Allí está ella. El pelo suelto, un vestido largo de flores y descalza sobre una tierra baldía. No sé donde estoy pero no puedo ver su cara. Camina y aunque levanta polvo no se mancha ni un poco. El vestido tiene algún remiendo sobre alguna parte de la tela rasgada. No puedo ver su cara. Llega hasta un desfiladero y camina hasta el borde. No hay puente. No puedo ver su cara. Delante de sus pies aparezco yo flotando y sin mirarme camina sobre mi para comenzar a cruzar el vacío. Siento a mi espalda la oscuridad de la caída y sobre mi sus pisadas. Son frías. No mira abajo mientras camina. No puedo ver su cara. Cuando pisa mi cara vuelvo a aparecer delante de sus pies. Sigue caminando sobre mi otro yo. Sus pisadas dejan frío mi cuerpo allá donde pisa. No puedo ver su cara. Continua caminando sobre una sucesión de yoes hasta alcanzar el otro lado. Deja atrás el puente sin mirarme en ningún momento. Todavía siento el frío de sus pisadas mientras se aleja. No puedo ver su cara. Hay una casa. Abre la puerta y al contrario que Orfeo se adentra sin mirar atrás. Todos mis yoes que conformamos el puente nos derramamos sobre la oscuridad del vacío. Todavía siento el frío de sus pisadas. No recuerdo su cara.
Hay una gran mesa en la habitación. Una mesa que se alarga por todo el gran salón de ceremonias. Presido la mesa y puedo ver como se distribuyen mi familia y mis amigos a lo largo de sus laterales. Sobre la mesa manjares de todo tipo. Todo tipo de carne preparado de distintas formas, pescados que no llego a reconocer y fruta y verdura de temporada. Todo está listo para una gran velada. Al fondo de la mesa uno de mis amigos se levanta y se retira de la mesa mientras se lleva en brazos su silla. Antes de que pueda preguntarle los motivos de que se vaya su plato desaparece de la mesa y la mesa mengua en su tamaño. Como en un efecto dominó una a una de las personas se empieza a levantar y se retiran de la habitación mientras se lleva su silla. Cada vez que eso ocurre parte de la comida desaparece y la mesa pierde tamaño. A cuentagotas el gran salón parece todavía más grande frente a la mesa que encoge con cada persona que abandona la festividad. Quedamos dos personas y la mesa apenas tiene un metro cuadrado de tamaño. Solo queda una manzana sobre ella. Quiero pedirle a la persona que no se marche pero como el resto se levanta y se retira con su silla en manos. La mesa desaparece del todo. Queda un plato sobre mis piernas y tengo en mis manos el tenedor y el cuchillo. Estoy solo a oscuras en un gran salón. Se acabó la fiesta.
Estoy en una fiesta en una casa. Conozco a muchas personas y hay unas cuantas que desconozco. Uno de mis amigos me dice de presentarme a unos conocidos suyos. Me dice sus nombres y cuando intento saludar al primero con un abrazo mis brazos se desvanecen. Sin querer le doy un cabezazo a la otra persona. En cuanto me alejo mis brazos reaparecen. Me disculpo. Les digo que no entiendo qué está pasando. Al intentar el abrazo de nuevo mis brazos se vuelven a desvanecer. Me asustó y pruebo a abrazar a mi amigo. En cuanto me acerco mis brazos se esfuman. La angustia me aprieta. Intento abrazar a otro de los desconocidos pero como en las dos anteriores ocasiones mis brazos no están. Ya frenético corro entre personas de la fiesta pidiéndoles que me abracen pero en cuanto lo intentan me quedo sin brazos con los que abrazar. La gente me mira como si fuese un bicho raro. Salgo por la puerta de la casa y me siento en las escaleras del descansillo. Tengo la frente empapada en sudor y noto como el cerebro me palpita en el interior de la cabeza. Estoy temblando. Intento abrazar mi propio cuerpo para consolarme. Mis brazos se desvanecen. Nadie viene.