martes, 11 de octubre de 2016

Cuando la conocí.

En casa es muy difícil conocer gente, podría decirse que este es el principal lema social de cualquier borracho. En casa podemos beber más cómodo, más barato y sin la posibilidad de que te partan la cara pero la magia de la calle y especialmente de los bares es algo inexplicable para el no entendido en despertarse con dolor de cabeza y medio estómago en la taza de wáter. Por ese motivo me metí en el coche de una Bea con una resaca todavía más fuerte que la mía para viajar a otra ciudad a celebrar San Juan. La idea me ilusionaba y el medio centenar de cervezas que metí en el maletero no hacían más que aupar mi espíritu festivo. Si dijera que el viaje fue tranquilo mentiría, pero aquella mujer sabía conseguir que mi estómago se encogiera con cada giro brusco por la autopista.

El calor y los volantazos consiguieron que me empezase  a preocupar por el elixir dorado que llevabamos y en un par de ocasiones tuvimos que parar para probar que la mercancía todavía seguía en buen estado y de paso adormecer ligeramente el dolor de cabeza fruto de los excesos de la noche anterior. A pesar del zumbido en la cabeza, podía visualizar la noche con claridad: tumbado en la arena bebiendo y dejando que la vida se ahogue con el paso de las horas y la bebida. 

-Rober, ¿y las mujeres? ¿Estás con alguna?- Mi cara debió explicar la realidad de mi actual soledad porque al instante añadió. -¿Qué fue de aquella mujer casada con la que te fuiste aquella vez?
-Un juego, un mal chiste. No creo que llegásemos a interesarnos, pero me divertía. Una vez subí a verla con el bañador puesto porque me dijo que tenía jacuzzi en su casa y tengo que reconocer que me apetecía bañarme allí más que meterla en la cama... Al final, ni lo uno ni lo otro. Me contó que su marido al final no se iba, supongo que se arrepentía de toda la mierda que echó sobre su relación o que definitivamente yo no soy tan buen querido como ella pensó.
-Esta noche habrá otras, no te agobies por eso. Siempre que paseo por Coruña pienso que si no viviese con Marcos el cabrón se estaría follando a todas esas guarras que hay por la noche.
-Si alguna vez dudas de su fidelidad siempre le puedes dar uno de estos viajecitos en coche, seguro que comprende que es mejor no joder contigo.


Y llegamos. Para alguien que no sea de Vigo o de A Coruña es imposible entender la rivalidad entre ambas ciudades y como cada una de ellas la vive a su manera. Para mi era una ciudad enemiga y al mismo con unos cuantos encantos dignos de disfrutar. San Juan era uno de ellos y valía la pena aparcar por una noche todo signo de enemistad por tener en ese ámbito una noche tranquila. Cuando llegamos al piso de Marcos y Bea tuvimos que recibir alguna que otra broma de gustos dispares por venir de la ciudad enemiga. Al ver toda la bebida que portábamos, los ataques se transformaron en alabanzas y supimos que era el momento de ir a la playa y empezar a beber.

Llegados a este punto tengo que confesaros que sí existía una mujer en mi vida, no estaba en mi vida pero si en mi cabeza. Entró y se fue tan rápido que no pude asimilar el desahucio que causó en mi. Pasé desde el más profundo deseo físico a la estúpida idea de que si pudiese volver a los tiempos del instituto forraría todas mis carpetas con corazones con su nombre. Era irracional, era imposible y al mismo tiempo real. Tan real que todavía hoy puedo recordar su mirada en el momento en el que me la presentaron, las ganas que tuve de decirle que a partir de ese día todo lo que escribiese la tendría a ella como protagonista o el cosquilleo en la nuca que tuve al escuchar de sus labios mi nombre. Y aquella noche, en aquella maldita ciudad estaba ella, tan imposible de encontrar entre la multitud que ni solo la idea de pensar que la vería hacía sonar carcajadas de burla en mi cabeza.

-Tío, ¿vamos a dar una vuelta?- Desperté de mi ensoñaciones al sentir la mano de Dani en mi hombro.

-Eh, si claro, por qué no.

Apenas quedaban unas diez cervezas y necesitaba moverme un poco para no quedar dormido en la arena y despertarme al día siguiente entre los restos de la fiesta en la playa. Caminamos conversando mientras apurábamos un par de cervezas y no paraba de darle vueltas en mi cabeza a la idea de que Lara estaba en la misma playa que yo, en cualquier lugar pasándoselo bien ignorando que nos podríamos encontrar el uno a un paso del otro o que todavía pienso en ella. No paraba de pensar en ella hasta que un ruido frenó la maquinaria de mi cabeza y la conversación, cuando me giré a ver el origen creí tener visiones, allí estaba ella. No podía ser, pero así era. Si la vida te da limones dicen que habrá que hacer limonada y si te da a la chica pues tendrás que no acojonarte y ahí que me acerqué. Estaba con una amiga bebiendo y no me vio hasta que estuve bastante cerca de ellas.

Cuando me reconoció me saludó con afecto y me invitó a sentarme con ella y su amiga, Dani, sintiendo que sobraba; se marchó por donde habíamos venido. Al principio éramos los tres los que hablábamos amistosamente, pero llegados a un punto mi mente desconectó y contemplaba ensimismado cada uno de sus gestos, como decía cada palabra, su sonrisa, cada movimiento. Sentí la misma fascinación que debieron sentir los primeros hombres mientras contemplaban los rayos atravesar el cielo. Joder, me habría quedado en aquella playa toda mi vida. Y sentía su mirada y en aquel momento no pude desearla más. Me volvía loco la idea de besarla y todo mi cuerpo me pedía que diera el paso.

Y ahí sucedió la magia. Cuando dos personas se conocen existen varios momentos claves que definen todo lo que va a pasar entre ambos cuando suceden. Aquella noche en aquella playa fue uno de ellos. Cuando me invitó a seguir la noche con ella y su amiga me acobardé, me sentí abrumado por todo lo que empezaba a significar aquella mujer para mi cuando apenas la conocía. La llamada de un amigo al teléfono fue suficiente excusa para poder escapar por la puerta de atrás derrotado. Se bajó el telón, el truco no había funcionado por el miedo escénico y la historia no se llegó a escribir. Ahora con la perspectiva de los años y de la bebida siempre me puedo convencer de que no era para tanto, que la nostalgia me hace exagerar, que habríamos sido otro tren descarrilando. No lo sé. Cuando pienso en aquella noche, en lo que significó para mi no me siento orgulloso. Y cada vez que la vida me lleva a beber en la playa no puedo dejar de pensar en su sonrisa y en lo estúpido que debí parecer allí boquiabierto disfrutándola.

Asique si la vida te da a la chica, no te acojones.