tocaba otra noche sin dormir.


-He abandonado todos mis sueños.


Se llevo las dos manos a la cara y las fue cerrando como si quisiera encogerla. Sollozaba. Sabía que esa vida no era la que quería. Lejos de todo lo que le importaba. Lejos de todos los que le importaban. Lejos de sus sueños. No era capaz de mirar una hoja en blanco sin sentir nauseas. Ya ni se acuerda de la última vez que fue capaz de escribir algo que no mereciera un hueco en el fondo de la papelera. ¿Escribir o vivir? Llegados a este punto parecían lo mismo. Se lamentaba. Se enfadaba. Miraba en la agenda de su teléfono para compartir la carga de su desgracia. No había nadie. Todos fueron abandonados. Aquellos amigos, aquella madre, aquella pareja... Todos quedaron en el pasado y en otra ciudad que parece otra vida. Pegó un grito. Escuchó los golpes a través de la pared del vecino. Se dijo que no más. Acercó una silla a su antiguo escritorio. No encendió el ordenador, directamente buscó un papel en blanco y un bolígrafo que pintase. La miró en silencio durante cinco minutos. Suspiró y apoyó el bolígrafo en el papel. Dibujó una "t" mayúscula. No la dibujó, la escribió. "Puedo hacerlo" se escuchó en el mismo origen de sus pensamientos. Cuando las primeras palabras empezaron a precipitarse sobre el papel la adrenalina de la emoción pareció devolverle la confianza. Era una carta. Una carta para una persona que no existía. Estaba disfrutando del proceso. Las ideas se derramaban sobre el papel. Un folio. Dos folios. Cinco folios.

Se despertó con el sonido del despertador. Tenía una hora para ducharse y desayunar. Miró los papeles bajo sus brazos. Todos llenos de palabras. No podía creer que fuera posible pero ahí estaban. Se duchó tan rápido que el agua no llegó a cubrir todo su cuerpo y ya estaba saliendo. Se puso a leer. Primero una carta, luego un cuento y también una historia corta sobre dos amantes que se despiden. No era posible y al mismo tiempo lo estaba leyendo. Como arte de magia su mente se despejó. La bandera blanca se ondeó. La guerra interna había terminado por el momento. No le puedes pedir al agua que no moje pero puedes conseguir que un ansioso no sobrepiense. 

martes, 29 de agosto de 2023

Sola mente

         No estás loco. Me repito una y otras vez esas palabras, como un conjuro o como intentando evitar una maldición. No estás loco. Me lo repito tantas veces que soy capaz de visualizar cada una de las letras en mi cabeza como esculpidas en piedra. No estás loco. Me aferro a cada palabra a las palabras y siento que son un muro contra mi propia oscuridad. No estás loco. Me centro en ellas buscando que me vuelvan a transmitir la tranquilidad de lo conocido. No estás loco. Siento sonrisas burlonas rodeando mi frase amuleto. No estás loco. Aunque me tape las orejas todavía las siento como si fuese ropa mojada. No estás loco. Intento buscar fuerza en esas poderosas palabras en mi cabeza y están agrietadas. No estás loco. Ya solo puedo escuchar risas a mi costa, soy un fraude. No estás loco. Empiezo a caer mientras las letras poco a poco se desmoronan. No estás loco. Mis ojos inundados ya no me permiten ver. No estás loco. ¿Seguro? No estás loco. ¿De verdad? No estás loco. ¿Te lo crees? No estás loco. ¿En serio? No estás... Lo siento mucho. No, no, no... Tenemos que hablar. ¿Estoy loco? Necesitas perdonarte no una "frase amuleto". Estoy loco. Cometiste errores, es cierto pero si quieres avanzar necesitas perdonar, perdonarte. Loco. Toda esa rabia, ese remordimiento solo te van a asfixiar. No quiero estar loco. Equivocarse es común, intenta ser compasivo, intenta buscar una manera de enmendarlo. Yo... ¿Loco? Te has caído, ya te has castigado, ¿de qué te ha servido? Yo estoy loco. Levántate. No quiero estar loco. Esa oscuridad solo existe en tu cabeza. No quiero estar loco. Esas miradas y esas burlas son solo tus miedos, échalos. No quiero estar loco. Háblate con la compasión con la que le hablarías a tus seres queridos. No quiero estar loco. Todos podemos cometer errores, no necesitas ser perfecto. No quiero estar loco. Ten paciencia contigo mismo, habría días malos. No quiero estar loco. Persevera, aunque no lo creas lo estás haciendo bien. No quiero. Lo estás haciendo bien. Loco. No es cierto. No estás loco. Recuerda que el camino es largo. No estoy loco. Perdonar no es olvidar y castigarse no significar solucionar. No estoy loco. La amabilidad es el mayor signo de fortaleza, sé amable contigo y con los que te rodean. No estoy loco. Recuerda que lo estás haciendo bien. No estoy loco. No te rindas. No.

domingo, 30 de julio de 2023

De madrugada

        El perímetro estaba a punto de ser acordonado, el haz rojo y azul era lo único que me permitía distinguir a los míos de los curiosos. La prensa no había llegado, lo que era un gran alivio. Le indiqué a dos novatos que dispersaran todas las miradas indiscretas. Entré en el motel y, al subir por las escaleras, me crucé con otro bebé de teta uniformado con cara de haber estado a punto de contaminar la escena del crímen con su cena. Tras el cordón policial de la habitación pude ver el trabajo de un monstruo. El cuarto estaba empapelado con fotos de aquel cuarentón acostándose con su cita. Aquella joven no tendría ni veinte años. Estaba maquillada con su propia sangre, sentada delante de un plato con la cena, su corazón. En tan siniestra velada tenía como acompañante al alcalde. El que hasta hacía unas horas era el líder de la ciudad tenía su traje totalmente ensangrentado y la boca tapada con un billete que le habían cosido. Su plato contenía la piel anteriormente extirpada de cuello para abajo. La ciudad ya no pudo dormir tranquila.

martes, 27 de junio de 2023

Dos horas muertas

         El trabajo de oficina. Qué decir. Hacen de la rutina la mayor de sus virtudes y al mismo tiempo el más grande de sus defectos. Lo reconozco, odiaba ese trabajo pero pagaba las facturas y trabajar de lunes a viernes con dos días de descanso se siente un regalo de los Dioses. Los lunes siempre los mismos comentarios y los viernes el tiempo se congela. Horario partido durante la mayor parte del año y horario de verano cuando llega el calor. Tan predecible como las personas que nos encontrábamos allí. Todavía no había llegado el calor en forma de horario pero ya era uno de esos jueves donde el sudor que recorría mi espalda y el tiempo congelándose se volvían una combinación letal. Me agobiaba mirar mi reflejo sudoroso y aburrido en la pantalla del ordenador. Tenía que escribir unos documentos para un cliente que había llamado en dos ocasiones a lo largo de esta interminable mañana. Ya no podía más, tras mirar en el reloj que me quedaban dos horas para poder irme a comer a mi casa me dirigí al baño anhelante de poder tomarme un respiro. Caminé lo más rápido que pude intentando evitar conversaciones. Entré en el bañó, se encendió la luz de manera automática y me puse delante del lavabo. Me empapé la cara y la nuca. Durante un segundo sentí alivio. Me miré en el espejo. Tenía un aspecto terrible. En el espejo se reflejaba lo que parecía una especie de botón rojo como los de las películas. Me detuve a mirarlo y no se reflejaba, asomaba del espejo. Miré a todos los lados intentando ver si había algo más en la habitación distinto. Nada. Solo un botón en el espejo. Dudé un instante y lo pulsé.

El baño se quedó completamente a oscuras. Maldita luz automática pensé y moví los brazos para que el detector de movimiento encendiese las luces de nuevo. Nada. Volví a mirar al botón y ya no estaba. Parecía que estaba en algún especie de pasillo y que a lo lejos se veía la luz. No entendía nada. Volví a agitar los brazos y siguió sin cambiar nada. Grité para ver si alguien me estaba gastando una broma. Pero no me salió voz. Volví a gritar y no tenía voz. Me di por vencido y avancé hasta la luz. Cuanto más me acercaba más se veía como una especie de salida. Asomé la cara y estaba en una cueva "como Platón" pensé y durante un segundo esta pequeña gracia me hizo olvidarme de mi situación. Miré en todas las direcciones antes de salir del todo. Solo había un páramo de tierra seca. Salí de la cueva y tras dar un pasos adelante vi una figura a lo lejos de una persona que parecía saludarme. Me resultó conocida. Y avancé con cautela hasta que lo reconocí. Era mi abuelo. No podía ser... El había... Había... Hace ya unos cuantos años. Parecía feliz como antes de la cama del hospital. Me saludaba como cuando era un crío y lo iba a visitar como antes de la silla de ruedas. Me miraba con esa alegría y esa inocencia que compartíamos como antes de la enfermedad. No me lo podía creer. Corrí hacia él. Llegué a donde estaba y solo me sonrió como si no hicieran falta las palabras. Quise preguntarle que estaba pasando pero no tenía palabras. Parecía altísimo. Hacía tanto tiempo que no lo contemplaba así. Miré mis manos y eran las de un niño. Me acaricié la cara y no había barba. Volvía a tener diez años pero ahí delante estaba mi abuelo. Lo abracé. Me volvió a acariciar la cabeza como él hacía. Lo apreté lo máximo que pude contra mi, como si sintiera que me lo fueran a arrebatar. Intentaba gritarle tantas cosas pero no tenía voz. Empecé a llorar mientras el también me abrazaba. Le apreté tanto que tuve que cerré los ojos que ya estaban hasta arriba de lágrimas. Apreté. No se escuchaba nada. No veía nada.

Noté un toque en el hombro. Me sobresalté. Me preguntaron si estaba bien. Miré para atrás y estaba un compañero de oficina. Le dije que estaba bien. Me contestó que le sorprendió verme a oscuras en el baño solo y se preocupó. Me miré en el espejo y volvía a tener mi aspecto. Y al contestar a mi compañero volvía a tener voz. No entendía que había pasado. Me dijo que si no pasaba nada que me se iba a su puesto que tenía que terminar algo antes de tener una llamada con un superior. Noté que me miraba mucho para el calzado. Miré mis pies y tenía el calzado y los pantalones sucios. Como si hubiese corrido por tierra seca llenos de polvo. Me asusté un poco. ¿Había pasado de verdad? Miré el reloj, todavía faltaban dos horas para poder irme a casa. Me volví a lavar la cara pero no pasó nada. Toqué el espejo donde antes estaba el botón pero siguió sin pasar nada. Decidí volver a mi escritorio. Estaba tan asustado de lo que me acababa de pensar que en cuanto me senté solo pude pensar bendita rutina.

sábado, 20 de mayo de 2023

Un último baile

         Las personas, al contrario que las cosas; es más probable encontrarlas fuera de casa. Y por eso me fui. No avisé a nadie porque quería encontrarme no que me encontraran. Fueron las suficientes horas de autobús para que en varias ocasiones me arrepintiera de haber emprendido esta fuga improvisada. Cuando por fin alcancé mi destino estaba tan entusiasmado con el final del viaje que casi beso el suelo que me iba a acoger los próximos días. Era un pequeño pueblo de Castilla y el principal motivo por el que lo escogí como mi destino fue las reseñas de tranquilidad. Me hospedé en un hostal que hace al mismo tiempo de bar del pueblo. Era última hora de la tarde y gran parte del pueblo estaba reunido allí. Yo me metí directo en mi habitación y cuando terminé de acomodarme ya había caído la noche. No tenía sueño a pesar de haberme pasado todo el día y me puse a leer en el escritorio de la habitación. A través de la ventana podía ver casi todo el pueblo. No había nadie por la calle y apenas un par de ventanas estaban iluminadas. El contraste con las noches de la ciudad era notable. No llevaría una hora leyendo cuando algo captó la atención. Como en la Ventana indiscreta tuve que sacar mis mejores dotes de voyeur para poder tener claro lo que estaba pasando. ¿Había alguien bailando en mitad de la plaza? Era un hombre de avanzada edad bailando solo en mitad de la noche y desnudo. No entendía nada pero desde mi perspectiva parecía muy feliz bailando. Pese a su edad se movía como si su desnudez o el frío nocturno no le afectaran. Estuve un rato sin entender muy bien la situación. Cuando terminó, recogió sus ropas que había dejado colocadas a un lado, se vistió y se fue. Mientras se marchaba lo reconocí de haberlo visto en el bar del pueblo al llegar. Me fui a dormir.

A la mañana siguiente desayuné y me dediqué a visitar los lugares emblemáticos del pueblo. No fue hasta la tarde hasta que pasé por la plaza donde había presenciado el espectáculo nocturno. Me preguntaba si esa noche volvería a pasar. Tras una ducha y la cena volví a la lectura nocturna pero con ojo y medio puesta en la ventana. Ya entrada la madrugada la escena se volvió a repetir. El mismo hombre y la misma escena. ¿Sería algún tipo de ritual? En cuanto terminó me fui a dormir. Durante un segundo pensé en preguntarle a alguien del pueblo por la situación al día siguiente pero lo normal es que no le contasen a un turista algo del estilo. Tras disfrutar de otro día tranquilo de turismo decidí que me acercaría a la noche a preguntarle al protagonista el motivo de sus actos. Tras cenar decidí hacer tiempo en el bar y tras una cerveza decidí "dar un paseo nocturno". Esperé sentado en unas escaleras que me permitían ver y ser visto, no quería asustar al pobre hombre. Llegó a los cinco minutos de mi descanso y al verme decidió acercarse, dejar su ropa a mi lado y con un "si me hace el favor de cuidármelas" comenzar su ritual. Se repetía la conducta de los últimos días con la única diferencia de mi presencia como espectador. Sin entender nada, pasados unos minutos le interrumpí.


-Disculpe, no quiero ser indiscreto pero... ¿Por qué viene de noche a bailar?

-No se preocupe caballero. -Me miró totalmente relajado, como si yo fuese el hombre desnudo en mitad de la calle y él la voz de la cordura.- Pues es por una promesa. Conocí al amor de mi vida aquí, hace cincuenta y siete años. Eran las fiestas de este pueblo y yo venía con unos amigos. La conocí y la saqué a bailar y dos años más tarde estábamos casados. Marisa era una mujer maravillosa, todo el mundo la quería y yo no podría haber vivido una vida más feliz que la que tuve con ella. Le encantaba bailar y cuando enfermó tras meses a su lado en la habitación sus últimas palabras fueron "no dejes de sacarme a bailar". No podría negarle nada a Marisa y no puedo dejar de sacarla a bailar. Reconozco que el primer año tras su marcha apenas me levantaba de la cama, pero con el tiempo supe que ella estaría muy afligida si me viera así y recordé la promesa que le hice y todos los buenos momentos que viví con ella.

-Siento mucho su pérdida, es una historia de película la suya. Pero hay una cosa que sigo sin entender, ¿por qué lo hace desnudo? -Se rio como a veces ocurría durante sus bailes y se rascó la cabeza con un poco de vergüenza como si acabase de darse cuenta que estaba desnudo.- ¿He dicho alguna tontería?

-No, no. En absoluto. Sé que en el pueblo alguna vez me han visto pero nadie nunca me ha dicho nada y después de tanto tiempo me hace gracia recordar como empezó. A Marisa la conocí aquí, la saqué a bailar. Durante ese primer baile no intercambiamos palabra pero hasta ese momento no me había sentido nunca tan visto y tan desnudo como ante su mirada. Nadie miraba a las personas como ella. Y la verdad es que para mi es revivir nuestro primer baile. No se crea que he perdido totalmente la cabeza, en invierno por mucho que lo intente soy incapaz de no ponerme tres capas de ropa.

-Le envidio... -Se me escapó casi por reflejo. Algo dentro de mi envidiaba a ese buen hombre y su historia.- Lo siento, mucho ha debido ya sufrir para que le diga esto.

-No se preocupe. Ahora si no le importa.

-Sí claro, siga siga. Me vuelvo a mi habitación. Un placer.


Le volví a despedir con un gesto de la mano pero él volvía a estar en la noche en la que conoció a Marisa y yo no quise interrumpir más esa historia. Durante las tres noches siguientes el hombre no faltó a su cita. Yo terminé de leerme el libro cada noche mientras esperaba verlo salir a escena. Volví a mi casa llegado el séptimo día. Había salido de casa y me había encontrado. Puede que Marisa tuviera razón y no había que dejar de bailar.

sábado, 8 de abril de 2023

El monstruo

         Ser miserable no debería hacerte ser un miserable. Tardé un tiempo en divorciar ambos conceptos porque conocí un monstruo. Este monstruo no tiene nombre y dárselo lo convertiría en una persona. El monstruo estuvo en mi vida tanto tiempo que engañados decidimos ponerle nombre y creer que era otra cosa y no un monstruo. "Sin Nombre" hacía de sus miedos un arma y tenerlo tan cerca me produjo muchas heridas. Una de esas heridas llegó en una tarde en la que nos quedamos a solas. El monstruo llevaba meses enfermándome inoculando su veneno en forma de susurros. Cuando me vio supo que tenía una nueva oportunidad. Aprovechó la diferencia de edad y mi ingenuidad para invitarme a su casa. Con la perspectiva del tiempo entiendo que el monstruo no quería que lo viesen, que alguien reconociese su monstruosidad y lo expusiera. En nuestro último encuentro me había opuesto a él. Me dijo que venía en son de paz. Que lo que había pasado no significaba nada. Era ingenuo y le creí. Era la primera vez que ocurría una confrontación de ese tipo, no tenía por que repetirse. 


En su casa, el monstruo se mostró más amable de lo habitual. Me repitió en varias ocasiones si quería algo de beber. Rechacé cada una de sus ofertas. Insistió en que lo de la última vez que nos vimos ya era cosa del pasado. Que tenía algo muy especial que mostrarme. Se me hacía rara tanta amabilidad acostumbrado a un trato más seco por su parte. La parquedad en palabras tan típica en él se había tornado en verborrea incontrolable. Tenía tantas ganas de mostrarme "una sorpresa" que apenas se podía contener. Tras unos minutos de introducción de la sorpresa me invitó a ir a su cuarto. Cuando entré cerró la puerta como si quisiera encerrarnos dentro. "Que raro" pensé. Buscó algo en el armario. Cuando lo encontró se situó entre mi y la salida. Puso "la sorpresa" en mi cara. Parecía que me lo estaba dando de comer.


-Es un arma... ¿Qué pretendes con esto?

-¿Qué pretendo? No pretendo nada. Es un recordatorio, de que puedo hacerte todo el daño que quieras. Pero más importante se lo puedo hacer a tus seres queridos. -Durante un instante me vinieron a la mente todas las personas que quería mantener alejadas de él. Lo debió notar porque esbozó una sonrisa.-Sí, ¿acaso crees que no sé quienes son?

-Eres...-Me paré a pensar en unas palabras. Noté que tenía mis puños muy apretados y que el objeto metálico seguía apuntando a mi frente. No había una forma de escapar. Estaba a merced del monstruo. Respiré hondo.-¿Y qué harás luego? Todo el mundo sabrá que fuiste tú. Y si no lo saben no tardarán mucho en descubrirlo.

-¿Te crees que me importa? Cuando haya terminado tú serás como yo. Yo no tendré nada más que hacer.

-Ya me has dicho muchas veces que te he decepcionado y creo que voy a seguir haciéndolo porque no creo que exista la forma que acabe siendo como tú. Si no tienes nada más que decir, aparta eso de mi cara.


Salí por la puerta sin mirar atrás. Cuando sentí que estaba a una distancia prudencial percibí que todo mi cuerpo estaba temblando y que mi espalda estaba encharcada. Estaba intoxicado del miedo. Hice un par de llamadas para asegurarme de que varias personas estaban bien. Les aseguré que nos veríamos en los próximos días si ellos querían. Esa fue la última vez que hablé con el monstruo. Se acercó con sonrisa maliciosa alguna que otra vez pero como si su parte del trabajo ya estuviera hecha no intentó nada más. Durante un tiempo su conducta me tenía desconcertado pero no le di mayor importancia. Los míos estaban bien y él se fue de mi vida. Y ese sentimiento raro se acabaría por borrar. 

Tuvieron que pasar unos meses hasta que me di cuenta de la realidad. El monstruo tenía razón. Me había vuelto arisco e incluso mezquino con mis seres queridos. Era más fácil que encontrase palabras hirientes que de agradecimiento. Tenía mucha rabia en mi interior. Poco a poco un monstruo crecía dentro de mi. El terror de tal descubrimiento me dejó muchas noches sin dormir. Y pasaron años hasta que pude descubrir una solución: no se le pone nombre, no se le hace caso y no se le deja salir. Podré ser miserable pero nunca un miserable.

martes, 21 de febrero de 2023

Del miedo a la felicidad

     Soy rematadamente idiota. Cualquiera que lea esto lo pensará y hasta yo mismo lo pienso. No sé cuanto tiempo pasó entre el día que escapé de Bea y el día que volvía a pasear con ella enganchada a mi brazo. Era evidente que algo se había roto pero como en el Kintsugi usábamos oro a la hora de recomponernos. Todo se volvía a ver más hermoso que la vez anterior. Las conversaciones nos llevaban a la deriva por el mar del tiempo. La complicidad se había disparado de la misma manera que nuestros encuentros. Habiendo renunciado al amor juntos nos quedaba tanto cariño para rellenar cien amistades. La transición no había sido fácil pero no podía parar de reír a su lado. Si estábamos locos, esta era una de las mejores locuras. Buenos tiempos que dirían algunos y mientras lo pensaba como si hubiese convocado al mismísimo Diablo las cosas cambiaron. Era una noche y la acompañaba a que pillara su tren. La noche había sido muy divertida e incluso nos habíamos hecho una foto juntos fabulosa. Salimos camino de la estación con el tiempo tan justo que éramos nosotros los que le pisábamos los talones. Mientras que esperábamos a que un semáforo se pusiera en verde noté como su mano apretaba el brazo al que se enganchaba como intentando reclamar mi atención. La miré y me miraba con expresión dubitativa, como si algo la estuviera carcomiendo por dentro.


-¿Te pasa algo?-Le pregunté un poco extrañado al verla tan callada y seria.-¿Está todo bien?

-Pueeeees en realidad... No sé, creo que no debería.

-Bea, creo que puedes contarme lo que sea.

-Llevo toda la noche, bueno en realidad un tiempo pensando algo pero no debería decirlo.

-De verdad que no te preocupes.-Le acaricié la mano con la que se sujetaba a mi brazo.-Tienes toda mi atención.

-La verdad es que llevo pensando toda la noche que estás muy guapo, bueno, lo he pensado siempre pero no sé cuando empecé a verlo de otra forma. Como que estaría bien que nos diésemos un beso, ¿no crees? Pero también se como lo has pasado, que lo pasaste mal y siento que es muy injusto que yo ahora esté así. Que no quiero hacerte daño pero que cuando estoy contigo hay cosas que siento que no encuentro en otro lado.-Me miró a los ojos y pude sentir la tristeza que le producía cargar con todo eso en su mirada.-Ahora mismo me debes odiar.

-¿Odiarte por qué? Si tuviera que odiar a algo es a la situación o a los momentos. Ambos sabemos el ejercicio de contención que he tenido que realizar. Me siento idiota.-Ya estábamos caminando pero me paré para abrazarla y le di un beso en la cabeza.-No sé ni que decir. He puesto tantas cerraduras a esos pensamientos...

-Lo siento.


Llegamos a la estación más acurrucados de lo que iniciamos el trayecto, me acariciaba el dorso de la mano. Su tren había salido y tuvimos que esperar sentados. Volaban sobre nuestras cabezas muchas emociones. Yo tenía miedo. ¿Era un paso atrás? ¿Me seguía sintiendo atraído después de varias decepciones? ¿Qué supondría darnos un beso? Me gustaba pero, ¿eso era suficiente para romper con todo? Cada vez encontrábamos más pegados. El deseo era evidente y nos estaba magnetizando. ¿Desear a alguien es más fuerte que querer a alguien? ¿Se puede querer sin amar? ¿Se puede desear sin amar? Me estaba volviendo loco, por dentro tormenta y por fuera me derretía ante su cada vez más evidente intento de besarme.


-¿Qué piensas? ¿Me odias?

-No te odio Bea, sigo pensando que eres una persona maravillosa y eso es lo que hace más difícil mi posición. Me preguntabas si quiero besarte y pocas veces he tenido tan claro un sí como ese pero, y el pero es importante; no sé si es lo correcto. No sé que supondría.

-Yo tampoco lo sé, me da pánico hacerte daño. Otra vez.

-Si hay algo que me ha tranquilizado desde el principio es saber que no me quieres hacer daño, el cariño de tus actos, la tranquilidad de que me cuides como te cuidas a ti misma.-Pasé mi mano por su mejilla.-Sí creo que estaría genial besarnos.


No sé cuanto tiempo duró todo. Pero durante un tiempo solo estábamos nosotros. Llegó el siguiente tren y nos despedimos. Fue un abrazo largo, como si nos agradeciésemos algo, quizás era eso. Volví con cara de tonto a casa, la felicidad supongo. Todos esos pensamientos se escondían, esperando otro momento para atacar. Hoy no podían hacerme daño. Todavía lo estaba procesando pero el miedo dio paso a la felicidad.

domingo, 5 de febrero de 2023

Viajero del tiempo

     Era un lunes de febrero. Desperté sabiendo que día era pero viviendo en un lunes de febrero de hace unos años. Ese día me rompieron el corazón. Recuerdo ese día perfectamente y lo revivo. Como el beso cuando nos saludamos se sintió raro, quizás algo frío. La forma en la que me miraba mientras me explicaba que llevaba un tiempo que no sentía lo mismo de antes. Recuerdo que pensé en qué momento se dio cuenta de eso, de qué pudo pasar. Recuerdo como me abrazó, que no pude decir nada. Que estuvimos abrazados hasta que perdimos la noción del tiempo. Pasé esa noche y las tres siguientes sin dormir. ¿Dónde lo rompí? ¿Dónde estuvo mi error? Reviví ese día. Viajé a otros momentos donde todo se pudo torcer. ¿Si hubiera hecho eso? ¿Si no hubiera hecho aquello? Recorrí cada uno de los puntos clave del pasado. La cabeza me iba a estallar con tantas noches en vela. Todos estos viajes me estaban desgastando. Era viernes y todos esos momentos revividos no habían cambiado mi vida.

Llegó el lunes siguiente. Cargaba con el peso de la culpa. Decidí no volver a viajar al pasado, me estaba causando dolor. Pensé que el futuro sería una forma de que este "poder" diera mejores frutos. Viví cientos de vidas. Todos esos "y si..." que podrían pasar. Surcaba por ellos saltando de uno a otro en cuanto me encontraba un escollo que arruinaba mi futuro. En cada futuro un error. Si no tengo esto, no puedo alcanzar aquello en ese momento. Ya es tarde para plantearse esa vida. Esa vida no es realista con tu momento actual. ¿De verdad quieres eso? Me descubrí descartando uno a uno cada uno de esos futuros. El miedo me invadió, ¿no tengo futuro?

Viajar en el tiempo me había atado a dos malos compañeros de vida: la culpa y el miedo. Gasté dos semanas de mi vida para ser preso de algo que no puedo cambiar y de algo que todavía no he podido vivir. El lunes siguiente dejé de viajar. Quizás por eso no viajemos en el tiempo, dos semanas de vida parece un precio muy grande para no ganar nada.

miércoles, 25 de enero de 2023

Un fantasma y un minotauro

     No se puede olvidar lo que nunca sucedió. No se pueden curar las heridas que nunca se han producido. Siento como un viejo y bajo las escaleras saltando como un niño. Conocer a Sheila no fue buscado pero de una forma un poco extraña sí deseado. Deseado como el naufrago que desea que lo encuentren y lo rescaten. Todavía me estaba reconstruyendo tras la bola de demolición que fue para mi vida alejarme de Bea y sobrevivía ahogando cada noche las penas. Mucha gente se pregunta a donde va todo ese amor que no nos damos y yo me preguntaba donde estaba metiendo toda esa tristeza que estaba enterrando. La respuesta vino pronto en forma de malestar que subía desde mis piernas a mi estómago y que me obligó a cambiar un poco mi estilo de vida. Empecé a hacer deporte. Así es como conocí a Sheila. Un día que salí a correr coincidí con ella y sentí que la novedad de la circunstancia hacía que me apeteciera darme una oportunidad. Sheila vivía la vida como una jugadora de póker novata: all in o ni empezaba la partida. Sentía que no existían los grises en su mundo. O era como una segunda piel o se escondía mejor que Carmen Sandiego. Quedamos varias veces y nos tratábamos como viejos conocidos. Ambos escapábamos de la tristeza del desamor y esa historia en común nos hacía tratarnos como si ya nos conociéramos. Ya era otoño y estábamos degustando una tarta que había hecho. Yo estaba un poco nervioso porque nuestros últimos encuentros giraban en torno a su pasado y como no se permitía avanzar. Yo nunca he metido prisa a nadie pero la realidad es que veía como avanzábamos en dirección contraria a la del tiempo.


-Está deliciosa, hay que reconocerte que tienes mucha maña para la repostería.

-Gracias, a ti no se te da bien porque eres un caos, no te gusta seguir la receta, te crees más listo que la receta. 

-¿Y si resulto ser más inteligente que el inventor de la receta? ¿Y si mi versión es mejor? No creo que lo que dicte el pasado me impida crear algo mejor.

-¿Es una indirecta?

-¿Qué?

-¿Crees que no lo noto? Sé como me miras y todo el tiempo que llevamos quedando. Lo siento, pero no puedo darte eso que quieres...

-Perdona, ¿qué es lo que crees que quiero?

-No nos hagamos los tontos Rober, te apetece que pase página, que solo tenga ojos para ti. No estoy ahí y no sé cuando podré estar.

-No sé donde estás y disculpa si en algún momento has sentido algún tipo de presión por mi parte. No es intencionada, simplemente creo que mi interés es evidente. Estamos compartiendo mucho y bueno eres una persona fabulosa. Tan apetecible como todos los postres y todos los momentos que hemos compartido juntos. Si te soy sincero... Yo también me siento un tanto perdido. Creo que tu corazón es un laberinto y me has metido ahí dentro para proteger que nadie entre ni salga. Soy el Minotauro del laberinto de Creta y creo que también voy a tomar el papel de Teseo cancelando mi papel de guardián.

-¿Qué significa eso? ¿Quieres que no nos volvamos a ver?

-Necesito que te aclares, que seas capaz de decirme como encajo en tu vida.

-Eres importante para mi pero no me puedes pedir esto.

-No es justo pero sí necesario.


Me levanté, me acerqué a ella y le besé en la mejilla como despedida. Le dije que llamaría el fin de semana que viene y que no estaba enfadado. Quizás fuera lo inesperado de la conversación o lo delicado de mi salud pero en cuanto atravesé la puerta un sudor frío me inundó de la nuca a los talones. Pasé dos noches sin ser capaz de dormir. Al tercero salí a correr por la misma ruta donde la vi por primera vez y no estaba. Hacía frío y quise pensar que ese era el motivo por el que no coincidimos. Durante la semana me impacientaba mirando el teléfono esperando encontrarme una llamada perdida o un mensaje, no pasó. Llegó el viernes y esperé a salir del trabajo para escribirle. Era un mensaje interesándome por ella y ofreciendo vernos. Pasaron las horas y no hubo respuesta. Llegó el sábado y supe que no la obtendría. Durante un momento me planteé buscarla en su casa pero sentí que eso sería de desquiciado. Durante los primeros diez días miraba el teléfono compulsivamente esperando encontrarme una señal de vida. Las dos semanas que le siguieron empecé a dudar de la realidad, como si esa persona y yo siempre hubiésemos sido dos desconocidos. ¿Podría ser que todo ese tiempo juntos era una fantasía? ¿Esa persona había desaparecido o siempre ha sido un fantasma? El dolor de un golpe que nunca se había dado. Tardé un mes en que llegaran las las primeras lágrimas que me acompañaron como una nana antes de ir a dormir durante un buen tiempo. ¿Por qué me sentía así? No había pasado nada entre nosotros y sentía el dolor de haber perdido una vida juntos. ¿Le habría pasado algo? Dos meses más tardes la vi por la calle, noté que durante un instante me reconoció y siguió como si nada. En ese instante lo entendí, no se había esfumado de mi vida era yo el que me había convertido un fantasma en la suya. Había sido enterrado y olvidado, puedo descansar en paz.