martes, 20 de febrero de 2024

Hija

                 No hay nada más espeso que la sangre. Así terminaba la última carta del padre de María. Habían pasado tres meses de esa carta. Tres meses en los que María había dejado atrás su vida para emprender la búsqueda de su padre en otra ciudad. Cada semana le llegaba al menos una carta y cuando pasaron dos semanas sin recibir una no dudó ni un instante en seguir los pasos de su padre en su búsqueda. Ser hija de Ignacio Lacasta tiene como "premio" un espíritu aventurero innato. Durante años, María siguió los pasos de su padre por medio mundo, pero dos años atrás y tras cumplir los treinta decidió volver a la casa de su infancia a decidir cuál sería su camino. En ese tiempo la comunicación epistolar con su padre fue su mejor compañía. Cada día le escribía una o dos páginas esperando que le llegase una carta de su padre con una dirección para poder enviarle su misiva con la respuesta. Su padre estaba siguiendo unos textos antiguos sobre una orden religiosa seguidora de un dios pagano y ligada a ciertos enclaves en territorios europeos con ciertas conductas cercanas a ser una secta. Durante su investigación las cartas de su padre se habían vuelto cada vez más caóticas y pesimistas. Y en las cinco últimas se podía apreciar una cierta paranoia alrededor de la idea de que le estaban siguiendo. Le había indicado la forma de encontrarlo. Lo podría buscar en la ciudad donde le enviara la última carta, cada noche va a la biblioteca a leer una hora antes de que cierre y guarda al lado de la biblia su libreta personal de anotaciones. Con esos dos datos un mes después de las últimas noticias de su padre estaba llegando a la ciudad desde la que le escribió por última vez. A los pocos días encontró un trabajo en un bar como camarera y una semana más tarde comenzó su búsqueda ya instalada en su nueva ciudad.

Cuando sonó el despertador quiso aplazarlo pero se tuvo que recordar lo que estaba en juego. Había estado doblando turnos en el bar para poder enganchar varios días libres y todo el cansancio se acumulaba como una picazón detrás de los ojos. Se pegó una ducha rápida y salió camino de la iglesia del Padre Mateo. Tras explorar durante las primeras semanas tanto por la mañana como por la tarde las bibliotecas de la ciudad María no había encontrado ni una sola pista de su padre. Aprovechó las enseñanzas de su padre sobre conseguir información para a través de los clientes del bar ver si alguien podría reconocer a su padre. Varios días de trabajo de investigación sonsacando información dieron sus frutos de la manera menos esperada. Su jefe había visto a su padre en las fechas que ella lo sitúa en la ciudad, había sido cliente de uno de sus locales y además le informó que la ciudad tiene una biblioteca extra situada en la iglesia. María agradeció casi en lágrimas toda esa información que daba un punto nuevo de esperanza a su búsqueda. Su jefe tenía cierta "fama" en la ciudad, pero para ella solo había sido una bendición. 

La iglesia todavía no había abierto y pudo ver como un grupo bastante numeroso de personas se despedía del párroco muy agradecida y tras lo cual al religioso se le cambiaba el semblante y se metía veloz dentro. María decidió entrar y al ver la señal que indicaba la biblioteca bajó directa a ver si podía encontrar una pista o reunirse con su padre mientras iba a recoger su libreta personal de anotaciones. Buscar una biblia en la biblioteca de una iglesia le pareció lo contrario a buscar una aguja en un pajar. Esta idea le sacó la primera sonrisa en mucho tiempo. La esperanza de que pudiera encontrar a su padre le había mejorado un poco el humor. Estantería por estantería fue buscando por temática hasta dar con la de textos religiosos. La biblia, la biblia... ¡Eureka! La sacó de donde estaba colocada y se cayó con ella un cuaderno un tanto gastado al suelo. María se quedó congelada. Por la forma en la que estaba colocada a presión al lado de la biblia solo podía ser el cuaderno de su padre. Lo recogió, se sentó en la mesa más cercana para verlo con calma y al abrirlo en la primera página pudo encontrar una frase que indicaba que "Este cuaderno pertenece a Ignacio Lacasta". En ese momento empezó a temblar de felicidad. Al fin una prueba física de que su padre estaba ahí. Se llevó las manos a la cara para que aunque estuviera sola nadie la pudiera ver llorar. Sin poder recomponerse sintió una mano en su hombro bastante firme y antes de que pudiese girarse la interrumpieron.


-¿Te puedo ayudar hija mía?

-Dis, disculpe... ¿Es usted el Padre Mateo? Perdone, no es nada. Es solo que...

-No se preocupe, sí soy el Padre Mateo, aunque usted puede llamarme Mateo a secas. Esta es la casa del Señor y aquí esas emociones que sienten no son mal vistas pero también es deber de un Padre reconfortar a sus hijos, ¿no cree? -El Padre Mateo le ofrece un pañuelo de tela.

-Sí, sí. Muchas gracias padre, es usted muy amable. Es que esta lectura me hace muy feliz.

-La entiendo, muchas hora he pasado aquí viajando con todas las obras que nos han proporcionado todos estos grandes autores. Pero si me permite una aclaración, no hace falta que me trate de usted. Solo soy un simple servidor, no necesito tales tratos. Si no necesita nada más voy a retirarme con una lectura también. Por lo que respecta al pañuelo, puede quedárselo, es una pertenencia de otra vida que ya era hora que encontrase otro dueño.


María miró al trozo de tela y pudo ver un bordado rojo burdeos con las iniciales M. L. en una tipografía bastante elegante. Se lo guardó agradecida después de limpiarse las lágrimas comenzó la lectura del cuaderno. En ella iba relatando el viaje desde Somalia hasta la ciudad donde se encontraba siguiendo las pistas de un antiguo culto a una especie entidad relacionada con las pesadillas y el miedo. Los primeros textos datan del siglo séptimo donde soldados del ejercito etíope del rey Askum localizaron y masacraron enclaves religiosos que rendían culto a un entidad maligna. Con la llegada de los portugueses en el siglo quince se pueden encontrar referencias tanto al culto como a este dios pagano en distintos territorios portugueses hasta llegar a zonas de la actual Extremadura y Galicia. En esta última, es donde se encontraba el investigador en las últimas fechas anotadas. Detectaba que la creencia en las "meigas" y en ciertos "seres paranormales" habrían dado lugar a que se asentaran grupos de culto a esta entidad. Argagax era conocido por propagar el terror allá donde sus fieles lo reclamaran y de destruir las mentes de sus enemigos en la noche antes de esclavizarlos en su reino de pesadilla hasta el fin de los tiempos. María tragó saliva ante la descripción de los horrores que describían los textos sobre este ser. No era creyente pero la posibilidad de que un monstruo como ese existiera la hizo estremecerse. Antes de que pudiera continuar con la lectura un par de libros cayeron de la estantería. Se levantó a colocarlos en su lugar pero varios más procedieron a precipitarse dándole uno de ellos en la frente a María. Antes de que pudiera reaccionar más y más libros saltaban de las estanterías como endemoniados.


-¡Debe de ser un terremoto! -Sintió otra vez la misma mano pero esta vez como la sujetaba de su mano.- Subamos para que no se nos caiga la iglesia encima.


María se resistió un segundo al poderoso tirón del Padre Mateo para poder alcanzar el cuaderno de su padre. Ni que se la tragase la tierra misma impediría que se fuera con la único que tenía para encontrar a su padre. Subieron intentando a hablarse a gritos pero el ruido de los libros cayendo era ensordecedor y apenas se podían escuchar. Al llegar a la planta principal la iglesia estaba impoluta, parecía imposible que estuviera así después de la sacudida que había recibido la planta inferior. Al ver por las ventanas se dieron cuenta que ya había pasado el atardecer. Ambos se habían perdido en la lectura casi diez horas en la biblioteca. Había cuatro personas sentadas en los bancos de la iglesia y el padre se acercó mientras les preguntaba si habían notado la sacudida. Pero no contestaban. Ya a la altura de ellos, el padre con toda su envergadura empezó a temblar y a retroceder lentamente. María no entendía nada. Cuando esas cuatro personas se giraron tenían toda la cara llena de arañazos que les habían dejado surcos en la piel y en el lugar donde deberían estar los ojos solo había un pozo rojo. El padre se puso en medio de María y estas personas que se levantaron y avanzaban con una sonrisa malvada a ellos dos. Juntó las manos para rezar escondida detrás del cura. Pensó que era el fin.

Padre

             La hora de echar la llave y por fin descansar pensó el párroco. Había ampliado un poco el horario de recibimiento de gente en la iglesia en las últimas semanas debido a los incidentes que preocupaban a parte de su congregación y notaba que acostarse cada día más tarde le estaba drenando sus energías no así el ánimo. Sonrió al pensar en toda la gente que estaba ayudando y se dijo a si mismo que para eso existía la institución de la iglesia. Ahora mismo era conocido como el Padre Mateo, pero no habían pasado ni diez años desde que era Martín Lazarescu, el hijo del medio de una famosa familia poderosa del país. Durante años Martín fue la oveja negra entre sus hermanos. La mayor tras estudiar derecho se convirtió en la mano derecha de su padre a la hora de gestionar toda la parte industrial de los negocios familiares y el pequeño finalizó sus estudios en administración de empresas y dedicó parte del capital familiar en crear una flota marítima para cruceros turísticos. Martín sin embargo no tenía esa faceta casi innata de los Lazarescu para los negocios y decidió estudiar filosofía. El padre ofendido por las inclinaciones tan poco rentables de  su hijo decidió mover fichas e influencias y destinó a su hijo al principio de la senda religiosa. Con 25 años Martín ya era el Padre Mateo y había sido asignado a dirigir una congregación pequeña pero bastante fiel. El Padre Mateo fue reconocido por sus superiores por su capacidad de reflexión y su incansable amabilidad que contrastaba con un cuerpo de coloso. El párroco con su metro noventa aparentaba ser un gigante con sotana pero como bien dicen, las apariencias engañan y ese cuerpo más adecuado para la lucha escondía una mente brillante y un corazón que no parecía caber incluso en tan gran pecho.

Tras cerrar la puerta a cal y canto exploró con la mirada la planta principal. Los bancos de la iglesia, el altar desde donde predicaba y todas las figuras religiosas que decoraban el templo. Sabía que antes de ir a dormir tocaba revisar los sótanos. El primero nada más entrar a mano derecha encuentras las escaleras que bajan a la biblioteca, lugar de conocimiento y ocio. Cincuenta años en el pasado está registrado que fue la última vez que se usó como centro escolar para los niños de la zona que no podían permitirse el acceso a una escuela y habría que remontarse a casi cien años antes para la última vez que se empleó como centro de estudios superiores. Le encantaba pasar varias horas en sus días más ociosos en la biblioteca explorando sus conocimientos, revisando las obras literarias clásicas o charlando con algún estudioso que alguna vez elegía de entre todas las bibliotecas de la ciudad la de la iglesia para trabajar. Comprobó que todo estaba tranquilo en la biblioteca, no era la primera vez que alguno de sus invitados nocturnos se quedaba hasta tarde y se le pasaba la hora de salida. Hoy no era el caso. Y ya solo le quedaba al final de la plata principal las escaleras que llevaban al sótano residencial. Una habitación enorme que en el pasado fue un comedor para todos los religiosos que vivían allí y seis habitaciones sencillas con baño dispuestas a lo largo de un pasillo. Sabía que salvo su habitación tanto comedor como las otras habitaciones estarían ocupadas. Sus invitados los llamaba aunque en realidad fueran refugiados.

Todo empezó unas tres semanas antes cuando un grupo de personas que vivían en las calles apareció tras la última homilía a pedir permiso para pasar la noche en la iglesia. Que tenían miedo. Que algunas personas habían desaparecido las últimas noches y que algo raro pasaba en la oscuridad de la ciudad. El Padre Mateo sintió que era parte de su responsabilidad proteger a su rebaño y los acogió amablemente. Eran tres personas que temblaban entre aterrorizadas y agradecidas cuando el religioso les preparó tres catres y les dio sopa caliente para cenar. Al día siguiente volvieron acompañados de una madre y su hijo que también se había quedado sin hogar. Cada noche volvían con unas pocas personas más hasta tener casi la treintena que tenía acampadas en el sótano. Cada uno llegaba con más datos de una historia que se tenía que completar como un rompecabezas. Personas desaparecidas en los últimos días, risas que daban escalofríos en mitad de la noche, un nombre en un idioma que el padre no llegaba a reconocer y unas pesadillas que habían llegado incluso a alcanzar al Padre Mateo. Pesadillas de una oscuridad absoluta y de sentir una mirada que te helaba la espalda. Aun con su faceta de religioso, el padre era escéptico con estas cuestiones casi esotéricas. ¿Una pesadilla colectiva? Seguramente todas estas historias que se contaban durante la cena habían creado un pánico colectivo.

Subió las escaleras desde la biblioteca y escuchó unos golpes en la puerta que había cerrado hace un rato. No creo que quede mucho espacio para más personas pensó mientras caminaba hacia la puerta. Al abrirla se encontró solo ante la oscuridad de la noche. Una broma se dijo para si mismo, con el miedo que tiene esta gente y una broma. Volvió a cerrar con llave y se dirigió a la zona residencial cuando volvieron a sonar unos golpes en la puerta todavía más fuertes. El Padre Mateo suspiró, no eran horas para este tipo de juegos y no le quedaban muchas energías después de ayudar a hospedarse a una treintena de personas. Ignoró al bromista cuando volvió a sonar de una manera frenética como alguien que necesita que le abran. Se giró y fue lo más rápido que pudo al abrir la puerta para poder pillar al bromista. Al abrirla no se encontró a nadie, miró alrededor y nada. 


-¿Hay alguien ahí? Si es una broma no tiene gracia, ya llevo más de un año aquí para recibir novatadas y la gente que aquí se encuentra necesita descanso y paz. Si vuelves a importunar tendré que llamar a la poli...


El Padre Mateo no pudo terminar su reprimenda porque al fondo asomando entre la oscuridad aparecieron dos ojos. Rojos inyectados en sangre como los de un animal salvaje pero demasiado grandes para ser los de un perro. El religioso se quedó como hipnotizado por el terror que le producía el cruce de miradas hasta que recobrando el sentido empezó a cerrar lentamente la puerta cuando el sonido de risas inundó el ambiente. Unas risas que asustaron más al padre que intentó buscar hasta encima suya a quien las producía. En un instante todas esas historias que durante las últimas semanas escuchaba entre sus asustados acompañantes de cena cobraron significado y un nombre que había borrado de su mente apareció en la punta de su lengua Argagax. El solo pensar en esa palabra una consecución de horrores como fotogramas de una película se aparecieron en su mente. Cerró la puerta horrorizado y cayó de rodillas empapado de sudor. Tardó un rato en recobrar fuerzas en sus temblorosas piernas hasta que pudo llegar a desearles buenas noches a sus invitados intentando esconder su propio terror. "Martín sé fuerte, tienes que ser fuerte por ellos" se repetía para sus adentros mientras mostraba su mejor cara a las personas que intentaban descansar en el refugio que se había convertido su iglesia. Llegó a su cuarto y derrotado se arrodilló frente a su cama a rezar. No por su alma, sino por la protección de las personas que tenía a su cargo. No podía dejar de sentir esa mirada en su nuca. Burlona. Cuando se metió en cama lo invadieron las pesadillas. Y no podía parar de recordar lo sucedido con esos ojos rojos, el terror que sintió. Al final el cansancio venció al miedo y se durmió.

A la mañana siguiente cada una de las personas que habían pasado la noche se despidió del Padre Mateo muy agradecido, él invitaba a cada uno de ellos a volver esa noche si así lo necesitaban. Hoy no tenía que dar ninguna misa por lo tanto era uno de esos días ociosos que agradeció poder dedicar a sus cosas, quizás un poco de lectura le distrajera. Tras adecentar los cuartos de las personas que acababan de marchas puso rumbo a la biblioteca. Buscaba alguna historia que le mantuviera sumergido en la narración y no en sus oscuros pensamientos. Al abrir la puerta pudo ver a una joven sentada con un libro delante que se sujetaba la cara con ambas manos y parecía estar llorando. Ni Martín Lazarescu ni el Padre Mateo pasarían por alto tal situación y se acercó a ella y apoyando una de sus manos en el hombro le preguntó.


-¿Te puedo ayudar hija mía?