lunes, 21 de mayo de 2012

Heridas de guerra

Si alguna vez existió vida inteligente, se había transformado en un hombre. Aquella certeza me enfermó aquella noche entre las sábanas de mi cama; necesité cubrirme lo máximo posible para que la oscuridad no se burlara de aquella masa de carne despreciable que es encontraba en sus garras. El optimismo con el que me despertara aquel día estaba tan lejano que me hizo sentir más viejo en aquel momento. Me encogí en la cama sintiendo el dolor de mi ojo que ya estaría bastante hinchado y de mi tronco allí donde se empezarían a acumular los moratones causados por las patadas. Nunca había errado tanto a la hora de llevar a los extremos mi verdad, nunca había salido tan mal parado por el mismo motivo. Busqué una posición donde la multitud de golpes no me molestaran y borré todo pensamiento de mi mente para poder acostarme después de un día horrible.

Cuando me desperté, nada había cambiado. Me palpé la cara con cuidado para comprobar muy a mi pesar que me dolía al contacto y que parecía bastante inflamada. Me dolía todo el cuerpo. Me incorporé y fui directamente al baño, para mi alegría no meaba sangre; me miré al espejo y mi cara daba asco. Mi excasa visión por el ojo izquierdo ya me lo indicaba, tenía el ojo bastante hinchado y apenas era capaz de abrirlo, tenía restos de sangre bajo la nariz y en los labios que también se mostraban con una inflamación importante por el lado izquierdo que había dejado de ser mi lado bueno. Me quité la sangre con un poco de agua y cogí ropa para ducharme, cuando me quité la camiseta con la que dormí pude ver varios moratones por mi torso, marcas evidentes de las patadas que me habían dado. Aquella vez, la ducha no la sentí reparadora, mientras el agua caliente me golpeaba recordé lo acontecido durante la formación de mis heridas de guerra. Estaba bebiendo y aquel tipo hizo algo, no estoy seguro de lo qué, recuerdo gritarle y como me empujó mientras me indicaba que nos fueramos a terminar eso a la salida. Yo estaba solo y él con unos amigos, no se metieron. Me lancé a él y lo derribé, ya sobre él comencé a golpearle pero se cubría y mis golpes no parecían hacerle nada. Me ardían los puños, podía haber seguido toda la noche. Escuché que me llamaban, había quedado con Miranda; la busqué con la mirada y sentí el golpe en la cara. A partir de ahí todo se vuelve lejano. Me golpea más veces en la cara y noto el calor de la sangre, se levanta y escupo sangre, me patea el estómago y escucho a sus amigos decirle que pare mientras yo me quedo con la cara en el suelo. No encuentro a Miranda.

Al salir de la ducha me vuelvo a mirar en el espejo y por suerte no me falta ningún diente. Apenas tenía para comer, sería un golpe duro para mi cartera tener que invertir en mi dentadura, aunque perder los dientes podría ser parte de la solución a mis problemas para alimentarme. Me vestí de una forma sencilla y miré el teléfono, Miranda no había dado señales de vida. ¿Debería llamarla? Lo mejor será que me acerque a su casa. Me puse la capucha de la sudadera para evitar que se viera mi rostro y salí a la calle. El sol pegaba casi tan duro como a mi el día anterior y era un poco estúpido llevar la capucha, pero mejor eso a las miradas de los conocidos que a saber que rumores correrían sobre mi aspecto o le llegarían a mi pobre madre que ya tenía suficientes problemas como para añadirle un hijo descarriado con problemas para no meterse donde no le llaman. Cuando llegué al portal de Miranda, la puerta estaba abierta, ¡por fin algo de suerte! No quería que el primer intercambio de palabras fuera indirecto, tenía que tenerla cara a cara. Subí por las escaleras hasta el cuarto piso donde vivía y llamé al timbre. Eran las cuatro de la tarde de un domingo y se escuchaba a través de la puerta la música que se suele poner cuando está leyendo. Me abrió la puerta.

-Tienes un aspecto de mierda.
-Me esperaba otro tipo de recibimiento o por lo menos que me preguntaras qué me ha pasado, qué tal estoy... No sé, algo así.
-¿Qué te ha pasado? ¿Qué tal estás? Pobrecito, ¿necesitas algo?-El tono de voz burlón me asqueó pero no iba a caer en su trampa y me mantuve en silencio esperando.-¿Para qué viniste?
-Ayer habíamos quedado y obviamente la jodí, venía a disculparme.
-No tienes que hacer nada, puedes irte tranquilo.
-¿Puedo pasar?
-Estaba leyendo, estoy seguro que has reconocido la música.
-Sigur Rós, me pegaste ese grupo para leer, ¿hablamos?
-Déjame pensar.-Desde que me abrió la puerta, no había bajado la barrera con la que protegía la puerta, su cuerpo formaba una muralla física y psicológica que me intentaba impedir a toda costa no que yo entrara, el hecho de perdonarme todas las estupideces. Su cuerpo se relajó y por fin dijo.-Pasa idiota, un día de estos perderás del todo mi generosidad.
-Gracias, ¿tienes una cerveza?-Mientras me dirigía a la nevera me fijé en como iba, aquella camiseta de tirantes que mostraba el suficiente canalillo como para volverme loco el único ojo que tenía en buen estado, esos pantaloncitos cortos vaqueros que daban a conocer el inicio de aquellas nalgas que en el pasado me había pasado horas mordiendo, iba descalza y con el pelo recogido en una cola de caballo, sin maquillaje, se tumbó en el sofá con las piernas estiradas y no pude recordar el tiempo que había pasado desde que la viera tan hermosa, estaba radiante.-Necesito una.
-Creo que quedan unas pocas desde tu última visita, traeme otra para mi.
-Vale faraona.-Tomé los dos botellines y el abridor y me senté en el sofá y ella colocó sus piernas en mi regazo como antes, como si nada hubiera cambiado. La miré a los ojos mientras le entregaba la cerveza y me pagó la bebida con una sonrisita pícara.-Siento lo de ayer.
-Un idiota nunca dejará de ser un idiota.
-Aquel tipo... No sabes... Me sacó de mis casillas, no me acuerdo exactamente de lo que pasó pero...
-Lo que pasó es que te dejó la cara hecha un cromo, Rober, ya no eres un crío, no puedes ir por ahí repartiendo golpes como si fueras un justiciero, no puedes ir por ahí pensando que vas a vivir de cuatro poemas que te publicaron hace cuánto, ¿un año? No puedes seguir así, vas a tocar fondo y yo no quiero estar cuando el momento llegue.
-Estoy atravesando un mal momento, lo sé, pero joder, nosotros somos buenos juntos, los mejores.
-Y yo estaré cuando quieras, pero no me pidas que bucee contigo en ese océano de mierda.

Seguimos hablando y bebiendo, las palabras se tornaron en nostalgia y buenos recuerdos y acabaron convertidas en dolor en forma de discusión. La bebida y los sentimientos nos llevaron a la cama. Aquella cama gigante que durante un tiempo fue nuestro reino era un terrible desierto de recuerdos moribundos. Cuando me quitó la camiseta pude ver como acaribiaba los moratones con delicadeza y besaba suavemente uno a uno. Me puse sobre ella y me pasó la mano con suavidad por el ojo hinchado, lo cerré y apartó la mano con miedo de hacerme daño. La besé y mis manos volvieron a cabalgar por aquellos muslos. Notaba su calor y su humedad, giramos por la cama y terminó encima mia, una gota de sudor bajaba entre sus pechos y me acerqué con la lengua fuera como un sediento a recogerla, pero ella me empujó contra el colchón y volvimos a ser uno.

Nos dimos la espalda y nos echamos a dormir. Cuando me desperté, miré el reloj y era la una de la mañana, debía irme. Miranda estaba a mi lado dormida, desnuda. Miranda todavía me quería, no podía hacerle eso. Me vestí con mucho cuidado de no despertarla, recogí las cervezas que habíamos estado bebiendo y le escribí una nota de despedida, algo sencilla. Miranda no se merecía todo el daño que le estaba causando, ahora estaba seguro. Me volví a mi casa con la capucha puesta, esta vez no eran las marcas de los golpes de la noche anterior lo que quería ocultar.