viernes, 18 de julio de 2025

Dioses. Herejía.

                             Durante muchas eras la historia del Dios proscrito se convirtió en un secreto que avergonzaba y enfurecía a partes iguales a todos los Dioses de los distintos panteones. Si a los humanos nos cuesta enfrentar nuestros propios errores y debilidades cuanto menos a estas entidades inmortales. En un tiempo que mortales y seres mágicos convivían en armonía un humano decidió desafiar todas las normas establecidas y desafiar a todos los panteones de Dioses.

En aquel día maldito, un paria de la sociedad cargado de toda la ira acumulada a lo largo de sus años de vida decidió buscar la destrucción del mundo. Abandonado por sus padres al nacer, odiado por sus iguales y despreciado por cualquiera al que esta persona decidía acercarse; su corazón se inundó de rabia y decidió estudiar el poder de los Dioses. Entre sus estudios descubrió el Manantial de Mimir que a cambio de un sacrificio le entregó al Dios Odín su sabiduría. Ese descubrimiento fue el inicio de años de peregrinaje para encontrar aquel lugar mágico. Durante los cinco primeros años vagó sin rumbo recolectando pistas aquí y allá que parecían callejones sin salida pero en el quinto año encontró la respuesta que unía todas las piezas que había recolectado a lo largo del tiempo. Aquel lugar se encontraba en una cueva en lo alto de una montaña. Solo su rabia contra el mundo superaba su convicción y ante la vista de todos los Dioses de cada uno de los panteones comenzó su escalada. Desde sus asientos las entidades divinas contemplaban a aquel débil ser avanzar sin cese en vertical. Algunos susurraban entre ellos que quizás deberían impedirle llegar a la Fuente de Mimir a alguien con unas ideas tan oscuras. Ninguno se aventuró a actuar de manera directa.

Cuando el humano alcanzó la cima estaba lleno de heridas producidas durante la escalada. Al ver las runas en la entrada de la cueva una sonrisa siniestra se dibujó en su cara. Caminó fatigado y no necesitó ni cien pasos cuando se encontró el manantial. Al verlo no dudó ni un instante y clavó los dedos de sus manos en sus ojos. Gritaba de dolor mientras esto sucedía pero al poco en cada mano ensangrentada tenía uno de sus ojos. Los dejó caer sobre el agua y recitó las palabras que llevaba guardando durante años.


-Mimir, hago aquí mi sacrificio. Busco sabiduría pero eso no es suficiente, busco visión. Te entrego mis ojos a cambio de todo el conocimiento.


Donde estaban los ojos el agua empezó a hervir y el humor tornó en llamas que alcanzaron el techo de la cueva. El humano notó el calor de las llamas pero la ausencia de ojos le impedía entender lo que estaba sucediendo a su alrededor. Las llamas estaban cada vez más cerca de la cara del sacrificio y dos de sus lenguas decidieron entrar en las cuencas vacías de los ojos. El humano cayó de rodillas retorciéndose de dolor tapado su cara con las manos. Los gritos y el sufrimiento del humano consiguió que algunos de los Dioses apartara la vista de tal escena. Tras unos minutos de sentir que se estaba muriendo el humano apartó las manos de su cara y las dos llamas estaban alojadas en las cuencas que estaban vacías. Los gritos se tornaron en risas. Aquellas llamas eran su nueva visión y además le permitía obtener todo el conocimiento que existía, que existe o que existirá. Se quedó mirando el manantial y las manos con las que se había auto infligido la lesión de sus ojos empezaron a rascar la piel de su pecho. Cual topo empezó excavar en sus propias entrañas alcanzando su órgano vital que latía de manera frenética a causa del dolor. Se lo arrancó del interior de su cuerpo y lo alzó como mostrándolo a una entidad superior y sin mediar palabra dejó caer su corazón al manantial. El agua alrededor del corazón empezó a ennegrecer al ritmo de los latidos del órgano que no cesó su actividad aún estando fuera del cuerpo del humano. En apenas unos segundos el agua del manantial era tan negra que no se podía ver el fondo. El humano cubierto casi por completo en su propia sangre caminó sumergiéndose en ese agua hasta que se perdió en la propia oscuridad. Con el cuerpo sumergido por completo el único sonido que había en la cueva era el del latido del corazón. Latió durante al menos una hora sin que pasase nada en el interior del agua y el sonido cesó. El agua comenzó a menguar poco a poco. Y antes de que los Dioses pudiesen entender lo que le estaba ocurriendo a la Fuente de Mimir se erguía en medio de lo que antes era agua una figura totalmente oscura con dos llamas en donde deberían estar los ojos. El humano parecía una sombra sólida de pie, sus dos llamas contrastaban con la negrura de su cuerpo y en el pecho donde debería encontrarse la herida por la entrega de su corazón tenía un círculo todavía más negro que el resto del cuerpo. Aquel círculo parecía el fondo del abismo. Una negrura de pesadilla. Había nacido una nueva deidad.

Aquel nuevo Dios no tuvo apenas unos segundos para disfrutar de su nacimiento porque los Dioses de todos los panteones tenían un poder combinado para someter a Dioses peligrosos. Un plan de emergencia por si algún día esto llegaba a suceder. Un rayo apareció desde el cielo y golpeó al nuevo Dios empujándolo tierra abajo tanta distancia como la que había escalado siendo humano. Una celda sin ventanas fue su destino. Allí unas cadenas mágicas lo aprisionaban. Los Dioses habían encerrado a aquel Dios pero sabían que aquello no sería suficiente. Cada ciertos años aquel Dios conseguía filtrar una porción de su poder y dibujaba el círculo de oscuridad de su pecho allá donde debería estar el Sol. Durante unas horas el mundo estaba bajo su negrura y aquellos que se enfrentaban al Sol negro perdían la vista. Los Dioses desde sus panteones maldecían a aquel que buscaba vengarse de la humanidad. Entre susurros aquellos con el suficiente valor decían su nombre para que nadie más volviera a cometer sus mismos errores. Y así vivía aquel al que humanos y Dioses odiaban, Eclipse.

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