Escribir sobre ella es la única forma que me queda de recordar toda la felicidad que vivimos juntos. Esta no es una historia feliz. Ya compartíamos apartamento Bea, la gata y yo. La convivencia comenzó a tener pequeñas rutinas que todavía me sacan una sonrisa. Éramos dos desastres pero nos queríamos y eso funcionó durante un tiempo.
Los sábados a mi me gustaba salir a correr por la mañana. Ella prefería dormir un rato más. Antes de salir por la puerta dejaba que la gata entrara al dormitorio y se acurrucara a sus pies. Parecía planeado. No lo era. Corría un rato y luego volvía caminando al piso parando en alguna tienda en caso de necesitar algo para la comida del fin de semana. Al llegar al piso preparaba el desayuno para los tres. Primero la gata que en cuanto me escuchaba volver ya me esperaba con sus ojos abiertos de par en par sabedora que le pondría su cuenco de comida y el de agua. Luego el nuestro. No mentiré diciendo que preparaba algo especial porque no era el caso. Tazón de leche con cacao, para ella extra; con galletas con diseños de animales. Me gustaba acompañar su desayuno con una nota donde le escribía lo mucho que la quería y siempre recogía una margarita porque me recordaban a ella para colocarla como punto final de la nota. Llevaba su desayuno a la cama y cuando me acercaba con el mío la gata venía tras de mi. Ella se despertaba y tomaba una cucharada con más cacao que leche y remojaba un buen puñado de galletas en leche. Las comía como si fueran cereales. Yo me tomaba mi leche mirando como disfrutaba del desayuno. Cuando terminaba con el tazón leía la nota y con una gran sonrisa me daba un abrazo que alguna vez amenazó con derramar toda la leche de mi tazón sobre la cama. Tras eso ya podía empezar el día.
Era otro sábado normal en el que volvía de correr. Me sorprendió no ver a la gata esperándome al abrir la puerta. No fue hasta que llegué a la cocina y vi preparado un tazón para mi que lo entendí. Al lado de mi tazón había una nota como las que yo hacía. En ella Bea me decía que me quería mucho, que fue muy feliz a mi lado, que me iba a extrañar toda la vida y una serie de halagos que precedían al golpe mortal. Se iba del piso y de mi vida. Necesitaba un cambio. La parte de la nota que sujetaba se arrugó por mi agarre. Temblaba y no sabía describir el motivo. En la misma nota me avisaba cuando iría a recoger sus cosas y que no se lo pusiera más difícil. Era como una primera clase de boxeo, me daban tantos golpes y no sabía por donde me venían. Al final del texto también había una flor, una Myosotis. También conocida como Nomeolvides. Me senté en una silla mirando aquella flor. Todavía estaba su aroma en el aire.
-No lo haré.